CAP 1, ep 3: EIDGEN

1584 Words
“El Proyecto Neonexus fracasó ante los ojos del mundo, pero el verdadero experimento nunca terminó: siguió latiendo, en silencio, dentro de un corazón humano.” Año 2066. Dieciocho años después del incidente en el Refugio. La ciudad de Eidgen, una de las últimas urbes habitables del hemisferio norte, se alzaba como un espejismo metálico en medio del hielo perpetuo. Cúpulas térmicas de neopolímero cubrían los distritos principales, atrapando el calor y filtrando el aire. El cielo tenía un tono azul pálido, casi blanco, y en él danzaban las estelas de los drones de transporte, como cometas en un invierno eterno. Adrian Venz despertó antes del amanecer, el reloj holográfico del techo marcaba las 06:04 cuando se incorporó lentamente, con el cuerpo cansado y los ojos hundidos de un hombre que cargaba con más recuerdos que años. Sobre la mesa, una vieja fotografía -borrada por el tiempo y el fuego- mostraba una silueta femenina con una bata blanca, Elara. Su nombre todavía le dolía al pronunciarlo, aunque hacía dieciocho años que nadie lo oía decir. Caminó hacia la habitación contigua en la que Kai dormía, respirando pausadamente, envuelto en un campo térmico azul que oscilaba con cada exhalación. A veces, cuando lo veía dormir, Adrian no podía evitar preguntarse si aquella quietud era humana o un silencio contenido por algo mucho más grande. Kai tenía dieciocho años ese día, su cumpleaños. Adrian lo observó unos segundos más y murmuró, apenas audible: -Felices dieciocho, hijo. El joven se movió, girando sobre la cama, y entre sueños respondió con una sonrisa leve: -Gracias, papá. Adrian se congeló. Nunca dejaba de sorprenderlo lo intuitivo que era, parecía escuchar pensamientos, como si las palabras flotaran en el aire antes de ser dichas. Pero lo ignoró. Siempre lo hacía. En Eidgen, los inviernos nunca terminaban, las calles eran corredores de vidrio reforzado que conectaban cúpulas calefactadas, con túneles subterráneos que servían como avenidas. La gente se desplazaba con trajes térmicos fotónicos, capaces de absorber radiación solar y redistribuirla en el cuerpo. La comida se sintetizaba en laboratorios: sidra sintética, carne replicada, oxígeno destilado. Todo olía a metal limpio y ozono. Y en el corazón de Eidgen, se encontraba el instituto Novagene, donde estudiaba Kai, una de las instituciones más avanzadas en bioingeniería y adaptación humana de todo el hemisferio norte. Financiada por los remanentes de la Unión Global del Norte, su propósito era encontrar una forma estable de vida que soportara el descenso térmico… sin repetir los errores del pasado. Kai no lo sabía, pero había caminado toda su vida dentro del eco de los mismos experimentos que su madre inició. Sus compañeros lo veían como un chico callado, brillante y extraño, era amable, sí, pero muy reservado, sus amigos podian ser contados con los dedos de una mano. Sus notas en genética aplicada y fisiología avanzada rozaban la perfección, aunque él solía minimizarlo con una sonrisa tímida. Ese día, al salir de su habitación, lo esperaba su padre con una bebida caliente. -Pensé que te gustaría empezar el día con algo especial - dijo Adrian, sosteniendo dos vasos de sidra sintética. -Gracias, viejo -respondió Kai, tomando el vaso y mirando la superficie humeante-. Huele a laboratorio. -Es lo más parecido a una manzana que nos queda -bromeó él. Rieron. Fue un momento breve, casi incómodo, pero real, hacia mucho que no reían juntos. Adrian lo miró en silencio. A veces le parecía que en el rostro de Kai había algo que lo miraba de vuelta, una mirada demasiado profunda para su edad, no era miedo, sino un respeto callado, como quien vive junto a un milagro que no termina de entender. El cumpleaños del chico no era una gran fiesta, no se junto una gran multitud, solo Kai, su padre y cuatro amigos: Ronan, Lyra, Marek y Dante. Llegaron al mediodía, con los abrigos llenos de escarcha y el aliento formando cristales. -¡Feliz ciclo, Venz! -gritó Ronan, levantando una botella de sidra sintética. -¿Ciclo? -rió Lyra-. Es su cumpleaños, no una rotación solar. -Para este clima, es lo mismo -replicó Ronan-. Si sobrevives otro invierno, se celebra. Kai sonrió. Era el tipo de sonrisa sincera que nacía de quien valora los pequeños momentos. Comieron, brindaron y compartieron anécdotas sobre las simulaciones del instituto en las que Ronan, su mejor amigo desde los once años, era un genio técnico con un pasado difícil. -¿Cómo se siente cumplir dieciocho? -preguntó Ronan, mientras caminaban hacia la terraza superior. -Raro -respondió Kai-. Como si no perteneciera del todo aquí. -¿Aquí en Eidgen? -Aquí… en este mundo. Ronan lo miró con atención. -Siempre dices cosas