POV RIO
Hay cafés que te devuelven la vida…
Y otros que solo te recuerdan que la jodiste.
Este es el segundo tipo.
Nuestro restaurante está casi vacío, las luces cálidas, el olor a pan recién hecho, y ese silencio elegante que tanto le gusta a Roland.
A mí me gusta más cuando está lleno de mujeres que no llevan brassier, pero bueno, cada quien con sus fetiches.
—Así que te dieron un ultimátum —dice Roland, acomodándose los lentes oscuros como si estuviera en una playa de Ibiza y no en Ginebra con resaca.
—Sí. Tres condiciones: casarme, tener un hijo y dejar que alguien “limpie mi imagen”.
—¿Y no te mataron de una vez?
—Aún no. Pero mi abuelo me vio como si quisiera desheredarme en vivo.
Roland suelta una carcajada.
—Hermano, lo tuyo ya es una telenovela porno.
—No es gracioso.
—Claro que lo es. Imagínate el tráiler: “El heredero rebelde condenado a casarse... y a reproducirse por obligación familiar”.
—Cállate.
—Con gusto, cuando termines de contarme el resto.
Resoplo. Me masajeo las sienes. Todavía siento los efectos de las gemelas.
—Quieren que tenga un hijo antes de Navidad.
—¿Un hijo? —pregunta con un tono entre burla y horror—. ¿Tú? ¿El tipo que no deja ni a sus parejas dormir en su cama?
—Exacto.
—Dios bendiga la ironía —dice, riendo.
La mesera nueva se acerca.
Cabello castaño, labios carnosos, uniforme blanco y una mirada que dice “sé quién eres, pero finjo que no”.
Ah, benditos sean los uniformes ajustados.
—¿Desean algo más? —pregunta con esa voz suave que invita al pecado.
—Sí —respondo, mirándola con una sonrisa—. Otro café… y tu número, si no es mucho pedir.
Ella se sonroja y mira el suelo.
—Lo del café, puedo traerlo enseguida. Lo otro… depende de la propina.
Sonrío.
Dios, me encanta este país.
Cuando se aleja, Roland me lanza una servilleta.
—Ni se te ocurra.
—¿Qué?
—Ya te lo dije: ni meseras, ni cocineras, ni chicas del valet.
—No firmé ese contrato.
—Yo sí, por ti.
—Entonces invalídalo.
—Ni loco. No pienso tener otra crisis de reputación tipo “heredero millonario folla sobre una bandeja de croissants”.
—Podría ser una gran campaña de marketing. “La pasión sabe a mantequilla”.
—Idiota —responde, riéndose igual—. Te juro que eres el único cabrón que puede destruir su propia imagen y venderla más cara después.
Me río también.
Porque tiene razón.
La verdad, a veces ser yo es divertido… hasta que el apellido me alcanza.
—¿Y ahora qué vas a hacer? —pregunta, recargándose en la silla.
—Nada.
—Nada no es una estrategia, es una negación.
—Es mi especialidad.
—Y por eso te quieren casado, con esposa y con pañales.
—No va a pasar.
—Oh, sí va a pasar.
—¿Y tú cómo sabes?
—Porque te conozco, cabrón. Cuando te tocan el ego, te vuelves competitivo. Apuesto lo que quieras a que en dos semanas vas a estar organizando tu boda.
Levanto la ceja.
—Estás loco.
—Y tú estás acorralado —dice, y da un sorbo a su jugo verde—. Pero hay una forma de darle la vuelta a todo esto.
—Ilumíname, oh gurú del caos.
—Haz lo que te piden… pero a tu manera.
Lo miro con desconfianza.
—Sigue.
—Cásate. Por contrato.
—¿Qué?
—Sí. Encuentra a una mujer que cumpla el perfil perfecto para la familia Dirztan: decente, educada, buena imagen, cero drama.
—¿Y después?
—Después la embarazas.
—¿Perdón?
—Tranquilo, no literalmente. Puede ser in vitro.
—Ah, qué alivio.
—Tendrás tu “hijo de portada”, tu “esposa modelo”, heredas todo… y cuando llegue el momento, pum: diferencias irreconciliables. Te divorcias limpio, con lágrimas falsas, y todos felices.
—Eso suena... increíblemente manipulador.
—Exacto. Por eso me encanta —dice con una sonrisa de villano.
Me río, porque es absurdo… pero brillante.
—¿Y si la familia se entera de que todo fue un show?
—Hermano, tú finges orgasmos emocionales mejor que nadie. Vas a estar bien.
—Qué romántico eres, Roland.
—Solo práctico. No hay mejor contrato que un matrimonio por conveniencia bien redactado.
