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Escolta Real

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Un escolta británico es asignado a proteger a una mujer de la realeza oriental, a una princesa árabe casada con el presidente del país. Pero, a medida que pasan tiempo juntos, entre ellos surge una prohibida y lasciva atracción.

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Capítulo 1 Prefacio: La diplomática
Las primeras luces de la mañana se filtraban entre los edificios de París, que traía consigo el aroma bañando la ciudad con un resplandor dorado. El aire era fresco, con una brisa del café recién hecho y el eco lejano de los vendedores que comenzaban su jornada. La temperatura rondaba los doce grados, suficiente para que la gente caminara con abrigos ligeros. El tráfico, característico de la capital francesa, transcurría a trompicones. Taxis, motocicletas y autos particulares se abrían paso entre los semáforos, mientras los peatones cruzaban con prisa o se detenían a tomar fotografías. Turistas con cámaras colgadas al cuello se maravillaban ante la imponente arquitectura, y grupos de oficinistas se mezclaban con la multitud, cada uno absorto en su propio mundo. Herón Hardwick recorría la acera con paso firme. Su figura alta y de porte imponente se integraba en el bullicio, pero los que se fijaban en él notaban su mirada atenta, como si cada detalle en su entorno tuviera un propósito. Su atuendo, un traje de sastre n***o sin corbata, lo distinguía de los transeúntes comunes. Los perros que lo acompañaban se comportaban con disciplina. Teseo, el pastor belga malinois, movía las orejas con inquietud, mientras que Perseo, un pastor alemán de contextura robusta, caminaba con calma, mirando todo a su alrededor. Ajustó la riñonera que llevaba en la cintura y metió la mano para asegurarse de que tenía suficiente alimento para sus canes. Sus ojos, de un azul gélido, se desviaron hacia la entrada del palacio del Elíseo. Un número inusual de policías vigilaba la zona. Patrullas estacionadas en los bordes de la calle y agentes con chalecos antibalas conferían al ambiente un aire de alerta. —¿Ocurre algo? —preguntó a un hombre que estaba de pie junto a la acera. Necesitaba la información de lo que estaba pasando. —Reunión diplomática —respondió sin apartar la vista del palacio—. Vi a unas árabes… Iban todas tapadas de la cara y hombres con ese sombrero extraño en la cabeza. Herón asintió y siguió su paso, permitiendo que sus perros marcaran el ritmo. Al andar, captaba fragmentos de conversaciones, observaba el comportamiento de los oficiales y buscaba cualquier irregularidad en la multitud. Pronto, el rumor de la visita cobró más claridad: se trataba de una política, una diplomática que, según decían, pocas veces aparecía en público. Al pasar el tiempo, decidió soltar a los canes. Perseo permaneció a su lado, como era su costumbre, pero Teseo, con su energía incansable, comenzó a olfatear el entorno con mayor insistencia. Sus movimientos eran curiosos, como buscando algo que lo inquietaba. Herón lo siguió con discreción, dejándolo avanzar con la confianza que solo años de entrenamiento podían brindar. Teseo llegó hasta una camioneta gris estacionada lejos de allí. Olfateó los neumáticos, inspeccionó la parte baja del vehículo y, tras unos segundos, se sentó al lado. Herón reconoció la señal al instante, era la que hacía cuando encontraba algo que se mantenía oculto. —Teseo… Ven —ordenó con un gesto de la mano. Herón colocó la correa a ambos perros y se alejó con naturalidad. Solo al estar a metros prudentes se inclinó levemente y fijó la mirada en Teseo. —¿En ese auto había algo? El pastor belga emitió un leve gruñido afirmativo. Herón metió la mano en la riñonera y sacó un premio para él. —Está bien… No te vuelvas a acercar ahí… Ahora ya no estamos en una misión. Es nuestro descanso. Herón tensó la mandíbula. Conocía bien el instinto de sus compañeros, y si Teseo había detectado algo, no se trataba de una falsa alarma. Sin embargo, estaba desarmado, pues su contrato había terminado con el VIP. El CEO le había dado estos días libres para hacer turismo en París. Sin embargo, no tenía la certeza de si eran armas o explosivos. Además, tampoco sabía dónde estaban los dueños del carro, podían estar vigilando en el automóvil. La situación era estricta y no podía hacer muchas cosas. Optó por sentarse en una tienda cercana, vigilando con aparente tranquilidad. Hacía rondas, disimulando que paseaba los perros y no volvió a acercarse a aquel auto. Sin embargo, Teseo le notificó que había otros autos sospechosos. Durante las siguientes horas, el flujo de personas aumentó. Algunos ciudadanos intentaban acercarse, pero la seguridad mantenía a todos a raya. A la distancia, notó el movimiento en la entrada del palacio. Primero salieron guardaespaldas, luego personal diplomático, seguidos de políticos y figuras públicas. Apareció el grupo de mujeres; cuatro figuras vestidas de n***o, con ayabas y un niqab que cubrían por completo sus cuerpos y casi toda su cara. Ellas caminaban con clase. Junto a ellas, hombres con traje de escolta y turbantes rojos con blanco flanqueaban la comitiva. Pero entre todas, solo una captó su atención. En el centro de la formación, una mujer vestida con un ayaba blanca destacaba entre el resto. Su nicab cubría su rostro, dejando visibles únicamente partes de la frente y los ojos, enmarcados por un kohl oscuro que intensificaba su mirada. Ella tenía una decoración de una diadema plateada con un diseño oriental que adornaba su cabeza, reflejando la luz del sol de mediodía con un brillo espléndido y armonioso. A pesar de la distancia, su presencia era magnética. Su vestimenta era llamativa e irradiaba una autoridad excéntrica. Un movimiento de su túnica parecía pensado para transmitir poder, misterio y clase. Así que ella era la diplomática árabe que estaba en la reunión con el ministro de asuntos exteriores de Francia e Inglaterra. Suponía que esa mujer también tenía un título político similar para estar en una conferencia con los demás. Por unos minutos se quedó embelesado con ella. A pesar de tener su rostro tapado, se notaba que tenía facciones hermosas. Además, por un solo segundo ella vio a su dirección. Exhaló con cansancio. ¿Era posible que estuviera en peligro? Aunque lo fuera, disponía de un numeroso grupo de escolta y contaba con la protección del gobierno Frances. Nada malo le podía ocurrir, ¿o sí? Los escoltas mantenían una formación cerrada a su alrededor. Había un aire de precaución en cada uno de sus gestos. La multitud veía en silencio, algunos con admiración, otros con simple curiosidad. Herón entrecerró los ojos. Algo en esa mujer le resultaba diferente. No solo por su atuendo, sino por la forma en que se desplazaba, con la certeza de alguien acostumbrado a estar en el centro de la atención.

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