20 de agosto.
SLOANE.
Sangre, gritos, disparos y un simple adiós. —resuenan en mis pensamientos mientras imágenes de aquella fatídica noche se reproducen en mi mente, sacudo mi cabeza tratando de alejar todos eso espantosos recuerdos que me atormentan día y noche, pero me es imposible olvidar cuando fui la primera en la fila al ver escenas perturbadoras que hasta hoy día me persiguen en mis peores pesadillas.
Camino descalza por mi habitación hasta el balcón, puedo sentir el frío sobre mis pies. Me estremezco al sentir la brisa del viento, alzo mi vista al cielo y automáticamente en mis labios se forman una sonrisa apenada mientras lagrimas recorren mis mejillas, trato de no derrumbarme.
Los minutos pasan en silencio.
Aparto mi mirada del cielo para observar las marcas de mis uñas en mis brazos que se mantienen a un rojo vivo, siento el ardor, pero no es doloroso como lo que siento. Darme cuenta o no, no quita el hecho de que me sienta fatal por hacer esto en mi cuerpo aun cuando prometí que no lo volvería hacer, estar tan sumergida en mis demonios me hace hacer esto no siendo consciente.
Trato de apreciar el dolor, ya que vivo sumergida en un limbo de recuerdos desagradables que me atormentan cada día de mi maldita existencia.
El dolor en mi pecho cada vez se hace más fuerte al recordar que no pude cumplir la última promesa, levanto mi mirada.
— Lo siento.—susurro a la nada, contengo las ganas de caer de rodillas.
No tengo la certeza de que puedan escucharme, pero tengo que sacar lo que mi corazón anhela decir. Anhelo pedirles perdón por no ser valiente como me enseñaron ser, anhelo decir cuanta falta me hacen, anhelo poder retroceder el tiempo y entender sus últimas palabras, anhelo poder contemplar una vez más sus sonrisa, sus besos y abrazos.
Anhelo tanto que pudieran estar conmigo.
“El tiempo cura las heridas” escuchó que dicen las personas, pero aunque les cueste entender el tiempo no resuelve nada, todo lo contrario, es un enemigo más de la vida. El tiempo te arrebata a lo que más quieres y a pesar de querer hacer algo, no puedes porque es la regla de la vida, morir es una obligación no una opción.
— Perdón por no poder seguir.—me escucho decir.
Los recuerdos se manifiestan en mi mente, las imágenes comienza a invadir mientas súplicas, llantos y gritos están nuevamente en mis pensamientos, agarro mi cabeza desesperadamente mientras los recuerdos no dejan de aparecer, mi llanto es incontrolable y el dolor es palpable en mi cuerpo.
Me derrumbo entretanto les pido perdón en un susurro. Quiero gritar que pare, que no puedo, que ya no deseo vivir pero me es imposible porque vivo sola mi dolor, doy un grito ahogado que me deja sin aliento. Mi respiración es pesada mientras trato de ponerme de pie sujetándome del barandal, pero nuevamente término de rodillas, rendida, cansada y sin ganas de avanzar.
Seguir viva nunca fue una opción para mí, sin embargo, sigo viviendo un dolor que nunca tuve que llevar, sin las ganas de luchar para poder salir de este mundo que, poco a poco, me consume.
Unos toques en la puerta de mi habitación permite que regrese a la realidad y que deje de sucumbirme en mi dolor.
— Sloane.—apenas puedo escuchar su voz. — ¿Estás despierta?
Silencio.
Pongo una mano en mi boca cuando un suspiro se me escapa, mi pecho sube y baja, trato de controlar mi respiración acelerada y puedo escuchar los pasos alejándose, respiro hondo tratando de poder respirar.
Inhala.
Exhala.
Repito continuamente el ejercicio por algunos segundos, cuando siento que mi respiración se encuentra mejor camino entrando a mi habitación, aun las lágrimas no cesan, pero los recuerdos se han ido momentáneamente.
Paso de largo mi cama para ir al baño, me detengo a mirar el reloj que se encuentra en mi mesita de noche.
3:30 de la madrugada —no me causa sorpresa la hora ni mucho menos saber que mi padre deambula por la casa a altas horas de la madrugada.
