**SERAPHINA** Cada tacto era una confirmación, cada caricia, un juramento. Él ya no me besaba solo la boca; su boca ardiente exploraba el hueco de mi cuello, dejando un rastro de fuego. —Eres mía —murmuró contra mi piel, su voz ronca y más cercana a una súplica que a una orden—. Tienes que recordarlo cuando estés cerca de él. Esa declaración me golpeó con la fuerza de una verdad negada durante mucho tiempo. El eco de mis deseos de hacía unos minutos se intensificó, con la urgencia de sentirme suya, de borrar la presencia del otro, de todo lo demás. Mis manos se deslizaron por la piel tensa de su espalda, mis uñas trazando una línea ascendente y descendente que hizo que él se estremeciera. El control que había exhibido en la puerta se estaba resquebrajando, revelando a un hombre al bord

