LUJURIA A ESCONDIDAS

1205 Words
**STERLING DARIUS** Mientras comíamos, traté de actuar normalmente, pero mi mente seguía volviendo a aquel beso. La forma en que sus labios se habían movido contra los míos, la calidez de su cuerpo cerca del mío. Era un recuerdo que no podía sacudir, y cada vez que mi hijo la miraba con deseo, una punzada de celos me atravesaba. Ya probe esa mujer y no estoy dispuesto a entregarla. Finalmente, mi hijo se levantó para ir a buscar algo más. En cuanto se fue, volví a acercarme a ella, sintiendo que el momento era propicio. —¿Estás bien? —le pregunté, intentando captar su atención. Ella asintió, pero sus ojos estaban llenos de incertidumbre. —Sterling, esto es complicado —dijo, su voz apenas un susurro. —Lo sé —respondí, acercándome un poco más—. Pero no puedo dejar de pensar en ti. Me atraes mucho, mujer. Ella me miró, y en su expresión vi un destello de deseo, pero también de miedo. Era un juego peligroso, y ambos lo sabíamos. —No quiero hacerle daño a tu hijo —dijo, su voz temblando. —No lo haremos —le aseguré—. Solo disfrutemos del momento que tenemos a solas. Le tomé la mano y la besé. Ella intentó retirarla, pero la sujeté con firmeza. Sus ojos se desviaban hacia el lugar por donde desapareció mi hijo. Le sonreí de forma lobuna, deseando devorarla nuevamente. Por el momento, elegí la felicidad fugaz de su risa, el calor de su mano en la mía, la dulce mentira que sus ojos me contaban. Me permití creer que el tiempo se había detenido, que la realidad era maleable y que, quizás, solo quizás, podría prolongar este instante indefinidamente. Los besos eran un pacto silencioso, cada caricia un eco de promesas incumplidas. Sabía que estaba jugando con fuego, que la verdad era una bomba de tiempo a punto de estallar, pero la tentación de saborear la miel prohibida era demasiado fuerte. En el fondo, me consolaba pensando que, al menos, tendría estos recuerdos. Pues en la soledad en la que me encontraba, ahora, inevitablemente me sentía más vivo que nunca, podría aferrarme a la imagen de su sonrisa y a la suavidad de su piel que había encendido mi fuego interior. Que el precio que pagaría valdría la pena por el breve instante de paraíso que habíamos creado juntos. —Papá, ¿te importa si nos quedamos aquí unos días? —preguntó mi hijo con una sonrisa amplia, como si ya supiera la respuesta. —No me importa, esta casa es de ustedes —respondí, sintiendo una calidez en el pecho al verlos felices. Aunque ella no mucho. —Gracias, papá. Ah, la abuela te manda saludos y dice que cuándo te vas a indignar a visitarla —dijo, bromeando, mientras se acomodaba en el sofá. —Ella sabe lo ocupado que estoy —contesté, aunque en el fondo sabía que debía hacer un esfuerzo por visitarla. La familia siempre había sido importante para mí, pero el trabajo había consumido tanto de mi tiempo. —Deja de vivir solamente para el trabajo y encuentra una novia, rápido. La vejez golpeará tu rostro pronto —sus palabras fueron como un dardo directo a mi corazón. Tenía razón. Había estado tan centrado en hacer dinero que había olvidado disfrutar de las cosas simples de la vida. Mientras pensaba en ello, una sonrisa se amplió en mi rostro, porque en mi mente ya había alguien que calentaba mi cama, alguien que había reavivado en mí la chispa de la vida. —Tienes razón —dije, sintiéndome renovado—. Me tomaré unos días libres para que salgamos juntos. Mandaré a calentar mi yate para que naveguemos. ¿Les gustaría? La emoción en sus ojos era palpable. —¿Qué dices, amor? —preguntó él a ella, su voz llena de curiosidad. —Nunca me he subido a un yate, será una bonita experiencia —respondió, sonriendo de una manera que hizo que mi corazón latiera un poco más rápido. Su entusiasmo era contagioso, y no podía evitar sentirme emocionado por la idea. —¡Eso suena increíble! —exclamó mi hijo—. Siempre quise navegar y ver el horizonte desde el mar. Aceptamos papá. —Perfecto, mañana zarparemos —dije, sintiendo que esta era la oportunidad perfecta para desconectar del trabajo y disfrutar de la compañía de ambos. No solo sería un tiempo para ellos, sino también para mí, para reconectar con lo que realmente importaba. Mientras planeábamos los detalles, una sensación de libertad me invadió. La idea de dejar atrás las preocupaciones laborales, aunque fuera solo por unos días, me llenaba de alegría porque estaba ella. Podría ser un nuevo comienzo, no solo para mí, sino también para mi relación con ella. —Podemos llevar comida, preparar algo rico para comer en el yate —sugirió ella, su entusiasmo iluminando la habitación—. Y podríamos llevar música, hacer una pequeña fiesta en el mar. —Me gusta esa idea —dije, imaginando el sonido de las olas y la brisa marina. Era un escape perfecto de la rutina diaria. —Señor, las recámaras están listas —interrumpió mi ama de llaves, su voz cortando el silencio que se había instalado en la casa. —Perfecto. Llévelos a descansar —respondí, intentando mantener la calma mientras una mezcla de emociones burbujeaba en mi interior. Los vi irse juntos, mi hijo y ella, mientras yo los seguía disimuladamente, aparentando que me dirigía a mi alcoba. La tensión entre ellos era palpable, y aunque sabía que era natural que se sintieran atraídos, no podía evitar sentir un nudo en el estómago. —Señorita, esta es su habitación —anunció el ama de llaves, abriendo la puerta. —Ella y yo dormiremos en la misma habitación —dijo mi hijo con una determinación que me hizo empuñar las manos, sintiendo cómo la frustración y los celos comenzaban a burbujear en mi interior. —Cariño, no creo que eso sea correcto. Estamos en casa de tu padre; es mejor que estemos por separado —intervino ella, su voz suave y conciliadora, pero con un toque de firmeza que no podía ignorar. —Pero viniste para estar juntos… —insistió mi hijo, su mirada llena de deseo y anhelo. —Y lo estamos —respondió ella, pero luego añadió—. Yo soy una chica decente; me da vergüenza estar en casa ajena de esa manera. Mi corazón se hincho al escuchar sus palabras. La idea de que ella pudiera sentirse incómoda me llenaba de una mezcla de celos y deseo. La forma en que mi hijo la miraba, como si fuera el único ser en el mundo, me hacía sentir como un intruso en mi propia casa. —Está bien —dijo finalmente mi hijo, aunque su voz sonaba decepcionada—. Aunque te deseo mucho. Ella sonrió, un gesto que parecía iluminar la habitación, y le dio un beso en la mejilla. Ese simple gesto encendió una chispa de celos en mí, como si un volcán estuviera a punto de erupcionar. La forma en que ella lo miraba, la conexión entre ellos, era evidente y, a la vez, dolorosa.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD