Esto es molesto

1318 Words
+++++ Respiré hondo mientras empujaba el carrito cargado de bandejas de comida. Las ruedas rechinaban apenas, como si quisieran, añadir un toque extra de dramatismo a la situación. Tres chicas más hacían lo mismo, cada una con su carrito, avanzando hacia el comedor. Mi mente seguía gritando "¡Estás loca por aceptar esto!", mientras mi cuerpo se movía automáticamente, casi como si quisiera lanzarme a los leones. Cuando cruzamos la puerta del comedor, los vi. Toda la familia estaba ahí, sentados en sus sillas, como si fueran miembros de la realeza, esperando que los sirvieran. Pero no era cualquier realeza; no, esta realeza tenía a un Jack entre ellos. Intenté no mirar directamente a ninguno de ellos, pero mis ojos, como si tuvieran vida propia, iban de un rostro a otro, y mis nervios aumentaban con cada detalle: la elegancia, los trajes, la manera en que me miraban, como si supieran que en cualquier momento iba a cometer un desastre. —¿Qué hacemos ahora? —le susurré a Dania, sin soltar mi carrito. Ella me miró de reojo mientras empujaba su propio carrito. —Servirles la comida. Y no la embarres —respondió, como si fuera lo más sencillo del mundo. Asentí, aunque por dentro ya había embarcado el Titanic. Tomé aire, me repetí mentalmente que podía hacerlo, y empecé a levantar la primera bandeja, una de ensalada. Era ligera, pero mi mano temblaba tanto que parecía que estaba cargando un piano. Mientras avanzaba hacia la mesa, tratando de mantener mi sonrisa profesional, una voz se alzó desde la otra punta del salón: —Cuidado, no se te caiga. Mis ojos buscaron automáticamente al culpable, y ahí estaba él. Jack. No el padre, no el esposo, sino el Jack. Su mirada era un desafío, y esa sonrisa... esa maldita sonrisa que me hacía querer lanzarle la ensalada a la cara. Mi cuerpo entero se tensó, pero no dejé que mis manos fallaran. Era cuestión de orgullo ahora. —¡Jack, déjala en paz! —dijo una voz femenina que reconocí de inmediato: Mia, la hermana que ya había intercedido por mí antes. Antes de que pudiera agradecerle mentalmente, una voz más grave y autoritaria llenó la habitación: —¡Cálmense, niños! Giré la cabeza hacia el hombre que había hablado. Tenía un porte imponente, el tipo de persona que con solo existir exigía respeto. Luego, una mujer elegantísima intervino, con un tono dulce pero firme: —Amor, vamos a cenar en familia. —Ya, dejen que las chicas hagan su trabajo —agregó otra mujer, sin molestarse en mirar a nadie en particular. Asentí rápidamente, casi como un reflejo condicionado, y me apresuré a colocar la bandeja de ensalada en el centro de la mesa. Claro que, con mi suerte, tuve que pasar junto a Jack, quien aprovechó el momento para soltar: —Bueno, al menos en esto eres buena. Mi paciencia estaba a punto de agotarse, pero decidí ignorarlo. No le daría el gusto. Impertinente. Esa palabra se repetía en mi cabeza mientras me alejaba. Mientras regresaba al carrito, escuché otra voz, esta vez masculina, de alguien que no conocía: —¿Qué tienes en mente, Jack? Es la primera vez que te veo molestando a una de las chicas del servicio. Mi corazón se detuvo un segundo. ¡¿Por qué yo?! Jack, con la naturalidad de quien está acostumbrado a que todo gire en torno a él, respondió: —Ella es una amiga. ¿Qué problema hay en hablar con alguien? Hasta Nana es nuestra amiga, Sergei, así que deja de molestar. ¿Amiga? Quise reírme, pero la tensión no me dejó. Me sentí tan pequeña que lo único que quería era desaparecer. Dania, que parecía tener un radar para mi incomodidad, se acercó y comenzó a ayudarme con el resto de la comida. Yo apenas