Crimen

4221 Words
La gente de Sicilia se convirtió en esclava de la mafia. Les dejaban hacer libremente sus negocios y nadie hablaba por miedo a la muerte. La policía, los jueces y los políticos eran sus peones. Cuando en la Segunda Guerra Mundial, los Aliados invadieron Sicilia y derrotaron a los Nazis, dejaron libres a todos los mafiosos presos y los pusieron en el poder sin saber quiénes eran. Estoy sentada en aquel bar en el que he cogido una mesa después de ser plantada por el chico al que ahora espero por tercera vez. He pedido una copa de vino y estoy esperando a que aparezca. Tengo mi móvil encima de la mesa y lo ojeo de vez en cuando para mirar la hora. Lleva media hora de retraso y estoy empezando a desesperarme por momentos. Esperar nunca ha sido mi fuerte, así que, muevo la pierna con nerviosismo y vuelvo a pensar en mi atuendo. Llevo un vestido rosa pálido y vuelvo a pensar una y otra vez si ese atuendo es el indicado porque me siento como si estuviese en una dichosa cita. Las luces del restaurante son tenues, yo voy arreglada y él… Viene en un traje de chaqueta. —  Hola, siento llegar tarde —se sienta frente a mí y le pide al camarero que le traiga otra copa de vino. —  No te preocupes, no tengo nada que hacer esta noche. —  Bien —pasa una mano por su pelo y se afloja el nudo de la corbata. —  ¿Día duro? —  Bastante —suspira y le agradece al camarero cuando le echa el vino en su respectiva copa—. Gracias —le sonríe. Él me mira y deja escapar el aire para después levantar la comisura de sus labios. Es condenadamente guapo y él lo sabe. Toda la comisaría lo sabe, mierda, todo el mundo. —  Tienes una vida muy ocupada —le digo. —  Sí, menos mal que me pagan las horas extras, aunque no como deberían —se encoge de hombros. Me quedo callada porque ahora, que estoy aquí frente a él, no sé qué decirle. Siempre que he ido a buscarlo a la comisaría hemos hablado del caso de mi hermano. Él me decía que no se sabía nada y yo le exigía que lo resolviera, que diera con el asesino de mi hermano. No lo consiguió. “En la mafia, da igual quien apriete el gatillo, todos son culpables” Me había dicho, eso hizo que dejara de insistirle al cabo de un tiempo porque llevaba razón. Nunca van a encontrar a quien apretó el gatillo, y no se puede llevar a toda la mafia ante la justicia porque no tienen los medios suficientes. —  No hay nada respecto al caso de tu hermano —dice. —  Lo sé. —  Estás aquí por Máximo, ¿qué quieres saber? —  ¿Qué sabes que no sea confidencial? Lorenzo sonríe de lado y se apoya en el respaldar de la silla. Tiene una sonrisa seductora que enamora y sonrío juntando mis labios en una fina línea. —  Bueno, no sé qué puedo decir sabiendo que vas a publicarlo. —  No voy a publicarlo. —  ¿Cómo puedo saber qué me dices la verdad? —  Porque no quiero meterte en problemas, además, creo que la idea de un libro no es tan mala. —  Un libro —se ríe—. Si lo escribes y lo vendes, quiero un por ciento de lo que ganes. —  Sí, claro —esta vez me toca reírme a mí—. Te invitaré a champán y a marisco una noche y puedes darte por satisfecho. —  Puedo, dado el hecho de que puedes estar amenazada depende de lo que ponga el libro, me doy por satisfecho. ¿Qué tal están tus padres? —  Bien, siguen en la granja. Mi madre es quien lo lleva peor. ¿Cómo sabías que había sido la mafia quién asesinó a mi hermano? —  No le robaron. Estaba solo allí y encontramos sangre de otra persona que no era de él. —  ¿Y el c*****r de esa persona? —  No se ha encontrado. —  ¿Y por qué no desaparecer el de mi hermano? —  