El auto se detiene en una casa a un par de kilómetros de nuestra casa. Es hermosa, es realmente hermosa. Tiene dos plantas y luces brillantes. Me pregunto por qué me ha traído aquí. No es la casa de la mujer, por supuesto.
—¿Está aquí?
—Sí —contesta mientras bajamos—, mi padre no quiso llevarla a un lugar feo, oscuro y sucio. La trajo aquí.
Los guardaespaldas nos abren la puerta, encontrándome con solo lujos. Altos techos, candelabros y cuadros finos; muy parecidos a los de la otra casa. Damián toma mi mano sorpresivamente y me lleva escaleras arriba. Llegamos hasta la ultima puerta del primer pasillo que vemos, donde él saca unas llaves y abierto el cuarto, entramos en él.
Noto que la habitación está intacta, con la cama y los muebles limpios, pero no hay rastro de la mujer, hasta que ambos la vemos acurrucada junto a la ventana. Levanta la mirada y al verme se levanta rápidamente. Se queda simplemente mirándome mientras sus manos y sus piernas tiemblan como si estuviéramos desabrigados en Alaska.
Dos lágrimas salen de sus ojos mientras aún sigue mirándome. Su mirada es de súplica, todo su cuerpo suplica.
—Déjame hablar con ella —Damián niega—, por favor, déjame hablar con ella.
—No lo entiendes, Jessica. No puedes aferrarte emocionalmente a alguien que morirá. Llegará el remordimiento y te volverás loca. No dejaré que hables con ella.
—No me voy a aferrar. No me conoces lo suficiente. Déjame hablar con ella.
—¿No vas a detenerte cierto? —niego—, está bien; cinco minutos, pero no me culpes si algo sale mal.
Damián da media vuelta y sale de la habitación, sabiendo que se quedará justo detrás de la puerta.
Cuando ya ha salido, la mujer corre hacia mí y se arrodilla frente a mis pies.
—No le diré nada a nadie, no le diré nada a nadie. ¡Por favor! ¡por favor déjame ir!
—Solo quiero hacerte una pregunta —ella se levanta mientras se limpia las lágrimas—. ¿Tienes hijos?
—No… bueno… yo… debo, debo cuidar a una sobrina. Debe estar sola y preocupada y… es enferma.
—Tú no tienes ninguna sobrina ¿cierto? —sus lágrimas salen a mares en cuanto me escucha.
—No, pero te lo dije, no se lo diré a nadie.
—Tengo otra pregunta; ¿sabías que ellos eran peligrosos? Cuando empezaste a trabajar, ¿lo sabías?
—Sabía que sus cosas no eran legales, pero… pero no sabía que tenían tanto poder. No llegué a pensar que se enterarían, pensaba irme, yo… lo haré, no necesito más dinero, solo me iré.
—¿Te irás?
—Sí, lo haré. Te lo juro —le sonrío.
—Yo no quiero que te pase nada —ella asiente con lágrimas en sus ojos—, te juro que no planeaba eso, y si me prometes que te irás, yo puedo… yo puedo hacer que te dejen ir.
—Lo haré, te juro que lo haré. Me iré, no me volverás a ver nunca más.
—Sabes que no te daremos más dinero —contesto.
—No necesito más dinero.
—Está bien —me alejo de ella—, lo haré.
—¡Oh por Dios! ¡gracias! ¡Gracias! —la mujer toma mis manos, dejándome ver varios puntitos de aguja en su brazo.
Así que me alejo, saliendo de la habitación. Damián se pone alerta y cierra la puerta de inmediato con seguro.
—¿Qué querías hablar con ella? —me pregunta—. Podemos dejarla ir, pero…
—Tienes que matarla —Damián abre los ojos sorprendidos.
—¿Qué?
—Es drogadicta. Irá a la policía en cuanto la dejes ir. Necesita dinero para saciar su adicción.
—Jess… no debiste.
—Mátala, Damián, no hay de otra.
Me alejo de él, atravieso el pasillo y comienzo a bajar las escaleras, sintiendo que me falta el aire y las manos me tiemblan. Estoy sorprendida, asustada y con unas ganas inmensas de llorar, pero no es porque una mujer morirá por mí, es porque no siento nada al pensar en ello. Tiene que morir y no hay remordimiento de mi parte.