Capítulo 1: La voz de la seducción
Petra se mira al espejo con resignación, las fiestas jamás han sido de su completo agrado porque las considera una pérdida de tiempo, pero no le queda más remedio que aceptar el hecho de que vive en medio de una familia demasiado sociable y este es un evento importante para ella. Además, por más que deteste estar con gente que no conoce, se trata de celebrar a Beth y del compromiso de su hermano favorito, y eso para ella es mil veces más importante que sus propios deseos.
Cuando llega a la planta baja, su madre la mira con ese orgullo que siempre ha sentido por su hija. Cara Petrucci es de las mujeres más amorosas, pero también de las más fuertes… eso lo aprendió de todas las veces que la quiso manipular con su cara de gato con botas y no funcionó. Tal vez por eso es por lo que ella es igual o tal vez mucho peor.
Y esa es una de las razones por las que no ha tenido novio ni ha dejado que algún guajolote de le acerque, porque no piensa entregar su atención a cualquiera, no señor. Tiene que ser alguien que realmente la valore tal como es.
—Estás preciosa, hija. Tú como siempre tan recatada, pero luciendo fabulosa de todas maneras.
—¿Qué esperabas? —dice ella con una sonrisa—. Lo aprendí muy bien de ti. Jamás has debido mostrar mucho para cautivar a la gente.
—Aahhh… es que en eso tiene mucho que ver tu papá. ¡¿Te imaginas a su edad y espantando mocosos?!
—¿A quién tengo que corretear? —les llega la voz divertida de Pietro y Cara se ríe—. No me digan, ya sé a quienes debo espantar esta noche. Con una hija tan bella, ¡voy a tener mucha acción esta noche! Y yo que sigo convaleciente.
—¿Y si le espantas los pretendientes a Lara? —dice Petra apuntando a su hermana que baja con un vestido color marfil, cuyo escote es demasiado descarado.
—Naaa, ella ya tiene a su peor es nada, que lo haga él, a ver si me demuestra que se la merece, porque en esta familia, hombre que se respeta, sabe espantar los buitres que rondan a su mujer… o para eso quedo yo —las chicas se ríen y hacen lo mismo de siempre, besan a su padre cada una en una de sus mejillas y se quedan abrazadas con sus cabezas en su pecho—. Cualquier tonto diría que me salieron enanas, pero un hombre de verdad siempre les dirá que tienen la altura perfecta para él. No lo olviden.
Ellas lo miran con esas sonrisas hermosas, las cuales Pietro siempre se ha esforzado porque sus hijas tengan cada día, enseñándoles que un hombre no puede hacer menos que eso por ellas. Para cuando las dos se dirigen a la salida, enganchadas del brazo, Pietro y Cara se abrazan para observarlas.
—Que niñas más lindas me diste, Lara se ve feliz con el cara de limón. Pero me preocupa Petra, ella es demasiado exigente —dice Pietro preocupado.
—Prefiero que sea así, ya ves que yo me encontré al mejor hombre gracias a eso —le dice ella tomando su rostro y besándolo con suavidad.
—Sí, pero no quiero que se tarden en darme nietos… no quiero perderme esas bellezas antes de partir —Cara lo ve con sus ojos comprensivos y lo atrae hacia ella para besarlo con más profundidad.
—Todavía tienes mucho tiempo con nosotros, no pienses en esas cosas… —y cuando ella quiere ponerse más romántica, su hija los detiene.
—¡Ya dejen de practicar más hijos y vámonos! —les grita Petra desde fuera y ellos solo se ríen.
El trayecto lo hacen muy animados, solo Petra se mantiene en silencio porque no le agrada la idea de ir a un lugar con gente desconocida.
—Hija… —Pietro llama su atención y ella busca sus ojos en el retrovisor—. Te doy permiso para que te escapes luego de que tu hermano le pida matrimonio a Beth, lo demás ya es relajo del que nos gusta a nosotros.
—Gracias, papi —esboza la sonrisa más sincera y Pietro le guiña en ojo.
Ahora, se preguntarán ¿cómo supo Petra que le hablaba a ella si Lara va en el auto? Fácil, a Lara le dice princesa, pero Petra nunca se dejó llamar por ese apelativo. Y ahora que es mayor sabe que tomó la mejor decisión, porque eso la mantiene alerta y con los pies sobre la tierra.
Cuando llegan a la casa de los Castelli, se quedan impresionados con lo grande y hermosa que es. Aunque ellos han vivido en un lujo moderado gracias a su estatus, aquella casa no alcanza ni para mansión, porque ese nombre le queda muuuy pequeño.
Aunque pronto se darán cuenta de que es porque los Castelli son tan numerosos como ellos.
Cuando el auto se detiene en la entrada, ven a dos figuras acercarse a ellos, uno es un mayordomo que ayuda a las gemelas a bajar porque Pietro no permite que nadie más haga lo mismo por su mujer, y el otro es quien se lleva el auto a otra zona para aparcar.
Al ingresar les dicen que pronto bajarán los Castelli y ellos se dedican a husmear. Al menos Petra porque le llama la atención la cantidad de fotografías que hay en dos paredes de la casa y se da cuenta de que es un elaborado árbol genealógico que se entrelaza de una manera impresionante.
—Se parece a lo que hicieron los Black —Petra mira a su hermana con los ojos abiertos porque no puede creer que haga una referencia de Harry Potter justo en ese momento—. Los hombres de esta generación están muy lindos.
—Sí, que pena que tengas novio y estés tan enamorada —le dice con sarcasmo y su gemela rueda los ojos.