Me quedo en silencio unos segundos. Lo peor es que la idea tiene sentido.
—Entonces… ¿una esposa temporal, un hijo simbólico y divorcio amistoso?
—Exacto.
—¿Y tú crees que voy a encontrar una mujer que acepte algo así?
—Claro. —Sonríe con cinismo—. El mundo está lleno de aspirantes a heroína de cuento. Solo necesitas una que firme la cláusula de confidencialidad antes del beso.
Maldito Roland. Cuando tiene razón, es insoportable.
—¿Y si me sale una loca?
—Las locas son más divertidas, pero firma un prenup y ya está.
—¿Y si se enamora?
—Entonces la dejas ver tu lado más real. Eso cura el amor de cualquiera.
—Muy gracioso.
—No era broma —dice, riendo.
La mesera regresa con el café. Deja la taza frente a mí.
—Cuidado, está caliente —dice con una sonrisa.
—Me gustan así —respondo, sin apartar la mirada.
Roland suspira.
—Juro que algún día tu v***a va a meterte en un problema internacional.
—Ya casi lo hizo en París.
—Exacto.
—Pero salí bien.
—Porque sobornaste al marido.
—Detalles —respondo, con una sonrisa inocente.
La chica se va, y Roland me observa divertido.
—¿Sabes qué eres, Rio?
—Ilumíname.
—Un arma de seducción masiva.
—Gracias.
—No es un cumplido.
—Lo tomo igual.
Reímos.
Es raro, pero Roland es la única persona frente a la que puedo reírme de mí mismo sin sentirme culpable.
—Así que, a ver si entiendo —digo después—: ¿quieres que haga un casting de esposas potenciales?
—Exacto.
—¿Y cómo explico eso?
—No lo explicas. Lo disfrazas. Citas elegantes. Entrevistas románticas.
—¿Entrevistas?
—Sí. “Cenas de evaluación emocional”. —Se ríe—. Eres experto en eso.
—¿Y si mi abuelo se entera?
—Tu abuelo cree que Tinder es una enfermedad de transmisión s****l. No lo sabrá.
Me río tanto que casi escupo el café.
—Dios, eres brillante.
—Lo sé. Pero si te sale bien, quiero un 5% de participación en el escándalo.
—Hecho.
—Y me invitas a la boda.
—Obvio. Serás el padrino.
—No. Seré el que esconda el tequila detrás del pastel.
—Perfecto.
Nos quedamos un momento en silencio, los dos con la mirada perdida en la ventana. Afuera, la nieve cae despacio, como si el mundo quisiera limpiarse de mis pecados.
—Roland…
—¿Qué?
—¿Y si por error me enamoro?
Él me mira, y luego suelta una carcajada tan fuerte que el cocinero voltea.
—¿Tú? ¿Enamorado? Por favor. Lo único que amas es tu reflejo y los autos caros.
—Podría pasar.
—No, lo único que podría pasar es que te aburras a la semana y termines durmiendo en el sofá de alguna modelo.
—Probablemente.
—Entonces no te enamores. Solo actúa.
—Lo mío siempre fue actuar —digo con media sonrisa.
La mesera vuelve a pasar, y le guiño un ojo.
Ella sonríe, mordiéndose el labio.
Roland me señala con el dedo.
—Ni se te ocurra.
—¿Qué?
—Meter a la mesera en el casting.
—Estaba pensando en su prima.
—No, estabas pensando en la bandeja.
—Bueno, también.
Los dos reímos.
Risa cínica, masculina, de esas que solo tienen los amigos que han hecho demasiadas estupideces juntos.
Cuando me calmo, Roland se inclina hacia mí y dice en voz baja:
—Hazlo, Rio. Finge, juega, miente si hace falta. Pero gana. Que cuando llegue Navidad, el apellido Dirztan siga siendo tuyo.
—¿Y si el plan falla?
—Entonces al menos te divertirás en el intento.
Levanto la taza, choco con la suya.
—Por los planes imposibles.
—Y las mujeres dispuestas a firmarlos —responde él.
Bebemos.
Y aunque no lo sé todavía, la mujer que va a hacer que todo se salga del control…
ya tiene nombre.
Y está a punto de aparecer.
POV LENA
Empacar tu vida en una maleta no es tan complicado como empacar tus miedos.
El 1 de enero empezó con un café frío, una maleta abierta sobre la cama, y mi madre detrás de mí intentando meter su ansiedad entre mis suéteres.
—¿Llevas abrigo?
—Sí, mamá.
—¿Y bufanda?
—También.
—¿Y los guantes?
—Están ahí, debajo del libro.
—Ah, perfecto. ¿Y la bata?
