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Las Princesas nunca lloran

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Ella solo sabe una cosa y es que él es su dueño. Existen reglas que cumplir, o las cumplía o recibiría un castigo. Pero, ¿Y si todo lo que ella conoce no es real? Un hombre la formó e hizo de ella su mascota y su obra maestra; Y será un hombre el que va a destruir su Palacio, cambiando su sueño de ser una Princesa.

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"Bicho raro"
Capítulo 1 "La humanidad siempre ha tenido miedo de las mujeres que vuelan. Ya sea por brujas o por libres". La cita pertenece a Jacub Rozalsky, creo que es un hombre, quizás sea escritor... La verdad, no tengo idea de quién es, pero pienso que es una persona muy inteligente. Una de las Princesas de El Palacio,de nombre Florencia, me ayuda con mi lectura. Uno de los hombres que atendió hace unas semanas atrás, dejo olvidado un diario con algunas anotaciones sin sentido. Me parecía un poco extraño que, precisamente esa cita llegase a un lugar como este. Pues, los hombres que frecuentaban El Palacio, eran peculiares. -Estas distraída, Mia. Su voz era ronca y aunque la escuchaba a diario, seguía provocando escalofríos en mi piel. ¿Por qué mi piel se eriza? -Disculpe, señor.-incliné mi cabeza en señal de sumisión.-Ya termine, señor. ¿Puedo retirarme? Los zapatos negros relucian, había hecho un buen trabajo, justo como él había indicado, sus zapatos de vestir brillaban. -Hazlo. Deseaba salir a prisas de la gran habitación, la mirada aún fija en el suelo, siempre en el suelo. Veía mis pies avanzar hasta la gran puerta, mientras mi corazón latía furioso en mi pecho, sentía el fluir de las sangre, taponando mis oídos. Tome la manilla, y la gire con suavidad. -Te espero esta noche, Mia. -Si, señor.-susurre. Abrí la puerta y salí de prisa, antes de que él decidiera que quería comenzar ahora mismo. Mis labores en El Palacio siempre variaban, pero desde hacía un tiempo, él señor requería de que pasara algunas noches con él. Las Princesas lo hacían siempre. Ellas iban a dónde él indicaba, a cualquier hora del día, y él las tomaba. Solo que yo no era una de ellas. Mientras ellas bailaban, vestidas de trajes hermosos y hacían felices a los hombres, yo me dedicaba a observar y a obedecer. Creo que, pronto va a cambiar todo, y yo tendré que ser como ellas. Crecí aquí en El Palacio, de niña mi mayor sueño era ser como ellas, no se en que parte del camino la idea se había vuelto algo escalofriante para mí. Estaba tan perdida en mis pensamientos, que no ví a la joven de largo cabello, hasta que se estrelló contra mi. -Demonios, Mia. Fíjate por dónde caminas, ¿Por qué vas corriendo y mirando hacia el piso? Era Adela, una de las Princesas más hermosas de todo El Palacio. Tenía ojos marrones y una piel aceitunada resplandeciente, largo cabello oscuro, decían que era azúl cobalto. Alta, curvilínea y una excelente bailarina. -Disculpe, Princesa Adela. -Recuerda coser los diamantes a mi corsé blanco, lo necesito para mañana por la noche. Asentí y seguí a prisas mi camino, escuchando la algarabía a mi alrededor, los tacones ir y venir. El aire estaba impregnado del aroma a cigarrillos. Nunca me acostumbre a ese olor. Era desagradable. Por ese simple hecho, me consideraban un bicho raro, y tenían razón. Lo era.  Alcé la mirada, para vislumbrar la puerta de mi actual habitación. Abrí y encontré a Florencia. -¡Finalmente! Fue muy complicado estar limpiando con esas ideas dentro de mi cabeza, Florencia. ¡Cuéntame, porfavor! ¿Cómo puedo ser una de esas mujeres que vuela? ¿Crees que pueda serlo? Las palabras salieron sin filtros, estuve conteniendome todo el día. Las palabras de Rozalsky se habían clavado en mi corazón a fuego, provocándo una tormenta de ideas y sentimientos desconocidos. -¡Cierra la boca, pedazo de tonta! ¿Acaso quieres que descubran que sabes leer? -¡No! Por supuesto que no. Me estremecía al pensar en las consecuencias. Ninguna de las Princesas sabía leer, o escribir. Hace algunos años, le pregunté al Señor el por qué no podíamos leer, y su respuesta más que aclarar mis dudas, había generado muchísimas más. -Los libros, cambiarán tu mente.