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EL MILLONARIO Y LA REBELDE

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Blurb

En el corazón de Nueva York, donde el poder se mide en contratos y los secretos valen billones, yo, Julián Thorne, he construido un imperio sobre la base del control absoluto. Cada decisión, cada cifra, cada movimiento está calculado. Pero todo eso se tambalea por una sola mujer: Elara Vega.

Creí que necesitaba a la mejor hacker del mundo para salvar mi empresa. Lo que encontré fue el caos encarnado. Elara no es solo brillante, indescifrable y cínica; es una fuerza indomable que irrumpe en mi vida con una motocicleta rugiente, trajes de látex y unos ojos de azul eléctrico que me desarman más que cualquier ataque digital. Y lo peor: es la hermana menor de mi prometida.

De pronto, un acuerdo profesional se convierte en una Guerra Fría y sensual. Cada mirada que compartimos es una provocación, cada silencio está cargado de un deseo prohibido que amenaza con pulverizar el protocolo social que me sostiene. Ella no solo hackea los firewalls de Thorne Global Holdings; está demoliendo las murallas que he levantado alrededor de mí.

Mientras mi mundo se desmorona y los secretos corporativos caen en manos enemigas, descubro que la verdadera amenaza no es Kovač ni el sabotaje externo. Es mi propia adicción a Elara. Yo, el hombre que nunca pierde, empiezo a comprender que hay batallas que solo se ganan cuando se está dispuesto a ceder el control… y quemarse en el fuego de la rebelde.

¿Podré sobrevivir al caos que tanto deseo, o Elara consumirá no solo mi imperio, sino también mi alma?

