107. DESPERTAR DE FURIA Y PLACER

2016 Words
Oz Estacioné el auto y descendí de este dirigiéndome al elegante salón, el hombre detrás del mostrador saluda formal entregándome la llave y continúo mi camino hacia el ascensor con la música relajante invadiendo el espacio, las puertas se abren en el piso marcado y emprendo mi recorrido hasta el lugar correspondiente a paso firme, con mi abrigo marcando el andar de mi calzado dejando el rastro de la colonia galante en el aire. La enorme puerta se plasma frente a mí con gran imposición, saco la llave de mi abrigo moviendo el metal y con ello la madera que ahora me permite divisar la lujosa habitación que esconde tras esta, ingreso a la misma cerrando la puerta y su torneada figura se postra ante mí en una bata blanca con exquisito escote, se encamina hacia mí con un vaso de Jack y otro de tequila, un gusto que pocas veces se da. —¿Tuviste problemas para venir? —Nada que una discusión no ayude en momentos como este —pronunció vanagloriándose por su hazaña. —Entonces hoy no habrá escapatoria a no ser que te hayas arrepentido. —Siempre he sido honesta contigo y esta noche no tiene por qué ser la excepción. ¿Acaso tú te arrepentiste? —ladeé una perversa sonrisa ante su vil provocación. —No —contesté firme. —pero esto es algo que ninguno de los dos ha probado antes. —Excepto con Madison —entrecierro un poco mis ojos a lo que ella me observa perspicaz. —Soy enfermera desde los veintitrés y he visto demasiadas cosas en urgencias, y lo que tiene Madison fue algo hecho con sevicia. Ella fue una de las testigos que subió al estrado siendo su testimonio bastante importante en el caso, también nos acompañó durante horas en el juicio viendo las heridas en el cuerpo de Madison y como bien dice, realmente reconoce la maldad en la carne de ella. —¿Pretendes llevarme a la horca enfermera Olmeida? —Jamás me atrevería a hacerlo doctor Oz, sino no podría divertirme. Brindamos en silencio bebiendo hasta la última gota y ella toma mi vaso dejando ambos cristales sobre la mesa. Camino detrás de ella embriagándome de su nuevo perfume, uno tan seductor como las curvas que llevo saboreándome desde hace año y medio entre las paredes del hospital Princeton a escondidas del inútil de su esposo, que, así como no sabe aprovechar todo su potencial en la cama, tampoco sabe darle el amor que ella desea, yo tampoco puedo ni quiero cumplir el segundo rol, pero bien que nos divertimos en el primero. —Última oportunidad Raquel —murmuré ronco en su oído provocando una corriente en su piel. —igual podemos tener una noche inolvidable con y sin petición. —El ser humano no conoce sus límites hasta que libera a la bestia que alberga su alma —recita levantando su muy sensual faz. —así que liberemos todo esta noche. Abracé su cintura y nuestros labios devoraron con gran hambruna al otro, mis huellas se escurrían entre la tela desatando el nudo, ella gira sin soltarme y retira mi abrigo, las prendas caen. La chispa del encendedor que prendí a mis trece años regresó incendiando el alcohol que recorrieron nuestras gargantas, aquel que invade el paladar en tan exquisita mezcla y la levanto tomando de sus muslos. Un placentero gemido emerge al sentir la presión aferrándose más de mi cuello mientras nos llevo a la cama, lugar donde se acomoda de rodillas abriendo sus ojos en las llamas más pecaminosas de todas. —Esta noche no será como las demás —afirma con cierta oscuridad que despierta mi placer. —No primor, hoy no. Abrió uno a uno los botones, con sus orbes debatiéndose entre mi rostro y mi camisa, la piel expuesta la llama cual trompeta infernal y ella introduce sus manos marcando mi abdomen con su labial, los dactilares se desplazan a mi cadera abriendo el pantalón el cual cae eventualmente junto al bóxer y es ahora cuando el carmesí se apropia de