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2634 Words
NESH —Ha sido estúpido de mi parte ponerla en peligro. —bebo de mi vaso de Whiskey. —Ahora me odia. —Te lo dije, ella se enteraría. —Dylan me mira con decepción. No tenía con quien hablar sobre ella. Él es lo que se podría acercar a ser un amigo. Me sirve desde hace mucho tiempo. —¿Por qué no le dijiste quien eras? —bufo al solo escucharle. —No podía presentarme con ella como un Dios del caos. Ella se daría cuenta de mis intenciones. —Pero ahora ya no te interesa ese trato que tenías con Écater. —sacudo la cabeza. Pido otro whiskey. —No. Solo me interesa ella. ¿cómo he podido perderla? Es mía, me pertenece. Ella es mi princesa. —Nesh —dice. Solo dejo que él y Mia me llamen por ese nombre. Era más íntimo. —¿Le dijiste sobre lo que es? —sacudo la cabeza otra vez. —¿Por qué? —Porque eso la va a destruir, saber la verdad sobre su origen. —comenzaba a molestarme con todos estos secretos guardados. —Pero ella necesita saberlo, saber quién es realmente y cuál es su propósito en ambos mundos. —No. El momento no es adecuado. —¿Y cuándo lo será? —se queja. —Si sigues mintiéndole ella va a odiarte más. Y entonces no te aceptará como su pareja. Chasqueo la lengua. —Me tendrá que aceptar, soy su príncipe del placer y el dolor. Dios del caos. Ella me amará. —me lanza una mirada de desaprobación. —No estés tan seguro, Nesh. El futuro es volátil. Puede cambiar en cualquier momento. —advirtió. Deje caer mi cabeza en mis manos. Estaba jodido, necesitaba encontrar a Mia, antes de que las brujas supremas lo hicieran. Mierda. La había buscado en su departamento, y en todos los lugares que pudiera ir a refugiarse, pero no había rastro de ella ¿dónde mierda estabas princesa? *** —¿Haz vuelto con la cola entre las patas? —se carcajeo Nurgle, mi hermano. Le lancé una mirada mordaz. No quería venir a nuestro reino para verlos, pero era necesario si quería encontrar a mi princesa. —De seguro alguien le pateó el trasero. —dice Tzeentch, mi otro hermano. Se rieron en conjunto burlándose de mí. —¡Silencio! —la voz autoritaria de Khorne, el primero y más grande de nosotros, se alzó retumbando en las paredes del reino. Éramos cuatro dioses del caos. Y yo era el menor de ellos, el príncipe del placer y el dolor. Khorne era el Dios de la sangre o señor de los cráneos. Tzeentch, el que transformaba cosas. Nurgle, el señor de las plagas. Y todos juntos éramos los Dioses del caos. Siempre estábamos peleando por quién tenía más poder, este venía de los mortales creyentes en nosotros. La rivalidad creció con nosotros hasta pelear a muerte. Pero cuando eso sucedía, solo éramos unos hermanos jugando a ver quién era el más perdedor de todos. Y cuando eso pasaba, tenía que aceptar la derrota de pedir ayuda a nuestros hermanos. Hería nuestro orgullo, pero si queríamos volver a retomar el poder, necesitábamos hacerlo a un lado. —¿Qué te trae por aquí Slaanesh? —la voz de Khorne me sacó de mis pensamientos. —¿Te has aburrido de jugar con los mortales? —se burló. Hice una mueca. Me gustaba pasar más tiempo afuera del reino que con ellos, me gustaba tener el poder allí afuera, el de las personas que se sucumbían a los deseos que podía cumplirles. Yo era un maestro de la lujuria y del poder creativo. Influía mucho en los mortales y por ello tenía más seguidores que mis hermanos, aunque eso no bastaba para hacerme más poderoso. Siempre tenía sed de poder, no me saciaba nada. —He venido a pedir ayuda. —dije con voz trémula. —¿Ayuda? ¿Para