158. CATERVA

2395 Words
Dieron la señal, ingresé divisando a los espectadores y encontré a Grosver en un palco inferior a solo metros de mí, me observaba arrogante; como teniendo frente a él a un perro con el rabo entre las patas, pero le enseñaré a ese infeliz que este perro tiene tres cabezas y dientes muy filosos. —¡Señoras y señores! —habló Carlx por un micrófono desde lo alto. —esta noche, The Sinner tendrá el placer de presentarles a alguien que decidió desafiar nuestro reglamento, un imbécil que no le importó exponerse ante ustedes —rieron todos con fuerza queriendo intimidarme, pero no me inmuté. —o por el contrario, quizá sea un demonio temerario. Sea cual sea, hoy nos demostrará de qué está hecho usando la séptima muerte ¿Será que lo conseguirá, o se irá a casa con su vida y reputación arruinadas? De verdad que ese imbécil sabe hacer su trabajo con toda la emoción que le pone a la presentación, logrando levantar el ánimo (por no decir el hambre) del público que ansía verme destruido. —Hora de sacar las chequeras y apostar alto, porque lo mínimo será un millón de wartz… por su retiro… —pronunció maquiavélico incrementando las risas del público, quienes rápidamente se prepararon para apostar. —Ahora las reglas… —¡Asmodeo! —grité, el anfiteatro silenció. —¡Quiero apostar tres millones de wartz por mi victoria! —murmullos… murmullos… —El wartz es una moneda exclusiva y tiene un valor muy alto, prácticamente estarías apostando nueve millones de dólares ¿Estás seguro de continuar? —¿Temen perder contra este imbécil? —desafié petulante. No lo veía con claridad por la distancia y el antifaz, pero estoy seguro que sonreía perverso igual que yo, el público, por otra parte, vociferaba para que aceptara mi propuesta como si estuvieran seguros que perdería. —Muy bien, pero para hacerlo más interesante, si llegas a perder deberás pagar esos tres millones de wartz a la casa ¿Trato hecho? —¡Trae mi oblación y veremos quién soltará los leones contra quién! —grité más fuerte levantando desafiante los brazos. —Ahora las reglas: Nuestro invitado de honor tendrá cinco minutos para degustar la presa a su antojo y una vez finalice el tiempo, la oblación deberá fallecer dos minutos después, y antes de que lo preguntes —se dirigió esta vez a mí. —sí, todo estará cronometrado. Maldito hijo de perra, por eso me dio dos oportunidades cuando hice la apuesta, sabía lo que hacía y no quería que me arriesgara más de la cuenta, pero ya era tarde para retractarse y tampoco estaba dispuesto a hacerlo, el ego de mis voces y el mío propio no me lo permitirían. Igual que pasó con Grosver, del centro de la arena ascendió la víctima encadenada, era una mujer de quizás treinta años bastante desorientada y con un incesante llanto que suplicaba mi ayuda, pero una vez el cronómetro que yacía sobre nosotros comenzó el conteo, revisé lo que tenía a mano. El público comenzó a abuchearme al ver que no me movía del lugar, pero debía ser cuidadoso con las armas a usar y más por el tiempo que me iba quedando. Una vez escogidas en mi mente, me acerqué a la ternera que tomó desesperada mis prendas suplicándome que la sacara de ahí, que no la lastimara. —Tranquila, saldrás de aquí —dije suavemente acunando mis manos en su rostro. —Ahora mismo los dos somos víctimas de este macabro juego y, así como tú, también deseo salir como sea —pronuncié en su oído con fingido temor. —Te lo suplico, no me hagas daño. —No lo haré, pero, antes que nada, ellos quieren saber si has robado, asesinado o algo por el estilo. —No, nunca lastimé a nadie —respondió a temblorosa voz. —Dime la verdad, eso podría salvarte. Verás, escuché decir al sujeto que está a mi derecha que si confiesas haber hecho algo malo, entonces te permiten salir, así que te pregunto: ¿Lo hiciste? —ella quedó pensativa, examinó a Grosver e hice que me viese. —No vayas a mentirme porque ellos te investigaron y antes de ingresar me dijeron lo que habías hecho. —Yo… solo fue un par de veces, pero… —hice una señal para que siguiera su confesión. —Mi ex novio me pidió que llevara algunas amigas a un par de fiestas para animar el lugar, pero en realidad ellas eran drogadas, secuestradas y eventualmente prostituidas. —¿Hiciste algo más? —los nervios consumían más a mi ternera. —Le llevé a alguien que me caía mal y vi cómo la violaron entre dos hombres. —Te sentiste