EL NACIMIENTO DE LOS CELOS

1412 Words
**SERAPHINA** Mientras caminábamos juntos, sentí la mirada de su padre en mi espalda, una presencia que me hacía sentir expuesta. ¿Qué pensaría él al verme con su hijo, después de lo que había ocurrido entre nosotros? La culpa me carcomía, y aunque intentaba mantener la compostura, cada sonrisa de mi novio se sentía como un recordatorio de la verdad que escondía. Me esforcé por ser cariñosa, por devolverle la alegría que él me ofrecía, pero mis gestos eran torpes y vacíos. La risa que solía compartir con él se había desvanecido, reemplazada por un silencio incómodo que amenazaba con romperse en cualquier momento. En ese instante, me di cuenta de que, aunque estaba físicamente presente, emocionalmente había un abismo entre nosotros. La mansión, tan deslumbrante y perfecta, se convirtió en un laberinto de remordimientos y decisiones que ya no podía ignorar. Su mirada me excita de una manera que me cuesta controlar. **STERLING** Nunca imaginé que un simple encuentro podría llevarme a una situación tan complicada. Cuando la vi por primera vez, con su cabello brillante y su risa contagiosa, no pude evitar sentir una conexión instantánea. Sin embargo, lo que realmente me sorprendió fue cuando me confundió con mi hijo. Al principio, iba a corregirla, a explicarle que yo era su padre, no su novio, pero cuando nuestros labios se encontraron, todo cambió. El beso fue inesperado, como un destello de luz en la oscuridad de mi vida. Sentí una chispa que había estado apagada durante años, una emoción que creía haber olvidado. En ese instante, decidí no revelar mi verdadera identidad. Era un momento que no quería perder, una oportunidad de sentirme vivo de nuevo. Ahora, estábamos en casa, y la atmósfera era tensa. Mi hijo estaba en la sala, y podía sentir su mirada fija en ella. La forma en que la deseaba, cómo su sonrisa iluminaba su rostro, me provocaba una punzada de celos que no podía ignorar. Era mi hijo, y debía alegrarme por él, pero el hecho de que la mirara con tanto anhelo me hacía sentir incómodo. Mientras ella se movía por la habitación, riendo y hablando con despreocupación, me di cuenta de lo mucho que me gustaba. Su energía era contagiosa, y aunque intentaba mantener la calma, cada vez que la veía sonreírle a mi hijo, una parte de mí se retorcía de celos. ¿Cómo podía estar en esta situación? La confusión de nuestra relación pesaba sobre mí. Sabía que no podía seguir así, que eventualmente la verdad saldría a la luz. Pero en ese momento, todo lo que quería era disfrutar de su compañía, de la conexión que habíamos formado, aunque fuera en un contexto tan complicado. —¿Te gustaría ver una película? —preguntó mi hijo, su voz llena de entusiasmo. Ella asintió, y el brillo en sus ojos me hizo recordar por qué había decidido quedarme en las sombras. Quería proteger ese momento, esa chispa que había encendido algo en mí que creía perdido. Así que, aunque sabía que era una mentira, decidí seguir adelante. Mientras nos acomodábamos en el sofá, sentí la tensión en el aire. La cercanía de ella y mi hijo, la forma en que él la miraba, me hizo sentir como un intruso en mi propia vida. Pero al mismo tiempo, no podía evitar sentirme atraído por ella, por su risa y por la manera en que iluminaba la habitación. La película comenzó, pero mi mente estaba lejos de la pantalla. Cada risa compartida, cada mirada furtiva entre ellos, me recordaba que estaba atrapado en un juego peligroso. A medida que la trama avanzaba, mi corazón latía más rápido, no solo por los celos, sino por la incertidumbre de lo que vendría después. No sabía cuánto tiempo podría mantener esta farsa, pero en ese momento, todo lo que quería era disfrutar de la compañía de esa chica que, sin saberlo, había despertado en mí sentimientos que creía enterrados. Observaba a los tortolitos desde el sofá, sintiendo una mezcla de diversión y celos. Mi hijo la miraba con una devoción que me hacía sonreír, pero había algo en su comportamiento que no podía pasar por