6

2273 Words
—¿Cuándo traerás un hombre a casa? —suelta mamá. Casi me ahogo con el agua a la mera pronunciación de una pareja. Papá se aclara la garganta. Estamos en la cena después de haber cambiado los focos de la cochera. —Deja a la niña, no la molestes con esas cosas. Ella no está en edad. —replica papá. —Claro que está en edad. Es toda una mujercita. —miro a mamá con las cuencas de mis ojos saliéndose de mi cavidad. —Está soltera. —¿Tenemos que tener esta conversación ahora? —pregunto avergonzada. —Si, nunca nos trajiste un chico cuando estuviste en la secundaria o en la preparatoria y mucho menos en la universidad. ¿Por qué? —era cierto. Pero es porque desde pequeña tuve una vida demasiado complicada, siendo poseída por un demonio y exorcizándome, creo que no eran cosas que un chico se interesaría en mí. Además de que no recordara nada de ello, me hacía sentir como bicho raro en cualquier lugar que estuviera con demasiadas personas para socializar. Como no quería que nadie se enterara sobre mi estado, corté lazos de todo tipo de relaciones. Fue en la universidad, cuando creía que todo iba bien, me permití tener amigos y un novio. No me fue bien, y tampoco mejoró con el segundo chico. Tampoco hubo tiempo suficiente como para que se los presentara a mis padres, la relación no pasó a formalizarse. —Solo hubo dos chicos en mi vida, y no fueron bien las cosas. —digo sintiendo mis mejillas calentarse ¿por qué mamá me hace pasar por esto? Me costó mucho tiempo superar esa etapa de mi vida, me hizo sentir miserable, perdí mi orgullo y dignidad. Sin duda quería borrarla de mi memoria. —¿Y ahora? ¿en tu trabajo no hay un hombre? —sacudo la cabeza. No tengo interés absoluto en ninguno de mis compañeros que solo me traerán problemas ¿cómo le explico a mamá que puedo ver un resumen de las personas cuando las conozco? O unos son demasiados buenos para ser verdad y otros de plano son de lo peor. —Créeme, no hay nada de lo cual quieras conocer. —me limito a decir. —¿Cómo quieres que conozcamos a nuestros nietos? A nuestra edad, ya deberíamos tener uno al menos. Mia, no estamos haciéndonos más jóvenes, somos viejos. ¿piensas en casarte? —estoy abochornada. Papá le dice que me deje en paz, que después hablemos del tema. Y yo tomo ese momento para subir a mi habitación. No es algo de lo cual esté preparada para hablar con mis padres. De hecho, el matrimonio no se figuraba en mi futuro con estos poderes sobrenaturales. Además, era mitad demonio y mitad humano ¿qué hombre humano iba a casarse conmigo? Me dejo caer en la cama y cubro mi rostro con la almohada para dejar salir un grito. Se siente mejor. Mis padres se merecían una mejor hija que esto. Yo era un completo desastre. Uno terrible. Me quedo dormida mirando las estrellas en mi habitación, lo sé. Es algo que nunca iba a quitar porque me hacía pensar que estaba en el espacio. Lejos de todo este alboroto que era mi vida. Mis piernas son jaladas por algo hacia abajo. Grito y me levanto. La oscuridad me invade, corro hacia las luces y las enciendo. Tres ogros están mirándome ¿qué demonios? —¿Cómo entraron? —los tres se miran y después atacan. Tomo el bate que está debajo de la cama, uno que solía usar para jugar con mi padre. El primero que se me acerca recibe el golpe en la cabeza. Después vienen los otros dos. Doy un golpe en la espalda, otro en la pierna. Pero uno de ellos me atrapa y me tira contra el estante, mi espalda siente el dolor y pienso que pudo haberse fracturado algo. Invoco mi energía en mis manos y los empujo hacia afuera. Se rompe el cristal de la ventana y dos de ellos desaparecen, creo que cayeron al jardín. Pero hay uno que viene por mí, abro la puerta y salgo corriendo escaleras abajo. Tomo un cuchillo de la cocina y lo corto cuando intenta agarrarme. El cuchillo sale de mis manos volando al otro lado de la cocina y abro los ojos cuando me doy cuenta que también controla la telequinesis. Mierda. Los otros dos ogros aparecen de nuevo, los