El crepitar del fuego era el único sonido que llenaba el silencio entre ellos. Kael observaba a Rosie desde el otro lado de la pequeña cabaña, con los brazos cruzados sobre el pecho y una expresión inescrutable. Sus ojos dorados, fríos y calculadores, parecían perforarla, buscando respuestas que ella no estaba dispuesta a dar.
—Dime —su voz cortó el aire con una suavidad amenazante—. ¿De quién huías antes de que yo te encontrara?
Rosie no desvió la mirada. Había pasado demasiado tiempo siendo una presa asustada. Se enderezó, aunque el dolor aún latía en su cuerpo, y le sostuvo la mirada.
—Tú debes saberlo —replicó con un desafío teñido de ironía—. Tú me seguías, ¿no?
Kael enarcó una ceja; sus labios se curvaron en una media sonrisa.
—Corrías como si el diablo te pisara los talones. No soy un salvador por naturaleza, pero no podía ignorar la escena. Así que, pequeña loba, ¿quién te hizo correr así?
Rosie apretó los labios. Su mente era un torbellino de recuerdos que amenazaban con desbordarse: un grito, el dolor, las amenazas susurradas con voz familiar. Pero no estaba lista para compartirlos.
—¿Por qué preguntas si ya sabes la respuesta? —respondió, con una chispa desafiante en los ojos.
Kael la estudió un momento antes de inclinarse hacia ella. Su olor a bosque y tierra húmeda la envolvió.
—Humor sarcástico y evasivo. Interesante. Pero yo hago las preguntas aquí.
—¿Siempre eres tan arrogante? —lo interrumpió Rosie, sin retroceder.
Kael sonrió, divertido.
—¿Siempre eres tan difícil de interrogar?
—¿Interrogarías así a alguien que acaba de ser atacada? —replicó ella, ladeando la cabeza.
Él soltó un suspiro cargado de paciencia limitada. Sus ojos se volvieron más intensos.
—¿Siempre respondes con una pregunta?
—¿Siempre te importan tanto los secretos ajenos?
Un gruñido escapó de la garganta de Kael, bajo y amenazante. Rosie dio un paso atrás. Él notó el gesto y suavizó ligeramente su expresión, aunque su mirada seguía siendo cortante.
—Quieres saberlo todo de mí, pero aún no me dices quién eres… o qué eres —dijo, eligiendo cuidadosamente sus palabras—. Eres valiente... o muy terca. Pero si crees que puedo ayudarte sin saber a qué nos enfrentamos, estás equivocada.
Rosie respiró hondo, tratando de calmar sus pensamientos.
—No responderé hasta que tú también lo hagas —le dijo con firmeza.
Kael no respondió. La tensión se mantuvo en el aire como una cuerda tensa entre ambos. Él esperaba respuestas, pero Rosie no podía hablar de lo que había dejado atrás. De lo que aún la perseguía, incluso ahora, en la aparente seguridad de esa cabaña.
—No necesito tu ayuda de todas formas —dijo finalmente, con voz seca.
—¿Ah, no? —Kael volvió a cruzarse de brazos—. Porque desde donde estoy, parece que la necesitas más de lo que admites.
Rosie apartó la mirada, la mandíbula apretada. Las cicatrices más profundas eran las que más dolían. El silencio se alargó, tenso, hasta que Kael resopló con frustración.
—Te daré tiempo —anunció, con tono definitivo—. Pero si vuelves a invocar esa energía sin control, atraerás cosas mucho peores que yo.
Rosie abrió la boca para responder, pero Kael ya se había girado, sus pasos firmes resonando en la madera antes de desaparecer por la puerta. El frío del bosque se coló, dejando un aire tenso y pesado a su paso.
Rosie exhaló lentamente. Las sombras de su pasado eran un peso que se negaba a soltar.
Pero una cosa era segura: Kael no dejaría de buscar respuestas.
Y tal vez, solo tal vez, ella también empezaría a buscarlas.