Entré al pequeño baño que se encuentra en mi habitación, bruscamente limpio mis lágrimas que siguen cayendo por mis mejillas, retengo algunas que están por salir porque no quiero derrumbarme de nuevo.
Abro el botiquín, saco lo necesario para poder limpiar las marcas en mis brazos ya que no deseo que luego me pregunten que me sucedió, camino fuera de ahí. Busco con la mirada un lugar para poder curarme, me detengo en mi escritorio al notar la lámpara que está alumbrando, camino hasta el escritorio apresuradamente, cuando llego tomo asiento dejando todo en la mesa.
Me toma unos minutos limpiar las marcas.
Tiro el algodón a la papelera y observo la nada, mis pensamientos son vagos mientras entrelazo mis manos, pero cuando mi mirada da con el fondo de mi escritorio todo cobra sentido, lo pienso muchas veces, al final termina triunfando mi dolor.
Lo tomo para luego ir directo al baño.
Mis pasos son pesados y el tiempo se vuelve lento a medida que doy cada paso, mi respiración se entrecorta mientras mis manos sudan, la decepción me invade; aun así, no doy marcha atrás; cuando llego me coloco junto al espejo que se encuentra en el extremo derecho de mi baño, observo mi rostro para luego pasar a mis brazos y por último a mis piernas, el sentimiento de culpa se hace presente lágrimas amenazaban por salir, pero las retengo mientras me pongo de rodillas el suelo de mi baño, no pierdo la vista del espejo.
Temblorosamente llevo mis manos hasta mis piernas, nuevamente los recuerdos regresan y permito que esta vez mi dolor haga el trabajo de alejarlos, sin previo aviso lo hago.
Por mi dolor.
Por los recuerdos.
Por mis ganas de morir.
Por lo que soy.
Por todo.
No siento nada.
Las lágrimas cesan
El dolor me invade.
Me observo en el espejo y por primera vez frente a mí veo el monstruo que estuvo oculto por mucho tiempo. Sacudo mi cabeza mientras veo la sangre esparcirse por el piso, nuevamente lo hice y no tengo justifican porque esta vez lo quise para apaciguar el pesar que lleva mi ser, rompí otra de mis promesas y la culpa me carcome.
Entonces me doy cuenta que mientras más me retenga mis demonios aparecerán para llevarme al lugar que pertenezco, la oscuridad.
…
Me mantengo mirando por la ventana esperando que la lluvia cese.
Sonrió al ver a los niños jugar con sus padres, mi pecho se oprime y pongo una mano cerca de mi corazón puedo sentir los acelerados que da mientras mis ojos se cristalizan, respiro hondo y expulsó el aire.
No comprendo en que momento me convertí en una persona tan sensible, siempre he tratado de no reflejar mis sentimientos convirtiéndome en una persona fría y calculadora, pero me fue imposible porque ese no era mi verdadero ser y a pesar de tratar de fingir resulto todo un desastre, ya que terminaba en un rincón llorando o arrepintiéndome por mi estúpido comportamiento, descarte esa absurda idea.
Siempre he envidiado aquellos seres humanos que sin esfuerzo alguno muestran frialdad y malicia, no tienen que tratar de fingir ser alguien que no son porque su verdadera esencia refleja, sin manipular ningún comportamiento suyo.
Puedo escuchar la respiración de alguien a mi espalda, escucho sus pasos lentos acercándose, pero no aparto mi vista de la ventana, me sobresalto al sentir que coloca su mano en mi brazo.
Hago una mueca de dolor antes de girarme, detallo al hombre que me da una sonrisa cálida, ¡Diablos! A cualquier mujer derretiría.
Es alto, muy alto para mi gusto, tengo que levantar mi mirada para poder encontrarme con sus ojos color azules intensos, muy difíciles de confundir. Posee una contextura atlética, un cuerpo fornido y musculoso. Pasa una mano por su cabello color azabache ni demasiado liso ni muy ondulado, lo mantiene corto. Bajo la vista a sus labios carnosos y rosados cuando gesticula. Su tez es clara, sonrosa y lisa con algunas pecas en sus mejillas.
— ¿Estás bien? —preguntó Devon, mi hermano.— Mamá me comentó que estuviste ausente este día.
Llevo mi mano a mi boca fingiendo sorpresa, entrecierra sus ojos en mi dirección.