-afirmó-. Te arruinaran para los hombres, Mía. Después de eso, solo sería cuestión de tiempo, hasta que comiences a dudar del propósito por el cual existes. Él afirmaba que, existimos para servir a los hombres. Es lo que me enseñaron durante toda mi vida, y nunca lo había dudado, hasta hace unas semanas, cuando Florencia me regaló el viejo diario. El Señor había tenido razón en cuanto a qué ahora no dejaba de pensar en tonterías, pero se sentía bien hacerlo. -Mia, intenta no quebrar tú cabecita, no es algo literal.-dijo Florencia con aire de condecendencia- No te van a crecer alas, si es lo que esperas. Sentí mis mejillas arder por la vergüenza. Yo era muy tonta, mientras Florencia era muy inteligente, ella a diferencia de mi, había crecido fuera de estos muros. Era una de las pocas Princesa que no había nacido aquí, o eso creía, no era precisamente popular entre ella "La humanidad siempre ha tenido miedo de las mujeres que vuelan. Ya sea por brujas o por libres". La cita pertenece a Jacub Rozalsky, creo que es un hombre, quizás sea escritor... La verdad, no tengo idea de quién es, pero pienso que es una persona muy inteligente. Una de las Princesas de El Palacio,de nombre Florencia, me ayuda con mi lectura. Uno de los hombres que atendió hace unas semanas atrás, dejo olvidado un diario con algunas anotaciones sin sentido. Me parecía un poco extraño que, precisamente esa cita llegase a un lugar como este. Los hombres que frecuentaban El Palacio, eran peculiares. -Estas distraída, Mia. Su voz era ronca y aunque la escuchaba a diario, seguía provocando escalofríos en mi piel. ¿Por qué mi piel se eriza? -Disculpe, señor.-incliné mi cabeza en señal de sumisión.-Ya termine, señor. ¿Puedo retirarme? Los zapatos negros relucian, había hecho un buen trabajo, justo como él había indicado sus zapatos de vestir brillaban. -Hazlo. Salí a prisas de la gran habitación, con la mirada aún fija en el suelo. Veía mis pies avanzar hasta la gran puerta, mientras mi corazón latía furioso en mi pecho, sentía el fluir de las sangre, taponando mis oídos. Tome la manilla, y la gire con suavidad. -Te espero esta noche, Mia. -Si, señor. Abrí la puerta y salí de prisa, antes de que él decidiera que quería comenzar ahora mismo. Mis labores en El Palacio siempre variaban, pero desde hacía un tiempo, él señor requería de que pasara algunas noches con él. Las Princesas lo hacían siempre. Ellas iban a dónde él indicaba, a cualquier hora del día, y él las tomaba. Solo que yo no era una de ellas. Mientras ellas bailaban, vestidas de trajes hermosos y hacían felices a los hombres, yo me dedicaba a observar y a obedecer. Creo que, pronto va a cambiar todo, y yo tendré que ser como ellas. Crecí aquí en El Palacio, de niña mi mayor sueño era ser como ellas, no se en que parte del camino la idea se había vuelto algo escalofriante para mí. Estaba tan perdida en mis pensamientos, que no ví a la joven de largo cabello, hasta que se estrelló contra mi. -Demonios, Mia. Fíjate por dónde caminas, ¿Por qué vas corriendo y mirando hacia el piso? Era Adela, una de las Princesas más hermosas de todo El Palacio. Tenía ojos marrones y una piel aceitunada resplandeciente, largo cabello oscuro, decían que era azúl cobalto. Alta, curvilínea y una excelente bailarina. -Disculpe, Princesa Adela. -Recuerda coser los diamantes a mi corsé blanco, lo necesito para mañana por la noche. Asentí y seguí a prisas mi camino, escuchando la algarabía a mi alrededor, los tacones ir y venir. El aire estaba impregnado del aroma a cigarrillos. Nunca me acostumbre a ese olor. Era desagradable. Yo era un "bicho raro". Alcé la mirada, para vislumbrar la puerta de mi actual habitación. Abrí y encontré a Florencia. -¡Finalmente! Fue muy complicado estar limpiando con esas ideas dentro de mi cabeza, Florencia. ¡Cuéntame, porfavor! ¿Cómo puedo ser una de esas mujeres que vuela? ¿Crees que pueda serlo? Las palabras salieron sin filtros, estuve conteniendome todo el día. Las palabras de Rozalsky se habían clavado en mi corazón a fuego, provocándo una tormenta de ideas y sentimientos desconocidos. -¡Cierra la boca, pedazo de tonta! ¿Acaso quieres que descubran que sabes leer? -¡No! Por supuesto que no. Me estremecía al pensar en las consecuencias. Ninguna de las Princesas sabía leer, o escribir. Hace algunos años, le pregunté al Señor el por qué no podíamos leer, y su respuesta más que aclarar mis dudas, había generado muchísimas más. -Los libros, cambiarán tu mente.