Porque quien llamó a la policía los descubrió y supongo que prefirieron huir antes que ser cogidos. Encontraron a mi hermano en una plantación de trigo. ¿Qué hacía allí? Nadie lo sabe. Había llegado a pensar que mi hermano no estaba allí por equivocación, que quizás estaba metido en algo malo y por eso murió, pero no me cuadra. ¿Fabio metido en algo así? ¿Mi hermano pequeño? Imposible. —  ¿Qué crees que le ha pasado a Máximo? —Me pregunta después de pedirle al camarero nuestra comida. —  Que lo han asesinado. —  Eh, sí, eso lo sabe todo el mundo —se ríe—. Pero… A parte de lo que los dos sabemos ¿Por qué han podido matarlo? —  Era el jefe de la Cosa Nostra. —  Sí, ¿y quién está en la cárcel? —  Muchos mafiosos. —  Totò Vitale —dice— Y está agonizando. Se muere, Fiorella. —  La Cosa Nostra se quedaría sin jefe. —  Exacto. Estamos hablando en voz baja porque no son temas para hablarlos libremente. Lorenzo no es la cara pública de la DIA porque en el momento en el que alguien se entere que trabaja para la Organización Antimafia… Le sonrío al camarero cuando pone la lasaña que vamos a compartir en medio de la mesa y Lorenzo lame sus labios. —  Aparta tú si no quieres que yo arme un desastre —le digo. Lorenzo sonríe y coge su cuchillo y la cuchara que nos han traído—. Entonces… La Cosa Nostra está buscando nuevo m*****o que la presida. —  Eso creo —le tiendo mi plato y él me aparta—. Cuando Vitale muera, no habrá nadie que la maneje. —  ¿Y cuánto le queda? —  Poco, relativamente poco. Encarcelaron a Vitale en el 1990, después de la muerte de dos jueces antimafia. Fueron los primeros jueces en luchar contra la mafia y acabaron siendo asesinados, lo que hizo que toda Sicilia se volcara con las muertes y salieran a manifestarse en contra de estas atrocidades. Fue un ataque contra el Estado y la mafia se debilitó cuando Vitale entró en prisión. La policía hizo un buen trabajo casi eliminando a los grandes capos. —  Matteo Lombardi—susurro. —  ¿Qué? —Pregunta después de beber del vino. —  Se dijo que Matteo Lombardi podría ser un buen jefe. —  Sí, pero lleva veintitrés años fugado. —  ¿Y? —  No tendría la confianza de los clanes. —  A no ser que siempre haya estado ahí, pero en las sombras. Lorenzo se encoge de hombros y empieza a comer.  Sabe algo, pero no va a decírmelo y lo respeto.  Así que, cambio de tema.  Ya no está prometido y no es porque me lo haya dicho, sino porque el anillo de su dedo ha desaparecido. —  Me dejó —dice y dejo de mirar su mano—. Trabajaba demasiado, nunca estaba en casa y prácticamente vivía en la oficina. —  La comprendo. —  Y yo también, por eso dejé que se fuera, no era bueno para ella. —  No eres bueno para nadie si estás casado con tu trabajo —me llevo la copa de vino a mis labios y bebo mientras lo observo. Me mira mientras asiente un poco, dándome la razón a lo que he dicho. Él carraspea y limpia su boca con la servilleta. —  ¿Y tú?  ¿Sigues con tu vieja Vespa? —  Sí, hasta el fin del mundo. —  Morirá algún día, ¿no has pensado en comprarte un coche? —  Es más fácil aparcar la Vespa. —  Pero un coche es más seguro. Me encojo de hombros porque ahora mismo no necesito un coche. Después de cenar y pagar, salimos del bar y lo miro.  Él mira a todos lados y luego sus ojos se posan sobre los míos. —  De nada por la cena —digo rompiendo la tensión en la que los encontramos. —  Gracias —sonríe—. ¿Quieres que te acerque? —  No, tengo la Vespa aparcada ahí —señalo la acera de en frente. —  De acuerdo, ten cuidado y avísame cuando llegues. —  Lo haré, gracias por todo, detective Moretti. Él sonríe y me giro dispuesta a cruzar la calle para ir a por mi moto.  