**STERLING**
Mientras los observaba, me di cuenta de que la situación se tornaba cada vez más complicada. La atracción entre ellos era innegable, y aunque quería proteger a mi hijo, también sentía un impulso de proteger lo que había comenzado a florecer entre ella y yo. No quiero renunciar a esto que siento.
Decidí que necesitaba un respiro. Con un gesto de la mano, me despedí de ellos y me dirigí a mi habitación, cerrando la puerta tras de mí. Una vez a solas, me dejé caer sobre la cama, sintiendo el peso de mis pensamientos.
—¿Qué estoy haciendo? —murmuré para mí mismo, sintiendo un torbellino de emociones.
La idea de que ella estuviera tan cerca de mi hijo, de que compartieran momentos que yo deseaba tener con ella, me llenaba de inquietud. Pero al mismo tiempo, sabía que no podía interferir en su relación. Era su padre, pero también era un hombre que había redescubierto la pasión, y eso complicaba todo.
Tomé una respiración profunda, tratando de calmar mis celos. La noche aún era joven, y había más por venir. Quizás, solo quizás, podría encontrar un equilibrio entre mis sentimientos y la realidad de la situación.
Sin embargo, a medida que el silencio de la habitación me envolvía, la presión en mi pecho se intensificaba. La atracción que sentía por la novia de mi hijo era innegable, y eso me asfixiaba. Sabía que no era correcto, que había líneas que no debía cruzar, pero el deseo era un monstruo que no se dejaba domar fácilmente.
Me levanté de la cama y empecé a caminar de un lado a otro, como si el movimiento pudiera ayudarme a despejar mi mente. La imagen de ella sonriendo, de su risa resonando en la casa, me perseguía. ¿Cómo podía ser que alguien tan joven y vibrante despertara en mí sentimientos tan intensos?
La culpa se mezclaba con la lujuria, y cada vez que pensaba en sus ojos brillantes, en la forma en que su cabello caía sobre su hombro, sentía que la razón se desvanecía. No podía dejar que esto me consumiera.
—Es solo una fase —me dije, intentando convencerme—. Esto pasará.
Pero en el fondo, sabía que no era tan simple. El deseo rompía las reglas, desdibujaba los límites, y yo me encontraba atrapado en un juego peligroso. La idea de perder a mi hijo por culpa de un error que no podía controlar me aterraba.
Decidí que necesitaba distraerme. Tal vez un poco de música, o un libro. Pero cada vez que intentaba concentrarme en otra cosa, su imagen volvía a invadirme, y con ella, la sensación de que el mundo que conocía se desmoronaba.
La noche se alargaba, y con ella, mis pensamientos se volvían más oscuros. ¿Cómo podría enfrentar la mañana sabiendo que había cruzado una línea que nunca debí siquiera considerar?
Me dejé caer de nuevo sobre la cama, sintiendo el acolchado suave contra mi piel, pero no podía encontrar consuelo. La oscuridad de la habitación parecía reflejar la confusión en mi mente. Cada sombra se convertía en un recordatorio de lo que estaba en juego.
**Recordé momentos pasados**, cuando mi hijo era pequeño y yo era su héroe. Aquellos días de risas, de aventuras compartidas, parecían tan lejanos ahora. ¿Cómo había llegado a este punto, donde la felicidad de mi hijo se entrelazaba con mis propios deseos prohibidos?
Me levanté y fui a la ventana. La luz de la luna iluminaba a la novia de mi hijo en el jardín, riendo con él en la terraza. La vi y sentí un vuelco. Ella era todo lo que él necesitaba: joven, vital, una energía que lo hacía brillar. Pero también era mi deseo, y esa contradicción me destrozaba.
La lucha interna se intensificó. Sus miradas cómplices me atraparon aún más. Era un juego peligroso, y yo estaba jugando con fuego. La mera posibilidad de algo más, incluso imaginado, me llenaba de ansiedad.
—No puedo hacer esto —susurré para mí mismo—. No puedo ser ese tipo de hombre.
Sin embargo, el deseo es un monstruo astuto. Se alimenta de la culpa y la prohibición, creciendo más fuerte con cada intento de resistirlo. **La atracción que sentía por ella era como un imán**, y me encontraba cada vez más cerca de su órbita, incapaz de alejarme.
Opté por buscar un escape, un método para liberar la tensión que me sujetaba el pecho. Salí de la habitación y bajé las escaleras, con la esperanza de que un poco de aire fresco me ayudaría a aclarar mis pensamientos.
Al abrir la puerta del jardín, el aire nocturno me golpeó con su frescura. El cielo estrellado me hizo sentir pequeño, insignificante ante la vastedad del universo. Pero en ese momento, no podía pensar en nada más que en ella.
—Debo ser fuerte —me dije—. Debo ser el padre que él necesita.
