156. THE SINNER

2680 Words
Los últimos días estuvieron bastante movidos entre el consultorio, el inicio de clases y el trabajo con Borson, más que nada, porque me hizo partícipe de varias reuniones que nos tomaron horas con las preguntas de los participantes y sus respectivos abogados, ya que Borson estaba trayendo a todo tipo de inversionistas potenciales enganchándolos en sub proyectos con el objetivo de tener recursos fijos, pero no solo financieros, también en insumos para la creación de nuestros propios fármacos y eso evidentemente me beneficiaba en demasía. Sin embargo, ahora me encontraba muy agotado y lo único que quería era descansar después de estar todo el día en reunión, aunque opté por refrescarme y hacerle una visita sorpresa a Steve para robarle un par de cervezas y quizás divertirnos un rato, necesitaba ver algo diferente a un maldito traje con corbata. —¿Oz? —la voz era familiar, pero hice caso omiso abriendo la puerta del edificio con la llave que le robé a Steve. —¡Oz! —Carlx, tiempo sin verte —saludé haciéndome el desentendido al llegar a mi lado. —Lo sé, el trabajo se complicó y debí extender mi viaje, pero ya estoy de vuelta para saldar mi deuda. —Entonces llegaste justo a tiempo. Llegados al departamento de Steve, este nos recibe junto a castaña semidesnudos, ingresamos sin importarnos nada sentándonos en la barra de la cocina y él nos sirve dos cervezas. —¿No podían llamar? —Acabo de llegar —se excusó Carlx. —Y yo no te iba a esperar. La castaña, tras haber corrido hacia la habitación, regresó despidiéndose rápidamente. —La próxima vez invítanos, así nos divertiremos juntos. —No me apetecía compartir —repartió unos cigarrillos. —¿Y qué puedo hacer por ustedes? —Soy yo quien hará esta vez, así que vistan un traje n***o que esta noche iremos a un lugar especial. —Llevo toda la maldita semana vestido como pingüino y no pienso seguir haciéndolo —respondí fastidiado. —Tendrás que hacerlo porque es el protocolo, pero si no quieres descubrir lo tengo para ustedes, entonces te perderás la diversión —algo fascinante había en él, pero no soy de creer en las primeras impresiones y menos en la verborrea. —Iré como estoy, bien sea que te guste o no. —Bien, aguafiestas, pero no irás con esa campera, debes ir formal, así que mínimo viste todo con prendas oscuras y camisa manga larga —chasqueé mi lengua soltando el humo. —De acuerdo, pero me llevarás de compras, tengo la ropa sucia. Fuimos a una tienda de ropa exclusiva, Steve vistió con un traje de dos piezas, Carlx con uno de tres y yo con pantalón y camisa manga larga negra, tal y como solicitó, subimos al último piso del edificio donde un helicóptero esperaba por nosotros y nos dirigimos al sur de Londres, más exactamente al aeropuerto de la ciudad de Redhill donde una limosina aguardaba con su respectivo chofer. —Creo que haré que me debas más favores de ahora en adelante. —Ya veremos quién le deberá favores a quién después de esta noche —respondió arrogante igual que yo. Por lo visto Carlx no es tan idiota como pensé. Continuamos en silencio hasta llegar a una mansión en medio de la nada siendo recibidos por una sensual host que le entrega a Carlx una pequeña caja. —De ahora en adelante usarán esto, es un pase de visitante y deberán devolverlo al salir. La host nos colocó en el pecho dos broches que tenían un diamante blanco que estaban unidos por una cadena larga plateada y otra corta negra, aunque Carlx portaba una igual con diamantes negros. —Cuando salga espero tener la tuya. —No seas envidioso y consigue tus propios juguetes —este idiota sí que sabe darme la talla. —Antes de que salga de aquí, tú mismo me quitarás el que tengo y me darás el tuyo sin decir una palabra —sentencié. —Ya veremos —respondió altivo. —También usarán esto para salvaguardar su identidad. Nos extendieron unas máscaras elegantes blancas que cubrían la mitad del rostro, pero rechacé la mía. —No gracias, no quiero arruinar la vestimenta que me has obsequiado y ahórrate el sermón que no me convencerás de lo contrario —no dijimos más, aunque evidenció su intriga por mi respuesta. Continuamos hasta una puerta que nos transportó a otro mundo, un enorme salón con decoración oscura y elegante y luces que tentaban el placer. El humo, las risas pecaminosas, el alcohol en cada mano mientras la otra escudriñaba los cuerpos más cercanos que eran cubiertos por trajes y vestidos de marca, aunque otros vestían accesorios llamativos de todo tipo y color, trajes en látex, cuero, seda, mallas, encaje y puntilla elastizadas, collares de perlas, antifaces con plumas, zapatos de tacón, maquillaje llamativo... todo era fascinante, parecía el anfiteatro del sexo. Hombres y mujeres mostraban su verdadero ser aun cuando sus rostros estaban muy maquillados o con un antifaz, el erotismo era el tema principal, la edad o el sexo no le importaba a nadie, ni siquiera el peso o la r**a, porque cada individuo sabía perfectamente