-afirmó-. Te arruinaran para los hombres, Mía. Después de eso, solo sería cuestión de tiempo, hasta que comiences a dudar del propósito por el cual existes. Existimos para servir a los hombres. Es lo que me enseñaron durante toda mi vida, y nunca lo había dudado, hasta hace unas semanas, cuando Florencia me regaló el viejo diario. El Señor había tenido razón en cuanto a qué ahora no dejaba de pensar en tonterías, pero se sentía bien hacerlo. -Mia, intenta no quebrar tú cabecita, no es algo literal.-dijo Florencia con aire de codencendencia- No te van a crecer alas, si es lo que esperas. Sentí mis mejillas arder por la vergüenza. Yo era muy tonta, mientras Florencia era muy inteligente, ella a diferencia de mi, había crecido fuera de estos muros. Era una de las pocas Princesa que no había nacido aquí, o eso creía, no era precisamente popular entre ellas, o conocía lo que sucedía a ciencia cierta entre Las Princesas. De igual forma, Florencia venía de un mundo que yo desconocía y temía. No se le permitía hablar del mundo exterior, pero en algunas ocasiones me contaba entre susurros sobre la Libertad, y como pronto la tendríamos. Si era sincera, aunque Florencia era inteligente (está era la opinión de una chica ignorante), también parecía estar loca. Sus ideas, rozaban la demencia o eso pensaban las demás Princesas. Apesar de haber vivido aquí un tiempo, las demás mujeres del Palacio no la aceptaban; Gran parte de este problema se debía al Señor. Él afirmaba que, aunque la belleza de Florencia era un gran atractivo y nos convenía a todos tenerla con nosotros, sus pensamientos podrían traer el final de nuestro paraíso. Por este motivo, Florencia no hablaba con las Princesas, solo conmigo, solo con el bicho raro. -¿Cuánto tiempo llevas aquí, Mia? Estaba confundida. Normalmente, nunca me hacía preguntas. Solo decía cosas al azar, de hecho nuestra conversación más extensa había sido sobre el idiota que dejó un diario entre su ropa nueva. -No existe el tiempo aquí, o eso es lo que dice el Señor. -Dios, muero por salir de acá. La observé, aterrada. ¿Había sugerido salir de El Palacio? Esta mujer estaba realmente desequilibrada. -No sueles hablar mucho, Florencia. Y es mejor que lo mantengas de esa forma, si sigues diciendo cosas como esas, terminarás en problemas. Ella me sonrió con malicia. Daba un poquito de miedo, su piel era bronceada, con algunas pecas, y el cabello rojizo más resplandeciente que he visto. Tenía ojos oscuros y enormes, me sorprendía lo exótica de su belleza. A lo largo de mi vida, había conocido mujeres de gran belleza, pero Florencia poseía un encanto casi magnético y un tanto peligroso. ¿Se nace con esta cualidad? Creía que si. -Fuera de estos muros infernales, existe un mundo, Mía.-me dijo-.Y deberías estar lista, para cuando finalmente ambos mundos colisionen. Allí iba otra vez, delirando y diciendo incoherencias. Por algún motivo que desconozco, estás charlas despertaban mi curiosidad y aunque no era conocida por tener muchos secretos, algo dentro de mi, una emoción sin nombre y tan primaria como el deseo de comer o dormir, me decía que, debía guardar silencio. No iba a hablar con nadie más sobre las locuras de mi compañera de habitación. -Tengo que bañarme. Está noche debo presentarme ante el Señor. Me senté en la esquina de la cama individual, observando la habitación e ignorando la presión dentro de mi estómago. Las paredes color ciruela estaban perdiendo el color, en algunas partes se podía ver las manchas causadas por la humedad, no había nada aquí, solo ambas camas y una mesita que las separaba dónde reposaba una vieja lámpara. Lo que más me gustaba de aquí, era la vista que ofrecía el gran ventanal, se veían los mejores atardeceres, el cambio que sufría la naturaleza y el bosque en su máximo resplandor. -No quieres ir con él, ¿Verdad? -Florencia, deja de decir tonterías. Es un honor poder servirle, es mi deber ser agradecida con él. -¿Agradecerle Mía? ¿Que vas a agradecerle a ese infeliz? ¿Que ha hecho por ti? ¿Acaso sabes hacer algo? ¿Te ha enseñado alguna cosa de relevancia? Observé como su semblante decaía, ella estaba furibunda. -Sé muchas cosas, Florencia.