bien cuando la viste sufrir, ¿no es así? —asintió arrepentida. Miré el cronómetro, me quedaban tres minutos. Inhalé profundamente y fui a una de las mesas consumido por su confesión, no creí que mi mentira resultaría efectiva y en cierta medida pensé que en verdad sería una víctima, pero considerando que sus pecados no eran menores, no tuve remordimiento en hacer lo planeado. Tomé una segueta de cincuenta centímetros y una daga de la misma longitud y ella tembló más que antes llegando a orinarse, pero me acerqué tranquilamente. —Escucha, ahora lo que debes hacer es cortarte una pierna, de cinco a diez centímetros a la altura de la rodilla. —¿Qu…é? —sus ojos sobresalieron horrorizados. —Si lo haces, tomaré la llave que tiene uno de los que está a mi izquierda y te liberaré, quedarás sin una pierna, pero seguirás viva. —Yo no… no por favor, no puedo. —Entonces me obligarán a matarte de una forma muy cruel antes de que termine el conteo —ante su sollozante silencio, le susurré igual que el diablo. —Solo salva tu vida, cuando salgas estarás camino a un hospital y usarás una prótesis, pero habrás sobrevivido a este horror —dejé la sierra en su mano presionándola con fuerza. —Solo es un sacrificio, tu vida vale más que esa pierna —la observé benevolente. —Sostendré tu mano en todo momento y me aseguraré de que te mantengas con vida, te lo prometo —asintió. Tomé firme su mano izquierda, ella se lo piensa unos segundos observando su alrededor y le doy una afirmativa con mi cabeza, entonces, entre ensordecedores chillidos, ella va cortando la pierna lo más rápido posible. Todos veían fascinados la escena anhelando que les arrojara un pedazo de carne, entretanto, me mantuve neutral en mi posición sin soltarla asegurándome que no cometiera ningún error que pudiese afectarme. —¡No puedo más, sácame de aquí! —se detuvo al llegar al hueso. —¿Qué pasa? —¡Es más duro y duele demasiado! —gritó quejumbrosa. —¿Quieres que te ayude en esta parte? —negó. —Ya sabes lo que pasará si no continúas —lo pensó y asintió llorando más. Quedé atrás llevando su mano izquierda al abdomen donde la sostuve, acomodé mi otra mano sobre la suya que tenía la segueta y corté al compás de los segundos. Reposé mi cabeza en su espalda deleitándome con su sufrimiento de la misma forma en que hice con Madison y pensaba en las chicas que fueron víctimas de su ex novio, que de “ex”, no creo que tenga nada. Sentí que había pasado la mitad del hueso y aceleré el movimiento como si de un cello se tratase, imaginaba la sonata en mi cabeza, mis voces vitoreaban pidiendo más de sus gritos e incliné levemente la cuchilla dándoles lo que querían. —Termina —susurré gutural en su oído. Solté su mano sosteniéndola más fuerte de la cintura, pero ella fue a un ritmo más lento que antes y ante mi desesperación, acomodé mi pie en su rodilla arrancando la poca carne que seguía prendida a ella y vimos cómo cayó la pierna frente a nosotros. La sangre brotaba igual que una fuente, el temporizador estaba a treinta segundos y la rodeé arrojando la segueta, tomando esta vez su mano derecha y con diabólico semblante saqué la daga haciendo un corte perfecto en el lado derecho de su cuello… cinco segundos… Retiré la daga y con un movimiento de muñeca, dirigí la sangre rebosante del metal hacia Grosver dejando un exquisito hilo transversal que salpicó su ojo izquierdo, entonces la ira brotó de sus orbes cual fuego remarcando su título como demonio del pecado de la ira, lo que me hizo sonreírle vilmente. Me aparté de la víctima y el conteo se reinició, busqué a mi alrededor encontrando a un asistente al cual pedí un trago de Jack, encendí un cigarrillo y recibí mi trago el cual degusté placenteramente. Faltando un minuto ingresó Carlx a la arena, se acercó a la víctima y a los treinta segundos restantes colocó un pequeño aparato que dejó ver en una pantalla los débiles latidos de ella, pero considerando en dónde hacía presión, me dio la ventaja al desangrarla más rápido, o más bien, justo a tiempo, pues en cuanto terminó el temporizador no hubo más rastros de su latir. Ladeé la jodida sonrisa más putamente victoriosa que tuve y levanté mi vaso hacia Carlx, al mismo tiempo que levanté la navaja en una ofensiva señal al público y después la arrojé hacia Grosver quedando esta a escasos centímetros de su rostro, la ira y la soberbia chocaron como