el propósito de su llegada al lugar, uno que ansiaba descubrir y, aunque por lo general no soy de tener expectativas, quise tenerlas esta vez pensando en que aquí obtendría lo que quería. —Caballeros, hoy los cuatro irán con algunos de nuestros mejores clientes para que hagan sus preguntas y se familiaricen con el lugar —informó, percatándome en ese momento que Steve y yo estábamos en compañía de dos hombres más que eran también invitados. —espero que disfruten la noche y decidan ser parte de nosotros, mi nombre es Asmodeo y sin más por decir, bienvenidos a The Sinner, la casa del diablo. (…) Carlx The Sinner, es mi principal negocio y del cual me he sentido muy orgulloso desde hace seis años que abrió sus puertas, así como también me he vanagloriado del poder que he adquirido gracias a este más allá del dinero, puesto que, en mi perspectiva, la fuente de poder más importante es la información, gracias a ella he logrado expandirme guardando múltiples secretos que afectarían potencialmente a más de uno de mis clientes, tal es el nivel de confidencialidad entre ellos y yo, que muy pocos han sido los altercados en los cuales se han visto inmiscuidos al estar en mis propiedades y al ocurrir estas situaciones siempre suelo encargarme de los espías dándole nuevamente la tranquilidad a todos. Asimismo, si algo aprendí con los años, es que pocas veces suelo encontrar grandes promesas de la industria y el día que conocí a Steve y Oz en aquel maloliente callejón supe que las cosas no volverían a ser iguales en mi vida. Steve no es una sorpresa para mí considerando quién es su padre, se puede decir que él es un joven más que disfruta la vida al máximo, pero Oz, él es un asunto completamente diferente. Podría contar con mis manos el número de personas que me han generado el mismo fascinante escalofrío que él y me sobrarían varios dedos, ya que esa penetrante mirada que carga solo significa dos cosas: Muerte y Destrucción. Desde que ingresamos al establecimiento estuve muy al pendiente de las reacciones de ambos, Steve se veía como un niño en un parque de diversiones, Oz por otro lado, demostraba una sed insaciable por probar cada vid proveniente del lugar. Es entonces cuando somos interceptados por uno de los “Levantiscos”, quienes son sumisos rebeldes sin amo que recorren el lugar en busca de quien logre saciarlos, estos suelen ser desafiantes y muy engreídos, lo que le da un toque extra a esta clase, pero el semblante de Oz ante la presencia de él no parece cambiar en nada, de hecho, lo examina de pies a cabeza con una mirada vacía impidiendo saber lo que pasa por su cabeza. —No hay nada como la sangre joven —dijo el levantisco tratando de intimidar a Oz. —¿Acaso te crees superior por no llevar el antifaz? Porque estoy seguro que podría sacar hasta el último de tus secretos. —¿Mis secretos? —contestó Oz con malicia degustando cada sílaba. —Si quieres adentrarte conmigo para descubrir mis secretos, tendrás que decirme tu nombre primero —se acercó igual que un león hacia su presa. —¿Mi nombre? Soy Carlo, pero no sabrás nada más allá de eso —contestó arrogante. —Oh, te equivocas Carlo, sé que eres un joven prometedor que juega a ser rebelde porque papá no gustaba de ti y tus excentricidades, te gritaba cada noche y después mamá te consolaba en la cama. Era aterradora la profundidad de su voz, más, cuando paseaba algunos dedos en la piel de Carlo quien estaba petrificado, casi como si reviviera sus mayores temores, pero intentó recuperar la compostura al burlarse de Oz quien sonrió por su reacción. —No puedo creer que uses un truco psicológico tan barato. No todos aquí vienen por traumas de la infancia. —Pero tú sí y este lugar es tu tapadera, tu escondite, y lo adoptaste como tu hogar, el único en el que te sientes a salvo para ser tú mismo. Oz acunó sus manos en el rostro de él quedando a escasos centímetros de su boca, sentí que podría sacarle el alma solo con ese movimiento. —Arrodíllate —ordenó Oz con firmeza. —Tú no eres mi amo, así que no puedes ordenarme como si fueras el dueño de la casa. Carlo apartó bruscamente las manos dándole la espalda a Oz. Éste, en respuesta, arrebató el bastón que tenía uno de nuestros acompañantes y tomó a Carlo con fuerza del cabello golpeando detrás de su rodilla haciéndolo caer. Todos a nuestro alrededor quedaron impactados por la escena, hablaban entre murmullos, pero igual nos mantuvimos al margen al ver que Oz tiró la cabeza de Carlo hacia atrás clavando su mirada en la suya, era como si dos espadas salieran de ésta impidiéndole moverse. —Me importa un carajo si tienes o no dueño —presionó el bastón en la ingle de Carlo sin tocar sus genitales y pasó rápidamente su mano del cabello a la garganta asfixiándolo, a la vez que él batallaba desesperado. —Si te ordeno arrodillarte; tú te arrodillas, si te ordeno limpiarme la mierda con la lengua; tú limpias hasta dejar todo impecable y si te ordeno meterte un puto