Treinta años antes… —¡Madre! ¡Ayúdame! —¿Qué puedes pedirle a ella? ¿Piensas que le importa?—preguntó su padre para luego soltarle una bofetada que lo lanzó al suelo—. ¿Qué puede hacer Dimar? Nada, tu pequeña rata tuviste mala suerte. La madre que te ha tocado no es más que una zorra débil que soluciona todo llorando. Sus mejillas estaban rojas del llanto y la mano de su padre se había quedado grabada en su rostro como un tatuaje, rojo y ardiente. Sus ojos verdes parecían dos esmeraldas brillantes, pero aquel brillo era provocado por el miedo y el dolor, pues las lágrimas amenazaban por correr en su rostro. No tenía más de seis años. Con ayuda de sus piernas se arrastró contra la pared y enterró su cabeza entre en medio de ellas. Deseando que eso le ayudara a escapar de las garras