—Mamá… no voy a un internado.
Ella sonríe y me besa la frente. Mi madre es así: mezcla entre ternura y control.
En el fondo, sé que no le preocupa el frío, sino el hecho de que su hija menor se va sola, por tiempo indefinido, a otro lugar.
No la culpo. A mí también me da miedo… solo que disimulo mejor.
Cuando cierro la maleta, respiro hondo.
No sé si estoy lista, pero no voy a dejar pasar una oportunidad como esta.
El tren a Ginebra sale a las 10:30.
Papá me lleva a la estación. Mis hermanos me escriben por el grupo familiar “West Power”, donde el caos reina desde siempre:
Tom: No te olvides de la bufanda, allá se congelan hasta las ideas.
Mark: ¡Trae un souvenir caro, o no regreses!
Daniel: Mándanos fotos del heredero ese, dicen que está buenísimo.
Noah: Lena, si el tipo intenta algo raro, avísame y voy a partirle la cara.
Mamá: ¡Noah!
Noah: Era broma… (más o menos).
Sonrío mientras me despido de ellos.
Jean me mandó un mensaje más corto, pero dulce:
“Buen viaje, amor. Cuídate. Te amo.”
Le contesto con un:
“Gracias, Jean. Yo también.”
Y aunque lo digo con cariño, mi corazón no late como debería.
No sé si es por el amor… o por el tren.
Apenas me siento junto a la ventana, saco el portátil.
Tengo los archivos que Sahara me mandó. Un correo con varias carpetas y un asunto que parece un presagio:
“Proyecto RD — Confidencial”
La primera carpeta se llama “Perfil del cliente”.
Abro el documento.
El encabezado:
RIO DIRZTAN — Director Ejecutivo Asociado de Joyerías Dirztan.
Foto adjunta.
Y sí… el maldito es guapo.
Cabello n***o como tinta, ojos oscuros, mandíbula definida, y esa sonrisa arrogante que parece saber cosas que tú no.
El tipo de rostro que las revistas usan para vender relojes o pecado.
Sigo leyendo:
“Heredero directo de Killian Dirztan, actual presidente.
Reconocido por su brillante desempeño en el área de expansión internacional, especialmente en el mercado árabe.
Sin embargo, su reputación pública presenta problemas graves derivados de escándalos mediáticos vinculados a su vida personal.”
Abro la segunda carpeta: “Historial mediático”.
Y ahí empieza la diversión.
Titulares.
Fotos.
Videos cortos de prensa.
“El heredero que no se cansa de amar (y de romper corazones).”
“Tres modelos, una noche y el apellido más caro de Europa.”
“Rio Dirztan: el escándalo que brilla más que sus diamantes.”
Bajo con el cursor.
Hay capturas de sus r3des sociales.
Comentarios.
Opiniones divididas.
@lujuriafashion: “Lo amo. Al menos es honesto. No promete amor, solo placer.”
@womanpower: “Es un narcisista. Un niño rico que usa a las mujeres como trofeos.”
@goldboy1998: “Déjenlo vivir, es joven y millonario. Ustedes también lo harían.”
@Clara_R: “Tiene la moral más sucia que sus copas de champán.”
Sigo leyendo con una mezcla de curiosidad y molestia.
No me gusta prejuzgar, pero Dios… este hombre parece un catálogo de lo que está mal con el mundo moderno.
Otra carpeta: “Registro fotográfico”.
Empiezo a revisar.
Cada semana, nuevas imágenes.
Lunes a jueves: reuniones, oficinas, eventos empresariales.
Trajes impecables, sonrisas medidas.
Viernes a domingo… caos.
Mujeres distintas.
Rubias, morenas, pelirrojas.
Actrices, modelos, influencer, alguna reportera.
Algunas fotos solo muestran risas, copas de vino, abrazos casuales.
Otras… parecen portada de revista erótica.
Una me llama especialmente la atención:
Rio besando a una gemela mientras le aprieta la nalga a la otra.
Ambas sonrientes, felices, inconscientes o cómplices.
El artículo debajo dice:
“El heredero del deseo: Rio Dirztan protagoniza el escándalo del año.”
Me froto las sienes.
—Perfecto, Lena —me digo en voz baja—. Bienvenida al circo.
El tren avanza rápido, dejando atrás las montañas nevadas.
Yo sigo leyendo y tomando notas.
Sahara tenía razón: mi primera semana será de observación.
Pero ya puedo anticipar el problema principal.
No se trata solo de limpiar su imagen.
Se trata de reeducar a un hombre que no quiere ser salvado.
Abro otro documento, un resumen psicológico elaborado por el departamento de relaciones públicas del conglomerado.