- intente sonreír para que se calmará-. Por él aprendí a ser quien soy, no lo comprenderás porqué tu no piensas como yo. Él quiere enseñarme a complacerlo, sabía que pasaría. Su naturaleza al igual que la de todos los hombres, es demandante. Y yo puedo calmarlo... Ha tenido una semana difícil. El Palacio se encontraba en lo que algunas de las Princesas definían como un bosque, estábamos lejos del mundo exterior o eso se rumoreaba. Por ese motivo, no nos explicamos cómo fue que comenzó el misterioso incendio, El Señor le preocupaba que alguien lo hubiera provocado. Ese incidente daño mucho del Palacio, así que, ahora debía asociarse a alguien más, para poder cubrir los gastos. El señor Aidan Carmichael detesta a los extraños. Las reparaciones que se harían, más la nueva asociación, era una dosis de desconocidos demasiado alta para él. Es por eso que tenía que estar allí para él. Todas teniamos que esforzarnos para que nuestro hogar volviera a la normalidad. -No puedo seguir hablando contigo, Mía. No tengo la paciencia, no señor. Me fui al baño que compartía con Florencia, mientras ella seguía despotricando a diestra y siniestra. Como el baño estaba dentro de la pequeña habitación aún seguía escuchando como farfullaba en italiano. Ella no tenía idea, pero aquí había aprendido varios idiomas, podía hablar italiano, inglés, español y aprendí algo de francés con una Princesa que vivió en El Palacio, cuando yo era una niña. Sin embargo, no sabía escribir en ninguno de esos idiomas, solo hablarlo y entenderlo. Quería escribir... Nadie escuchaba mis palabras, así que, quizás si las escribía alguien podría leerme. Algún día. De pie frente al espejo de cuerpo completo, observaba a la joven rubia que me devolvía la mirada. Tenía ojeras enormes que debía cubrir para esta noche con maquillaje, así mis ojos azules no se verían tan hundidos como solía suceder. Había ganado algo de peso, y ya mis costillas no se veían tan prominentes. Si conseguía que mi cabello estuviera totalmente lasio, quizás el Señor no le incomodaria la palidez de mi piel. Debería estar feliz. Iba a compartir con el señor Carmichael. Nuestro líder, nuestro proveedor. ¿Por qué no lo estaba? Hacerme tantas preguntas era peligroso, lo sabía, pero desde que Florencia llegó, y comenzó a hablarme, no dejaba de cuestionarme. ¿Las mujeres que vuelan, se cuestionaron alguna vez? Sacudí mi cabeza y sonreí. Estaba a un paso de pasar de la categoría de bicho raro, a loca incurable. Al salir, encontré la habitación vacía. Un vestido estaba extendido en mi pequeña cama. De tirantes, ajustado y corto, de un suave tono crema, junto a unos zapatos de tacón bajo. Sujetando mi cabello hacia un lado, comencé a peinarlo con la esperanza de que las hondas naturalez se comportarán, tenía suerte de tener el cabello corto, no sabría que hacer con un cabello más abajo de la cintura como la princesa Adela. -Recuerda que no debes hablar de mi, Mía.-susurro Florencia, entrando a prisas en la habitación. Después de bloquear la puerta, se apoyo en ella, mientras recuperaba el aliento.-Todo ha salido bien, Mía. No puedes hablar de mi con Aidan, ¿Te queda claro? Desde el incendio, la paranoia de Florencia se había vuelto habitual. Creo que, ignoraba el hecho de que nos matarían a las dos, si descubrían nuestras "inocentes conversaciónes". Obvio, existía la posibilidad de que ambas exageremos, después de todo la mayoría de esas charlas eran sin sentidos y todas orquestadas por Florencia. -No diré nada. -le asegure con una sonrisa.