CAPÍTULO UNO (EL ENCUENTRO)
Estaba a punto de subir al podio, me estaba graduando con honores en negocios y me tocaba dar el discurso de mi promoción. Más ansiosa que nerviosa, subí las escaleras con paso firme, una vez arriba, mi mirada recorrió el lugar en busca de mi padre. No lo he visto en mucho tiempo, pero, para mi decepción, no lo vi por ningún lugar. Suspiré con decepción y me concentré en el discurso. Una vez terminado, bajé y me reuní con todos.
— ¡Ianthe! — Escuché que me llamaba una voz autoritaria. Volteé emocionada al reconocer de quien se trataba.
Pegué un grito de felicidad —¡Padre, viniste!
—Es tu graduación de la universidad, no me la podía perder— Dijo y su tono de voz tenía dejes de orgullo, o quizás era la esperanza, haciendo presencia en mi mente. Me acerqué a él y lo abracé
—Agradezco tu presencia y apoyo constante
Lo vi fruncir el ceño —Debo estar, no tienes a nadie más.
Que dijera eso, fue un golpe bajo, pero sabía que mi constante búsqueda por su aprobación no iba a desaparecer, así que rápidamente, le resté importancia.
—Fui la mejor de mi promoción— dije tratando de sonar seria como él.
—Era lo mínimo que podías hacer, invertí mucho dinero en tu educación.
—Y siempre lo he agradecido. He sido La mejor en absolutamente todo— dije enojada, por primera vez en tantos años. Creo que esta vez, su actitud arrogante me ganó porque no pude disimular mi molestia.
—Vendrás conmigo a New York y mañana te presentarás en mi oficina a las diez de la mañana, debemos discutir unos asuntos importantes
—Claro padre— dije volviendo a recuperar mi sonrisa, porque esto significaba que iba a cumplir uno de mis sueños.
Él siempre me había dicho, que una vez graduada iba a trabajar con él, así que siempre traté de ser la mejor y lo fui. Que esa mañana, el me hablara con orgullo, definitivamente había valido la pena y no me importaba, que minutos después, haya sido bastante cruel conmigo.
Lo poco que había visto a mi padre en estos años, fue suficiente para saber que esta era su forma de ser y que yo ya no podía cambiarlo. Él era un tipo arrogante y altivo, con aires de grandeza que derrochaba miedo por su tono de voz serio y autoritario.
Tenía cinco años cuando su presencia y desprecio se hicieron presentes en mi vida. A pesar de que el muy jodido me envió a un internado en Suiza para “ser educada por quienes lo educaron a él”, yo igual buscaba su aprobación constante. Trataba de ser perfecta, la mejor de la clase porque algún día, quería ser como él. A pesar de todos mis esfuerzos, él jamás cambió su trato conmigo, pero yo quería creer que esa era su manera de demostrar amor. Confieso que uno de mis anhelos más grandes, era que me dijera que me quería.
De mi madre, recuerdo su amor constante y preocupación hacia mí. Que comiera, que me bañara, que jugara y saltara. Siempre me decía que debía ser feliz, que debía buscar la felicidad. Los pocos recuerdos que tenía de ella eran lo único que yo conocía del amor. Así que lo buscaba con desesperación, necesitaba experimentar ese sentimiento.
Esa misma tarde, después de almorzar luego de la graduación, nos fuimos a New York en su avión. Volver a esta ciudad, era un sueño para mí. Los grandes rascacielos, se podían perder con las nubes y la ajetreada ciudad, me revivía viejas memorias con mi madre.
La casa de mi padre era completamente desconocida para mí, a veces sentía que él me tenía oculta porque jamás me trajo aquí, así que oficialmente, esta era la primera vez que yo venía a este lugar. Estaba feliz. Esa noche, no dormí preparando la que sería mi presentación, puesto que imaginaba, que ésta sería mi entrevista de trabajo. Pero mayor fue mi sorpresa, cuando me miró serio y me dijo que había escogido un esposo para mí, que, si quería trabajar para él y tener un puesto en su empresa, debía casarme con quien él había escogido.
Solo asentí y me quedé callada. En este punto de mi vida, estúpidamente yo seguía buscando su aprobación y ésta, definitivamente, no era la excepción. Pero siendo sincera, no me quería casar y menos con un desconocido.
A los minutos después, entró imponente un hombre bastante alto y musculoso, con una cara de mala leche. Literalmente me quedé con la boca abierta, juro que jamás había visto a alguien así. Mi ropa interior, imaginariamente, se bajó ¿Cómo era posible esto? Mi padre me lo presentó como Dioniso. Y es que sí, definitivamente su nombre tenía que ser el de un dios.
Sus ojos eran hermosos, sí que lo eran, pero no pude sostenerle la mirada más de dos segundos.
—Dioniso, ella es mi hija Ianthe, tu prometida— dijo mi padre.
Él me escaneó de arriba abajo y asintió. Juro que quería morirme ¿Yo me iba a casar con este hombre? ¿Yo iba a ser la esposa de este hombre? Me tendió la mano y la estática hizo su trabajo apenas nos tocamos, fue algo realmente extraño, y él me dedicó media sonrisa.
—Dioniso Chatzis— dijo tendiéndome la mano —Tú y yo tenemos muchas cosas de qué hablar Ianthe.
Asentí, pero seguí muda, mi padre me regañó —Pero di algo por dios.
—No hace falta, ya tendremos mucho tiempo para hablar— dijo Dioniso.