Pero, mientras observaba, la realidad se desvanecía. Mi conexión con ella se intensificaba, una burla del destino. En un momento de debilidad, sucumbí a la tentación de acercarme, de oír su risa, de sentir su energía.
**¿Qué pasaría si me dejaba llevar?** La idea me aterraba y me excitaba al mismo tiempo. Sabía que el deseo no se podía ignorar, pero también sabía que debía encontrar una forma de canalizarlo sin que afectara a mi hijo.
**La noche continuaba**, y con cada segundo que pasaba, la presión aumentaba. Tenía que decidir si dar un paso atrás o arriesgarlo todo por un deseo que podría destruir lo que más amaba. La batalla dentro de mí apenas comenzaba, y no sabía cómo terminaría.
**SERAPHINA**
Entré al dormitorio, cerrando la puerta detrás de mí con un suave clic que resonó en el silencio. Mi corazón latía con fuerza, y no podía evitar que mis pensamientos se agolparan en mi mente. ¿Cuánto más podría aguantar esta complicada situación?
Me senté en la cama, sintiendo la suavidad de las sábanas contra mi piel, pero mi mente estaba lejos de la comodidad que me ofrecía el lugar. La verdad era innegable: me sentía increíblemente atraída por el padre de mi novio. Era un hombre de apariencia joven y guapo, y no solo eso; tenía ese aire de madurez que lo hacía aún más irresistible. —Me estoy volviendo loca, ¿cómo pude meterme en la cama de mi suegro? Definitivamente, estoy frita.
Su sonrisa, la mezcla de sabiduría y alegría en sus ojos, me dejaba sin aliento. Me volvía loca. Verlo desataba pensamientos prohibidos.
Su atracción era magnética, un abismo tentador. Cada mirada, cada roce, desvanecía el mundo; solo existíamos él y yo en una suspensión del tiempo. Su voz, un susurro grave, era música prohibida que enredaba mis sentidos. Sabía que acercarme más era jugar con fuego, pero la quemadura, la promesa de consumirme por completo, era demasiado seductora para resistirme.
Él era el pecado personificado, y yo, una Eva moderna, mordiendo la manzana con deleite. El universo entero se reducía a la distancia entre nuestros labios, un hilo invisible cargado de electricidad. Cada fibra de mi ser anhelaba romper esa barrera, entregarme al torbellino de su presencia, perderme en la inmensidad de sus ojos oscuros.
Sabía que después no habría vuelta atrás, que este encuentro marcaría un antes y un después en mi existencia, pero la razón se ahogaba en el océano de deseo que él despertaba en mí.
Pero la realidad era que estaba aquí por su hijo. Tenía que recordarlo. Tenía que mantenerme enfocada en lo que era correcto. ¿Era posible que esta atracción fuera solo una fase pasajera, o había algo más profundo en ello?
La frustración me invadía, haciéndose más densa con cada segundo que pasaba. Deslicé una mano temblorosa por mi cabello, sintiendo su textura suave entre mis dedos, un reflejo de la tormenta que se desataba en mi interior. Mi intimidad, sensible y ávida, latía con una insistencia dolorosa, reclamando silenciosamente su presencia, anhelando desesperadamente su contacto. Era él, solo él, quien tenía el poder de despertar esta corriente de deseo que recorría cada centímetro de mi ser, un fuego que ardía con solo evocar su imagen en mi mente.
Su recuerdo era suficiente para encender la chispa, para desatar una vorágine de sensaciones que me consumían y me hacían suspirar por su cercanía, por la promesa de su piel contra la mía. Pensar en él era como arrojar leña a la hoguera, intensificando el calor hasta límites insoportables, hasta un punto en el que la única solución era rendirme a la necesidad imperiosa de sentirlo cerca.
—¿Qué estoy haciendo? —murmuré para mí misma, sintiendo el calor de mis mejillas.
La puerta estaba cerrada, pero la sensación de estar atrapada entre dos mundos me llenaba de ansiedad. Por un lado, estaba mi lealtad a su hijo, como su novia, y por el otro, una atracción irresistible hacia su padre, ese suegro candente. ¿Cómo podría explicarle esto a alguien? Era un lío emocional del que no sabía cómo salir.
Tomé una respiración profunda, tratando de calmarme. Necesitaba aclarar mis pensamientos. Tal vez, solo tal vez, podría encontrar una manera de manejar esta situación sin hacer daño a nadie.
La oscuridad nocturna se cernía sobre mí, y mientras observaba por la ventana hacia las estrellas, me percaté de que me encontraba en un trayecto peligroso. Sin embargo, la atracción era tan fuerte que no podía evitar sentirme viva. Era un dilema del que no sabía si quería escapar o abrazar. Adicionalmente, le di mi primera vez, ¡qué ingenua fui al confundirlo! Si me hubiera dado cuenta, no estuviera sufriendo en este triángulo amoroso.