NECESIDAD INTIMA

1406 Words
**WALDINA** Había algo en su tono que me hizo fruncir el ceño. No era preocupación lo que sentía en sus palabras, sino algo más… algo que no lograba identificar. La habitación se sentía más pequeña de repente, como si el aire se hubiera vuelto más denso. —Estoy bien —respondí rápidamente, tratando de sonar convincente. Incluso yo podía notar la falta de firmeza en mi voz. Julián no dijo nada más; solo se quedó ahí, mirándome con esos ojos que parecían atravesar mis defensas. Y yo… yo no sabía qué hacer con eso. Sentí un nudo en la garganta, como si las palabras se me hubieran quedado atrapadas. Mis pensamientos volvieron a Erick por un instante, y el contraste entre ambos hombres me golpeó como un balde de agua fría. Erick era tormenta: impredecible, intenso, capaz de sacudirme hasta el alma. Julián, en cambio, era calma: estable, calculador, un refugio que nunca terminaba de ser cálido. Y yo estaba atrapada en medio de ambos, como si mi vida se hubiera convertido en un campo de batalla entre la pasión y la conveniencia. —¿Hay algo que necesites? —pregunté al fin, intentando romper el silencio incómodo, aunque mi voz sonó más débil de lo que quería. Julián alzó una ceja, sorprendido por mi pregunta. Luego sonrió, pero no era una sonrisa cálida ni amistosa. Era una sonrisa que escondía algo más, un matiz que me inquietó. —Solo quería asegurarme de que estuvieras bien. He estado muy ocupado —dijo, pero había algo en su tono que no me convencía, como si sus palabras fueran más una obligación que un sentimiento real. Asentí lentamente, aunque no estaba segura de qué significaba eso realmente. Mi corazón seguía latiendo rápido, y no sabía si era por la sorpresa de verlo o por algo más profundo que no quería admitir. —Tranquilo, lo nuestro es más un contrato que sentimientos, ¿verdad? —me atreví a decir, buscando poner límites. —No digas eso, realmente me gustas —respondió con firmeza. —Eso es bueno —contesté sin emoción, como si mis palabras fueran un muro que me protegía. —Me alegra. Llevaré un par de mudadas, porque estos días me quedaré en mi apartamento. Tengo mucho trabajo y no quiero interrupciones. —Está bien —dije, con la serenidad que siempre me esfuerzo por mantener. Así eran las cosas entre nosotros en lo privado. Nuestro matrimonio fue un arreglo de intereses, un pacto que nos convenía a ambos. Aunque confesaré que cuando lo vi por primera vez me enamoré de él, ahora no sé si puedo decir lo mismo. El brillo inicial se había apagado, y lo que quedaba era una rutina disfrazada de compromiso. Cuando finalmente salió de la habitación, me dejé caer de nuevo sobre la cama, soltando un suspiro pesado. Mi mente estaba hecha un lío. Entre Erick y Julián, sentía que estaba siendo arrastrada en dos direcciones opuestas, y ninguna parecía llevarme a un lugar donde pudiera encontrar paz. Cerré los ojos y traté de ordenar mis pensamientos. Pero en lugar de aclararme, todo se volvió aún más confuso. ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué era lo que realmente quería? ¿Y por qué sentía que estaba perdiendo el control de mi propia vida? No tenía respuestas para ninguna de esas preguntas. Solo sabía una cosa: mi corazón estaba jugando conmigo, y yo no sabía cómo detenerlo. Quizás la verdadera tormenta no era Erick ni Julián… era yo misma, atrapada entre lo que deseo y la etiqueta; cómo envidio a mi hermana. **** Al día siguiente, en su oficina. El olor a cuero caro y a café recién hecho es el perfume de esta jaula. La oficina de Julián es un santuario de la precisión: líneas rectas, metales fríos, una ventana panorámica que ofrece el mundo como si fuera un cuadro que se puede comprar. Y yo, aquí dentro, soy solo otro objeto bien colocado, otro activo en su portafolio. Su prometida, impecable. Cierro la puerta con un suave clic, un sonido que parece ahogarse bajo el zumbido silencioso del aire