Teoh abrió los ojos al escuchar una risa subir y bajar de volumen mientras pisadas resonaban en el pasillo afuera de su habitación y, tras sonreír con pesar al recordar algo que le dolía ya no tener, se limpió las lágrimas, dejó la cama y se dirigió al lugar que le mostraba algo que amaba ver a pesar de lo mucho que le dolía.
Y es que la risa del menor de sus hermanos desaparecía parte de sus peores miedos, aunque una parte muy pequeña, por eso no pudo sonreír cuando vio a una desconocida mujer atrapar a ese niño que, feliz y divertido, corría por el pasillo aún en pijama.
—¡ Hemano Teoh! —gritó Suoh al ver a su hermano mayor aparecer frente a él, entonces Ebba puso en el piso al pequeño que abrazaba y el segundo príncipe corrió a los brazos de ese a quien mencionó.
El mencionado hizo lo que la primera reina hubiera hecho antes, alzar al niño en brazos y abrazarlo con mucho amor, entonces, sin poder evitarlo, de nuevo dejó correr un par de lágrimas.
Para ese chiquillo era de verdad doloroso darse cuenta de que la hermosa familia que amaba, y que tanto añoraba, no estaría nunca más.
Ebba, que conocía el nombre del primer príncipe de esa tierra, y que lo veía por primera vez en su vida, lo miró enternecida y se abrazó a sí misma al empatizar con ese sentimiento de pérdida que se reflejaba en los ojos de ese jovencito.
Ella también recordaba a gente que no volvería a ver jamás, porque estaba completamente segura de haber muerto en su vida anterior, y lo había hecho sin despedirse de toda esa gente que amó y la amó.
Teoh, por su parte, al notar el evidente dolor de esa mujer, sintió como si tuviera el permiso de que su dolor tuviera también una voz, por eso no solo dejó correr sus lágrimas, sino que comenzó a sollozar provocando una inmensa compasión en la mujer que lo veía y quien, sin saber por qué, se apresuró a abrazar al hermano mayor de dos príncipes que quería demasiado y a quienes había prometido proteger cuando los encontró tan descuidados.
A lo lejos, pero no tan lejos, en realidad, Ephraim vio cómo su esposa lagrimeaba al abrazar a un completo desconocido, y cómo ese desconocido para ella se abrazaba a la mujer que tampoco conocía como si solo ellos entendieran bien un dolor que, definitivamente, no compartían.
Fueron un par de minutos, a penas, pero la conexión que se creó entre ellos fue tan intensa que Teoh no quería soltar a esa mujer que, por alguna extraña razón, no dejaba de sentir como un ángel que sus padres habían enviado para consolarlo, para ayudarlo, a él y a sus hermanos, y para hacerlos felices de nuevo.
Porque, aunque el dolor de no tener a sus padres era tan intenso, él tenía ganas de seguir adelante y poder sonreír un día de nuevo, y deseaba lo mismo para sus hermanos; quizá por eso esa desconocida le parecía tan especial, porque había logrado lo que él no había podido hacer todavía: que sus dos hermanos sonrieran plenamente, se sintieran seguros y amados.
Durante el desayuno, luego de que todos se tranquilizaran, porque con el llanto de Teoh también Suoh y Noah lloraron, todos bajaron a la cocina y desayunaron esas extrañas y deliciosas comidas que Ebba había enseñado a los cocineros reales cómo preparar, porque la comida que ella sabía hacer era cien veces mejor, en sabor, en calidad y en nutrientes, que lo que en ese lugar hacían.
En ese desayuno, mientras Ephraim ponía al día al mayor de sus sobrinos con los últimos sucesos ocurridos dentro de los muros del palacio, hablaron de muchas cosas, todos, incluso el casi adolescente mencionó un par de temas que le causaban inquietud.
—¿No hay otra manera? —preguntó Teoh luego de escuchar la decisión de su tío de registrarlos formalmente como hijos de ellos dos, para así, según él, poderlos proteger legítimamente.
Y es que, aunque el cerebro de ese príncipe entendía perfectamente bien que tanto él como sus hermanos aún eran niños que necesitaban protección, su corazón se negaba a aceptar que sus hermanos y él dejarían de ser hijos de sus amados padres.
—Lo lamento —dijo Ephraim al momento que negaba con la cabeza—. Ellos se valdrán de cualquier cosa para hacerles daño, y de verdad no hay otra manera en que yo tenga el derecho de cuidarlos a ti y a ellos.
—Igual no es la solución definitiva —refutó Teoh, que desesperadamente continuaba buscando una forma de no deber tener una nueva madre, ni otro padre, tampoco—. Si la reina y tú tienen un hijo, esto se va a repetir. Tal vez, incluso ustedes…
—Pero nosotros no vamos a tener ningún hijo —resolvió la reina, con calma, mientras alimentaba con una papilla de verduras a la pequeña en sus piernas, interrumpiendo lo que ese jovencito ni siquiera se atrevió a decir—. La gente de este reino me odia tanto por mi origen que, definitivamente, no verán con buenos ojos un sucesor de mi parte.
Teoh no dijo nada, como tampoco dijo nada Ephraim, quien, definitivamente, se sintió un tanto decepcionado de la resolución con que esa mujer habló, y con la que continuaría hablando, pues ella tenía bien claro cuál era su posición y todo lo que arriesgaría un hijo con su sangre en semejante lugar.
» Con suerte convencerán a tu tío de que tome una nueva reina, una a la que sí le aceptarán un sucesor, y yo tendré vía libre para tomarlos a ustedes tres y llevarlos lejos de aquí —terminó diciendo la reina, sonriendo al par que la escuchaban luego de también limpiar el rostro de Suoh, quien aún no comía tan diligentemente, por eso terminaba bastante sucio siempre.
—Yo no tomaré ninguna reina más —resopló claro el rey de Tassia—, ya el hecho de que haya dos príncipes se podría tornar difícil, a pesar de lo mucho que se amen, así que no añadiré posibilidades de daños a esta situación. Así que —continuó hablando el monarca, poniendo la vista en el mayor de sus sobrinos luego de dejar de mirar a su esposa—, no tengas miedo de perder tu lugar, porque, de todas formas, ser el príncipe heredero era tu destino luego de nacer.
Teoh volvió a guardar silencio, porque, aun si terminaba creyendo en las palabras de ese par de monarcas, que se notaba a leguas que solo querían lo mejor para ellos tres, definitivamente seguía sin querer soltar lo único que tenía de sus padres ahora: el ser su hijo.
Ebba entendía eso, Ephraim también, fue por eso por lo que ambos adultos decidieron darle tiempo al príncipe de pensarlo, porque, aunque estaban convencidos de que convertirlos en sus hijos era lo mejor, y se aferrarían a que eso sucediera, no querían que el jovencito se sintiera forzado o, mucho menos, agredido por ellos al convertirlo en el hijo de dos personas que no eran sus verdaderos padres, aunque pretendieran amarlo de la misma forma que lo hicieron ellos en vida.