qué? —esto era vergonzoso. Yo pidiendo ayuda a mis hermanos. —¿Para un mortal? —inquirió Nurgle burlonamente. —¿Cómo la última vez? —cerré los ojos y siseé unas palabras que no escuchó. —¿No recuerdas lo que pasó la última vez que nos pediste ayuda, Slaneesh? —preguntó Tzeentch. Apreté la mandíbula tan duro que podría rompérmela. Si que lo recordaba, gilipollas. —No hace falta que me lo recuerdes. —sisee. —¿Seguro? —aventuró. Iba a destrozarle su horrible cara. De todos mis hermanos, yo soy el más hermoso. Y eso les molestaba a ellos, porque, aunque usaran magia en el fondo ellos sabían que eran horribles desde su creación. En cambio, yo, fui creado con una belleza deslumbrante. No era falta el glamour. —¿Ahora que has hecho? —habló Khorne. Era de esperarse que tuviera la culpa, ya que era el más pequeño y travieso desde nuestra creación. Siempre me metía en problemas y ellos tenían que ayudarme a resolverlos. Pero en este caso era muy diferente. —He perdido a mi princesa —las cejas de mi hermano mayor se alzaron. Ellos sabían de la existencia de la princesa, pero no sabía que ya la había encontrado. Hace miles de millones de años en nuestra creación, se le designó una princesa a cada hermano, una profecía de que nacerían en algún momento. Y que podía estar en nuestro mundo o en la tierra con los mortales. Mis hermanos ya habían encontrado su princesa hace miles de años. Y siempre se burlaban de que la mía no iba ser creada. Al principio me enojaba, y la desolación me embargaba, porque, aunque Mia no lo sepa, los demonios como nosotros podemos sentir. Somos unos de los pocos. Estaba resignado, había siglos sin ver a mi princesa. Fue cuando salí al mundo terrenal para desfogar mis lujurias y deseos con los mortales. No podía vivir una vida en soledad y castidad toda mi vida. Pero cuando Écater se acercó a mí y me dijo sobre la profecía, supe que debía ayudarla. Me prometió a Mia a cambio de que ella cediera su poder. Por eso mentí sobre ser el hermano de Alyssa, solo quería que ella no saliera lastimada. Pero cuando no quiso, Écater se desesperó y envió por ella. Había hablado sobre traerla al inframundo para que ella cediera voluntariamente, pero esta no me hizo caso y me traicionó. Lo único que nos unía a Écater y a mí, era que yo quería a mi princesa y ella el poder. Y todo falló. A Mia le dije sobre tener esclavos para que me alabaran y mi poder creciera, pero lo más importante era tenerla a ella, mi princesa. —¿La has encontrado después de miles de millones de años en tu existencia? —estaban más que sorprendidos. Creían que no había sido creada nadie para mí. —Si, hermano. —respondí. —¿Quién es? Le miré a los ojos. —un mortal. —las risas no pararon de llenarse en el vacío espacio. Claro que les hacía gracia, tantos años esperando por ella y al final decide ser una mortal, para que solo pasara unos pocos años conmigo y muriera. Sus mujeres eran inmortales nacidas en nuestro mundo, no tenían que preocuparse de perderlas nunca. —¿Un mortal? —canturreó Nurgle —Hermano, creo que has nacido con la desgracia de tu existencia. A pesar de tener muchos seguidores, no parece que la suerte esté de tu lado. —Él sabía que yo no creía en la suerte, estaba sobrevalorada. —No tiene caso de que la salve de su miseria —anunció Tzeentch —Después de todo su destino ya está escrito. —si mi princesa era mortal, tenía la posibilidad de darle de nuestra poción de la inmortalidad, pero eso sería si ella llegase amarme. De lo contrario, tendría que