- Solo estaré allí, un rato. Después de que él Señor descargue su larga semana, regresaré aquí. No por primera vez, Florencia me veía como si yo fuera una especie de monstruo... Ignorando esa mirada (como siempre hacia), me quite el paño y sin preocuparme por la ropa interior, comencé a vestirme. La suavidad de la brillante tela me hacía cosquillas, era algo incómodo no poder respirar con normalidad, debía tener el estómago firmemente contraído, no quería que mi barriga sobresaliera. Por suerte, mis senos y mi trasero podían llenar este ajustado vestido. -Estas muy bonita. Ven, voy a maquillarte un poco. Estás más pálida que de costumbre, Mía. Con un gesto desestime la idea, y sonreí al ver que su estado de ánimo había vuelto a la normalidad. -Si pienso en mi deseo de volar, verás como me sonrojo. Pude ver cómo Florencia se tensaba, incluso de espaldas a mi, pero se recuperó rápidamente y siguió buscando los cosméticos en el compartimiento que tenía bajo su cama. Cuando encontró lo que buscaba, se giró y me sonrió, mientras agitaba las brochas y los labiales. -Sere tú hada madrina, recuerda volver a las doce. La mire confundida, pero como ella estaba riéndose de su extraño comentario, le seguí el juego. Pobre Florencia... Estaba segura de que pronto ocuparía mi lugar como "la nueva bicho raro del Palacio". Pero, ¿En que me convertiría yo? Secretamente, deseaba que fuera en una bruja... Creo que, era un objetivo más realista, a ser libre. Ignoraba el significado verdadero de ambos términos, pero mis instintos no. Ellos sabían que optar por "bruja", era menos complicado.s, o conocía lo que sucedía a ciencia cierta entre Las Princesas. De igual forma, Florencia venía de un mundo que yo desconocía y temía. No se le permitía hablar del mundo exterior, pero en algunas ocasiones me contaba entre susurros sobre la Libertad, y como pronto la tendríamos. Si era sincera, aunque Florencia era inteligente (está era la opinión de una chica ignorante), también parecía estar loca. Sus ideas, rozaban la demencia o eso pensaban las demás Princesas. Apesar de haber vivido aquí un tiempo, las demás mujeres del Palacio no la aceptaban; Gran parte de este problema se debía al Señor. Él afirmaba que, aunque la belleza de Florencia era un gran atractivo y nos convenía a todos tenerla con nosotros, sus pensamientos podrían traer el final de nuestro paraíso. Por este motivo, Florencia no hablaba con las Princesas, solo conmigo, solo con el bicho raro. -¿Cuánto tiempo llevas aquí, Mia? Estaba confundida. Normalmente, nunca me hacía preguntas. Solo decía cosas al azar, de hecho nuestra conversación más extensa había sido sobre el idiota que dejó un diario entre su ropa nueva. -No existe el tiempo aquí, o eso es lo que dice el Señor. -Dios, muero por salir de acá. La observé, aterrada. ¿Había sugerido salir de El Palacio? Esta mujer estaba realmente desequilibrada. -No sueles hablar mucho, Florencia. Y es mejor que lo mantengas de esa forma, si sigues diciendo cosas como esas, terminarás en problemas. Ella me sonrió con malicia. Daba un poquito de miedo, su piel era bronceada, con algunas pecas, y el cabello rojizo más resplandeciente que he visto. Tenía ojos oscuros y enormes, me sorprendía lo exótica de su belleza. A lo largo de mi vida, había conocido mujeres de gran belleza, pero Florencia poseía un encanto casi magnético y un tanto peligroso. ¿Se nace con esta cualidad? Creía que si. -Fuera de estos muros infernales, existe un mundo, Mía.-me dijo-.Y deberías estar lista, para cuando finalmente ambos mundos colisionen. Allí iba otra vez, delirando y diciendo incoherencias. Por algún motivo que desconozco, estás charlas despertaban mi curiosidad y aunque no era conocida por tener muchos secretos, algo dentro de mi, una emoción sin nombre y tan primaria como el deseo de comer o dormir, me decía que, debía guardar silencio. No iba a hablar con nadie más sobre las locuras de mi compañera de habitación. -Tengo que bañarme. Está noche debo presentarme ante el Señor. Me senté en la esquina de la cama individual, observando la habitación e ignorando la presión dentro de mi estómago. Las