+NIKITA+
Correr era mi única opción. Mis pies se movían solos, llevando mi cuerpo directo a la cocina, mientras mi mente seguía atrapada en el desastre que había dejado en el salón. Todo el día había estado luchando con esa maldita mancha en la alfombra, pero parecía que cuanto más intentaba limpiarla, más evidente se hacía. Y luego, claro, él tenía que aparecer.
Ese hombre, con su mirada como un arma cargada y una sonrisa que podía derretir el hielo. Jack. El hijo del dueño. El que no debía verme en ese estado. Y no solo me vio, sino que también escuchó mi desastrosa lucha con mis propios nervios. Ahora, mi trabajo estaba oficialmente arruinado.
Mis manos temblaban mientras empujaba la puerta de la cocina. Las demás mujeres seguían trabajando, moviéndose entre ollas y sartenes, mientras Dania bebía un vaso de leche como si el mundo no se estuviera desmoronando a mi alrededor.
—¿Terminaste con el salón? —preguntó, sin levantar la vista de su vaso.
La pregunta fue como un golpe en el estómago. Las lágrimas que había estado intentando contener finalmente brotaron, y un sollozo escapó de mis labios.
—¡Nikita! —exclamó, dejando el vaso y acercándose rápidamente a mí—. ¿Qué pasó?
Ni modo, tengo que decirle la verdad, ya que no puedo culpar a nadie más.
—No puedo más, Dania. Esto fue una mala idea. No debería estar aquí...
—¿De qué estás hablando? ¿Qué hiciste?
Abrí la boca para explicarle, pero las palabras se quedaron atrapadas en mi garganta. Antes de que pudiera reunir el valor para confesarlo, una voz grave resonó desde la entrada de la cocina, haciendo que todo mi cuerpo se paralizara.
—Necesito que todos salgan.
El tiempo pareció detenerse. Las mujeres dejaron de moverse, y todas giraron hacia la puerta. Ahí estaba él, Jack, con los brazos cruzados y una expresión que no dejaba espacio para preguntas.
Dania intentó intervenir:
—Señor Jack, lo siento, pero aquí estamos ocupadas y…
—Dije que todos salgan.
Su tono era definitivo. Autoritario. Una a una, las mujeres abandonaron la cocina, lanzándome miradas curiosas. Cuando Dania pasó junto a mí, me apretó el brazo en un gesto de apoyo.
—Tú no —dijo Jack, su mirada fija en mí.
Mis piernas temblaron como si fueran de gelatina. Dania quiso decir algo, pero él levantó una mano para detenerla.
—Sal. Quiero hablar con ella.
Dania me lanzó una última mirada antes de desaparecer por la puerta, dejándome sola con él. Mis manos se aferraron al borde de la mesa, buscando algo que me diera estabilidad.
Jack dio un paso hacia mí, luego otro, hasta que estuvo lo suficientemente cerca como para que pudiera sentir su presencia. Mi corazón latía tan fuerte que sentía que él podía escucharlo.
—¿Por qué lloras? —preguntó, su voz más baja, pero igual de firme.
Negué con la cabeza, incapaz de responder.
Nooo, no quiero que me vea llorar, no es justo, él... Nooo, estoy que muero de la vergüenza.
—¿Es por la alfombra? —insistió, inclinándose ligeramente hacia mí.
Por la alfombra, por la botella, por mi estupidez y por todo lo que llegué hacer.
—No puedo pagarla —logré decir, finalmente, mi voz quebrándose—. Ni la botella. Y sé que me van a despedir. No tengo cómo solucionarlo…
Esto es un show completo, no puedo creer que haya hecho récord, ¿arruinar todo a mi paso?
—¿De verdad crees que te despedirían por algo tan estúpido? —Su tono era seco, casi burlón, pero sus ojos brillaban con algo que no lograba descifrar.
—¡Es una botella carísima! —repliqué, sorprendida por mi propio atrevimiento.
Jack dejó escapar una risa baja, ladeando la cabeza mientras me miraba.
—Carísima para ti, quizás. Para mí, es solo una botella más.
Sus palabras me irritaron. ¿Cómo podía ser tan insensible? ¿Estoy sufriendo por esa botella?
—No todos tenemos tu vida perfecta —murmuré, apartando la mirada.