así. ¿Te das cuenta? -Quizá solo pienso demasiado. -Sonrió Kai. Desde la terraza, la ciudad se extendía como una constelación invertida, luces bajo una cúpula de hielo, drones pasaban en silencio, y en la distancia, las torres de energía térmica brillaban como columnas divinas, era hermoso… y triste. Esa noche, cuando todos se habían ido, Kai y Adrian quedaron solos, sentados en el sofá, mientras el fuego eléctrico chispeaba en la esquina del refugio, proyectando sombras azules sobre sus rostros. -¿Sabías que hoy también se cumple el aniversario del incidente del Refugio Polar? -dijo Adrian, rompiendo el silencio. Kai asintió. -Lo mencionaron en el noticiario. -¿Y qué dijeron? -Lo de siempre -respondió con un dejo de rabia contenida-. Que la doctora Elara Cross fue una terrorista. Que liberó un virus experimental y condenó al planeta a la era del hielo. -¿Tú crees eso? -preguntó Adrian con voz baja. Kai lo pensó unos segundos. -No. No creo que alguien pueda destruir el mundo buscando salvarlo. Adrian bajó la mirada. Ese comentario lo atravesó como un cuchillo debido a que Kai, sin querer, acababa de describir a su madre mejor que nadie. Tomó un pequeño objeto de metal del cajón y lo dejó sobre la mesa. -Quiero que veas algo. Era una cápsula de datos, vieja, marcada con el símbolo de HelixCorp. -¿Qué es esto? -preguntó Kai. -Un archivo antiguo. Lo encontré hace años en los restos de un laboratorio. Mintió. Lo había conservado desde el día en que Elara se sacrificó. En cuanto activó el holograma, una figura femenina apareció entre interferencias. Su voz, suave pero firme, llenó la habitación: Archivo de video: fusión / entrada desconocida “Si estás viendo esto… significa que lograste sobrevivir. No sé quién eres, pero si llevas mi sangre… quiero que recuerdes que naciste de algo más que ciencia. Naciste del amor y aunque el mundo te señale como un error, recuerda: los errores también crean caminos nuevos. No busques redención. Busca propósito, porque si estás vivo, es por una razón que el frío aún no ha congelado.” La voz de la mujer se apagó al terminar el mensaje. Kai quedó inmóvil. No entendía por qué, pero sintió algo desgarrarse dentro de él, una emoción sin nombre, como si la voz de aquella mujer le hablara directamente al alma. -¿Quién… quién era ella? -preguntó, con los ojos humedecidos. Adrian lo miró largo rato, con el corazón en llamas, y mintió otra vez: -Solo alguien que creyó demasiado en la humanidad. Kai asintió, aunque su mirada seguía perdida en el punto donde el holograma había desaparecido, por un instante, juró haber sentido el eco de un abrazo. Al día siguiente, Eidgen despertó bajo una nevada densa. Kai y Ronan salieron temprano, caminando entre los pasillos de hielo sintético que unían las zonas residenciales con las plazas térmicas. El aire era limpio, casi transparente, pero cada respiración dolía. -¿Pensando en lo de anoche? -preguntó Ronan. Kai asintió. -Sí… esa grabación. No sé por qué, pero sentí que me hablaba a mí. -Quizás lo hacía -dijo su amigo-. O quizás solo necesitas creer que alguien allá afuera todavía lo haría. Kai sonrió, con melancolía. -Tal vez. Ronan lo observó de reojo. -Tú siempre fuiste distinto, Kai. No por lo que haces, sino por cómo miras el mundo. Como si lo entendieras… desde otro lugar. -¿Eso es malo? -No. Pero asusta. Caminaron entre la nieve mientras los hologramas de propaganda del gobierno titilaban sobre las fachadas: “El progreso vence al hielo. Confía en Novagene.” Debajo, gente cubierta de abrigos y máscaras intercambiaba cápsulas de calor, pequeñas unidades de energía personal. Niños jugaban en cubos de simulación climática, soñando con playas que ya no existían. Esa noche, Kai no podía dormir, subió al techo de su casa y se sentó bajo la cúpula térmica. El cielo estaba cubierto por auroras blancas que se movían lentamente, como un océano congelado. Cerró los ojos y habló al aire. -No sé quién eres… ni por qué siento que te conozco -susurró-. Pero si puedes oírme… dime qué se supone que debo hacer. El viento respondió con un murmullo bajo, un eco que solo él pareció escuchar. No eran palabras, sino una frecuencia, una vibración sutil que recorrió su piel. De pronto, las pantallas del reloj ambiental parpadearon, debido a que el sistema de localización del distrito mostró una notificación en rojo: “Masa desconocida acercándose”. Kai abrió los ojos. El reflejo de las luces heladas bailaba en su iris, como si algo antiguo despertara en su interior. A lo lejos, en un punto perdido entre montañas congeladas, una señal roja se encendió por primera vez en dieciocho años. Y en todo ese silencio inquietante, el neonexus se empezó a mover.
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