Todo lo que hemos hablado está rondando mi cabeza y estoy deseando llegar a casa para apuntarlo. Matteo Lombardi lleva veintitrés años desaparecido.  Después de las bombas contra los jefes antimafia, desapareció.  Dicen que estará en alguno de sus palacios y que tiene un hijo ilegítimo.  Solo se le vio una vez, hace años se escapó para viajar a Barcelona y operarse. Detuvieron a varias personas que lo ayudaron y se encontraron varios refugios de Lombardi, pero no a él. Lo único que espero es que la guerra interna de la Cosa Nostra no afecte a Italia de nuevo.  Las bombas en Milán, Florencia y Roma dejaron muchos muertos.  Gente inocente que murió porque la mafia quería hacer presión sobre el Estado Italiano para negociar; no lo consiguieron.   Llego a casa y me quito los zapatos en la entrada para después agacharse y saludar a Lucinda.  Voy a la habitación y me tiro en la cama deseando decirle a Lucinda que me traiga el cuaderno y el bolígrafo de encima de la mesa. Es un gato, así que no puedo pedirle eso.  No hay nada más de Lombardi que lo que sé. Debe tener 56 años y sigue totalmente desaparecido.  ¿Será jefe de la Cosa Nostra desde las sombras? Recuerdo que tengo que avisar a Lorenzo de que he llegado y alargo la mano para coger el móvil de la mesita de noche. Me manda a dormir cuando le pregunto si se podría manejar la Cosa Nostra desde las sombras y con una sonrisa en mi rostro, lo hago.         El lugar de trabajo de un periódico no es nada tranquilo.  La gente habla, los teléfonos suenan, la impresora no para y los tacones de algunas compañeras dan con fuerza sobre el suelo. Tengo un té verde encima de mi mesa y aprovecho para darle un sorbo aunque aún está muy caliente.  Tengo que escribir una noticia sobre que el gobierno ha aprobado el bono de Cultura dónde se les dará a los italianos que cumplan 18 años 500 euros para que gasten en Cultura.  Ya podrían dármelos a mí también Paso mis dedos por el teclado, evadiéndome del ruido y centrándose en la noticia.  Lo maqueto y se lo envío a Brina para que me dé el visto bueno. —  Fiorella —escucho la voz de mi amiga y levanto la cabeza— ¿puedes venir? Me levanto y camino por el pequeño pasillo hasta llegar a su oficina.  Cierra la puerta y me siento en la silla que está frente a su escritorio. —  ¿Qué tal la cena con Lorenzo? —Pregunta rodeando el escritorio y sentándose en la silla. —  Productiva.  Está soltero —muevo mis cejas y ella, en su apretado vestido azul, se echa hacia delante para apoyar los antebrazos en su escritorio. —  ¿En serio?  ¿Qué ha pasado?  Me dijiste que estaba prometido. —  Sí, hace un año.  Ella lo dejó porque está casado con el trabajo. —  Jodido —chasquea su lengua y se apoya en el respaldar de su cómodo asiento— ¿Te dio alguna información? —  Nada nuevo de lo que ya sabemos. No voy a darle información para que se la dé a otro.  De verdad que estoy pensando en la idea de escribir un libro, lo malo es que no sé por dónde empezar. —  ¿No te dijo nada nuevo? Me encojo de hombros.  — Solo que Vitale se muere. —  ¿Totò Vitale? —  Sí, ¿podemos tomarnos algo después?  