CAPÍTULO 3

1062 Words
Abrió los ojos luego de lo que se sintió como una terrible pesadilla, entonces miró a su alrededor con cuidado y con desconcierto para terminar en suspirar y cerrar los ojos segura de que la pesadilla no había terminado aún. Se quiso remover un poco, sintiendo el cuerpo dolorido y pesado, pero no detectó que le doliera nada más que los huesos, músculos y, tal vez, un poco la cabeza. La azabache respiró profundo y, tomando aire y valor, abrió los ojos de nuevo y de nuevo desconoció el techo que se develaba sobre ella. El techo era altísimo y de un blanco puro, decorado con unas cuantas líneas doradas que lo hacían destellar con la luz que entraba por los enormes ventanales de la enorme habitación en que yacía en una, enorme también, cama. —¿Qué rayos? —preguntó en voz baja, porque no le salió nada más, y terminó por toser debido al esfuerzo que le supuso a su garganta pronunciar dos simples palabras. —Estás despierta —musitó en voz baja un hombre de cabello castaño y ojos azules, acercándose a ella tras escucharla pronunciar algo y toser demasiado—, ¿cómo te sientes? ¿algo te duele? La joven azabache, que desde que abrió los ojos miraba perpleja todo a su alrededor, posó sus cafés ojos en el sujeto que la llamó de repente, porque en esa habitación no había nadie más, así que era claro que sus preguntas se dirigían a ella. La menuda chica quiso responder, pero nada salió de su garganta, solo sintió otro montón de arañazos que la provocaron toser hasta casi vomitar, entonces, sintiendo dolor en su garganta y pecho, por la falta de aire, dedujo que no era un sueño en donde estaba, y terminó llorando, seguramente por la confusión. Ephraim comenzó a gritar por un médico, y luego de un rato entró un hombre que se encontró a la chica sollozando, con la mirada fija en un punto y evidentemente cansada y angustiada. El médico la revisó, le dio una amarga medicina que, quizá por inercia, la chica bebió para luego sentir mucho sueño. » ¿Qué pasó? —preguntó el monarca, hablando para el médico, pero sin apartar la mirada de esa joven que, de nuevo, dormía tranquilamente. —Debió ser un ataque de nervios, tal vez por la confusión de despertar en un lugar desconocido, o tal vez por lo que haya tenido que vivir de camino aquí —respondió el hombre que recibió la confusa mirada de su rey. Ese hombre de medicina, desde algunos años atrás, cuando comenzó a hablarse sobre emociones, había ganado una fascinación por el tema y ahora era casi un experto en lo poco se sabía. Sí, él era un hombre de ciencia, por la medicina había experimentado tanto que había tenido que sacrificar a unos cuantos, casi siempre vagabundos, pobres moribundos o malhechores y criminales, y aun así no encontró respuesta a todo lo que le intrigaba de la salud humana, por eso dedujo que había en el cuerpo más que solo cuerpo, y lo comenzó a investigar con afán. —¿Qué significa eso? —preguntó un hombre que, para ser completamente franco, nunca se interesó por la medicina, pues el rey de Tassia era más bien del tipo supersticioso; de hecho, su respuesta a salvar a esa joven había sido más por miedo a una maldición que por ser buena persona. —Significa que estaba confundida y no supo reaccionar —explicó el médico, mirando a un joven hombre que, ansioso, esperaba su respuesta—. Es probable que, la próxima vez que despierte, pueda hablar con ella. Le di algo para tranquilizarse, por eso duerme ahora. Ephraim Cyril solo asintió, miró de nuevo a la chica y rezó para que lo que el médico pronosticaba resultara verdad; y así fue, casi un día después, Ebba Aethel abrió los ojos, en la penumbra de una habitación comenzando a clarear con la luz del nuevo día; y lloró, de nuevo, pero esta vez en silencio, tan silencio que no despertó al hombre que a su lado dormía. La azabache no entendía qué ocurría, pero todo parecía una horrible pesadilla de la que no podía despertar, es decir, por qué rayos estaría en un lugar que reconocía de algún cuadro de algún museo; además, si su memoria no fallaba, cuando despertó antes desconoció su reflejo en el espejo. Eso había sido lo peor de todo. Ni siquiera saberse en un lugar desconocido y rodeada por gente que no conocía le desconcertó tanto como saber que esa imagen desconocida en un espejo era la suya. Con calma, y sintiendo doler cada parte de su cuerpo que movía, la chica se puso en pie y caminó hasta el espejo, constatando que era ella a quien veía en el reflector, y aun así desconoció hasta ese cabello n***o azabache que era similar al de su infancia. La del reflejo era ella, estaba segura de ello a pesar de que no lo entendía del todo; es decir, a lo mucho, la joven en el espejo tendría veinte años, y ella recordaba, un par de semanas atrás, haber cumplido veintinueve. Entonces, por qué era más pequeña ahora, por qué su piel era diferente y dónde rayos estaban sus ojos verdes. Mirando al espejo, moviéndose con calma y tocando cada parte de su cuerpo que sus ojos observaban en el reflejo, la azabache terminó llorando, ya no aterrada, pero sí muy confundida y, sobre todo, asustada. —¿Estás bien? —preguntó Ephraim, que despertó cuando la joven se levantó de la cama, pero, intentando no asustarla, no dijo nada y solo la observó caminar como poseída hasta el espejo y luego mirarse y llorar. —Yo… morí —dijo la chica y el hombre se quedó sin aire—… Estaba muerta, lo sé. —Estuviste casi muerta —corrigió el rey de Tassia—, pero, afortunadamente, sobreviviste luego de mucho esfuerzo. Gracias por vivir, Ebba Aethel, primera reina de Tassia y esposa de jim, Ephraim Cyril. La azabache miró al hombre, de tal vez treinta años, con incredulidad. Esos nombres, que más parecían estornudos que palabras, no podían ser de verdad; pero, al mirar de nuevo su reflejo lloró de nuevo, segura de que estaba atrapada en una realidad desconocida y, posiblemente, peligrosa.
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