— Estás preocupada por mí.—afirmo, niega con su cabeza mientras veo una ligera sonrisa.
— Entonces, ¿Si estás bien? —cuestiona Devon, entorné los ojos.
— Estoy muy bien.—miento, me escanea con su intensa mirada.— No tenía ganas de comer, además, me la pase en mi habitación creando mi arte, sabes que a mamá eso le molesta.
— Hermosa, todavía no le has dicho nada a nuestros padres.—más que una pregunta es una afirmación, me mantengo en silencio.— Deberías hablar con papá, estoy seguro que él lo entenderá.
— Ni siquiera en casa esta, ¿Por qué debería hablar con él? —cuestioné en un susurro, si no me conociera diría que estoy resentida.
— Sabes que viene a casa cuando no tiene trabajo.—dice Devon.
La incomodidad es notable en el ambiente.
— En conclusión, nunca.—bromeo, liberando el ambiente incómodo.— Tranquilo hermanito, estaré bien.
— Eso espero.
Me atrae a sus brazos, envuelvo mis brazos alrededor de su espalda sintiendo su cercanía que me causa alivio, me besa por encima de mi cabellera.
— Te amo, desastre.
— Igualmente, idiota.
Nos mantenemos por unos minutos, pero el sonido de su móvil hace que sobresalte, desenvuelvo mis brazos para permitir que Devon se aleje para que conteste.
— Hola. –escucho que dice, los segundos pasan y veo que frunce su ceño.— ¿Qué sucede?... ¿Enserio? No lo puedo creer… ¿Por qué me están diciendo esto? Tuvieron varios días para decirme.—alza la voz, está enojado por lo que le han informado.— No deberían estar preocupados por mí ni mucho menos pedirme disculpas, eso tienen que hacerlo con el Director Ejecutivo… Entiendo, buenas noches.
Termina la llamada, se mantiene en silencio frunciendo su ceño, suelta un suspiro cansado pasando su mano por su cabello, desordenandolo.
— ¿Qué pasa? —me atrevo a preguntar, sus ojos azules me observan con fijeza.
— Los Durand han regresado.—es su respuesta, dejándome pasmada.
Los minutos transcurren en silencio, me tomó un tiempo reponerme de mi asombro. Veo a mi hermano, se encuentra tenso y las palabras salen de mis labios.
— ¿Estás bien? —cuestioné, me observa confundido.
— ¿Por qué no lo estaría? —contesta firme, sacudo mi cabeza.
— Lo siento, lo siento. No debí preguntar.
— Tranquila, Sloane.—dice mostrándome una sonrisa, guarda su móvil en su saco.— Papá estará furioso cuando se entere que su buen amigo está de regreso, añádele a la cena que nuestra madre organizará cuando se entere del regreso de su mejor amiga.
— Ni quiero imaginarlo.—digo, soportando la risa.
— ¿Y tú? —pregunta Devon, frunzo mi ceño.
— ¿Yo qué o qué? —respondí con otra pregunta, sonríe.
— ¿Estarás bien? —enarco una ceja, suelto un suspiro frustrado.
— Idiota.—ríe.
Doy pasos para acercarme a él, pero algo me detiene: Dolor.
Hago una mueca de dolor, que no pasa desapercibido para mi hermano, este me mira confundido. Está a punto de preguntar, pero gracias a los cielos soy salvada por la campana. Los pasos de unos tacones se escuchan en la habitación, asomo mi cabeza y la veo caminar resplandeciente como suele serlo mientras nos da una de sus tantas sonrisas falsas.
— Mi amor.—dice Goergia, se acerca a Devon y le da un beso en la mejilla. Su mirada se dirige a mí.—Veo que estás mejor, pensé que no saldría de tu habitación.
— Estoy mejor.–miento, solo asiente y mira a mi hermano.
— ¿Te quedas a cenar? —pregunta Goergia con las esperanzas que acepte.
— Solo si viene Sasha.—es la condición de mi hermano. Estoy esperando que Goergia se niegue pero sonríe.
— Claro.—dice Goergia. Mi hermano y yo la miramos incrédulos.—Solo dile que no llegue tarde, hijo.
Besa su mejilla izquierda de mi hermano, se da media vuelta en dirección a la cocina, pero antes de que salga de la habitación, voltea y me mira.
Aquí vamos.
