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Afortunadamente Millonaria

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Blurb

Una joven pelirroja de dieciocho años probaría su suerte. Se encontraba buscando empleo en varias empresas de la ciudad de Luxemburgo. Tras días de espera recibió la llamada de la administración de recursos humanos de “Producciones Kayser”. Una compañía dedicada al arte audiovisual.

Comenzó desde un puesto bajo, como recepcionista. Sin embargo, dos años más tarde ascendió al cargo de secretaria de presidencia de la compañía, un puesto codiciado por muchas, provocando la envidia de quienes han aspirado ese cargo por muchos años. Nadie podía creer lo suertuda que había sido, ni siquiera ella misma.

Estaba contenta desempeñando su trabajo, le gustaba. Pero, la vida consigue diferentes maneras de hacerte fuerte y, probar tus virtudes. Obstáculos aguardaban por ella, se vería involucrada en un conflicto de intereses y en situaciones adversas a lo que soñaba.

Lo que nadie imaginaba era lo que se aproximaba. A sus veintisiete años su suerte cambiaría, aunque ella no sabía si era para bien o para mal. Rogaría por un poco de calma, por liberarse de problemas, por ser feliz. La vida constantemente le recordaría que las decisiones deben tomarse con cabeza fría.

Un día la posible pérdida de su empleo sería su mayor preocupación y al siguiente, debía aprender a manejar y a mantener en pie el gran imperio que le fue concedido.

Un hombre desajustaría su cordura, haría que sus sentidos se enciendan. Se verá envuelta en una ola de pasión, celos, lujuria y ambición.

¿Encontraría la paz en medio de tanta riqueza y maldad?

Lauré Goedert, una mujer afortunadamente millonaria, aprenderá a ser la jefa. Pero, ¿luchará contra el amor que siente por aquel hombre culpable de sus angustias?

Pondrá en duda su juicio, pero perder no era una opción.

