Una mujer rubia de ojos claros entró, sin siquiera anunciarse y seguida por un montón de nobles y soldados, en un palacio que, debido a las mil cosas que tenían Ephraim y Elijah en la cabeza, continuaba sin custodios.
—Definitivamente es un lugar digno de ti —soltó a manera de burla la rubia, cuando encontró a Ebba en la cocina, terminando de limpiar los trastes de la comida—, una mujer como tú, tan indigna de ser reina, no debería ser tratada con respeto, por eso estoy feliz de verte así, como la sirvienta que eres.
Ebba no dijo nada, ella ni siquiera conocía a esa mujer que, al parecer, iba dispuesta a pelear con ella. Lo que la rubia no sabía era que, a Ebba, en realidad no le interesaba como la viera ella o nadie en el reino porque, para la mujer que ahora habitaba en el cuerpo de la primera reina de Tassia, hacer tareas domésticas no era algo denigrante, por el contrario, era algo completamente normal.
En su mundo original, no había mujer que no supiera de quehaceres, y la mayoría, aun cuando eran parte de la fuerza laboral de sus países, eran amas de casa, a veces atendiendo a sus familias, a veces en esos hogares de soltera que gustosas disfrutaban, como había sido su caso antes de morir.
» ¿No vas a defenderte? —preguntó Nella Zittel, un tanto incómoda por la nula respuesta de quien ella intentaba provocar para poderla acusar de herirla luego de que ella reaccionara como una bestia salvaje, tal como ella, y medio reino, percibían a Ebba Aethel, porque su facción jamás la consideraría una Cyril—. ¿Acaso no tienes orgullo?
—Lo que tengo son modales —respondió la azabache, apartando sus ojos cafés de esa mujer y todos los que la acompañaban y se burlaban de ella en su cara—, cosa de lo que veo carecen tú y tus acompañantes.
—¿Cómo te atreves? —preguntó un hombre, también rubio, alto y fornido, desenvainando su espada y apuntando al rostro de la joven extranjera—. ¿A caso no sabes con quién estás hablando?
—No —respondió Ebba, apartando con su mano la espada que la apuntaba, terminando herida debido a que el joven caballero no cedía en fuerza, comenzando a sangrar y complaciendo al rubio de apellido, también, Zittel—. No sé quién es ella, pero sé quién soy yo. Soy la primera reina de Tassia, a quien esa mujer, junto con todos sus acompañantes, le faltó al respeto, y a quien apuntaste y heriste con una espada.
Dicho eso, de la nada aparentemente, aparecieron Ephraim Cyril, Elijah Vise y la guardia personal del rey, esa que era la única que no estaba al mando del capital Lurot Zittel, hermano mayor de Nella y primogénito del conde Zittel.
—Por el cargo de ofensa y daño a la familia imperial, el capitán Lurot Zittel será arrestado y puesto bajo investigación —declaró Elijah Vise, primer ministro de Tassia—, igual que la señorita Nella Zittel, cuyos cargos son conspiración en contra de la familia real e intento de homicidio contra la primera reina del reino de Tassia y contra los príncipes Suoh y Noah al convocar a los sirvientes del palacio real para dañar a los miembros de la familia real.
El par de hermanos, de apellido Zittel, se miraron confundidos, mientras el resto de sus acompañantes los miraban horrorizados pues, definitivamente, haberse puesto del lado de esa familia, les iba a costar muy caro, o eso era lo que comenzaba a parecer.
—¡Majestad! —gritó la rubia, desesperada al ver cómo los guardias sometían a su hermano mayor, y cómo comenzaban a amagar a todos sus acompañantes—. ¿Por qué me hace esto, majestad? Nosotros nos vamos a casar.
—¿Quién se casará contigo? —preguntó Ephraim, con la voz firme y en una actitud tan fría que Nella sintió como si un valde de agua helada le cayera encima—. Nunca te he ofrecido matrimonio, y jamás acepté la propuesta de tu padre de convertirte en mi reina, así que, ¿de dónde sacas que nos vamos a casar?
Ni bien terminó de hablar el rey de Tassia, el resto de convocados por la princesa de Zittel se tiraron al piso rogando el perdón de su majestad; pero Ephraim no tenía ganas de perdonar a nadie, mucho menos cuando sospechaba que toda esa gente había participado en la muerte de su hermano mayor, aunque no estuviera seguro de quién había sido el cerebro detrás desemejante horror.
—Conspiró contra la reina para que no fuera atendida de camino aquí, lo que la mantuvo en cama, gravemente enferma, por semanas —comenzó a enumerar Elijah una vez que el rey de Tassia ordenó que leyeran sus crímenes delante de todos los que se encontraban en ese lugar—, conspiró para que los sirvientes del palacio de la reina no le dieran atención y para que no se pudieran contratar sirvientes prometiéndoles un puesto que no les podría dar, porque jamás será la reina, como presumió; y conspiró para que los príncipes Suoh y Noah fueran abandonados por sus sirvientes, provocando daño a su salud física y emocional; y, como si eso no fuera suficiente, convocó a los hijos de importantes familias nobles para amedrentar y dañar a la primera reina, la reina Ebba Cyril.
—Ellos ya no son príncipes —alegó Nella, con la voz temblorosa, intentando deshacerse de uno de todos esos horribles cargos que la harían terminar, de bajito, mutilada y exiliada junto a toda su familia.
—Eina —dijo una vocecita, entrando a la cocina para sorprenderse al ver tante gente, sobre todo cuando la mayoría parecían molestos, por eso corrió a abrazarse a la falda de la mujer que llamaba Eina por no poder pronunciar la letra R—, bebé depetó.
Ebba, sin decir nada, sonriendo al pequeño que la abrazaba temeroso, se inclinó para tomarlo en brazos y levantarlo con su mano que no estaba herida, entonces el niño se abrazó a su cuello y ella besó su cabeza.
—Vamos por Noah —dijo la reina, sonriendo al saberse, al fin, cuidada por ese hombre.
—Deja que vaya Elijah —pidió Ephraim, deteniendo los pasos de la menuda joven que continuaba sosteniendo con fuerza su falda para detener un poco el sangrado de su mano—, necesitas ser atendida pronto, así que, por ahora, vayamos a mi palacio.
» Elijah —habló el gobernante de Tassia para su mano derecha—, trae a Noah al carruaje, y asegúrate de llevar suficiente ropa para ambos príncipes porque, aunque no se ha hecho oficial, creo que es el momento de anunciar que mi esposa y yo registraremos a los príncies Teoh, Suoh y Noah como hijos nuestros.
Tal declaración logró que una rubia de ojos claros perdiera la consciencia, porque ahora sí que no tenía salvación, y porque se había encargado de arrastrar consigo a tanta gente que definitivamente su familia tendría muchos problemas, no solo con el rey, quien acabaría gustoso con ellos, sino con el resto de familias antimperialistas que harían todo, incluso darles la espalda, por defender a sus amados hijos que, esa noche, habían sido detenidos con ella, cometiendo el horrible crimen de traición a la familia real y daño a uno de sus miembros.