—No lo digo por mí, tontita. ¿En verdad no te gusta ninguno? —señala las fotografías y Petra arruga la nariz—. Yo ya estoy pensando que te gustan las mujeres.
Petra la ve como si quisiera ahorcarla y Lara escapa del lado de su hermana con una risita traviesa. Regresa su atención a las fotografías y sus ojos se posan en el rostro de uno de los hijos de la familia que visitan ahora.
El azul de sus ojos es interesante, se le hace tan intenso como el cielo de Roma luego de una lluvia loca en primavera. Por una extraña razón quiere acariciar la fotografía, pero desiste de hacerlo porque se vería raro.
—¿Alguno de ellos que quieras conocer? —dice su padre y ella niega con una sonrisa.
—No, pero me preguntaba cómo quedaría un árbol así en casa del abuelo.
—Es una idea interesante, creo que deberíamos proponerla en la próxima reunión familiar… que será en tres semanas, para el cumpleaños de tu tío Alonzo.
Petra se aleja de aquella pared con su padre y pronto llegan los dueños de casa. La conversación se vuelve amena y en la medida que también se unen sus hermanos con sus mujeres, ella se va sintiendo más cómoda.
Tal vez está tan entretenida con una de las hermanas del amigo de Braulio, Patrizia, que no se da cuenta de la llegada del susodicho
Sin embargo, aquello pronto se remedia cuando Petra queda lo suficientemente cerca de Braulio y Piero. Tal vez es la sorpresa, o la curiosidad… a lo mejor es que está distraída y no ha subido su barrera natural contra los hombres… pero en el instante en que Piero le habla a Braulio, todo en ella se estremece.
Aquella voz le parece demasiado grave para un humano, siente como si solo eso bastara para atraerla y dejarla anclada a su presencia, es la voz de la seducción. Es como si aquel inframundo del que ha huido tantas veces dejó escapar a uno de sus demonios…
Y eso la hace enfurecer.
Sobre todo, cuando se gira para acercarse a ellos y ve que es más un ángel que un demonio… tal vez. Por eso, cuando Piero sigue hablando, no duda en buscar la manera de entrometerse.
—Ha de estar muy sensible o tú se lo dijiste como un idiota… —Petra se para justo detrás de ellos y habla antes de que Braulio le responda.
—¿Por qué se supone que llamas idiota a mi hermano? —dice molesta por el apelativo, pero más por lo que le provoca—. ¿O es que no te has visto la cara en este momento? —a Piero se le cae la quijada y Braulio comienza a retroceder lenta y silenciosamente, la intensidad entre esos dos en aquel momento es evidente.
Cuando sus miradas se enfrentan, Petra siente cómo aquellos ojos azules que la impresionaron hace un rato la ven con sorpresa, y se molesta más porque no solo es su voz, también son sus ojos.
«Maldición, este es mi propio vampiro, solo que con ojos azules», dice en clara referencia a Crepúsculo, donde los vampiros son realmente hermosos para atraer a los humanos a su trampa (sí, las gemelas son ratones de biblioteca).
—Yo… yo no… —por su parte, Piero trata de hablar, pero sencillamente es imposible. Petra se cruza de brazos y sonríe con sarcasmo.
—Y veo que no solo tienes la cara, también eres completamente un idiota —Piero va a darle la mano a modo de saludo, pero ella le pasa por el lado porque necesita escaparse de aquel dios romano que le ha provocado, dejando a Piero como idiota en verdad.
—¿Te gusta mi hermanita? —le dice Braulio con voz ronca tras cerrarle la boca y Piero lo mira con los ojos abiertos mientras niega con tanta vehemencia que se le agitan más las neuronas.
—Claro que no, le saco diez años, no soy un pervertido —dice recuperando la compostura y arreglándose el traje.
—Entonces, ¿qué categoría le toca a mi padre? Mira, lo único que te puedo decir de mi hermana es que es complicada. Hasta ahora no ha existido el hombre que la deslumbre ni mucho menos que logre conquistarla, es difícil de llevar y peor de comprender.
—¿Estás tratando de convencerme que me quede con ella o de que le huya?
—¿Le huirías? Pensé que eras más valiente, pero solo eres otro cobarde más de los que suelen rondarla —Braulio se lo queda mirando con una expresión de diversión porque puede ver como Piero posa la mirada en Petra, mientras que su hermana habla con Patrizia.
La noche se va pasando y Petra decide quedarse un poco más a pesar de que su hermano ya se comprometió, porque aquella atención exagerada que Piero ha puesto sobre ella la hace sentir… rara.
La velada continúa y Piero trata de coincidir con ella todo lo que puede, pero es complicado. Petra ya ha recuperado ese radar innato que la alejan de los hombres que se interesan en ella y en la cena lo evita magistralmente, pero no lo suficiente como para no darse cuenta de que Piero la sigue cuando ella va al baño a refrescarse.
Cuando sale con una sonrisa porque lo está pasando de maravilla, alguien tira de ella a un pasillo oscuro y termina aprisionada contra la pared. Aquel cuerpo caliente y grande la deja atrapada, pero por alguna razón ella no pelea ni se resiste.
Y para terminar de liquidarla, acerca sus labios a su oído y le susurra.
—Ahora ya no puedes escaparte de mí, preciosa… —Piero la mira a los ojos con esa expresión de satisfacción, pero Petra solo sonríe y acariciando con su índice su rostro le dice.
—¿Y quién dijo que yo me quiero escapar?