lograba moverme, todavía procesando el "amiga" y todo el drama que se estaba desatando alrededor. Cuando pensé que lo peor había pasado, la mujer más elegante de la mesa se levantó de su silla y se dirigió directamente hacia mí. —Tú debes ser nueva —dijo, con una sonrisa que no supe si era genuina o calculada. Asentí, incapaz de articular una palabra. —¿Cómo te llamas? —Nikita —respondí, tragando saliva. —Encantada, Nikita. Yo soy Emily. Sonreí tímidamente, pero cuando continuó, sentí como si el suelo se moviera bajo mis pies. —Soy la esposa de Jack, pero no de mi hijo, es de aquel hombre guapo al que amo con todo mi corazón. Mis ojos se abrieron como platos. Por un momento, el pánico me invadió. ¿Esposa? ¿De Jack? ¿Había dos Jacks? ¿Me había metido en un lío sin siquiera darme cuenta? Ella pareció notar mi confusión y agregó con una sonrisa tranquila: —Mi esposo es Sergei, y este de aquí —dijo señalando al Jack que me estaba sacando canas verdes— es mi hijo. La chica que lo regañó antes es mi hija Mia, y nuestra nieta está en su habitación. ¿Familia perfecta, dices? Lo dudaba. Emily colocó una mano en mi hombro y me dio un leve apretón. —Bienvenida. Espero que te sientas cómoda con nosotros. —Gracias… —logré decir, aunque por dentro seguía tratando de procesar toda la información. Cuando se alejó, Dania se inclinó hacia mí y susurró: —Tranquila, sobrevives el día de hoy y lo demás será pan comido. —¿Pan comido? —repliqué, mirando el desastre que estaba a punto de servir como sopa—. Más bien, me comerán a mí. Dania soltó una carcajada contenida y volvió a su carrito, dejándome sola para enfrentar el resto de la cena. Y mientras el Jack Junior, pero sí un problema me miraba desde su asiento con esa sonrisa burlona, supe una cosa con absoluta certeza: esto era solo el principio del caos. —Nikita, ve a la cocina. Yo me quedo aquí —me susurró, con una de esas sonrisas suyas que podían calmar hasta un huracán. Mis piernas empezaron a moverse casi por inercia. ¡Dios, gracias, Dania! Antes de dar el primer paso, me giré hacia Emily. No sé de dónde saqué valor, pero logré balbucear: —Gracias, señora Emily. De verdad, agradezco mucho esta oportunidad… y si me disculpa, iré a la cocina. Estaba a un segundo de huir cuando una voz grave e inconfundible retumbó en la sala, deteniéndome en seco: —No. Mis ojos fueron directos hacia él. Jack. El hijo. El problema. ¿Esto es una broma? Él estaba reclinado en su silla, con esa maldita expresión relajada, como si acabara de dar una orden insignificante. —Quiero que te sientes —dijo, como si tuviera todo el derecho del mundo a decidir sobre mi vida. Mis manos se cerraron en puños a mis costados. ¿Sentarme? ¿Aquí? ¿Con ellos? Esto tenía que ser una especie de castigo divino. —No creo que sea apropiado —logré decir, con un tono que sonaba más valiente de lo que realmente me sentía. Jack levantó una ceja, como si mi respuesta lo hubiera entretenido. —¿Y quién decide lo que es apropiado o no? —replicó, con esa sonrisa torcida que me hacía querer arrojarle una de las bandejas. Emily intervino entonces, colocando una mano en el brazo de Jack. —Jack, no la incomodes. Si no quiere, no tiene que quedarse. ¡Gracias, señora Emily! Mi mente casi gritó de alivio. Pero, claro, Jack no iba a dejar que las cosas fueran tan simples. —No es una cuestión de querer o no. Es una invitación. ¿No es así como tratamos a las amigas de la familia? Amigas. Otra vez con lo de “amiga”. Mi corazón latía con fuerza. Esto estaba tomando un giro que no entendía, y sinceramente, no quería entenderlo.
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