mi hombría. Cierro mis ojos dejándome llevar por ella, por mis voces que despiertan el recuerdo de las noches que pasé en el cementerio, de la noche que asesiné a mis progenitores, al de Isma, los alaridos de mi ferviente tortura se apoderan de cada átomo de mi ser con cada succión de su parte. Sin embargo, es el sonido de la hebilla lo que hace cambiar mi visión recordándome las cadenas en mi mano y el fuego purificándolas una a una. Abro mis ojos acomodando mi mano en su barbilla y la separo de mí lentamente, tomo su cuello con firmeza sin cortar la respiración y tiro de ella hacia atrás. Retiré las prendas que reposaban en mis pies y fui hasta la mesa que ella había preparado previamente con todo lo que compramos una semana antes. —Acuéstate —ordené, debatiéndome en cuál sería mi primera herramienta. —El flagrum —murmuró seductora. Tomé el instrumento junto a la fusta y fui hasta ella, quien yacía bocarriba con su cabeza sobresaliendo del colchón, su larga cabellera caía igual que una cascada y la arena aterciopelada que tenía por piel, envuelta en el babydoll n***o semitransparente, me llamaba. Repasó sus manos entre sus labios y cuello, descendió dejando una presión en tan magníficos senos que parecían incrementar y abrió el telar por la mitad al igual que sus piernas, exponiendo su perfecta escultura marcada en sus cuarenta y dos soles. La punta de la fusta y yo nos deleitamos en su escote recorriéndolo lentamente, su respiración iba cambiando y un inesperado golpe en la zona interna de sus piernas resuena en la habitación seguido de un jadeo, otro azote en la otra pierna y un segundo gemido provoca una corriente en mí haciendo que el tercer impacto, con más fuerza, marque parte de su pierna y abdomen. —Oz… —Detenme cuando no soportes más Raquel, porque no sé hasta dónde lleguen mis demonios esta noche —advertí neutral admirando las líneas carmesíes. —Más fuerte. Pronunció tan perfectamente que las llamas invasoras de la casa que vio mi sufrimiento se expandieron en todo mi ser. Mis piernas quedaron a cada lado de su cabeza, su boca volvió a tomarme con profundo deseo y la misma gasolina que traspasaba de su saliva a mi falo la usé para seguir latigándola con ímpetu. La misma oscuridad que había despertado Madison todos esos días, especialmente los últimos, volvió a emerger burbujeante impactando en el pecho de Raquel hasta desgarrar un poco la tela, un sonido que me hizo destrozar la pieza permitiéndome admirar toda su desnudez y presioné sus tetas con fuerza hasta llegar a sus pezones, los cuales retorcí hasta sentir un mordisco en mi glande que me hizo reír. —Eso no se hace Raquel —ella sonrió perversamente victoriosa. Arrojé todo en la cama y fui a la mesa tomando algunas cosas más, volví y me incliné dejando todo a un lado sobre la sábana, degusté sus labios en lo que tomaba una pinza metálica y la acomodaba en un pezón presionando lentamente hasta que un gemido ahogado salió de ella, repetí el proceso en el otro y esta vez fue un mordisco en mi labio el que alegró mi noche. La sostuve de la nuca levantándola igual que a una pluma y dejándola en cuatro frente a mí, destrocé su tanga, acomodé el preservativo y tomé el látigo que hice con varias cadenas delgadas. El metal chocaba entre sí ansioso por alimentarse de la carne de su víctima, y yo, que ya tenía mi oscuridad en un buen nivel, me acomodé en toda la entrada acariciando su espalda con mi mano libre y su pierna con las cadenas. La veía estremecerse entre el contraste de temperatura y textura, recordé la nota producida en el primer impacto sobre Madison y la muñeca dio un giro en automático golpeando su trasero, fue suave, gentil, repetí al otro lado aumentando el nivel y al ver tan exquisita reacción, no pude contenerme con su espalda usando la mitad de la fuerza que apliqué con mi