— Sube a vestirte —ordena, me miraba de pies a cabeza.—, hace mucho calor para que andes en chándal.
— Me siento perfecta vestida de esta manera.—replique.
—No es una sugerencia, cariño —dice Goergia, sienta la mirada de mi hermano. —. Es un orden, te quiero ver con otra ropa.
Se da media vuelta, entorné los ojos con molestia.
Creo que cometí un error al salir de mi habitación, lo preferible era quedarme hasta que mis heridas se curen porque aún se mantiene a la vista de cualquier persona y lo último que deseo es un interrogatorio al cual no estoy preparada ni mañana, ni pasado, ni nunca. Aún noto la presencia de mi hermano que se ve pensativo mientras sus ojos azules me escanean tratando de descifrar algo, me remuevo incómoda en mi lugar y aparto mi mirada de la suya.
— Tiene razón, hace calor.—dice Devon luego de unos minutos, niego con la cabeza.
— Lo dice el que lleva traje.—contrataco molesta, frunce su ceño.
Me observa por unos minutos hasta que se da media vuelta, siento alivio en mi pecho cuando dando largos pasos comienza a salir de la sala por qué tener un Devon curioso a mi alrededor significa: peligro. Creo que estoy cantando victoria muy pronto porque detiene sus pasos, lo observo con detenimiento, sé que está a punto de decir algo que le está inquietando.
— Estás más rara de lo normal —dice, me mira de reojo.—, no te preguntare que está sucediendo porque lo último que quiero es incomodarte. Sabes que si quieres hablar con alguien siempre estoy dispuesto a escucharte, hermosa.—sus palabras cálidas son como un golpe a mi corazón.
Lo veo alejarse.
Suspiro cansada.
Me giro para observar cómo las gotas se deslizan por la ventana, amo los días lluviosos porque me traen paz con tan solo escuchar como las gotas caen al suelo, es como si me estuviera desahogándome. Lágrimas invaden mis ojos, parpadeo varias veces pero una traicionera termina por recorrer mi mejilla.
— Por cierto, Stefan ya regresó —me tenso al escuchar su voz.— pensé que te interesaría saber.
Me mantengo rígida esperando a que se vaya, pero miro de reojo y veo que está acercándose a mí, limpio mis lágrimas con rapidez.— ¿Estás bien? ¿Qué está sucediendo? Sloane, puedes contarme lo que sea.
— Estoy bien, hermanito.—aseguro con voz temblorosa, no volteo.
No quiero que vea cuando estoy a punto de derrumbarme nuevamente porque estos días son los más sensibles para mí.
— Mírame.—exige. Lo pienso por unos minutos.— No me hagas repetirlo por segunda vez. —el enojo es notable en su voz, suspiro.
Me giro sobre mis talones, me preparo para darle una de mis mejores sonrisas. Estamos frente a frente y puedo ver la preocupación en su mirada, mi pecho se oprime. — Vez, estoy bien. No hay nada que preocuparse, idiota.
— ¿Enserio? ¿Todo se encuentra bien? —asiento sonriéndole, no aparta su mirada de la mía.— ¿Cómo sé que no me estas mintiendo?
— Confía en mí.—señalo.
— ¿Por qué siento que me estás ocultando algo? —murmura, me tenso.
Él lo nota, está esperando una respuesta a su pregunta, pero yo no deseo mentirle otra vez. Creo que me he vuelto una experta mintiendo ya que cada palabra que sale de mi boca es creída pero me duele mentir a las personas que amo.
— No te estoy ocultando nada.—respondo, me observa con detenimiento. Ruego en mi interior que crea mis palabras y se vaya dejándome sola, porque sé que si no me cree no descansará hasta saber lo que ocurre.
— Bien.—masculla finalmente.—Pero más vale que me estés diciendo la verdad, porque sabes que odio que me mientas.—asiento esperando que se marche lo más rápido posible.
Se mantienen en silencio unos minutos, asiente y se marcha.
Cuando estoy sola suelto el aire acumulado, paso mis manos por mi rostro. ¿Cuánto tiempo me durará mi mentira? No lo sé, pero lo único que pido es que luego no explote todo, porque he aprendido que las mentiras tienen patas cortas, que sin importar cuánto te esfuerces en ocultarlo siempre todo sale a la luz y trae consecuencias con ello.