Necesito despejarme. —  Por supuesto —sonríe—. Ya se ha publicado la noticia del bono de Cultura, creo que el Gobierno está haciendo un buen trabajo —Me encojo de hombros y Brina suspira pesadamente—. No puedo ponerte en la sección del periódico que quieres porque no serías parcial. —  ¿Cómo se es parcial cuando están asesinando a gente? Trafican con droga o con personas delante de las narices de los policías portuarios y no hacen nada. —  Relájate —levanta sus manos y carraspeo intentando controlar la alteración—. La mafia ya no actúa como antes, ya no es tan sangrienta. —  Faltaría más, Brina —bufo— Si la mafia no actúa como antes, ¿por qué hay grupos antimafia en la policía? A veces no entiendo a Brina. Tiene una actitud pausada e indiferente respecto a la mafia, no cree que sea lo más importante de la región cuando la mayoría de la mafia se concentra aquí. Sinceramente, nunca he prestado la suficiente atención a la mafia, los ataques no son tan comunes como antes, pero las personas siguen desapareciendo y muriendo, como le pasó a Fabio. —  Bueno, porque hay que acabar con el crimen organizado —se encoge de hombros—. Avísame si Lorenzo te dice algo —mueve su mano con desdén cuando su teléfono suena—. Nos vemos en el bar que está en la esquina después. Salgo de su despacho y me dirijo a la mesa de Guido, un hombre de cuarenta años que se encarga de cubrir e investigar a la mafia y los asesinatos de Sicilia.  —  Hola —lo saludo. —  ¿Qué necesitas? —Pregunta sin levantar la vista de la pantalla de su ordenador. Guido no es muy agradable, pero me he acostumbrado a que me conteste de esa manera, por lo que sigo con una sonrisa en mi rostro y carraspeo para que me mire, no lo hace. —  ¿Qué se sabe de la mujer de Totó Vitale? —Le pregunto. Esta vez, sí que tengo su atención y levanta la cabeza para mirarme. Se está quedando calvo y al parecer no lo lleva muy bien, o quizás a quien no le gusta es a su mujer, por eso ha estado probando productos para el crecimiento del pelo que hace que huela a producto químico todo el tiempo. —  Hmmm… Visita a su esposo en la cárcel, no falla ni un día. —  ¿Y su hijo? —  Apenas va a verlo, supongo que no quiere tener más presión policial encima de la que ya tiene. —  ¿Sigue con esa fundación? —  Sí, increíble, ¿no? Tu padre en la cárcel por ser el asesino más sangriento y él tiene una fundación sin ánimo de lucro para los pobres. —  Va a sacar un libro —ni siquiera lo pregunto. La noticia nos cogió a todos por sorpresa y fue duramente criticado. —  Ya, y su hija es delegada de clase en la Universidad —niega con la cabeza—. Supongo que le tendré que dar dinero a ese… Hombre para poder leerme el libro. Me siento en la esquina de su mesa y junto mis labios en una fina línea. El libro saldrá dentro de unas semanas y nadie en Italia va a hacerle una entrevista porque es demencial entrevistar a alguien como él, pero la manera de conocer más a la mafia, a su familia, es entrevistándolo. —  Te has sentado encima de mi agenda —dice. Levanto mi culo y veo que apenas estaba rozándola. No me despido cuando me giro y vuelvo a ir a mi mesa para empezar a imprimir las fotos de todos los capos que me interesan. La familia de Totó Vitale y Matteo Lombardi. Los hijos de Vitale no son cómo él, pero podría alguno tomar el lugar de su padre, aunque si no están preparados, las demás familias se negarían y Matteo Lombardi lleva desaparecido dos décadas y está en la lista de más buscados por el FBI. Salir de su escondite no es una buena idea.   