alto. Ella se resistía a ser tocada por él, un pequeño gesto que me llenaba de satisfacción. Era como si, en medio de la inocencia de su relación, aún existiera un espacio para mí, algo que no se podía borrar. Mientras disfrutaba de mi copa de vino, me permití perderme en la escena. La forma en que ella se reía nerviosamente, evitando que él se acercara demasiado, era encantadora. Era un juego sutil, y yo era el espectador que disfrutaba cada momento. Pero, de repente, mi hijo se levantó. —Voy a buscar unos bocadillos a la cocina —anunció, su voz llena de entusiasmo—. ¿Quieren algo? Ella negó con la cabeza, y yo simplemente sonreí, sabiendo que ese espacio vacío entre ellos me dejaba la oportunidad perfecta. En cuanto mi hijo se marchó, el ambiente cambió. La sala se llenó de una tensión palpable, y no pude resistir la tentación de acercarme a ella. Me acerqué lentamente, sintiendo cómo la atracción entre nosotros crecía. La miré a los ojos, y en un instante, todo lo que había estado ocultando salió a la superficie. La atraje hacia mí, sintiendo su cuerpo cerca del mío, y susurré con voz suave pero firme: —Recuerda que ya eres mi mujer. No dejes que te toque, porque no respondo. En ese momento, la atracción se convirtió en una chispa, y sin pensarlo dos veces, la besé. Fue un beso lleno de pasión, un roce de labios que encendió algo en mí que había estado dormido. La mordí suavemente el labio inferior, sintiendo su sorpresa y la calidez que emanaba de ella. Su mirada se iluminó, y aunque sabía que era un juego peligroso, no podía evitarlo. Era un momento robado, una conexión prohibida que me hacía sentir vivo. Mientras el eco de los pasos de mi hijo se desvanecía en la distancia, supe que había cruzado una línea, pero en ese instante, no me importaba. Disfruté de su cercanía, de la forma en que su respiración se entrelazaba con la mía, y supe que, aunque el mundo pudiera complicarse, esos breves momentos eran lo que realmente importaba. El beso me sorprendió tanto a mí como a ella. Sus ojos se abrieron de par en par, y por un instante, el tiempo se detuvo. La conexión que sentí fue eléctrica, un recordatorio de lo que había estado ausente en mi vida durante tanto tiempo. Pero, al mismo tiempo, la realidad de nuestra situación me golpeó con fuerza. ¿Qué estaba haciendo? Ella se apartó ligeramente, su rostro ruborizado, y pude ver la mezcla de sorpresa y confusión en su mirada. —Sterling… —dijo, su voz temblando un poco—. Esto… esto no está bien. La tensión en el aire era palpable. Sabía que tenía razón, pero no podía evitarlo. La atracción era demasiado fuerte, como un imán que me atraía hacia ella. Y cuando me llamo por mi nombre, mi corazón latió fuerte. —Lo sé —respondí, tratando de mantener la calma a pesar de la tormenta que se desataba en mi interior—. Pero no puedo evitarlo. Eres… diferente. Ella bajó la vista, como si estuviera luchando con sus propios sentimientos. En ese momento, escuché los pasos de mi hijo acercándose desde la cocina. La realidad de nuestra situación se hizo aún más clara. Tenía que actuar rápido. —Escucha —le dije, inclinándome hacia ella, mis palabras, un susurro—. No podemos dejar que esto se convierta en algo más. Pero no puedo prometer que no sienta esto por ti. Es mejor que colabores conmigo si no quieres decepcionar a tu novio. Justo entonces, mi hijo apareció en la puerta con un plato lleno de bocadillos. Su rostro se iluminó al vernos, y la atmósfera cambió instantáneamente. Ella se apartó un poco, como si el mundo real hubiera regresado, y yo me vi obligado a poner mi mejor sonrisa. —¡Miren lo que encontré! —dijo mi hijo, colocando el plato sobre la mesa—. Espero que tengan hambre. Ella sonrió, pero sus ojos aún revelaban la confusión que nos separaba. Mientras él hablaba y compartía bocadillos, yo la observaba de reojo, sintiendo la tensión palpable entre nosotros. Cada risa y mirada furtiva recordaba los breves momentos que habíamos compartido a solas.
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