paredes color ciruela estaban perdiendo el color, en algunas partes se podía ver las manchas causadas por la humedad, no había nada aquí, solo ambas camas y una mesita que las separaba dónde reposaba una vieja lámpara. Lo que más me gustaba de aquí, era la vista que ofrecía el gran ventanal, se veían los mejores atardeceres, el cambio que sufría la naturaleza y el bosque en su máximo resplandor. -No quieres ir con él, ¿Verdad? -Florencia, deja de decir tonterías. Es un honor poder servirle, es mi deber ser agradecida con él. -¿Agradecerle Mía? ¿Que vas a agradecerle a ese infeliz? ¿Que ha hecho por ti? ¿Acaso sabes hacer algo? ¿Te ha enseñado alguna cosa de relevancia? Observé como su semblante decaía, ella estaba furibunda. -Sé muchas cosas, Florencia.- intente sonreír para que se calmará-. Por él aprendí a ser quien soy, no lo comprenderás porqué tu no piensas como yo. Él quiere enseñarme a complacerlo, sabía que pasaría. Su naturaleza al igual que la de todos los hombres, es demandante. Y yo puedo calmarlo... Ha tenido una semana difícil. El Palacio se encontraba en lo que algunas de las Princesas definían como un bosque, estábamos lejos del mundo exterior o eso se rumoreaba. Por ese motivo, no nos explicamos cómo fue que comenzó el misterioso incendio, El Señor le preocupaba que alguien lo hubiera provocado. Ese incidente daño mucho del Palacio, así que, ahora debía asociarse a alguien más, para poder cubrir los gastos. El señor Aidan Carmichael detesta a los extraños. Las reparaciones que se harían, más la nueva asociación, era una dosis de desconocidos demasiado alta para él. Es por eso que tenía que estar allí para él. Todas teniamos que esforzarnos para que nuestro hogar volviera a la normalidad. -No puedo seguir hablando contigo, Mía. No tengo la paciencia, no señor. Me fui al baño que compartía con Florencia, mientras ella seguía despotricando a diestra y siniestra. Como el baño estaba dentro de la pequeña habitación aún seguía escuchando como farfullaba en italiano. Ella no tenía idea, pero aquí había aprendido varios idiomas, podía hablar italiano, inglés, español y aprendí algo de francés con una Princesa que vivió en El Palacio, cuando yo era una niña. Sin embargo, no sabía escribir en ninguno de esos idiomas, solo hablarlo y entenderlo. Quería escribir... Nadie escuchaba mis palabras, así que, quizás si las escribía alguien podría leerme. Algún día. De pie frente al espejo de cuerpo completo, observaba a la joven rubia que me devolvía la mirada. Tenía ojeras enormes que debía cubrir para esta noche con maquillaje, así mis ojos azules no se verían tan hundidos como solía suceder. Había ganado algo de peso, y ya mis costillas no se veían tan prominentes. Si conseguía que mi cabello estuviera totalmente lasio, quizás el Señor no le incomodaria la palidez de mi piel. Debería estar feliz. Iba a compartir con el señor Carmichael. Nuestro líder, nuestro proveedor. ¿Por qué no lo estaba? Hacerme tantas preguntas era peligroso, lo sabía, pero desde que Florencia llegó, y comenzó a hablarme, no dejaba de cuestionarme. ¿Las mujeres que vuelan, se cuestionaron alguna vez? Sacudí mi cabeza y sonreí. Estaba a un paso de pasar de la categoría de bicho raro, a loca incurable. Al salir, encontré la habitación vacía. Un vestido estaba extendido en mi pequeña cama. De tirantes, ajustado y corto, de un suave tono crema, junto a unos zapatos de tacón bajo. Sujetando mi cabello hacia un lado, comencé a peinarlo con la esperanza de que las hondas naturalez se comportarán, tenía suerte de tener el cabello corto, no sabría que hacer con un cabello más abajo de la cintura como la princesa Adela. -Recuerda que no debes hablar de mi, Mía.-susurro Florencia, entrando a prisas en la habitación. Después de bloquear la puerta, se apoyo en ella, mientras recuperaba el aliento.-Todo ha salido bien, Mía. No puedes hablar de mi con Aidan, ¿Te queda claro? Desde el incendio, la paranoia de Florencia se había vuelto habitual. Creo que, ignoraba el hecho de que nos matarían a las dos, si descubrían nuestras "inocentes conversaciónes". Obvio, existía la posibilidad de que ambas exageremos, después de todo la mayoría de esas charlas eran sin sentidos y todas orquestadas por Florencia. -No diré nada. -le asegure con una sonrisa.