Guardo todas las fotos en una carpeta junto a mi cuaderno donde tomo apuntes y me levanto para irme al bar donde esperaré a Brina. Me despido de los compañeros que quedan por allí y le echo un vistazo a la oficina de la morena para verla hablar por teléfono un poco alterada. Me monto en el ascensor y pulso el cero para que me lleve a la planta baja. El cielo anaranjado me recibe junto a una brisa que no cambiaría por nada. Camino lentamente al bar porque sé que se retrasará y aprovecho para enviarle un mensaje a papá diciéndole que iré a verlos este fin de semana. Me siento en la barra, en el mismo sitio de siempre y pido un whiskey solo. Dejo mi carpeta a un lado y mientras bebo pequeños sorbos, miro de vez en cuando para la puerta con la esperanza de que mi amiga aparezca pronto. Estoy sentada donde la barra hace de esquina y alguien se sienta donde la barra empieza de nuevo, a mi lado derecho, mirando hacia la vitrina de botellas de alcohol. Por lo que lo tengo justamente a las dos, como diría un policía. No puedo evitar fijarme en sus brazos llenos de tatuajes y cuando subo mi mirada por sus bíceps apretados en esa camiseta negra, veo que está mirándome. Su mandíbula está definida y sus cejas espesas se levantan. —  ¿Te gustan? —Pregunta. Me encojo de hombros porque no tengo interés en empezar una conversación con él. Sigo bebiendo poco a poco y siento su mirada insistente sobre mí. Hoy no estoy de humor y lo miro de nuevo. —  ¿Qué estás mirando? —  Tu cara es como un cuenco de cereales, los choco krispies. Alzo mis cejas sorprendida y parpadeo un par de veces. —  ¿Perdona? —  Solo te digo la verdad, estás… Llena de pecas. —  No eres gracioso. —  No pretendo serlo —bebe de su cerveza. Miro hacia el frente y decido ignorarlo porque no hace falta mucho para sacarme de mis casillas y al parecer, es lo que intenta hacer. Lo miro de reojo con su teléfono en la mano y el reflejo de su móvil da en sus ojos grises. —  ¿Qué estás mirando? —Pregunta. Llevo mi vista a otro lado y mi móvil vibra encima de la mesa: un mensaje de Brina. No puede venir porque le ha surgido algo. Murmuro una palabrota y me bebo lo que me queda de un trago para irme de ahí. —  ¿Te vas sola? —Pregunta el desconocido lleno de tatuajes. —  ¿Importa? —Saco un billete de mi cartera y lo dejo encima de la mesa. —  Hay tres chicos en la otra parte de la barra, camisetas de color blanco y azul que no te han quitado ojo desde que he llegado —le da un sorbo a su cerveza—. Uno de ellos lleva una navaja en el bolsillo trasero izquierdo de su pantalón, exactamente el de blanco. El corazón me bombea con fuerza ante lo que me ha dicho y miro a esos tres chicos que están al otro lado de la barra, justo frente a mí. Un escalofrío recorre mi cuerpo y miro al chico. —  ¿Se supone que debo creer que no eres su cómplice? —  Puedes salir y comprobarlo por ti misma o puedo invitarte a otra copa, ¿qué dices? Me había levantado, dispuesta a irme porque Brina no va a aparecer, pero después de eso, vuelvo a sentarme bajo la sospecha de que puede tener razón y él sonríe un poco. —  Pídete otro whiskey —me ordena. —  ¿Quién eres? —  Un chico que quiere salvarte de ser atracada o algo peor. —  ¿Y por eso te has sentado aquí? —  Podría ser. Soy Dominic —me tiende su mano. —  Fiorella —estrecho su gran mano y la separo cuando pido otro whiskey. Estoy nerviosa y siento mi respiración pesada porque es cierto, esos chicos que tengo a unos metros me miran y hablan entre ellos. Lo que no sé es si Dominic —si es que ese es su verdadero nombre— está jugando conmigo. Si algo aprendí de mis padres es a no fiarme de nadie, por lo que analizo la situación. El chico tatuado parece relajado mientras yo estoy en tensión porque ha puesto mi vida en el punto de mira de esos chicos, el camarero está limpiando las mesas y puedo llamar a Lorenzo, sí, llamaré a Lorenzo. —  Llamaré a la policía —digo en voz baja. —  ¿Qué? —Dominic se ríe y lo miro seria porque