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UNA FELINA
**JULIÁN** El tic-tac del reloj en el ático era un verdugo implacable. Cada segundo caía como un golpe seco, recordándome que el tiempo no se detiene, aunque yo lo deseara. Me mantenía erguido, con la espalda recta y el traje ajustado como una segunda piel, pero mi atención estaba clavada en ella. Elara Vega. Su descaro era un arma, su sonrisa un filo que cortaba más hondo de lo que quería admitir. La conocia muy bien, pero ella al parecer no me recuerda. —Llego el fantasma digital… —exprece. —¿Un fantasma digital? —ironizó, avanzando hacia mí con esa ligereza felina que la hacía parecer dueña del espacio—. Me halagas, Thorne. Pero no soy cazadora de sombras. Aunque… —Su voz se detuvo, suspendida como un perfume embriagador—. Puedo ser cualquier cosa que necesites que sea. No me moví. Mi mandíbula se tensó, un gesto involuntario que delataba lo que me negaba a mostrar. Su proximidad era un veneno dulce: tentación y peligro en la misma dosis. El aroma especiado que la envolvía me golpeaba como una niebla que amenazaba con nublar mi juicio. Tenía que resistir. —No necesito promesas vacías, señorita Vega —respondí, mi voz grave, contenida, como un trueno que no termina de estallar—. Necesito resultados. Y si no puedes dármelos… hay otros métodos para garantizar tu cooperación. Ella arqueó una ceja, divertida, como si mi amenaza fuera apenas un juego que le arrancaba una sonrisa. Sus ojos brillaban con desafío. —¿Métodos? —murmuró, inclinándose lo suficiente para que sus labios quedaran peligrosamente cerca de los míos—. ¿Es eso una advertencia… o una invitación? Sentí el calor subir por mi cuello, pero mantuve mi expresión impasible. No podía ceder. No debía. Sin embargo, cuando sus dedos rozaron la solapa de mi chaqueta, un escalofrío me atravesó como una descarga eléctrica. —No juegues conmigo, Elara —gruñí, atrapando su muñeca con firmeza. No era violencia, era control. Un recordatorio de quién marcaba las reglas—. No me interesa el coqueteo ni las distracciones. Estoy en medio de una partida peligrosa, y no puedo permitirme perder. Ella rió suavemente, un sonido apenas audible pero cargado de una sensualidad que me envolvió como humo. No intentó liberarse; al contrario, inclinó la cabeza, exponiendo la curva de su cuello como si me retara a perder el control. —¿Y qué pasa si ya estás perdiendo? —susurró, su voz un veneno dulce que se deslizó directo a mi oído—. Quizás ya estoy en tu cabeza más de lo que te gustaría admitir. Apreté los labios. Tenía que apartarme, poner distancia, pero había algo en ella… esa mezcla de insolencia y vulnerabilidad oculta que me mantenía atado, como si estuviera bajo un hechizo. —Eres… —Intenté decir, pero las palabras se ahogaron en mi garganta cuando dio un paso más, cerrando el espacio entre nosotros. —¿Qué soy? —me provocó, alzando la mirada hasta encontrar mis ojos. Su aliento cálido rozaba mi piel—. Dímelo, Julián. ¿Qué soy para ti? El silencio era ensordecedor. Podía escuchar mi propio corazón golpeando con fuerza, y estaba seguro de que ella también lo sentía. Mi agarre en su muñeca se aflojó, pero no la solté. —Eres un problema —confesé al fin, mi voz ronca, cargada de frustración y deseo. Ella sonrió, victoriosa. Se inclinó apenas, sus labios rozando el lóbulo de mi oreja. —Entonces deberías aprender a disfrutar del problema —susurró, antes de apartarse con una gracia felina. Solté su muñeca como si me quemara y retrocedí un paso, buscando recuperar el control. Pero su sonrisa triunfante me dejó claro que sabía exactamente cuánto me había afectado. —Esto no es un juego —dije, aunque incluso para mí sonó más a súplica que a advertencia. —Oh, Julián… —giró hacia la ventana, sus pasos ligeros sobre el granito—. Todo en la vida es un juego. Solo tienes que decidir si quieres ganar… o disfrutar mientras pierdes. Se detuvo frente al vidrio, contemplando las luces de la ciudad que se extendían como un océano brillante bajo nosotros. La observé, incapaz de apartar la mirada de esa figura que era caos y perfección al mismo tiempo. Y lo supe con certeza: Elara Vega no solo era peligrosa porque podía encontrar al topo en mi sistema. Era peligrosa porque podía encontrar cada grieta en las murallas que había construido alrededor de mí… y derrumbarlas con una sola sonrisa. Me obligué a soltar la corbata, enderezando el traje con un gesto brusco, como si ese simple movimiento pudiera devolverme el control que Elara había destrozado en menos de una hora. No volvería a suceder, me repetí. No podía permitirme grietas. —Tu trabajo no se limita a encontrar a Kovač —le dije, mi voz helada, cada palabra afilada como un bisturí—. Tu trabajo exige proximidad. Estarás en la Torre Thorne a mi lado, veinticuatro horas al día, siete días a la semana. Necesito acceso inmediato a tus… habilidades. Pronuncié “habilidades” con un sarcasmo calculado, como si fueran un exceso incómodo, tan fuera de lo común como su presencia misma. Ella sonrió, retrocedió un paso y el fuego que había llenado el ático se convirtió en vacío. —¿Proximidad 24/7? Vaya, Thorne. Eso sí que es un plan de retención de talento. Si esperas que viva en esa cápsula de hielo con vista, vas a tener que triplicar la tarifa. El sonido metálico de las hebillas de sus botas al ajustarse rompió el silencio como pequeñas detonaciones. —Ya está triplicada —respondí, observando cómo se dirigía al ascensor privado. Mi mente ya intentaba encapsular la distracción que ella representaba, archivarla como un problema menor. Pero no era menor. —Bien. Ya sabes dónde encontrarme. O mejor dicho, yo sé dónde encontrarte a ti. El ascensor se cerró y con él se fue el olor a cuero y subversión, dejándome solo en el aire perfumado de mi perfección. Suspiré. Por primera vez en años, el orden y la lógica de mi ático no me ofrecieron consuelo. Elara no era un problema a resolver; era una variable que prometía un caos delicioso. Pasé dos horas intentando sumergirme en los informes de Thorne Global Holdings. Fracasé. Cada gráfico se convertía en la silueta de Elara descalza sobre mi mármol. Cada cifra se desdibujaba con la sensación de su aliento en mi cuello. A las ocho decidí que necesitaba aire más pesado, más real. Bajé al garaje privado. Mi chófer debía estar esperándome con el Maybach blindado. Pero no estaba. En su lugar, bajo la luz cruda de los focos de seguridad, había una motocicleta negra y cromada, musculosa, agresiva, estacionada con un ángulo insolente frente a la entrada exclusiva de la Torre Thorne. Y sobre ella, con las piernas abiertas sobre el asiento de cuero, estaba Elara. Tragué saliva. No era la Elara del ático. Esta era una versión potenciada, la encarnación de la dominación. El traje de látex n***o brillaba obscenamente bajo las luces, apretándose a su cuerpo como una segunda piel que no ocultaba nada, sino que elevaba la imaginación hasta el límite. Su cabello húmedo por la noche, las botas hasta la rodilla, los guantes de cuero ajustados… todo era un manifiesto de poder. Ella ladeó la cabeza, sus ojos de zafiro eléctrico brillando con malicia. Sentí un calor profundo y vergonzoso subir por mi cuello, justo donde la corbata rozaba mi piel. Control, me recordé. Está bajo contrato. Pero mi cuerpo reaccionaba como si estuviera ante una amenaza física, una invasión territorial. —Thorne —su voz, amplificada por el casco que colgaba de su codo, era baja y saturada de diversión—. Dijiste proximidad 24/7. Soy una mujer de negocios, no de palabras vacías. La moto avanzó un metro con un suave golpe de su bota contra el suelo. El olor a gasolina, cuero y su perfume especiado me envolvió. El crujido del látex me pareció un trueno. —¿Esperabas que me quedara en ese loft de cerámica hasta que me llamaras? Soy EVE, Julián. Si necesito infiltrarme en tu vida, no voy a llamar a la puerta. Me crucé de brazos, mi rostro una máscara de irritación profesional. Pero mi mente gritaba deseo y pánico, humillación y atracción. —Mi chófer no está. ¿Tuviste algo que ver con eso? Su sonrisa depredadora me respondió antes que sus palabras. —Quizás. Pero como estoy bajo tu nómina para garantizar tu seguridad 24/7… supongo que tendrás que viajar conmigo. Sube, Julián. Es hora de que el millonario aprenda a ir con la rebelde.

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