Augusto observó cómo Alicia desviaba la mirada, una sombra de vergüenza coloreando sus mejillas. En un movimiento suave, pero firme, él tomó su mentón entre sus dedos y la hizo volver a mirarlo.
—No tienes de qué avergonzarte —dijo con voz calmada, pero con una intensidad que resonó entre las paredes del cuarto. —No eres la amante de Víctor.
Ella lo miró con los ojos grandes por la sorpresa, no podía creer sus palabras.
—Pensé que te lo había dicho —murmuró, mientras una sonrisa tenue, pero marcada por la decepción curvó sus labios. —Ya veo que no me creíste.
Alicia hizo ademán de levantarse para poner distancia entre ellos, pero Augusto no estaba dispuesto a dejarla huir, no ahora. Con una rapidez semejante a un soplo de viento, la tomó de la mano, un gesto que la devolvió al caos de