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Capítulo 1
En un intento desafanado por culminar un documento, Lauré Goedert, tecleaba rápidamente en su computador portátil, evitando al máximo cualquier posibilidad de error y apresurándose a capturar cada una de las palabras que su jefe pronunciaba. Seguramente, aquel discurso sería uno de los más conmovedores y motivadores que jamás había recitado el empresario delante de cien mil personas. Sin duda ese sería un momento de gloria, y la celebración más grande de la historia de la compañía con motivo del septuagésimo aniversario. —Entonces, ¿qué te parece? — preguntó Robert Kayser a su asistente. —Muy bueno, aunque... sinceramente señor, me inquieta un poco tanto drama — respondió mirándole — si me permite, le podría sugerir erradicar esta línea "con mis manos de oro, mi sudor de hielo y mis lágrimas dulces he logrado mantener en la cima mi pequeño imperio" —leyó— por algo más simple como: con esfuerzo y dedicación he logrado mi objetivo, mantener el prestigio que nos caracteriza como compañía. —Lauré, Lauré... Tu siempre intentando opacar mi intento de ser poeta, pero, una vez más tienes razón. —sonrió —Deja el documento sobre mi escritorio antes de irte, lo repasaré un par de veces. Mañana será un día memorable—la joven pelirroja se levantó para marcharse. — Ah, y Lauré, culmina el libro que te regalé. Es buenísimo, y necesitarás la información próximamente. —Debo confesarle que, a diferencia de los cientos de libros que me ha recomendado, este es un tanto más complicado de entender.  —Nada que no puedas resolver.  — le dio la espalda, guardó las manos en los bolsillos de su pantalón y se dispuso a observar el atardecer a través de la ventana. —Cuando necesites explicación no dudes en consultarme. Con gusto resolveré tus dudas. Ahora, si me disculpas es momento de mi meditación vespertina. Lauré sabía lo que esto significaba, debía colocar la música clásica que tanto le gustaba a su jefe en un volumen “bajo pero apreciable” como repetía el señor Kayser innumerables veces cada vez que se disponía a encender el reproductor. Sin embargo, ambos ignoraban que esas serían las últimas palabras que intercambiarían. A pocas horas de regresar al edificio de su apartamento, la chica pelirroja, quién descansaba en su viejo diván, recibió una llamada. Era el licenciado Gault, abogado de la compañía, para informarle acerca de una lamentable noticia. Su jefe había muerto. El señor Kayser, a quien había aprendido a querer como a un padre, ya no estaba.  Los medios de comunicación no tardaron en hacerse escuchar. En r************* , y canales de televisión lamentaban la terrible pérdida en la industria audiovisual. Como era de esperar, la noticia fue el titular de primera página de prensa al día siguiente. El mundo estaba consternado. "Muere Robert Kayser a sus 67 años El empresario y también actor muere a sus 67 años por un ataque al corazón. "Los médicos no pudieron hacer nada, cuando llegamos al hospital ya estaba muerto. Fue una muerte súbita", declaró entre lágrimas Germaine Kayser, hija del fallecido.” A pesar del momento, el trabajo de Lauré no se detenía, a su teléfono móvil llegaban cientos de mensajes de conocidos que querían saber los detalles del funeral.  Mientras respondía, escuchaba la radio, lágrimas brotaban de sus ojos. Su emisora favorita nombraba los reconocimientos más importantes, los momentos más relevantes y las polémicas más trascendentales de la vida del actor.  "Y, la celebración por el aniversario número 70 de Producciones Kayser se ha cancelado, ¡Era justamente hoy! ¿Qué será ahora de la productora? ¿Quién tomará la batuta de la orquesta? Es sin duda una gran interrogante. A familiares y amigos, nuestras más sentidas condolencias desde tu emisión de radio favorita de todas las mañanas... "  Mientras Lauré se acercaba al lugar del sepelio, menos podía entender la situación. ¿Qué había pasado si ayer todo parecía estar bien? ¿Por qué tenía que pasar esto? ¿Es que acaso la vida podía ser más injusta?  Eran preguntas que ocupaban su mente.  El olor a flores inundó sus fosas nasales. Como era de esperarse, miles de personas asistieron a la despedida y flores de todos los colores adornaban el ataud. Lauré se acercó a la familia, intercambió unas breves palabras con los amigos más cercanos del apreciado señor Robert, pero, ella bien sabía que sus palabras poco podían calmar tanto dolor. La compañía estaba de luto y decretaron tres días de duelo. Así que, al llegar a casa se acurrucó entre las sabanas de su cama y logró quedarse dormida, luego de pasar uno de los días más tristes de su vida, durmió.  