cuchillo en los intestinos; tú lo harás, pero en tu vida vuelves a contestarme sin que yo te dé la orden ¿Comprendes? El levantisco intentó responder sin éxito y tras unos segundos Oz liberó su cuello, pateó su espalda hasta derribarlo por completo e introdujo las manos en los bolsillos observándolo como si no fuese un ser humano lo que tenía frente a él, sino el ser más patético de todos. —Tus padres quebrantaron tu vida en todos los aspectos, Carlo, pero yo quebrantaré tu insignificante alma, y eso, eso es algo que no podrás recuperar fácilmente —afirmó con la misma tétrica voz de antes. Carlo apenas lo observó con temor y duda y abrió una bolsa de su cinturón sacando una cadena, los cotilleos se intensificaron en el público, éste enganchó un extremo a su collarín y el otro lo sostuvo con ambas manos ofreciéndoselo a Oz de rodillas. —Mi señor, por favor —solicitó con total entrega, pero Oz tan solo ladeó una sorna sonrisa que me provocó un escalofrío. —Hermoso, pero no —burla, desprecio y repudio, eso reflejó su respuesta. Carlo quedó tan impactado, que sus párpados se abrieron a más no poder y su labio inferior comenzó a temblar. En realidad, nadie podía creer lo que estaba pasando, alguien que rechazara a un sumiso de ese nivel tras semejante espectáculo no era común, puesto que ser un levantisco es el título más alto al cual podían llegar y obtenerlo no era fácil. —Por favor mi señor, permítame estar a su servicio —suplicó inclinándose más hacia Oz a la vez que le acercaba su metálica ofrenda. —Mis manos no tocarán tu cadena por mucho que me supliques, así que no me hagas perder el tiempo —contestó tan despectivo que no pude evitar sentir admiración. —¿Dónde está la mesa? Quiero un trago —se dirigió esta vez a mí devolviendo el bastón a su dueño. Señalé un sector privado que estaba a unos pasos y continuamos el camino sentándonos con otros de mis mejores clientes en lo que Carlo quedó en el suelo sumamente dolido, casi al borde de las lágrimas por semejante desprecio. Él no era alguien fácil de domar y jamás había entregado su cadena a nadie en los dos años que llevo de conocerlo, no imagino lo que debe estar sintiendo después de ser rechazado en público de la peor forma. No obstante, al aparecer los meseros ofreciendo las bebidas a los invitados, Carlo se levantó tembloroso dispuesto a irse y Oz hizo una señal a la mesera para que se apartara. —¡Gusano! —gritó a Carlo quien lo observó temeroso por el siguiente golpe. —¿Quién coño te dijo que te largaras? —lo llamó con dos dedos y luego hizo una señal de alto cuando quedó más cerca de él. —Te di una maldita orden, obedece. —Sí amo —se arrodilló a un lado de él e inesperadamente Oz lo bofeteó con sevicia. —Nunca te dije que hablaras, ahora ve por mi trago que tengo la garganta seca —lo haló de su cabello acercándolo a su rostro. —Jack doble sin hielo y no te pases de listo conmigo —lo arrojó nuevamente al suelo. Carlo gateó quedando a los pies de Oz, intentó levantarse y de un solo golpe (bastante fuerte he de recalcar) quedó nuevamente en el suelo. —¿Y así querías que te escogiera? Nunca te dije que abandonaras tu posición, ¿o sí? —él negó cabizbajo en silencio. —Entonces haz una maldita cosa bien que estás haciendo quedar mal al anfitrión. A gatas, Carlo se dirigió a la mesa central y sirvió el trago, volvió a quedar en cuatro acomodando el cristal en su espalda y regresó con Oz quien tomó el vaso, después el collarín ahogándolo un poco y lo acercó hasta él lo suficiente. —Creo que ya no necesitarás esto —sonrió macabro y de un tiro dañó el collarín de Carlo quien no se molestó en llorar, esta vez sí lo lastimó y humilló con todo, pero no en el sentido que cualquier sumiso quisiera. —Sé un buen chico ahora que ya sabes qué hacer y no quiero más lágrimas —asintió silencioso, e igual que un perro guardián, quedó a su lado de rodillas viendo el collarín con la cadena en el suelo. Oz bebía como si nada hubiese pasado encendiendo muy tranquilamente un cigarrillo, los que yacían a nuestro alrededor, invitados y trabajadores, lo observaban expectante de su próximo movimiento, pero él solo fumaba y tomaba centrando la mirada en el bourbon. —Tómalo y enróllalo en tu brazo —ordenó firme, pero tranquilo. Carlo obedeció. —Cada vez que venga estarás en la misma posición esperando con mi trago —asintió y Oz señaló el collarín con la cadena. —También quiero verlos siempre en tu muñeca, ajústalos de ser necesario y será mejor que no intentes nada contra mí porque lo sabré al instante —Carlo, sutil, ladeó su rostro hacia Oz quien lo observó vacíamente de reojo. En verdad que él es alguien único, probándome que lo que vi en casa de Steve no es nada en comparación a esto y si Oz fue capaz de tanto en solo los primeros minutos de presencia, no sé qué más nos deparará el destino con su llegada, pero muero por descubrirlo y de esta noche no podría pasar.
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