LA HIJA EJEMPLAR NO ERA ELLA

1539 Words
**JULIAN** Me encontré tambaleándome al borde del precipicio, a punto de sucumbir irrevocablemente a la poderosa atracción magnética que me había mantenido cautivo y fascinado. Estaba listo para renunciar a todo el control, para rendirme por completo a la fuerza abrumadora que había estado hirviendo a fuego lento justo debajo de la superficie, amenazando con estallar y consumirme. Mi fuerza de voluntad, una vez fuerte e inquebrantable, se debilitó con cada momento que pasaba; mi resistencia vaciló y se derrumbó bajo la intensidad de su presencia. Y justo cuando estaba a punto de cerrar la distancia restante, de unir irrevocablemente el abismo que nos separaba, la única frase. La única expresión que poseía el extraordinario poder de detener mi avance, de cortar abruptamente la intensa conexión que se había formado entre nosotros, escapó involuntariamente de mis labios, un ancla desesperada de última hora arrojada al abismo insondable de verdades tácitas y deseos prohibidos: —Soy tu cuñado… La magia se descosió. El momento se drenó de erotismo como si alguien hubiera abierto una compuerta. Elara se congeló. Su rostro, que un instante antes ardía con desafío y deseo, se apagó. El brillo en sus ojos azules se extinguió. Dio un paso atrás, como si la hubiera quemado. Giró sobre sus talones y caminó hacia un escritorio de ébano. El sonido metálico de la gaveta al abrirse fue un recordatorio brutal de la realidad. Sacó una memoria USB y me la tendió. —Aquí está el primer análisis de la vulnerabilidad de tu sistema de seguridad. Los firewalls están obsoletos, los protocolos de cifrado son de aficionados y sí, Kovač está implicado. Ahora vete. No tomé la memoria de inmediato. Mis ojos permanecieron clavados en su rostro, en la frialdad repentina que la envolvía, un escudo más impenetrable que el látex. —No me gustas y lo sabes —dije, consciente de que mentía. No era verdad. No me gustaba; la deseaba. Y ese deseo era un pecado que podía destruirlo todo. Ella bufó, despectiva, sin mirarme. Apretó la USB en su palma. —Sí, claro, vete. Mi hermana te ha de estar esperando. El golpe fue doble. Me recordó mi compromiso y me obligó a reconocer que la distancia que imponía era autoimpuesta. Yo era un hombre de negocios, no de sentimientos. Tenía una prometida impecable: Waldina Vega, la antítesis de Elara. Sentí el peso del deber aplastando el fuego que ella había encendido. Tomé la USB de su mano. El contacto fugaz fue un relámpago prohibido. El látex se sintió liso, pecaminoso. —Esto no ha terminado, Elara. Tienes un contrato. —El contrato termina cuando encuentre a Kovač. Y yo no fallo, Julián. Ve con Waldina. Yo me encargaré del caos. Me di la vuelta sin decir otra palabra. Crucé el vestíbulo de lujo, dejando atrás el traje de látex, la moto y el incómodo, furioso y terriblemente atractivo secreto de mi futura cuñada. El pasillo seguía oliendo a su perfume cuando salí, con la USB apretada en mi mano como si fuera una especie de trofeo. No podía creer lo que acababa de pasar. Bueno, sí podía, porque siempre había algo entre nosotros, aunque ambos lo negáramos con la misma intensidad con la que evitábamos quedarnos solos en la misma habitación. Pero esta vez, todo se había salido de control. “Soy tu cuñado”, había dicho. Qué frase tan estúpida. Como si eso fuera suficiente para detener lo que estaba pasando. Pero lo fue. En cuanto las palabras salieron de mi boca, el momento se rompió como un cristal cayéndose al suelo. Y ahora aquí estaba, caminando por la calle con la lluvia empapándome el cabello y una mezcla de culpa y adrenalina burbujeando en mi pecho. Mientras me dirigía al auto, no podía dejar de pensar en su mirada. Esa mezcla de rabia, decepción y algo más que no me atrevía a descifrar. ¿Qué esperaba que hiciera? ¿Qué me quedará? ¿Que le dijera que todo esto era un error? Porque claro que lo era. Pero, demonios, qué error tan tentador. Subí al auto y dejé caer la USB en el asiento del copiloto. El sonido del objeto golpeando el cuero fue más fuerte de lo que esperaba, o tal vez mi cabeza estaba amplificando todo. Encendí el motor y traté de enfocarme en otra cosa, cualquier cosa, pero las imágenes seguían viniendo a mi mente: sus labios, su respiración entrecortada, el calor de su cuerpo contra el mío. —Concéntrate, Julián —me dije en voz alta