Eran las nueve de la mañana cuando despertó debido al sonido incesante de un celular.  —Buenos días— respondió adormilada. —Buenos días, señorita Goedert, ¿cómo está? — una vez más era el abogado. —Desde su última llamada, realmente no muy bien. —Imagino. — su tono de voz cambió — Es necesario que te presentes a una reunión que se llevará a cabo el viernes, a las ocho de la mañana, en la sala de juntas de la empresa.  Es indispensable tu participación. Se realizará la lectura del testamento. El señor Kayser exigió tu presencia. — Lauré no entendía por qué ella debía asistir, sin embargo, si era la voluntad de su jefe y amigo, ella acudiría. —Está bien, allí estaré. — suspiró. — Señor Gault, debo decirle la verdad, no me gustan sus llamadas porque siempre son para informarme de situaciones que no me gustan. La próxima vez que vuelva a llamar espero buenas noticias. —Intentó reír, pero no funcionó bien.  —Lo siento señorita, cumplo con mi deber.— dijo el hombre con voz neutra —Lo entiendo, hasta luego. Después de colgar la llamada, suspiró pensativa, ¿a qué se deberá su presencia en esa reunión?, realmente no tenía ni la más mínima idea de lo que le esperaba. Una vez pudo alejar la pereza de su cuerpo, se levantó de la cama y arrastró los pies hasta el cuarto de baño. El agua tibia seguramente la haría sentir mejor. Desnudó su cuerpo y se adentró a la lluvia artificial, dejando que las gotas bañaran su cuerpo y produjeran una sensación agradable en su piel. Lauré no tenía ánimos de hacer nada. Luego de vestirse con ropa holgada y muy cómoda, se dirigió a la cocina, tomó un simple tazón, y se sirvió cereal con leche. Tenía planeado tomarse el tiempo de leer el libro recomendado por el señor Robert.  Al cabo de unos minutos, al terminar de devorar su desayuno, se acercó a su escritorio, sostuvo el libro entre sus manos y se sentó en su sofá favorito a leer.  “Análisis de auditoría: Ciencia de datos para la profesión contable de Chistopher Westland”, leyó en voz alta.  Ella no comprendía cuál sería la utilidad de esa información, pero le había prometido que leería el libro, y eso haría.  De repente, se encontraba distraída, pasando las palabras, líneas, páginas del libro, leyendo pero sin prestarle ni un poco de atención a lo que estaba escrito. Sus pensamientos viajaban a través de los recuerdos. —Deberías estudiar administración de empresas, Goedert. — habló el señor Robert mientras la miraba fijamente. — Realmente creo que esa sería tu área, se te da muy bien. Aunque entiendo que no te gusten los números. Ten, estúdialos. — Colocó sobre el escritorio tres libros apilados.  —¿Qué es eso, señor? — preguntó curiosa.  —Es obvio que son libros. —carcajeó. La chica avergonzada por su pregunta miró sus manos, las cuales se encontraban sobre su regazo. — Son libros de administración y contabilidad, los primeros que leí cuando mi padre me convenció de tomar las riendas de la empresa. Son muy útiles, incluso en la vida diaria.  — “El arte de la lógica contable”, alcanzó a leer la portada del primer libro.  —Más vale que los leas, te preguntaré al respecto. Cuando regresó a la realidad, notó que no había procesado la lectura, así que se devolvió unas cuantas páginas atrás y comenzó a leer nuevamente. Y así pasó el día, entre líneas e intentando entender lo que leía sin ayuda de su viejo amigo. Levantó su vista cuando notó que la luz solar disminuía. Ni siquiera había notado cuánto tiempo había pasado recostada a ese viejo sofá.  No había tenido apetito en todo el día, y ahora comenzaba a sentir su garganta seca, así que se levantó en busca de un vaso con agua.  La noche iba llegando a la hermosa ciudad de Luxemburgo. En ese mes de febrero, el frío no se hacía extrañar. Lauré sabía que no debía acostarse a dormir sin comer un poco, pero su ánimo era nulo. Decidió prepararse un sándwich. Sujetando con una mano su plato de comida, y con otra su celular se dirigió hacia su sala de estar. Encendió el televisor, esperando encontrar una película y poder distraerse un poco.  Detuvo su búsqueda de un canal, cuando vio la imagen de Jackie Chan, uno de sus actores favoritos. Su ánimo se reguló un poco, hasta carcajeó un par de veces.  Sin darse cuenta, las horas transcurrían. Miró el reloj, era un poco más de la media noche. Apagó el televisor, y se dirigió a su cómoda, reconfortante y humilde habitación.  