dejarla morir con el tiempo. Y me quedaría solo por toda la eternidad, buscando el consuelo de la palabra amor en cuerpos ajenos y labios mentirosos. —Ese no es el problema. —fue mi turno de sonar arrogante. —Ella es poderosa. —¿Poderosa? ¿Un mortal? —se carcajearon mis hermanos. Sonreí socarronamente. —No puede un mortal ser poderosa —espetó con desagrado Khorne. —Ella también es mitad demonio —las risas cesaron y los ojos de cada uno se abrieron petrificados. —Es una hude. —sonreí burlonamente. —¡¿Qué?! ¡Es imposible! Todas las Hude fueron asesinadas hace millones de siglos. ¡Mientes! —bramó mi hermano mayor. Se levantó de su trono y voló hacia mí. —¡Blasfemias! —No miento, hermano. Es verdad. —tomó mi cuello y me aventó al otro lado del lugar. —Las hudes están muertas. Todas ellas. No es posible que haya nacido una en estos tiempos. Nuestras Moiras lo hubieran anunciado. Las Hudes eran seres creados por la unión de un ser demoniaco de nuestro mundo con un ser celestial de los cielos. Estaba prohibido y más aún era muerte hacia ellos. Solo había escuchado de una historia hace tiempo, pero nunca pensé que fuera real. Hasta que Écater me lo confirmó. Fui al mundo de los mortales a comprobarlo con mis propios ojos. Y resultaba ser que era mi princesa, que chiste más concurrente hacia mi existencia. Un hude, sería mi princesa y mi amante. Estaba desesperado por conocerla, y vaya que me llevé una sorpresa con Mia. —Fue algo que los cielos y el infierno con las Moiras pactaron para que nadie conociera de su existencia. Fueron escondidas. —me compuse mi camisa y limpié los pantalones del polvo. —¿Escondidas? ¿Hay más? —podía oler el miedo en ellos. Y eso me hacía jodidamente feliz. Por fin, iban a respetarme como el hermano que era. El más poderoso. Si una hude era mi mujer, eso significaba que ambos seríamos los más poderoso de nuestro reino. Mia sería la diosa del caos, liderando conmigo a su lado. —Son mellizas. —Khorne dio un paso atrás como si le hubiera dado una bofetada. Caminé hacia él. —¿Quién te dijo esto? —él pensaba que mentía. Pero sabía que entre hermanos no podíamos mentirnos. Lo olíamos en el aire como algo putrefacto. —Écater, la bruja suprema. —acojoné. —Esa maldita bruja, ¿por qué demonios escondió una información tan valiosa como esta? ¿cómo lo sabe ella? —escupió con los ojos llameantes. —No tengo entendido muy bien, pero creo que hizo un acuerdo con las Moiras por un alma a cambio de la información. —o algo así había escuchado. En nuestro reino, solo Écater, y nosotros sabíamos sobre la existencia de las Hudes. —¿Y por qué has perdido a la Hude? ¿No te aceptó como su príncipe? —chasqueó la lengua. Siendo mortal/Hude, no podía obligarla a amarme. Era diferente con las esposas de mis hermanos. Siendo del mismo linaje demoniaco, ellas tenían que aceptar su destino, aunque no se amaran. Pero habiendo sido mortal Mia, no podía hacer nada al respecto más que conquistarla. No tenía derecho de los cielos con los mortales. Jugaba con ellos, sus deseos y lujuria para hacer cumplir mis deberes, pero era parte de ser un Dios del placer y el dolor. Les cumplía a los mortales lo que más anhelaba a cambio de otras cosas. Era un trato justo. Mia, era diferente. —No —dije —Ella me rechazó. —una risotada suena de la garganta de mi hermano. —Menuda estupidez. —se dio la vuelta y voló a su trono de donde me miraba ser miserablemente. —No hay nada que hacer, entonces. No puedes obligarla a amarte. —Lo sé. —¿Entonces? —Necesito encontrarla para