Se movió respirando hondo. Casi horrorizada ante la posibilidad de ahora estar fantaseando de ese modo con alguien que debía sacar cuanto antes de sus pensamientos más profundos.
Se puso de pie cambiándose de ropas. Al salir se encontró con Ignacia. Quien ya servía el desayuno, llevaba una bandeja y parecía dirigirse a la alcoba en donde ella se quedaba. El día estaba nublando y llovía.
—Gracias, pero me gustaría acompañarla en la cocina.
Ella se asombró, pero no se negó, sino que asintió. Ambas se sentaron alrededor de la mesa que se encontraba al centro de la cocina. Ella le sirvió té.
—Ignacia, sé que usted trabaja para el señor Farid y es posible que no esté en sus posibilidades respondérmelo. Pero, quiero ser sincera con usted. Raymond y yo tenemos de estar juntos ya un tiempo