Él dio otro paso hacia mí, cerrando el poco espacio que quedaba entre nosotros.
—¿Vida perfecta? —repitió, con un tono casi peligroso. Su mano se movió hasta mi quijada, obligándome a levantar la cabeza y enfrentarlo. Sus ojos se encontraron con los míos, y el aire en la habitación se volvió insoportablemente pesado—. No tienes idea de cómo es mi vida.
Mi cuerpo se tensó, mi corazón estaba descontrolado, sabía que había metido la pata, no es suficiente con todo lo que he hecho y ahora meto la pata abriendo mi bocota.
—Déjame decirte algo —continuó, su voz bajando a un susurro que hizo que mi piel se erizara—. Nadie te va a despedir. No por esto.
¿En serio?
—¿Y por qué no? —murmuré, intentando mantener mi compostura mientras mi corazón amenazaba con salirse de mi pecho.
Una sonrisa lenta apareció en sus labios, una mezcla de burla y algo más que no podía identificar.
—Porque fui yo quien derramó la botella.
Mis ojos se abrieron como platos, y mi boca se movió sin emitir sonido por unos segundos.
—¿Tú? —logré decir finalmente.
Él asintió, soltándome la quijada, pero sin alejarse.
—Sí. Así que deja de culparte.
Quería llorar, también agradecerle por lo que está diciendo, ¿por qué hace esto? ¿Por qué me protege?
Antes de que pudiera procesar lo que estaba pasando, la puerta de la cocina se abrió de golpe, y una mujer entró con una energía que parecía llenar la habitación.
—¡Jack! —exclamó, cruzándose de brazos al vernos—. ¿Qué estás haciendo?
Jack se giró hacia ella, levantando las manos como si estuviera siendo acusado injustamente.
—Nada. Solo hablaba con ella.
—Déjala en paz —dijo, caminando hacia mí con una expresión mucho más amable—. Lo siento mucho. Mi hermano a veces puede ser... un idiota.
No pude evitar soltar una pequeña risa nerviosa, aunque mi cuerpo seguía temblando.
—Gracias —murmuré.
—¿Cómo te llamas? —preguntó, inclinándose ligeramente hacia mí.
—Nikita.
Mia me sonrió y luego miró a su hermano.
—Vamos, Jack. Déjala respirar.
Jack lanzó una última mirada en mi dirección antes de salir de la cocina con su hermana, dejándome sola con mis pensamientos y un caos de emociones que no sabía cómo manejar.
Cuando me aseguré de que ellos desaparecieran de mi vista, mi cuerpo no resistió y caí al suelo. No podía creer lo que estaba pasándome, ¡él no me delatará! ¡Tengo una oportunidad!
—Mia, ¿qué haces ahí? —reacciono al ver a Dania junto a mí—, ¿te dijeron algo?—negué con la cabeza.
—¡Gracias a Dios! Sabía que el señor Jack no tenía un corazón n***o, ahora levántate por favor.
—Shhh... Puede estar cerca —una de las cocineras la reprendió.
—Lo siento... Viste, me haces pecar, ahora mano a la obra y ayúdame a servir la comida.
—¡¿Yo?! —cuestioné con los ojos abiertos.
—Sí, ¿hay otra Nikita por aquí?
—Noo, pero yo no puedo, ¡Dania, se me puede caer la comida!
—Cállate, no me hagas quedar mal, todos piensan que eres buena en todo, así que cierra la boca y ayúdame.
No, no quiero, mis manos empezaron a sudar, no sé qué hacer.
Santo cristo, estoy segura de que hoy si me corren.
Tranquila, solo tienes que respirar y repetir una y otra vez que tú puedes, ¡tú puedes!
Cierro los ojos y cuento hasta diez, ¡ellos tienen la culpa por contratar a una loca desquiciada como yo!
¡Esto no es ordenar vaca, limpiar huertas y menos alimentar animales! Cocinar no porque mamá siempre me alejó de la cocina, ya que decía que todo lo quemaba, eso no me importo en ese momento, pero ahora... ¡Ahora me importa, ya que me doy cuenta de que aquí no soy nadie!
Todo lo que me rodea es puro lujo y con ello no puedo, ya que cada paso que doy es un peligro de no arruinar nada.