protegerla. —¿De qué? —Nurgle inquirió. —De las brujas supremas. Ellas quieren que ceda su poder, para abrir los portales e invadir la tierra de los vivos. —sus cejas gruesas se levantaron con impresión. —Ahora entiendo. —se carcajeó Nurgle —Ellas quieren una guerra. —Y yo evitarla —solté. Aunque al principio había querido la guerra que me llevaría a mi máximo poder, entendí que Mia no quería esto. Si ella se daba cuenta de la persona cruel que era antes y despiadada, ella no iba amarme y pasaría el resto de mi eternidad solo. No podía perderla, por eso había renunciado a llevar a Mia con Écater. La llevé a mi departamento para pensar en un plan mientras me daba tiempo. Pero Écater olió mis intenciones. —¿Evitarla? ¿No es lo que ha querido todo este tiempo, Slaneesh? —mis hermanos me desconocían y yo también, pero Mia me había cambiado. El conocerla, vi su humanidad, y recordé mi error de hace mil años. Se parecía a ella, al alma que vio mis ojos antes de arrebatarle su humanidad. Nunca perdoné por ello, y no iba a cometer el mismo error de nuevo. —Desde que fuiste creado has combatido con nosotros por el poder. Hemos tenido batalla entre nosotros mismos y cuando eso no funcionaba, hiciste que más seguidores te adoraran. —recordé cada una de las cosas que hice contra mis hermanos. Todos queríamos el poder. Y siendo el más joven, poseía muy poco a comparación de Khorne. Y ahora con Mia siendo una Hude, podía lograr a tener ese trono. Y Khorne lo sabía. —¿A qué viene tu repentino cambio? —su voz estaba llena de curiosidad. —Estoy enamorado, hermano —escuché la derrota en mi voz. —La amo y no quiero que me odie por ser un monstruo del poder. La mirada que me dio fue de tristeza. Ellos no creían en el amor, nunca llegaron a sentir amor por sus esposas, pero aquí estaba uno de sus hermanos cayendo en ese agujero sin salida, llamado amor. —El amor es un arma con la que no puedes ganar. Estás muerto sin saberlo aún, te ha enredado hasta desconocerte, hermano. —asentí con la cabeza débilmente. —te ayudaremos. Levanté mi cabeza rápidamente al escuchar sus palabras. —¿Qué estás diciendo, hermano? —Tzeentch exclamó furioso. —¡No debemos intervenir! ¿sabes lo que pasará si ella lo acepta? —Khorne le lanzó una mirada fulminante. —Lo sé, Tzeentch. Podríamos en el peor de los casos ser derrocados de nuestros tronos. Pero para eso tendría que haber una batalla antes contra ella para matarla. Y Slaneesh, no lo permitiría, siendo su princesa. También pelearíamos entre nosotros y eso terminaría muy mal para todos. —explicó mirándome a los ojos —Creo que Slaneesh está al tanto de ello. si nosotros accedemos ayudarle a encontrarla, estaríamos en peligro. Y lo haremos, porque confío en que mi hermano ha cambiado y tiene buen juicio ahora que conoce el amor. —se levanta de su trono y camina hacia el trono de Tzeentch. —Y no provocará una guerra con mortales para obtener su poder. —me lanza una mirada de advertencia. —Lo prometo. Solo quiero encontrarla y ponerla a salvo. Ella no causará problemas —alzo mi mano derecha y enseño mi meñique como una vez Mia me hizo prometer. Dijo que esto era irrompible. —¿Trato? Los seis pares de ojos me miraron como si me hubiera salido otra cabeza de mi cuerpo, —¿Qué es eso? —señaló Nurgle a mi meñique. —Es como sellan la promesa los mortales. —las cejas de Khorne se juntaron y voló hasta mí. —Pasar mucho tiempo en el mundo de los mortales te ha hecho como ellos. —espetó. Sonreí.
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