última víctima. Madison sin duda fue mi mejor sujeto de prueba y que sea la primera vez de una manera tan feroz es memorable, sin embargo, esta vez con Raquel quería deleitarme sin prisa, quería saborear cada bocado producido por tan sádico acto en compañía del placer que ella ha conseguido proporcionarme, considerándola todavía mi mejor amante hasta el momento. Al tercer golpe ingresé en ella sosteniéndome de su hombro, la sangre comenzaba a mezclarse con el sudor proveniente de sus poros y la fusta me acompañó esta vez a disfrutar de su abdomen. La levanté dejándola de rodillas sin dejar de penetrarla, presionaba sus tetas saboreando su cuello y el metal marcó sus piernas, mas tan perfecto coro me obligó a acelerar mis embestidas aumentando la presión en sus pezones. —Deléitate a tu gusto. Pronuncié gutural dejando en su mano un vibrador, la llevé hasta el clítoris encendiendo el dispositivo y ella hizo lo demás. Al cabo de unos minutos vi la barra metálica y la usé esposando una de sus manos, pasé la varilla por detrás de mí y sujeté la otra quedando presos el uno del otro, tomé nuevamente el vibrador acomodándolo en su lugar intensificando sus gemidos y sujeté su cabello con fuerza haciéndolo a un lado para saborear su cuello, los hombros, sus labios, todo entre mordiscos que la hacían gemir más y a mí apoderarme de tan fogosa cavidad interna tatuada con mi nombre. —Esto dolerá. Mencioné maquiavélico y arranqué las pinzas de sus pezones provocando un fuerte grito en ella, caímos en el colchón donde le di vuelta sin soltar tan vibrante volcán que derramaba la lava entre sus piernas y sus venas, saboreé sus tetas dándoles un poco de confort, su sonrisa me indicaba el nivel de su éxtasis y extendí la barra que yacía a sus espaldas, pasé su cadera y parte de los muslos por ésta regalándome un magnífico panorama y ataqué nuevamente sin piedad, pero esta vez bañando previamente su culo con sus jugos. Me volví un adicto a las contracciones de ella que bien sabía cuándo hacerlas y aumenté al máximo la intensidad del dispositivo haciéndola enloquecer a la par de mi penetración, una que inevitablemente la hizo reír al cabo de unos minutos. Pese a conseguir su orgasmo, aumenté la tortura, no me detuve con nada sino que incliné más sus piernas hacia su pecho profundizando mi camino. Ella comienza a llorar y dejo el vibrador en el punto exacto consiguiendo con ello un perfecto squirt que baña mi pecho por completo, pero no solo eso, sino que al parecer la sangre de su visita mensual la traicionó hoy y con ello mi felicidad aumentó. —Parece que alguien quería participar también. Ella ve el resultado del coctel de sus fluidos sobre mí, estaba con un semblante tan delirante que no sabía si hacer caso a su placer, a la vergüenza o la alegría del disfrute, pero yo sin corte alguno me incliné nuevamente arrebatando sus labios en un dulce beso que murió con un magnífico mordisco que nos hizo sonreír. Solté las correas de sus muñecas sosteniendo la barra a tiempo para que no cayera sobre ella, aunque sus piernas sí lo hicieron cual columnas griegas y dejé tanto la barra como el preservativo a un lado cambiándolo por otro para perderme nuevamente en su coño. —¿Estás bien? —pregunté sobre sus labios. —Estoy más que bien —contestó felizmente jadeante. Esta vez la tomé sin recurrir a ninguna herramienta disfrutándola pasionalmente como siempre, solo nuestros cuerpos danzando un mismo compás, solo nuestro placer mezclado entre todos los fluidos que podían emerger, siendo esta experiencia la primera de muchas en mi vida comprobándome que ahora soy un maldito adicto a ellas y que, sin importar lo que pase, seguiría usando a Raquel en tan perfectos encuentros donde ambos podríamos seguir experimentando deliberadamente.
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