- Solo estaré allí, un rato. Después de que él Señor descargue su larga semana, regresaré aquí. No por primera vez, Florencia me veía como si yo fuera una especie de monstruo... Ignorando esa mirada (como siempre hacia), me quite el paño y sin preocuparme por la ropa interior, comencé a vestirme. La suavidad de la brillante tela me hacía cosquillas, era algo incómodo no poder respirar con normalidad, debía tener el estómago firmemente contraído, no quería que mi barriga sobresaliera. Por suerte, mis senos y mi trasero podían llenar este ajustado vestido. -Estas muy bonita. Ven, voy a maquillarte un poco. Estás más pálida que de costumbre, Mía. Con un gesto desestime la idea, y sonreí al ver que su estado de ánimo había vuelto a la normalidad. -Si pienso en mi deseo de volar, verás como me sonrojo. Pude ver cómo Florencia se tensaba, incluso de espaldas a mi, pero se recuperó rápidamente y siguió buscando los cosméticos en el compartimiento que tenía bajo su cama. Cuando encontró lo que buscaba, se giró y me sonrió, mientras agitaba las brochas y los labiales. -Sere tú hada madrina, recuerda volver a las doce. La mire confundida, pero como ella estaba riéndose de su extraño comentario, le seguí el juego. Pobre Florencia... Estaba segura de que pronto ocuparía mi lugar como "la nueva bicho raro del Palacio". Pero, ¿En que me convertiría yo? Secretamente, deseaba que fuera en una bruja... Creo que, era un objetivo más realista, a ser libre. Ignoraba el significado verdadero de ambos términos, pero mis instintos no. Ellos sabían que optar por "bruja", era menos complicado.  El vestido color crema, mi piel blanca y cabello rubio oscuro, hacían de mi un borrón blanco, por suerte el suave maquillaje daba toques muy necesarios de color. Mis ojos iluminados, mis mejillas sonrojadas y los labios con brillo rosa, me hacían ver viva. Ya que, mi apariencia habitual era la de un c*****r después de un día sin refrigerar. Y yo tenía bastante experiencia con ellos.  Oh si, tocaba la guitarra, hablaba varios idiomas, limpiaba y ocasionalmente mataba personas. No era algo habitual, solo cuando algún hombre amenazaba a Las Princesas, cosa que ocurría muy poco. Al ser una de las encargadas de mantener limpio el lugar, también debía sacar a las escorias. Eso fue lo que nos enseñó el Señor. Fueron días bastante difíciles, los entrenamientos eran agotadores y dolorosos, pero era por nuestro bien. Y el del Palacio, por supuesto. Las escorias, eran hombres dementes. Primero, se volvían habituales en El Palacio, y después de que nosotros abríamos nuestras puertas para ellos, y les ofreciamos felicidad, amenazaban nuestra paz queriendo llevarse a las Princesas. Las chicas de la limpieza nos hacíamos cargo de las escorias, mientras que, El Señor llevaba a la Princesa afectada a otro lugar, a un lugar que sea seguro. Me preguntaba, que pensaría Florencia de mi, si le contaba de mis otros talentos. Seguramente, ya no creería que soy tonta, pero luego le hablaría de ello. En este momento, debía irme. -Mia, antes de irte, quiero... -Recordarme que no debo hablar de ti.-interrumpi-.Descuida, ya lo sé. Eres la única que habla conmigo, siendo una Princesa. No quiero perder eso, porque hablar con las demás chicas de limpieza, es difícil. -En realidad, quería que llevaras esto. Entre sus dedos tenía una hermosa gargantilla de brillantes piedritas plateadas. Ella se acercó a mi, y poniéndose a mis espaldas, me coloco el llamativo collar. -Es un regalo. Por todo lo que haces por mi, se que no hablas con nadie. Y aunque ahora no lo entiendes, tú silencio nos mantiene vivas. Me gire extrañada, nuevamente confundida por sus palabras. -¿Acaso temes morir? Ella me miró, y suponía que su rostro era un reflejo del mío. -¿Tú no? Riendo, negué lentamente mientras me agachaba para atar mis zapatos. -Vuelvo en un rato, Florencia.

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