“Rio presenta características narcisistas compensadas con altos niveles de responsabilidad empresarial. Se observa un patrón conductual que indica represión emocional, búsqueda constante de validación s****l y resistencia a la autoridad.”
Traducido: un genio en los negocios, un desastre en todo lo demás.
Cierro el portátil un momento.
Apoyo la cabeza contra la ventana y dejo que el paisaje blanco me calme.
No sé si estoy lista para esto.
Pero si logro enderezar la imagen de este tipo, mi carrera despega para siempre.
Y esa idea… me gusta.
Llego a Ginebra cerca del mediodía.
El aire es helado, cortante, pero limpio.
Tomo un taxi hacia el hotel que Sahara me reservó.
Nada ostentoso, pero cómodo: paredes crema, ventanales enormes, vista al lago.
Justo lo que necesito para trabajar tranquila.
Dejo la maleta, enciendo la calefacción y abro de nuevo el portátil.
Sigo leyendo.
Una carpeta más: “Cronología mediática”.
Detallada hasta el último titular.
Descubro el patrón:
De lunes a viernes, Rio no aparece con nadie.
Ni fotos, ni rumores, ni notas.
Solo trabajo.
Pero los fines de semana… parece otro hombre.
Como si llevara dos vidas: el empresario modelo y el libertino de revista.
Tomo notas:
“Control de impulsos.
Patrón de conducta sexualizada.
Necesidad de imagen estable (relación simulada, quizá).
Puntos fuertes: disciplina laboral, liderazgo, carisma natural.
Puntos débiles: arrogancia, impulsividad, exposición mediática excesiva.”
Abro las fotos una vez más.
Es imposible negar que es atractivo.
Y eso lo complica todo.
Los hombres así suelen usar su encanto como escudo, como arma, como excusa.
Me froto el puente de la nariz.
Necesito una estrategia.
Primero: conocerlo.
Observar.
Analizar cómo actúa cuando cree que nadie lo evalúa.
Segundo: entender qué lo mueve.
Tercero: encontrar algo… rescatable.
Porque todo el mundo tiene algo rescatable.
O al menos eso quiero creer.
El sonido de una notificación me saca de mis pensamientos.
Mensajes nuevos del grupo familiar.
Noah: ¿Llegaste bien, enana?
Tom: Manda foto del hotel, queremos ver si estás en un palacio o en un cuchitril.
Mark: Si ves al heredero, dile que si rompe tu corazón, lo denuncio por daños morales.
Daniel: ¿Ya comiste?
Mamá: No la agobien, dejen que se acomode. Lena, te amo, hija. Cuídate.
Lena: Los amo. Ya estoy en el hotel, todo bien. Los llamo más tarde ❤️
Sonrío.
Después abro el chat con Jean.
Jean: ¿Ya llegaste?
Lena: Sí, recién instalada.
Jean: Qué bueno, amor. Cuídate. Te extraño ya.
Lena: Yo también te extraño.
Jean: ¿Me llamas antes de dormir?
Lena: Claro, si no me quedo dormida antes.
Jean: Jaja, no cambias. Te amo, Lena.
Lena: Yo también, Jean.
Cierro el chat.
Hay ternura, sí… pero también una distancia que crece aunque nadie la nombre.
Él está en el lugar correcto.
Yo… en el que soñé, pero no sé si me pertenece.
Miro el reloj: 6:15 p.m.
Afuerza, la ciudad se tiñe de tonos dorados.
Desde mi ventana se ve el lago Leman, quieto, elegante, como si Ginebra supiera mantener su reputación mejor que cualquier humano.
Pienso en Rio Dirztan.
En su sonrisa de depredador.
En las fotos.
En la tarea imposible de convertirlo en un “hombre ejemplar”.
Me río sola.
—Hombre ejemplar —repito en voz baja—. Claro, Lena, y mañana los cerdos vuelan.
Abro el archivo de agenda.
Mañana, 2 de enero: “Presentación oficial con el cliente. 9:00 a.m. — Torre Dirztan, sala ejecutiva nivel 17.”
Cierro los ojos.
Mañana lo veré.
Y sabré si estoy frente a un desafío profesional…
o a un problema con piernas.
Apago la laptop, dejo las notas en la mesa y me dejo caer sobre la cama.
El cansancio me gana, pero no el sueño.
Mi mente sigue girando alrededor de un nombre que suena a advertencia:
Rio Dirztan.
No sé si voy a salvar su imagen o perder la mía en el intento.
Pero una cosa tengo clara:
No pienso ser otra de sus historias.
Si alguien va a cambiar en este proyecto… será él.