**STERLING** Sin embargo, cada vez que la escucho al otro lado del teléfono —cuando decido contestar, cuando su voz me dice “Sterling” con esa mezcla de ternura y reproche— me cuesta respirar. Porque ella no me amó por mi dinero. Me amó por error. Y en ese error, me vio como nadie más lo ha hecho. Pero el mundo laboral no permite grietas. Aquí soy el hombre que decide, no el que duda. Así que vuelvo a mis reuniones, a mis diseños, a mi agenda impecable. Y cada vez que ella llama, me obligo a recordar que el fuego también destruye. —Señor, la señorita Seraphina quiere hablar con usted. No ha dejado de llamar; esta es la cuarta llamada que se le niega. —Dile que estoy en una reunión. No puedo atender ahora. Mentira. Una más. Y cada vez que la pronuncio, me pesa más que la anterior.

