—Dije que no —repitió Erina, forcejeando con el chico ebrio que intentaba besarla en un callejón desierto.
Era madrugada y todos iban a casa al fin, ella había sido de las primeras en salir, y no se había dado cuenta de que alguien la siguió hasta que la atraparon por el brazo y la jalaron hacia ese callejón.
—Oh, vamos. Vas a ganar mucho más dinero que lo que has ganado esta semana —dijo el chico aprisionándola entre sus brazos.
—Que no —volvió a decir la chica, bastante desesperada por no conseguir nada. Ese joven azabache que pretendía pagarle una noche de pasión era demasiado fuerte para ella—. ¡Suéltame! —exigió aun sin lograr nada.
Eso era lo peor, su último día de trabajo se llevaría un mal recuerdo.
La falsa castaña respiró profundo, meditando sus opciones. Una era aceptar el trato y salir corriendo en cuanto le dejara libre, pero el chupón que dio el joven en su cuello le borró todo pensamiento, llenándola de ira.
Erina mordió el labio del que intentaba besarla, mientras encajaba sus uñas en los brazos del joven. Este se quejó, soltándola, dándole la oportunidad de salir corriendo, pero, a pesar de su alto nivel de alcohol en el organismo, el joven pudo alcanzarla y aprisionarla de nuevo.
El azabache la tiró al suelo con tal fuerza que la castaña perdió el conocimiento y, cuando volvió en sí, fue para darse cuenta que estaba siendo violada por ese que la mordía y tocaba sin piedad.
Su entrepierna escurría un asqueroso y espeso líquido caliente, su cuerpo se presionaba a protegerse, pues el individuo no veía por ella. Había entrado en ella sin reparos y ahora la pobre ojiverde estaba más que lastimada.
Las sensaciones que le llenaban la cabeza a la chica le hacían perder la consciencia a ratos, pues incluso su dificultosa respiración se había convertido en su enemigo. De pronto todo se detenía, excepto el sujeto que la ultrajaba, y con alguna mordida o penetración dura le devolvía a su terrible realidad.
No supo cuántas veces se vino él en ella, pero sentía a plenitud cómo la humedad del sudor, saliva y sus fluidos le llenaban a extensión la piel.
Y al fin la dejó en paz, después de llenarla de nuevo; después de un momento donde solo sus respiraciones se escuchaban en el inicio de la mañana, cuando él se quedó completamente dormido.
Erina no tenía fuerzas de ponerse en pie, pero no quería pasar ni un segundo más junto al sujeto que acababa de arruinar un poco más su ya muy arruinada vida, así que reunió coraje y caminó hasta su departamento, dejando atrás al que la hirió, pretendiendo que con él se quedara todo lo que la lastimaba.
*
—¿Por qué no lo dijiste antes? —preguntó furiosa la mujer rubia que acababa de escuchar la peor noticia de su vida—. Hace un par de semanas debiste decírmelo —reclamó antes de terminar llorando.
—Quería confirmarlo primero —excusó Einar, que recién había notificado a esa mujer de la muerte de su pequeña hija.
El criado que se había llevado a la niña lo confirmó.
—¿Y dónde está?, ¿dónde la enterraron? —preguntó Karina, ahogada en su doloroso llanto.
—No lo sé —confesó apenado y dolorido el azabache con quien la rubia hablaba—, al parecer, fue tu tía Lilia quien se encargó personalmente de todo, pero no dijo nada. Ese hombre solo la llevó al hospital para la autopsia.
—Diablos —bufó la rubia molesta, adolorida y llena de frustración.
Tenía dieciocho años soñando con recuperar a su pequeña Erina, y hoy sabía que no se podía.