no le veo la gracia, es más, es una buena idea. —  ¿Y qué piensas hacer? ¿Esperar a que se vayan? —  No, nos iremos antes. —  ¿Irnos? —  Te acompañaré a tu coche. —  Moto, más bien. —  Pues a tu moto —sonríe—. Ponme otra cerveza, por favor —le pide al camarero cuando vuelve a entrar en la barra. —  ¿Puedo saber qué tipo de persona va mirando los bolsillos traseros de los chicos? —Pregunto. —  Una persona muy observadora. —  ¿Eres policía? —  No —me mira—. ¿Puedo saber por qué una chica pide whiskey solo? —  Porque me gusta. —  ¿Beber u olvidar? —  Ambas, supongo. ¿Y tú? ¿Qué haces aquí? Aunque tampoco quiero beber tanto porque tengo que ir a casa en la Vespa y no quiero tener un accidente por embriaguez. —  Largo día de trabajo, me merezco una cerveza, o dos —alza sus cejas con una sonrisa en sus labios y lleva el botellín de nuevo a su boca. Tengo el vaso medio lleno de whiskey y a pesar de que estoy en un bar lleno de gente, no estoy tranquila porque ellos siguen allí. —  Quiero irme —digo—, quiero salir de aquí. —  De acuerdo —él pone dos billetes encima de la mesa y se guarda su cartera en el bolsillo trasero del pantalón de nuevo—. Vámonos. Me cruzo el bolso y me aferro con fuerza a la carpeta deseando gritar que estoy en peligro y que necesito ayuda, pero no lo hago y salgo del bar junto a ese chico alto y tatuado que me ordena que no mire hacia atrás. No lo hago mientras mi corazón late con fuerza contra mi pecho. Le indico dónde está mi Vespa y caminamos en silencio mientras yo no puedo evitar mirar hacia atrás, los chicos han salido del bar. —  Han salido, ¿eres uno de ellos? —Me aparto de él y coge mi brazo. —  Tranquila —tira de mí hacia él y miro sus ojos grises. Tiene una mirada que no me gusta un pelo—. Te acompañaré a tu Vespa y no te pasará nada, mientras más les temas, más poderosos se sentirán. Tiene que tirar de mí para que empiece a caminar y me relajo un poco, vale, hay gente, no pueden hacerme nada porque hay gente y no estoy sola. Cuando veo mi Vespa, casi me doy patadas en el culo para ir hacia ella y quitarle la cadena. La guardo con manos temblorosas y guardo también la carpeta cuando saco el casco. Me quedo parada cuando esos tres chicos pasan por nuestro lado y me miran, me han mirado y han sonreído. —  ¿Lo ves? Nada de qué preocuparse. —  ¿Ahora me robarás tú? Dominic sonríe y niega con la cabeza. — No voy a robarte, venga, vete a casa —hace un movimiento con su cabeza. Me pongo el casco y me monto en la Vespa. Él me agarra del brazo y lo miro—. Lo que si me gustaría tener es tu número de teléfono. —  ¿Y se supone que debo dártelo? —  Bueno, te he ayudado. Mejor, te lo apunto yo —saca un bolígrafo de su bolsillo y frunzo el ceño. ¿Qué hace con un bolígrafo en el bolsillo? Su mano rodea mi muñeca y con total confianza, apunta su número de teléfono a lo largo de mi brazo. Estoy totalmente en shock por esta situación tan surrealista. Si cree que lo voy a llamar, lo lleva claro. —  ¿Crees que voy a llamarte? —  No me gusta hablar por teléfono, mejor un mensaje de texto —me guiña un ojo y suelta mi muñeca. —  De acuerdo, Dominic, creo que es hora de irme. Gracias por salvarme —sonrío irónicamente—, aunque dudo que hubiese necesitado ayuda —me pongo el casco de la moto. —  De nada, desagradecida —mete las manos en los bolsillos de sus pantalones—. Ten cuidado y escríbeme. Él se gira y lo veo caminar por la acera hasta que decido poner rumbo a casa con los grandes números de su teléfono en todo mi antebrazo. 
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