Salimos juntos de la oficina de mi padre, los dos íbamos en silencio, hasta que él habló y solo fue para decirme que íbamos en su auto.
Quería preguntarle muchas cosas. Estaba tan intrigada del por qué él había aceptado este matrimonio. Tenía que ser una tonta como para no saber que las mujeres le llovían. Mi caso era más que obvio, lo hacía para complacer a mi padre, pero y el de él ¿cuál era?
Fuimos a un restaurante a unos diez minutos de la empresa de mi padre. La mesera fue demasiado descarada con él ¡carajo! iba a tener que aguantarme todo esto y sinceramente, no tenía ganas. Pidió por los dos y ni siquiera preguntó si yo había desayunado. No dije nada, pero tampoco toqué la comida.
— ¿No piensas comer? — preguntó
Negué —Ya desayuné.
— ¿Sabes cuántos niños mueren en África por desnutrición y tú piensas dejar la comida?
—Eso tenías que haberlo pensado tú antes de pedir por mí. Al menos tenías que haberme preguntado ¿No crees?
Asintió —En eso te doy la razón. Pero ya está hecho. Así que ahora come.
—Ya comí— dije retándolo.
—Ya admití mi error. Nos vamos a casar así que apóyame en esto y cómete la comida por favor.
—Una cosa no tiene nada que ver con la otra.
—Se supone que los esposos se apoyan en todo. Deberías empezar por esto.
Negué y él suspiró frustrado —Estoy perdiendo la poca paciencia que tengo así que, por favor, cómete la maldita comida.
—Soy vegana Dioniso. No como nada de origen animal.
Me miró sorprendido y asintió —Tenías que haber empezado por ahí.
—Es que ¿qué sabes tú de mí? No, la pregunta es ¿por qué aceptaste esto?
— ¿Por qué lo aceptaste tú?
— ¿Sabes que es de mala educación responder una pregunta con otra?
—Pues eso mismo acabas de hacer— dijo encogiéndose de hombros.
Suspiré frustrada y me levanté de la mesa —Contigo no se puede hablar.
—Siéntate— dijo serio.
Me senté, pero no lo hice por él, lo hice porque tenía que calmarme y averiguar más cosas sobre él, al final, nos íbamos a casar.
— ¿Me vas a contar?
Asintió —Necesito heredar y para ello necesito una esposa.
— ¿Entonces decidiste que fuera yo?
Negó —Lo decidió mi padre.
— ¿Y quién es tu padre y yo de dónde lo conozco? Por qué tiene que tomar decisiones sobre mi vida un desconocido.
—Era el mejor amigo de tu padre y lo habrías sabido si tan solo hubieses venido a ver a tu padre una sola vez en tu vida.
Su respuesta me enojó porque ¿quién carajos se creía él para hablar de cosas que ni siquiera sabía?
Así que lo miré furiosa — ¿Podrías callarte por favor? Ni siquiera sabes de qué demonios estás hablando, no me conoces y no conoces nada de mi situación.
—Solo te salvas de que te voltee la cara porque aún no nos hemos casado, pero en tu vida vuelvas a hablarme así.
Que dijera eso me dio terror, en serio que sí. No podía creer que había amenazado con golpearme. Me quedé perdida en la nada, pensando en que, si rechazaba este matrimonio, iba a decepcionar a mi padre y yo no quería hacer eso, pero tampoco quería casarme.
Dioniso me sacó de mis pensamientos con media sonrisa —Perdóname, no quise asustarte, no voy a golpearte, solo quería intimidarte— dijo encogiéndose de hombros.
Me levanté de la mesa y me fui, su bromita me había parecido de muy mal gusto. Ni un jodido taxi paró en varios minutos, así que, a él le dio tiempo de pagar la cuenta y alcanzarme.
—Solo era una broma, no te enojes— dijo tomando mi mano, pero yo se la quité y me fui caminando. Me persiguió y de un segundo a otro, ya estaba en sus hombros. Pataleé, grité y lo golpeé lo más que pude, pero él ni se inmutó por mis golpes.
Solo una señora se detuvo a preguntar si estaba bien. Pero él, con dulce voz, le dijo que yo era su esposa y que solíamos bromear así.
—No soy su esposa, ayuda por favor— grité.
Pero lo escuché reír —Cariño, vas a asustar a la señora, por favor deja de gritar así.
No sé cómo la convenció, pero un par de palabras más y ya estábamos camino al estacionamiento. Apenas me bajó le grité — ¡Ni se te ocurra volver a cargarme así! ¿Qué carajos te pasa?
Se encogió de hombros y me miró sonriente —No te puedes librar de mí, tenemos cosas que ver de la boda. Nos casamos en una semana.
¿Qué? ¿En una semana? En una semana ni siquiera iba a estar lista psicológicamente para una boda.
Así que negué nerviosa y empecé a caminar de un lado a otro — ¿Cómo que una semana Dioniso? Es muy pronto.
—Lo sé, pero es lo que dice el testamento.
— ¿El testamento?
—Si me prestaras un poquito de atención, lo habrías entendido. Mi padre murió hace casi un mes, lo será en una semana. Es el plazo que tengo para casarme contigo o lo voy a perder todo. Quise buscarte antes y hablar contigo, pero tu padre no me dejó, dijo que él se encargaría, que te dejara graduar tranquila.
—Siento mucho lo de tu padre— dije avergonzada. Pero el negó
—Él era un cabrón, así que no lo sientas.
Vaya, su respuesta me tomó por sorpresa, así que me quedé en silencio, es que, ¿Qué iba a decirle?