tres vienen hacia mí. Cierro los ojos invocando todos los utensilios filosos que encuentro en la cocina con mi mente, cuando los abro varios cuchillos, tenedores, lapiceros y agujas a mi lado apuntando a mis agresores. Cierro las manos y estos se lanzan en ataque cubriendo gran parte de sus cuerpos e hiriéndolos. Cuando veo que sus heridas se cierran y los utensilios salen de su cuerpo, no me queda más que correr, siento el miedo calando mis huesos. No sé qué más hacer, si no puedo matarlos ¿qué más debo intentar? Corro. Mi pierna es sostenida cuando intento subir las escaleras, caigo de boca contra el duro suelo y siento el sabor de la sangre. El ogro me sostiene y me hace un corte en la pierna con una navaja, grito por el dolor cuando sigue cortando y la sangre sale a borbotones sin parar. —¡Mia! ¿Qué está sucediendo? —Mi padre está mirando horrorizado por la escena y baja las escaleras al ver que están dañándome. —¡Nadie lastima a mi hija! —¡NO BAJES! ¡NO! ¡POR FAVOR! —Grito al ver que está en peligro. Pero mi padre no va solo. Trae una escopeta consigo. Y cuando ve que el ogro sostiene el cuchillo con el que me acaba de cortar, la rabia inunda sus ojos. Un disparo. Hace retroceder al ogro, otro disparo al segundo ogro. —¡CORRE, PAPÁ! —el tercer disparo se detiene en el aire por el tercer ogro y todo pasa en cámara lenta. Intento levantarme e intentar tirar a mi papá al suelo, pero no soy tan rápida como espero serlo. La bala se gira y retoma el rumbo de inicio. Los ojos de mi padre se abren fuera de su órbita, y grito. —¡CORRE! —pero no hace caso. Su mirada va hacia mí y entiendo que está despidiéndose. Leo en sus labios un “te amo” —¡NO! —la bala es impactada en su pecho y lo hace caer de bruces. —Papá, háblame por favor. —lloriqueo. La sangre no deja de salir de su pecho, necesito llevarlo al hospital. —Lo siento tanto. Perdóname. Es mi culpa, debí hacer caso a Nesh. Debí irme. —lágrimas gruesas invaden mis mejillas, el dolor en mi pecho se intensifica. —No me dejes, por favor. Resiste. Llamaré a la ambulancia. —Mia, mi niña. No temas —comienza a escupir sangre de la boca. Entonces, lo sé. La muerte está cerca, puedo sentirla. —No hables, por favor. Resiste. Te salvaré. —mis labios tiemblan, todo en mí lo hace. Sus manos se elevan hacia mi rostro. —Después de todo, nunca te dejó ¿verdad? —le cuesta hablar. Le pido que no lo haga, pero sigue —Y ahora eres así, de esta forma. —Papi —lloro. —Quédate. —No sigas ocultándote, Mia. Haz que te teman, eres más poderosa de lo que crees. —no entiendo al principio, pero después entiendo que los lentes de contacto debieron de caerse entre la golpiza que me daban, y ahora está mirando mis ojos púrpura. —¿Por qué te escondiste de nosotros? —su mano acuna mi rostro, el dolor palpitando en mi pecho. Su energía está tomando un color gris, el de la muerte. —Lo siento. Creí que ustedes nunca me iban aceptar así. —un ogro intenta subir, pero lo detengo, alzo la mano y lo aviento al otro lado de la habitación. Hago lo mismo con los otros dos. —Eres nuestra hija, te amamos tal y cual eres. —¿Ray? ¿Mia? ¿Qué está pasando? —Mamá baja las escaleras asustadas al ver a papá en el suelo desangrándose. —Mamá, lo siento. Yo tuve la culpa. Yo he traído a estos demonios a casa —lloro. Mamá me mira con los ojos abiertos como platos. —Mia, tú eres…—detengo a los ogros. Mamá me ve hacer magia y a los ogros intentando llegar a nosotras. —Lo sé. Soy un monstruo —sacude su cabeza. —No, cariño. No eres un monstruo. Solo eres tú, nuestra niña. —papá escupe por la boca. —Te lo dije, Mia. Te amamos. —papá está muriendo. Las lágrimas no dejan de caer. Mamá está asustada y puede ver que mi padre no va a vivir. —Margaret. Te amo —siento su cuerpo desvanecerse. Se ha ido, papá se ha ido. Grito tratando de liberar el dolor acumulándose dentro de mi cuerpo. —¡Papá! —lloro junto a mamá. Los ogros siguen intentando llegar a nosotras. Necesito salir de aquí. Dejo el cuerpo de mi padre en