SORPRESA

630 Words
—Puedo llevarte al mejor restaurante de la ciudad —declaró Karina que seguía las instrucciones que la rubia, que viajaba como su copiloto, había puesto en el GPS de su auto. —No es buena idea que comamos fuera de casa —informó Erina, haciendo una cara algo divertida de ver—, además, quiero que veas todo lo que he hecho en estos años, y todo eso está en mi casa, por eso vamos ahí, quiero que estés orgullosa de mí. —Yo siempre estaré orgullosa de ti —aseguró la rubia mayor, creyendo firmemente en su declaración, y Erina se burló un poco. —Casi suenas como una madre —dijo la menor, incomodando a la rubia que le escuchaba, pero sin poder decir absolutamente nada, porque la más joven volvió a hablar—: Bien, esa es mi casa —informó apuntando a una casa a unos metros de donde estaban. Karina estacionó el auto y miró complacido como la joven rubia se regodeaba. Erina definitivamente lo había hecho bien, y Karina se sentía terrible por no haber podido ser parte de eso. Caminaron por un corto camino empedrado, que llevaba desde la cerca de entrada hasta la puerta de la casa, atravesando un hermoso jardín, entonces entraron a una casa donde no se respiraba precisamente paz. —¡Mamá!, Yahir y Yadir no me quisieron regalar su flan —se quejó una pequeña rubia de ojos verdes, corriendo hasta estamparse en las piernas de la más joven de las dos rubias que entraban a esa casa. —¡Porque ella tenía el suyo! —dijeron a unísono los mencionados, dos niños exactamente iguales, incluso en ese color de ojos azules. —Erena, ellos no tienen que entregarte sus cosas, cada quien tiene lo que es suyo, ¿recuerdas? —preguntó la joven madre, logrando que la pequeña rubia se enfurruñara un poco más, ella incluso cruzó sus bracitos al frente antes de dar un fuerte pisotón al suelo. —¡Pero yo quería mucho flan! —gritó la chiquilla y su madre suspiró. Erina no se podía poner a gritar, como le nacía, porque pelear con su hija nunca terminaba en nada bueno y, como madre, le tocaba solucionar las cosas, no empeorarlas. —¿Entonces, si Yahir o Yadir quieren mucho pan de naranja, les puedo repartir tu parte? —preguntó Erina y la niña frunció el entrecejo antes de gritar que no con todas sus fuerzas—. ¿Ves? Es mejor cada quien con su parte. —Tú solo los defiendes a ellos, eres… ¿quién es esta abuela? —preguntó la pequeña al percatarse de la presencia de la mujer rubia de ojos verdes que acompañaba a su madre. —No es una abuela —respondió Erina, sonriendo muy apenada por las palabras de la menor de sus hijos—, es una señora que conocí hace muchos años. —Pero es una abuela —repitió la pequeña rubia y la madre de tres niños suspiró. —Lo lamento, señora Karina —dijo la madre de tres, en serio apenada—. A esta cría no le gano, es una malcriada incorregible. —Pero es tan hermosa como tú —señaló la mayor, sonriendo, poniéndose en cuclillas para solicitar un abrazo de su pequeña nieta—. Erena, Yahir Y Yadir… peculiares nombres. —Es en honor a mi padre —informó Erina, robándole el aire a la rubia que le veía con mucha sorpresa—. Te lo dije, Yamil se merece absolutamente todo, hasta que sus nietos tengan nombres parecidos al suyo. Y el de ella es con mi más anhelado deseo que ella sea fuerte para poder ser feliz, en honor a todo lo que sufrí y superé.
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