mientras golpeaba el volante con las palmas de las manos. Waldina me estaba esperando en casa. Mi prometida. Mi familia perfecta y mi vida perfectamente estructurada que ahora parecía tambalearse gracias a unos minutos de pasión desenfrenada. ¿Qué demonios estaba haciendo? El camino hasta casa fue un borrón. Ni siquiera recuerdo los semáforos ni las calles por las que pasé. Cuando llegué, ella ya estaba esperándome en la sala, con una sonrisa tranquila y un libro en las manos. Waldina siempre había tenido esa capacidad de calmarme con solo mirarme, pero esta vez no funcionó. Me sentía como un impostor. —¿Todo bien? —preguntó mientras cerraba el libro y me miraba con curiosidad. —Sí, todo bien —mentí, forzando una sonrisa mientras metía las manos en los bolsillos para evitar que notara cómo me temblaban los dedos. —¿Conseguiste lo que necesitabas? —preguntó, refiriéndose a la USB. Asentí y saqué el pequeño dispositivo de mi bolsillo para mostrárselo. Ella sonrió y se levantó para abrazarme, pero yo me tensé. No podía evitarlo. Su abrazo me hizo sentir aún más culpable, como si pudiera oler los restos del perfume de su hermana en mi ropa. —Gracias por ayudarme con esto —dijo mientras se alejaba y tomaba la USB de mis manos—. Sabía que podía contar contigo. Sus palabras eran como cuchillos clavándose en mi pecho. Quería decirle algo, confesarlo todo, pero no podía. ¿Cómo le explicas a alguien que amas que casi arruinas todo por un momento de debilidad? ¿Cómo le dices que su hermana y tú compartieron algo que nunca debería haber pasado? —Siempre puedes contar conmigo —respondí finalmente, con la voz más firme de lo que esperaba. Ella sonrió de nuevo y volvió a sentarse con su libro, como si todo estuviera bien en el mundo. Y tal vez para ella lo estaba. Pero para mí, el mundo se sentía como un castillo de naipes a punto de derrumbarse. Waldina era mi socia mayoritaria; ella está bien empapada en cuanto a mis negocios. Esa noche, mientras ella dormía a mi lado, yo no pude pegar ojo. Me quedé mirando el techo, repasando cada detalle del día una y otra vez en mi mente. ¿Qué significaba todo esto? ¿Era solo un momento de locura o algo más profundo? Y lo más importante: ¿qué iba a hacer al respecto? No tenía respuestas. Solo sabía que la próxima vez que viera a su hermana, las cosas iban a ser incómodas. Muy incómodas. Y por alguna razón que no podía entender del todo… parte de mí esperaba volver a verla. **ELARA** La revelación cayó como un balde de agua helada. Yo lo vi. Ese instante en que sus ojos se abrieron con la certeza de que había cometido un error monumental. “Soy tu cuñado”, murmuró, como si esas palabras pudieran detener lo que ya estaba ardiendo entre nosotros. Qué estúpido. ¿Cómo no lo había visto antes? Waldina nunca hablaba mucho de mí. Para ella, los Vega éramos un asunto de protocolo, no de cariño. Yo era la sombra incómoda, la hermana menor que no encajaba en su mundo de perfección calculada. Y ahora, aquí estaba yo, infiltrada en el corazón de la empresa Thorne Global Holdings, contratada por el hombre que pronto sería su esposo. Aunque ella ya vive con él para acostumbrarse. Lo observé mientras el ascensor lo tragaba, con su traje impecable y esa corbata que parecía un grillete. El reflejo en el espejo le devolvía la imagen del hombre que siempre tenía todo bajo control. Pero yo sabía la verdad: estaba al borde de un precipicio, y yo era la que lo empujaba. Julián no era como Waldina. No era como nadie que hubiera conocido antes. Desde el momento en que me miró con esa mezcla de desdén y fascinación, supe que lo había desestabilizado. Y me encantaba. Era como ver a un rey perder la corona, poco a poco, con cada sonrisa mía, con cada provocación. Lo peor para él era que yo lo hacía con una facilidad irritante. Cuando las puertas del ascensor se abrieron, su asistente lo esperaba con una carpeta en la mano. “La señorita Vega hizo un excelente trabajo”, dijo. Yo sonreí para mis adentros. Excelente trabajo, sí. En los sistemas… y en su cabeza. Sé cómo mirarlo. Sé cómo presionar los botones que él intenta esconder bajo capas de frialdad corporativa. Su mundo perfectamente estructurado se tambalea cada vez que me acerco. Y no necesito más que una risa burlona, un gesto insolente o esa moto que tanto desprecia y tanto lo atrae.
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