CAPÍTULO 8

1077 Words
Desde el jardín hasta el último rincón del palacio se podía notar el evidente abandono. En ese descuidado y sucio lugar no había ninguna persona y, con el alma rota tras encontrar en la cocina lo que Ebba había descrito, y por haber visto con sus propios ojos la cuna de esa pequeña niña que debió cuidar mucho mejor, Ephraim sintió ganas de golpearse. Una sola cosa le había suplicado su hermano antes de morir ejecutado por un montón de gente idiota con la que Ephraim se había asociado por imbécil. Sin haber sido resentido ni por su hermano ni su cuñada, el ahora rey de Tassia prometió que velaría el resto de su vida por esos pequeños y, ahora, gracias a su esposa, a quién también tenía abandonada a su suerte, pudo evitar un arrepentimiento mucho más grande. Pensando en lo imbécil que había sido, y recordando cómo se enteró de una facción imperialista que se formó sin que él se diera cuenta, y que lo apoyaba a él como gobernante de Tassia, había inculpado a su hermano de cosas atroces que le costaron mucho más que su derecho al trono, le costó la vida y la vida de su amada esposa, además de tener que irse de esta vida, aún sin culpa alguna, dejando atrás a tres pequeños que no podría proteger. Aquella vez, Ephraim Cyril lloró de impotencia, a los pies de su amado hermano, y le prometió que cuidaría a ese trío, que los amaría y protegería de todo el mundo, le prometió que se convertiría en un gran rey para crear un imperio digno de sus sobrinos a quienes, con gusto, convertiría en sus sucesores; y ahora estaba ahí, suplicando perdón por lo que pudo haber pasado gracias a su descuido. —¿Cómo es que no te diste cuenta de que nadie trabaja aquí? —preguntó entre dientes el rey de Tassia, temblando de rabia—. ¡¿Cómo demonios pasó todo esto?! Elijah Vise no pudo responder, no tenía esa respuesta tampoco, y le dolía tanto como a Ephraim todo lo que estaba pasando por su descuido. —Cometí un pecado mortal —dijo el primer ministro de Tassia, arrodillándose y conteniendo el llanto—, con gusto ofreceré mi cabeza, si eso le da paz al corazón de su majestad. Ephraim Cyril negó con la cabeza, a él de nada le serviría que su mejor amigo, y mano derecha, perdiera la cabeza; por el contrario, necesitaba que ese hombre le ayudara a investigar en qué era en lo que estaban fallando para poderlo remediar, porque era evidente que había muchas cosas mal en su gestión como gobernante de ese reino que, a decir verdad, desconocía del todo. —Vas a quedarte aquí hasta que alguien aparezca —ordenó Ephraim, sintiendo la impotencia recorrerle completo—, luego de eso quiero saber cuándo renunció el resto y por qué no te diste cuenta de nada. Elijah asintió, sin ser capaz de pronunciar ni media palabra, porque el nudo en su garganta se lo impedía. Ese hombre tenía en claro que se había equivocado al confiar sus deberes a otras personas, pero, siendo franco, no podía hacerlo todo por sí mismo; por eso, teniendo siempre en cuenta el sabio consejo de su padre, el anterior primer ministro del reino de Tassia, decidió delegar. Pero haber delegado no había sido su gran error, en lo que él se había equivocado fue poner su confianza en las personas inadecuadas, y por eso se arrepentiría toda la vida, pues, justo en ese momento, incluso se cuestionaba si estaba realmente preparado para el puesto que ocupaba, y en el que continuaba fallando una y otra vez. Fueron solo dos días, días que se sintieron como una bendición, porque de ese modo ese hombre pudo pensar en demasiadas cosas y poner un orden en su mente, llegando así a una conclusión, la que él esperaba fuera una buena solución. ** —Tres de tres —murmuró Ephraim luego de recibir el resultado de la investigación sobre lo que había ocurrido en el palacio en que deberían estar cuidando a sus sobrinos como si ellos fueran lo más importante del mundo—. ¿En qué rayos están pensando esa mujer y su familia? Elijah negó con la cabeza, no tenía la respuesta a la pregunta que su señor hacía, pero había algo que tenía bien en claro, y eso era que no le podían permitir ninguna más a esa mujer, como su rey la llamaba. » Consigue los testimonios —ordenó el hombre más poderoso de Tassia—, diles que, si confiesan la verdad, podrán irse de aquí con vida y el suficiente dinero para regresar a sus casas… al que no quiera hablar, córtale la cabeza. El primer ministro de Tassia asintió, también creía que era la mejor opción porque, definitivamente, no necesitaban a semejante mujer en el poder; aunque una cosa era indudable, y esa era que ella tenía la habilidad de un líder, de otra forma no habría puesto a todos los sirvientes de tres palacios su lado cuando aún no era seguro que ella fuera a ser la próxima reina de Tassia. El nombre de ella era Nella Zittel, la hija menor del conde Zittel, uno de los más grandes contribuyentes del reino y el cerebro detrás del complot que logró que el anterior príncipe heredero y su esposa fueran asesinados por traición al reino. El conde Zittel era la persona más influyente del consejo de ancianos, y quien manipulaba todo detrás del nuevo e inexperto rey. Ese hombre, que había logrado que su primogénito se convirtiera en el líder de la guardia de ese reino, tenía en mente convertirse en la persona más importante de Tassia, y para ello necesitaba que su hija se casara con el próximo rey, pero no había logrado casarla con el príncipe heredero, así que se deshizo de él y ahora pretendía casarla con el nuevo rey. Sin embargo, las negociaciones aún no se habían hecho, nada era oficial entre ellos y, ahora, que habían puesto en riesgo la vida, no solo de su primera esposa, sino también de sus sobrinos, y que estaba imposibilitando que su primera reina fuera tratada como debía tratarse a la familia real, Ephraim no podía seguir haciendo como si nada pasara. Nella Zittel y su familia pagarían por atentar contra la familia real, y les costaría demasiado caro.
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