acondicionado. Él no levanta la vista. Claro que no. Sus ojos están fijos en una hoja de cálculo, en los números que bailan y le susurran promesas de poder, promesas mucho más interesantes que las que yo pueda ofrecerle. Me acerco; mis tacones no hacen ruido sobre la alfombra de lana, un fantasma sigiloso en su propio reino. Pongo mis manos sobre sus hombros, sintiendo la tensión de sus músculos bajo la tela fina de su camisa. Es un gesto rehecho, un ritual que hemos representado mil veces. Espero que se relaje, que se incline hacia mi toque, que me demuestre que hay un hombre debajo del CEO. Pero nada. Se mantiene rígido, una estatua de mármol. —Julián —susurro, mi voz un velo de seda que intenta cubrir su frialdad—. Un minuto. Finalmente, levanta la vista, pero sus ojos no me ven. Me miran a través de mí, evaluándome como si fuera una interrupción en su flujo de trabajo. —Waldina. Estoy en medio de las proyecciones del tercer trimestre. Es crítico. Su voz es perfecta. Modulada, calmada, sin una sola fisura de emoción. Es la voz que usa para las juntas, para la prensa. La voz que usa conmigo. —Solo un minuto —insisto, deslizando mi mano por su pecho, buscando el latido de su corazón, una prueba de que está vivo, de que siente algo—. He extraído tu atención. Él atrapa mi mano antes de que llegue a su vientre. La suelta con una delicadeza insultante, como si mi piel le quemara. —Waldina, por favor. No es el momento. Hablamos de esto en la cena. La cena. Otra cita en el calendario, otro evento que marcar como completado. La frustración me sube por la garganta, un amargo sabor a metal. No es una mujer lo que él quiere. Es una compañera de equipo. Una figura decorativa que sonríe en las fotografías y entiende de acciones. Me trata como a una socia valiosa, no como a la mujer con la que se supone que debe compartir una vida. Y entonces, como siempre que su indiferencia me hiela los huesos, mi mente traicionera se refugia en el calor. En Erick. No es una imagen consciente, es un destello, un instinto de supervivencia. Recuerdo la forma en que sus ojos me siguen cuando entro en una habitación, no con evaluación, sino con una atención feroz, de lobo. No ve a la prometida del jefe; me ve a *mí*. Ve la forma en que me muevo, el temblor de mis manos cuando estoy nerviosa, el destello de desafío en mis ojos cuando alguien me subestima. Mientras Julián continúa su monólogo sobre los márgenes de beneficio en el sudeste asiático, yo ya no estoy escuchando. Estoy en otro lugar. Siento el peso hipnótico de la mirada de Erick sobre mi espalda. Recuerdo el día en que un borracho casi me volcó en una gala, y la mano de Erick apareció de la nada, no para apartarme, sino para sujetarme con una firmeza que fue a la vez protectora y posesiva. No me dijo “con cuidado”. Me miró a los ojos, y su mirada lo dijo todo: *Eres mía. Nadie te toca*. Julián habla de sinergias y de expansión. Yo pienso en la fuerza bruta de Erick, en la forma en que sus músculos se tensan bajo la camisa cuando se pone alerta, en el olor a hombre y a cielo abierto que desprende, un perfume tan real y terrenal que me hace sentir viva. —Y eso optimizará la cadena de suministro, ¿entiendes? —termina Julián, y me mira como si esperara una respuesta de aprobación. Asiento, una sonrisa vacía pegada a mi rostro. —Por supuesto, mi amor. Suena perfecto. Perfecto. Qué palabra más vacía. Nada de esto es perfecto. Él está construyendo un imperio, y yo me estoy desmoronando por dentro. Mientras él firma cheques y cierra tratos, yo estoy deseando que mi guardaespaldas me mire de nuevo, anhelando la calidez salvaje de su atención como un ahogado anhela el aire. Porque en la mirada de Erick, no soy una socia. No soy una prometida. Soy una mujer. Y en este preciso instante, eso es todo lo que quiero ser. Me estoy cansando de ser la mujer perfecta que quiere.
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