Simón Dias observaba las gotas de lluvia deslizarse perezosamente por la ventana, afuera, el viento rugía con la ferocidad por la tormenta que se estaba desatando.
Solía imaginar un sinfín de formas en las nubes, pero en aquel momento, con las luces intermitentes de los rayos, sólo podía ver la forma de un enorme perro con las fauces abiertas, con espuma saliendo de estas.
—Me aburro —dijo la voz aguda de Emilia a sus espaldas.
Simón la ignoró, le fastidiaba demasiado aquella chica como para molestarse siquiera en contestar. No estaba obligado a hablarle, después de todo no era el único en aquella habitación, cualquiera de sus amigos podría darle una respuesta e incluso jugar a ser su payaso de circo en un intento inutil para entretenerla y llamar su atención.
—¿Quieres jugar a un juego de mesa? —la invitó Felipe con aires de superioridad.
Algunos creerían que su manera de hablar se debía a que era el anfitrión de aquella reunión, pero Felipe siempre mantenía esa actitud arrogante, ¿el verdadero motivo de esto?: Sus bolsillos repletos de dinero, una cuna de oro en la cual había nacido y un apellido tan fuerte e importante que le había permitido pasar toda su vida lejos del mundo real, atrapado en una burbuja de lujos y comodidades pero aislado de cualquier emoción humana.
—¿No crees que somos grandes ya para un estúpido juego de mesa? —lo confrontó Emilia, de la misma forma en que lo hacía con todo el mundo a su alrededor.
Sus amigos la llamaban una guerrera de sangre a sus espaldas, pero Simón sabía que ella no era más que una niña asustada que se disfrazaba de mujer para que nadie lo notara.
—Podemos jugar al juego del beso, ese es un juego para adultos —agregó de forma tímida la voz de Mariano Collins.
La oferta sorprendió a Simón, pero no apartó su visión de las nubes, su mejor amigo era un completo idiota por caer en el juego de la pequeña zorra.
—Antes de tener que besarte, prefiero besar a un sapo —se burló Emilia, lo cual hizo que Felipe y Víctor formarán un pequeño coro de risas, en forma de aprobación hacia el intelecto de ella.
Malditos traicioneros, por un par de sonrisas coquetas eran capaz de vender hasta su propia alma. Pero lo que Simón desconocía, era que pronto hasta su propia alma sería vendida por voluntad propia, guiados por los caprichos de Emilia.
—Quizás la próxima tengas más suerte Collins —se burló Felipe a la vez que, comenzaba a caminar hacia una repisa, se paró en puntillas de pie y tomó una caja—. Creo que esto podría ayudarnos a matar el tiempo —agregó pasando junto a Emilia y guiñandole un ojo.
Felipe camino unos pasos más antes de depositar la caja en una mesa ratona redonda. Todos en el cuarto se inclinaron para leer la inscripción de la caja, aunque algo deteriorada, se lograba descifrar: El Titiritero.
—No conozco ese juego —dijo Mariano, mientras entornaba sus ojos azules en un intento por entender las letras pequeñas de la tapa.
—Tu no conoces ningún juego de mesa, pero no es tu culpa, después de todo es un milagro que en tu familia tengas suficiente para comer —se burló Felipe mientras retiraba la tapa.
La boca de Mariano se desdibujó en una apretada línea blanca, pero no enfrentó a Felipe, lo cual despertó en Simón un mayor odio.
Para sorpresa de todos, a diferencia de su contenedor, el juego se encontraba en perfectas condiciones: Un enorme tablero de madera con varios casilleros desparramados por todos lados, cinco piezas de madera talladas con diferentes formas y un pequeño mazo de cartas apiladas junto a una pequeña caja en el centro del tablero.
—Bueno como soy el dueño del juego, yo leeré las instrucciones para todos —dijo Felipe con aires de suficiencia, tomando las reglas.
—¿No se supone que tú conocías este juego y todos los demás? —lo increpó Simón apartándose de la ventana.
—Ya me parecía extraño que no hubieras saltado a rescatar a tu “amigo”—bufó Felipe restándole importancia y comenzó a leer las reglas:
«-1. Se juega en un número superior a cuatro jugadores e inferior a trece.
2. Cada participante escogerá una pieza y tomará una carta que definirá el tipo de jugador que será. Titere o Titiritero. (Estas identidades no deben ser reveladas)
3. El objetivo del juego es que cada Títere logre llegar al teatro sin ser atrapado por el Titiritero, la única forma de evitarlo es llegando a una zona segura representada por las luces.
4.El orden para jugarlo será en el sentido de las agujas del reloj.
5. El juego comenzará una vez que cada participante derrame una gota de sangre dentro de la caja en el centro del tablero.
6. El juego no finaliza hasta que al menos un participante llegue al final del juego.-»
Cuando Felipe terminó de leer las instrucciones, Emilia se apresuró para abrir la pequeña caja en el centro, la cual reveló una plateada aguja que resplandecía por el juego de luces que generaba la tormenta.
—Paso, no voy a pinchar mi dedo con eso —dijo Simón volviendo a ocupar su lugar frente a la ventana.
—Debes jugar, se necesitan cinco para jugarlo —lo increpó Emilia tomando asiento en el suelo junto a Víctor.
Simón volteo levemente el rostro para observar a sus amigos, al parecer todos ya habían decidido participar en ese absurdo juego. Él apretó sus dientes con fuerza al tiempo que clavaba su mirada llena de odio en Emilia, quien le devolvía la mirada con ojos calculadores.
—Si tú quieres contraer alguna enfermedad bien por ti, pero yo paso. Ah es verdad, tu ya estás bastante familiarizada con las enfermedades, sobre todo las de transmisión s****l —escupió él.
—¡Simón! —le gritó Mariano.
—¿Que? No es ninguna novedad, su madre es una prostituta, ella está familiarizada con las enfermedades —se defendió, pero los azules ojos de Mariano estaban cargados de reproche.
El rostro de Emilia permaneció inerte, sus ojos color avellana parecían brillar con un odio salvaje al mismo tiempo que sus labios se unían formando una fina línea blanca, pero no contestó a su ataque.
—Por favor amigo, es solo un juego —dijo Víctor, extendiendo una pieza en su dirección y dibujando una sonrisa en su rechoncha cara.
Simón los observó a todos, soltó un profundo suspiro y tomó la pieza mientras se sentaba junto a Mariano y Felipe.
—Bueno, comencemos —dijo Emilia, con la misma emoción de un niño en navidad.
Fue la primera en pinchar su dedo con la aguja, Felipe siguió su ejemplo aunque no pudo esconder el gesto de dolor en su rostro. Víctor fue el tercero, Mariano el cuarto y el último de todos fue Simón.
Para cuando todos pincharon su dedo, el fondo oscuro de la caja se encontraba salpicado de color escarlata, un levitante olor a hierro comenzó a invadir el aire de la habitacion.
Los cinco chicos permanecieron sentados en el suelo en silencio, la lluvia golpeando contra la ventana era el único sonido perceptible más allá de sus respiraciones planas.
—¿Y ahora qué? —dijo Víctor casi en un susurro, como si temiera despertar algo escondido en la habitación.
Pero en ese preciso instante las luces en toda la casa se apagaron, un frío gélido condensó el aire al mismo tiempo que, a lo lejos, una voz macabra y hermosa en partes iguales comenzó a cantar.
«Tira y jala, los hilos se tensan»