Antes de dormir no pudo evitar pensar en el señor Robert. ¿Qué sería de ella en la oficina sin sus órdenes, consejos y regaños? ¿seguiría trabajando allí? ¿la despedirían? Sin preocuparse más en su trabajo, intentó cambiar el rumbo de sus pensamientos. Encontrándose siempre en el mismo punto: extrañaría al señor Robert. Sabía que lo iba a extrañar muchísimo. Le haría falta ese cariño de padre que le transmitía. Al fin y al cabo, era la única figura familiar que tenía, porque así la trataba el señor, como si fuese de la familia. Nuevamente se hallaba sola, sin nadie en quien confiar o simplemente hablar. Sola en un mundo lleno de maldad. En un cerrar de ojos, el cansancio la venció y se quedó dormida.  La desventaja de olvidar correr las cortinas de la habitación, es sin duda, despertar con el sol golpeando tu rostro. La chica pelirroja cubrió su rostro con una almohada, al mismo tiempo que bufó. Habían pasado pocos minutos cuando se deshizo de todo lo que la cubría, y se dirigió al cuarto de baño. Al salir volvió a la cama, con la intensión de intentar recuperar su sueño. Dormir era la única opción que le permitía no pensar demasiado. Lamentablemente, su sueño se esfumó. Manteniendo los ojos fijos en el blanco techo de la habitación, suspiró profundo y exhaló. Tomó entre sus manos su celular. Jueves 26 de febrero, ocho de la mañana.  Lauré no dejaría que la depresión la consumiera nuevamente. Hoy el día era precioso, y no lo desperdiciaría.  Aprovecharía la oportunidad de respirar un poco de aire fresco y ejercitarse como hacía varias semanas no lo hacía. En pocos minutos se encontraba lista, mirándose frente al espejo.  Sujetó su cabello en una coleta alta, y se dirigió a la puerta de salida.  Con pasos firmes y lentos, recorría las calles de la ciudad a la que se había mudado hacía ya ocho años atrás. Recordó la cafetería que estaba a unas pocas cuadras de allí, donde solía trabajar. "Caramel café".  De hecho, fue su primer trabajo cuando llegó a la ciudad.  En un par de minutos se encontraba frente el parque municipal de Luxemburgo. Observó el panorama. Niños sonrientes corrían. Personas jugueteando con sus mascotas. Parejas felices disfrutando de la vida. Por un momento todo parecía una escena de una película, cada uno viviendo su propia historia. Pero, allí estaba ella observando a su alrededor, sintiéndose una pequeña hormiga en medio de elefantes. Su mirada se detuvo en una silueta que reconocía. Dubitativa se acercó hasta la banca donde estaba sentado Therry Kayser, el primogénito del señor Robert. Él estaba de espaldas a ella, por lo que sólo veía su media melena castaña despeinada por la brisa.  La pelirroja lo encontraba muy atractivo. En ocasiones sentía perderse en sus almendrados ojos, pero, nadie podía ser tan perfecto. Quizás, solo quizás, era el hombre más apuesto que conocía en esa ciudad, pero, también era el más patán. No se podía negar que los genes de la familia Kayser eran fuertes. Se parecía a su padre, sobre todo  por su nariz griega y la forma de su rostro. Tal vez tenía los ojos y el carácter de su madre.  En el tiempo que trabajaba para aquella empresa fueron pocas las veces en que Therry y Lauré intercambiaban palabras, sin embargo, para la chica este sería el momento apropiado para hablar con el actor y cantante, a quien imaginaba devastado por la pérdida de su padre.  —Hola—pronunció Lauré con voz tímida. El chico levantó su rostro, posando sus ojos sobre los de ella.  —Buenos días, señorita Goedert. — era una sensación extraña la que sentía la pelirroja al escuchar la voz gruesa y la tristeza reflejada en los ojos del hombre frente a ella. Inmediatamente se imaginó en su mente la canción “Count on me” de Bruno Mars. Estaba nerviosa, y las palabras corrían de un lado a otro en su mente, pero ninguna se disponía a ordenarse en su cabeza. —¿Cómo está? —preguntó intentando sonar natural. El chico dejó de mirarla. —Bien. — su tono era cortante. Pronto Lauré entendió que su presencia sobraba, se sintió incómoda y sólo quería desaparecer. —Lamento su pérdida, realmente entiendo cómo se siente.   —No lo entiendes. — se colocó de pie, listo para marcharse.  —No tiene por qué irse — habló rápidamente. — Sólo iba de paso…Pensé en saludar. —¿Qué te hizo creer que quisiera saludarla? — cuestionó con cierto desdén en su voz. —Sólo quería ser amable, pero parece que no todos saben lo que eso significa. —¿Sabes una cosa? — recorrió con su mirada el delgado cuerpo de la mujer— cuando llegaste a la empresa te observé, supe en el instante que serías un problema.  —¿Qué dice? — comenzaba a enojarse. —No te hagas la inocente. — negó con la cabeza. Lauré frunció el ceño.  —¿De qué habla? — Inquirió Lauré —Eras tú quien estaba enamorando a mi padre. — acusó el castaño —Se equivoca.