dos relámpagos con nuestras miradas. —Felicitaciones —dijo Carlx. —Hora de ir por el premio antes que Aamon te asesine —susurró. —Me encantaría ver que lo intente. Regresamos al camerino donde pude darme una ducha retirando la sangre seca de mi cuerpo y vestí mis prendas negras (supongo que Carlx ordenó a alguien traerlas). Nos dirigimos al palco imperial en lo que terminaba de acomodar mi camisa, Carlx dio un pequeño discurso felicitándome por lograr mi cometido y después, frente a todos, se encargó de cerrar los botones restantes del cuello, retiró el broche que traía y colocó el suyo con una cómplice sonrisa la cual no tardé en copiar, entonces un sujeto se acomodó a nuestro lado sosteniendo el micrófono entre nosotros. —No creo que tenga que preguntarte, ¿o sí? —No, pero quiero saber los beneficios de tenerlo. —Al recibir este broche y más porque fui yo quien te lo colocó, te acabo de hacer un m*****o exclusivo de la Corte Imperial de Caterva, que es el rango más alto en este lugar y donde muy pocos logran llegar, así que siempre que vengas lo lucirás en el mismo lado. También te cambiaría el antifaz, pero dudo que quieras usarlo así esté hecho de oro —reí al igual que el público. —No, mejor véndelo para que me pagues la apuesta, porque estoy seguro que son más de tres millones de wartz. —Eso lo hablaremos después ya que ahora debemos bautizarte, porque aun cuando todos conozcan tu rostro y algunos cuantos tu nombre, igual deberás respetar esa regla —tomó el micrófono dirigiéndose ahora al público. —Señoras y señores, demos un muy fuerte aplauso a nuestro nuevo integrante de Caterva: Belial, un demonio del que estoy seguro dará mucho de qué hablar ahora en más. (…) Después del teatro en Caterva regresamos al salón principal y el asistente de Carlx nos informó que Steve seguía en el primer piso disfrutando placenteramente, así que lo hizo llamar para que nos acompañara y me pidió que lo esperase en la barra, por lo visto harían una especie de actuación o algo por el estilo y quería que estuviéramos para disfrutarla, pero algo me llamaba en silencio. Busqué a mi alrededor en lo que pedí un trago encontrando la fuente, era Carlo quien me miraba fijamente, así que hice una señal y se acercó cual cachorro reprimido. —Dale el trago que más deleite —solicité al barman quien le sirvió un coctel, pero no se atrevió a tomarlo. —Es descortés no recibir el premio que te da un amo —no quise ser rudo esta vez. Él estuvo tentado a tomarlo, pero apenas y tocó el cristal manifestando una fuerte encrucijada en su faz. —Señor Belial, el señor Asmodeo me indicó que lo acompañara al palco en lo que él regresa con usted y su amigo —informó un sujeto que tenía un antifaz rojo con dorado, el cachorro estuvo a punto de irse y tomé su brazo llegando a sobresaltarlo, se veía tan tierno. —Irás conmigo al palco —ordené. —¿Hay algún problema? —pregunté al hombre del antifaz. —No señor, es libre de llevar a un invitado si lo desea. Le hice una señal a Carlo para que tomase la bebida y nos dirigimos los tres al palco que tenía una pequeña barra y sillas para doce personas, pero lo mejor de todo era la increíble vista que había del salón, no existía un punto ciego e incrementaba la sensación de poder sobre los demás. —Carlo —se acercó cabizbajo. —lo que dije fue enserio, a partir de esta noche me servirás cada que venga, pero no te tomaré como mi sumiso —intentó no llorar, mas acomodé dos dedos bajo su barbilla alzando su cara. —No confío en nadie y por eso no te daré el privilegio, pero no quiere decir que no puedas ganártelo si todavía lo deseas —ilusión, eso relució en él quien movía sus labios con un deseo. —Habla, pero no quiero mentiras, una sola y haré de cuenta que no existes para mí, no habrá segundas oportunidades. —¿No es un truco? —No, estoy siendo sincero contigo. —¿Por qué dañó el collarín? Si no quería tomarme como sumiso, no debió hacerlo. —Lo comprenderás más adelante, pero dime, ¿todavía quieres servirme? —la duda lo carcomía y fue cuando reparó en el nuevo broche que traía dejándolo estupefacto. —No sé qué signifique para ti, pero no quiero que sea el motivo por el cual aceptes o rechaces. —Yo… no lo sé. —Si quieres piénsalo y dame una respuesta antes de que me vaya, por lo demás, puedes quedarte o retirarte, como más gustes.
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