El sabor amargo de los recuerdos inundaba la mente de Rosie mientras el silencio de la cabaña la envolvía. Sus dedos tamborileaban distraídamente sobre la superficie de la mesa de madera envejecida, y la mirada perdida en la ventana reflejaba el torbellino de pensamientos que la acosaban.
Los fragmentos de memoria eran afilados y oscuros, hilos entrelazados de un pasado del que había escapado con la desesperación de un animal acorralado. No quería revivirlo, pero las sombras siempre encontraban la forma de arrastrarla de vuelta. El eco de una voz cruel, el resplandor metálico de un cuchillo, las promesas de dolor susurradas en la penumbra. La sangre cálida corriendo por su piel, el frío invadiendo sus huesos.
Un crujido desde el exterior la devolvió al presente, arrancándola de sus pensamientos. Instintivamente, se levantó y se acercó a la ventana, apartando la cortina con dedos temblorosos. Lo que vio la dejó sin aliento.
Kael estaba en el claro frente a la cabaña, rodeado por un grupo de hombres que lo observaban con respeto y expectativa. La luna llena bañaba el bosque con un resplandor fantasmal, realzando cada sombra y borde. La figura del Alfa era una silueta oscura y d*******e, una presencia que exigía obediencia con solo existir.
El hombre que parecía tan humano bajo el techo de la cabaña mostraba ahora su naturaleza salvaje. Kael llevaba el torso desnudo, cicatrices viejas y nuevas cruzaban su piel bronceada como marcas de guerra. Sus músculos tensos hablaban de una fuerza indomable, forjada a través de incontables batallas. Sus ojos dorados ardían con el fuego de un depredador nato, y una sonrisa peligrosa curvaba sus labios mientras se enfrentaba a otro hombre de complexión similar.
Los hombres a su alrededor se mantenían expectantes. No era una pelea de muerte, sino un enfrentamiento para reafirmar el dominio. Un ritual de la manada, una tradición grabada en sus huesos.
Kael y su oponente intercambiaron miradas antes de lanzarse el uno contra el otro. Rosie se quedó clavada en su sitio, incapaz de apartar la vista mientras observaba el despliegue brutal de fuerza y destreza. Kael se movía con la gracia de un depredador; sus golpes eran precisos, sus movimientos rápidos y letales. Un gruñido vibró en su garganta cuando esquivó un ataque y respondió con un impacto que resonó por el claro.
Rosie notó los detalles: la forma en que los músculos de Kael se tensaban con cada movimiento, la confianza que irradiaba incluso cuando estaba al borde de un golpe. Su oponente era fuerte, pero Kael era un cazador veterano, un guerrero que había enfrentado bestias peores que un simple desafío.
El enfrentamiento se intensificó, gruñidos y golpes llenando el aire mientras los hombres observaban sin intervenir. El oponente de Kael lanzó un ataque desesperado, y Kael lo detuvo con facilidad aplastante, sujetándolo por el cuello y forzándolo a someterse. Un silencio pesado se asentó mientras Kael mantenía la presión antes de soltarlo, dejando claro quién era el Alfa.
En un instante, cada uno se dejó llevar por el calor del momento y los efectos de la luna llena. Rosie miraba expectante: uñas convirtiéndose en garras, venas abultándose, brazos y piernas quebrándose mientras los huesos se reforzaban con capas de un grosor descomunal, alcanzando más del cuádruple de su tamaño original. Los dientes se alargaban en colmillos afilados, transformando a aquellos diez hombres y al mismo Kael en criaturas salvajes.
Los lobos aullaron en señal de respeto. Kael observó al derrotado con una mirada que contenía un extraño destello de respeto antes de apartarse. Su autoridad era incuestionable, su control absoluto.
Desde la ventana, Rosie sintió algo despertar en su interior, una mezcla de admiración y temor. Kael era más que un hombre, más que un lobo. Era un Alfa en toda la extensión de la palabra, y ella estaba atrapada en su territorio.
Kael giró la cabeza hacia la cabaña, sus ojos dorados conectando con los de Rosie a través del cristal empañado. La intensidad de su mirada la hizo retroceder un paso, el corazón latiéndole con fuerza.
Una cosa era clara: Kael era un peligro, pero quizás también la única protección real que le quedaba. Rosie apretó los labios, sus pensamientos entrelazados con la imagen de un monstruo de ojos fríos y manos despiadadas.
Pero esos eran recuerdos para otro momento. Ahora, el Alfa era quien debía temer... o quizás, en quien confiar.