— ella no pudo evitar su sorpresa —Hiciste de la vida de mi madre la más desdichada. —la señaló con su dedo índice. —Eso no es cierto. — se sintió ofendida. — ¡No hable, ni acuse sin saber! —¡Mi padre se fue de casa! — levantó la voz. Por suerte, no había personas cerca. Miré hacía todos lados. Tratándose de una estrella de cine, nunca se sabía que paparazzi podía estar acechando. — ¿Quién, si no eres tú, podría ser la culpable? —¡No lo sé! — alzó la voz un par de tonos. — ¡Ni siquiera sabía que se había marchado de casa! —Sigue actuando, no importa. La verdad siempre sale a la luz. —Eso le digo yo a usted. —lo fulminó con la mirada. — La verdad siempre se impone, y sólo Dios sabe. Tengo mi conciencia tranquila. —Bravo. Excelente, ¿cómo es que no eres actriz? — aplaudió irónicamente. — Estás despedida.  —Usted no puede hacerme esto. —¿Qué te hace pensar que no? —rio sarcástico. — Es ahora mi empresa, estoy en todo mi derecho. No te quiero trabajando conmigo, por eso te irás. Evita la vergüenza y entrega mañana temprano tu carta de renuncia. —¡Es usted un insolente! — Lauré ya no podía controlar su molestia —Eres tú una furcia. — impulsivamente la mano de la chica le propinó una sonora bofetada, que le dejó a Therry Kayser la mejilla enrojecida. —No permito que nadie me falte el respeto, algún día se arrepentirá de lo que me ha dicho. —¿Amenaza? — sonrió con sorna  —Tómelo como quiera, imbécil. ¡Ojalá hubiera heredado de su padre lo más importante! — espetó— la caballerosidad. —Le dió la espalda y caminó lejos de él.  Podía sentir como su sangre hervía, sus mejillas se tornaron rojas. Podía sentir un nudo en su garganta. Lauré odiaba que la furia provocara en ella el deseo de llorar. Agradeció el hecho de ser capaz de mantener la postura frente al arrogante de Therry Kayser. ¿Cómo podía acusarla de esa manera? No se había dado cuenta de lo mucho que había caminado hasta que se alejó de sus pensamientos. Giró su rostro a ambos lados intentando ubicarse. El enojo la cegaba. Respiró y exhaló tres veces, en un intento fallido de olvidar lo ocurrido minutos atrás.  Estaba muy cerca de su cafetería favorita, así que decidió dirigirse hasta allá. El café siempre sería una buena elección, era su bebida favorita después de todo. Mientras degustaba su café, mocaccino, como acostumbraba a pedir, acompañado de un croissant de chocolate, tomó su celular y comenzó a averiguar vacantes de empleos en empresas cercanas. No perdería su tiempo. Conectó sus audífonos, y dejó que spotify escogiera música al azar. I lost myself de Munn comenzó a sonar. “¡Vaya!, que canción tan oportuna. Tantas canciones y tenía que sonar esa, ¿Será que esta cosa me lee el pensamiento?” pensó Lauré. Luego de revisar la lista de reproducción escogió una canción desconocida a sus oídos. Al llegar a casa, lo primero que buscó fue su computador portátil. Redactaría su carta de renuncia. Muchas palabras con las que pudo responderle a Therry pasaban por su mente. Como siempre, las mejores respuestas llegaban al finalizar una discusión. Al cabo de una hora se encontraba firmando la carta con tinta negra, en una casi perfecta letra cursiva. No sabía que le depararía el futuro. La pelirroja tenía un buen puesto en la empresa, envidiado por algunas de sus compañeras de trabajo. Era la secretaria de presidencia, mano derecha del dueño de la empresa. Sería complicado conseguir un trabajo así, con una remuneración como la que recibía, que le permitía pagar un departamento como el que tenía, que, si bien era humilde y no gozaba de lujo, se encontraba en una buena zona.  En los últimos años se había dedicado tanto al trabajo que olvidó relacionarse con las personas, no tenía amigos, ni siquiera dentro de su trabajo. No tenía familia, su madre había muerto hacía unos años atrás. A su padre nunca lo había conocido. No tenía hermanos, ni tíos. Estaba, literalmente, sola en el mundo.  Sólo había tenido una pareja en su vida. Un joven pueblerino, que conoció en secundaria, cuando vivía en Alemania, hogar de cuna de su madre.  Ella sabía que su relación con el chico no funcionaría.  Él era feliz tal y cómo estaba, viviendo en Marxloh, un barrio ubicado al norte de Duisburgo, Alemania, al que catalogaban como “el área de no ir”.  Un lugar dónde el desempleo y el peligro se hacía notar. Lauré, por su parte, quería salir a explorar el mundo, superarse.  Ella ambicionaba con regresar a Luxemburgo, la ciudad donde su madre había conocido a su padre, donde ella había nacido, según su documento de identidad, y el lugar donde vivió los primeros años de su vida, aunque de eso no queden recuerdos en su mente, sólo un par de fotografías. Pero, no era momento de recordar el pasado, debía enfocarse en sus próximas acciones. Al día siguiente se cerraría una grandiosa etapa de su vida. 

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