las escaleras y tomo la escopeta, la cargo. Disparo. Mi pierna duele cuando me pongo de pie, pero me trago ese dolor. No es importante ahora. Disparo. Cargo. Disparo. Cargo. Disparo. Cargo. Tomo la mano de mi madre y la saco de ahí, está llorando por mi padre. No quiere dejarlo allí, pero no hay otra manera. Cojeando de la pierna, corro con ella tomando las llaves de la camioneta, estamos afuera y de pronto siento que su agarre se vuelve débil. Miro hacia atrás, sus ojos están abiertos como si estuvieran sorprendidos y sintiendo un dolor. Antes de que caiga la sostengo, un cuchillo atraviesa su espalda, la bata blanca se llena de sangre inmediatamente. —No, no, no, no —ella no. Por favor. Deténganse, no puedo perderla. Mis ojos se nublan de lágrimas —Mamá, levántate. Tenemos que irnos, por favor. —el color de su energía se vuelve gris como la de mi padre. No puede dejarme. —¿Mamá? háblame, por favor. —Vete, sálvate. —saco el cuchillo y se queja del dolor. ¿Qué hago? Miro a mis alrededores. Todo está oscuro. ¿por qué nadie sale ayudarnos? ¿no escucharon los disparos? —¡AYUDA! ¡PORFAVOR! ¡NECESITO AYUDA! —Los ojos de mamá están queriendo cerrarse. —Mamá, escúchame. No te duermas. Vendrán ayudarnos —mentí. Nadie salía de sus casas ¿no me escuchaban? —Nadie vendrá ayudarnos. Corre, Mia. —la sostuve cerca de mí en mis brazos y la metí a la camioneta. —No te dejaré. —encendí el motor y pisé el acelerador. —Aguanta mamá. Te llevaré al hospital. Vas a estar bien. —Mia, cuídate. —sostuve su mano mientras manejaba con la velocidad alta. Las lágrimas nublaron mi vista. Las limpié de un manotazo. —Nunca me arrepentí de tomarte en mis brazos y criarte. —Resiste, mami. Llegaremos. Te lo prometo. —silencio. —Vas a estar bien. No voy a perderte, también. —silencio. Miro a mi lado, tomo su mano y la siento fría. —¿Mamá? —no me responde. Su energía ha desaparecido. —¿Mamá? respóndeme, por favor. —lloro. Detengo la camioneta. —Por favor, háblame. Di que sigues aquí. No me dejes. —las lágrimas no dejan de caer por mis mejillas, mi corazón se siente miserable, y el nudo en mi garganta se ha hecho más grande. El dolor es punzante con cada respiración que doy. Los ogros se hacen visibles delante de las farolas de la camioneta. Uno por uno va apareciendo. Después de todo, no han muerto, pero si han matado a mis padres. La ira y el dolor me llenan. Beso la mano de mi madre, despidiéndome de ella. Tomo el rifle y bajo, cargo para disparar. Llego cojeando hasta el frente de la camioneta y sostengo el arma tan fuerte que creo puedo destruirla, después de todo el arma se creó para aniquilar lo que más desees. Disparo hasta que se me acaban las balas. Pero cada perforación que les hago, se cierran las heridas. Eso no es suficiente para detenerlos. Concentro mi energía y mente para destruirlos, ellos no son nada para mí. Mi mente es indestructible y mi cuerpo siente el aumento de la fuerza. La ira liderando el dolor. Ahora ellos van a morir. Los elevo en el aire con ambas manos sosteniendo la magnitud de mi fortaleza. Parecen no saber lo que les espera. Disfruto este momento. —Yo soy Mia, y ahora traeré la muerte a ustedes. —la oscuridad invade sus ojos, sus cuerpos se destruyen haciéndose más pequeños cuando mis manos van cerrándose. Al final desaparecen, no son nada. —Después de todo. Polvo somos y al polvo volveremos. —Recito lo que mamá solía decirme cada vez que íbamos a la iglesia. Estaba en lo correcto. Mi cuerpo se desploma en la carretera, me siento tan débil. Algo chorrea de mi nariz, llevo mi mano hasta ella y veo el color rojizo. Sangre. Mis párpados pesan y mi cabeza cae hacia atrás. No puedo sostenerme por más tiempo despierta, estoy quedándome dormida cuando logro vislumbrar que de la oscuridad emerge un cuerpo con alas, parece que el ángel de la muerte ha venido por mí, también. —Llévame contigo —me escucho decir antes de perder el conocimiento en sus brazos.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD