STERLING
Lo observé en silencio, calibrando cada palabra. No por falta de ideas, sino porque quería que las mías pesaran toneladas. Que se hundieran en su alma. Que hicieran el trabajo de demolición que él no se atrevía a hacer.
—Entonces déjala —dije, sin levantar la voz. Mis palabras eran frías, lógicas, despojadas de toda emoción paternal—. Y busca otra que sí te haga feliz. Alguien que sepa apreciar lo que ofreces, alguien que no tenga la mirada perdida en otro horizonte.
Thayer parpadeó, sus ojos se movieron rápidamente, casi como si buscara una salida invisible en el aire. Un tic nervioso agitó su ceja izquierda, un gesto que lo traicionaba cada vez que algo lo descolocaba. Era como si la simplicidad brutal de mi consejo le hubiera golpeado en el pecho con la fuerza de un martillo
