La chica

1446 Words
+JACK+ Entré a la casa como un huracán contenido, con el eco de mis botas resonando en el suelo de mármol. Tengo muchas cosas en la cabeza y sin querer esa simple chica me lo ha arruinado. En cualquier otra circunstancia, no habría permitido que una escena insignificante —una chica loca tirada en el jardín— se alojara en mi mente, pero ahí estaba, dándole vueltas mientras cruzaba el amplio vestíbulo. —¡Jack! —La voz melodiosa de Mia me detuvo en seco. Mi hermana menor apareció al final de la escalera, con su cabello recogido en un moño desordenado y su hija pequeña, Alina, encaramada en su cadera. Alina me dedicó una sonrisa llena de dientes diminutos, pero mi paciencia estaba demasiado delgada para devolverle el gesto. —¿Has visto a papá? —preguntó Mia, acomodando mejor a la niña en su brazo. Negué con un movimiento breve y continué avanzando. —Jack, espera. Suspiré y me giré a medias, con una ceja arqueada que le dejaba claro que no estaba de humor. —¿Qué? —Nada, olvídalo. —Espera… ¿Sabes quién era la chica que estaba en el jardín? —pregunté de manera casual, aunque la curiosidad me picaba más de lo que estaba dispuesto a admitir. Mia me miró con una expresión de sorpresa genuina. —¿Una chica? No sé de qué hablas. Bufé, sin molestia alguna, en ocultar mi escepticismo. —Claro, porque aquí siempre hay extrañas tiradas en los jardines. Ella frunció el ceño, claramente irritada por mi sarcasmo. —No sé nada, Jack. Y si estás tan interesado, quizás deberías preguntarle a alguien más. Sin responder, le di la espalda y me dirigí hacia el ala este de la casa, donde sabía que encontraría la oficina de mi padre. A cada paso que daba, sentía cómo la irritación en mi pecho crecía, alimentada por el peso invisible de todo lo que representaba esta casa, esta familia... y, claro, esa chica extraña en el jardín. ¡Un año completo…! Eso era lo que había pasado desde que Mia había vuelto a casa con su hija. Todos parecían felices con su regreso, como si la familia Thyne necesitara más drama doméstico para equilibrar nuestras actividades turbias. Mi madre, por supuesto, no podía estar más encantada, especialmente ahora que tenía a su preciada nieta para consentir. Incluso mi tía Michaela y su esposo, Sergei, se unían al espectáculo, actuando como si todo en nuestra familia fuera perfectamente normal. Excepto yo. Soy el único en esta maldita casa que parece estar fuera de lugar. Me detuve frente a la gran puerta doble de madera que conducía a la oficina de mi padre, dejando que mi mano descansara sobre el pomo frío. El rugido en mi mente no me dejaba en paz, el recordatorio constante de las expectativas de mi familia perforando cualquier intento de calma. A mis 20 años, ya estaba más cansado de este circo familiar de lo que debería. Claro, mi físico y mi actitud me daban una ventaja: respeto instantáneo y miradas de admiración mezcladas con miedo. Pero, ¿eso era suficiente? Para ellos, parece que no. Mis padres, siempre tan directos y encantadores, no podían dejar de insinuar que ya era hora de que les presentara a alguien. —"Jack, deberías pensar en asentar cabeza." —"Jack, queremos nietos. Mira a tu hermana, ¿por qué no sigues su ejemplo?" Esas palabras no hacían más que encender mi irritación. Lo que ellos no querían aprender —o aceptaban con dificultad— era que no soy un hombre de mujeres. No en el sentido tradicional, claro. Por supuesto que me gustan las mujeres. Pero no cualquier mujer. Soy selectivo. Y mi selección, por decirlo suavemente, no es exactamente lo que mi madre aprobaría. Para ellos, una mujer ideal es alguien con clase, educación, modales impecables y un historial inmaculado. Para mí... bueno, la clase y los modales no importan cuando tienes suficiente dinero para pagar lo que realmente quieres. Sí, soy de esos hombres. Los que no tienen problemas en derrochar cantidades obscenas de dinero en mujeres que cobran caro. Mujeres hermosas y experimentadas que saben exactamente lo que quieren y lo que yo quiero. Mientras empujaba la puerta y entraba a la oficina, me dejé caer en uno de los sillones de cuero n***o que rodeaban el escritorio imponente de mi padre. —Macha —murmuré en voz baja, permitiéndome una ligera sonrisa. Ese hombre había trabajado para mi padre durante años, sirviendo no solo como empleado, sino también como un puente hacia un mundo más oscuro y exclusivo. Fue Macha quien me presentó a Toni, mi hombre de confianza. Toni sabe todo sobre mí: mis gustos, mis secretos, mi vida entera. Si alguien puede decir que tiene mi lealtad, ese es Toni. No porque lo haya buscado, sino porque él se ganó ese lugar. De hecho, desearía que mi padre hubiese sido más como él: alguien que escucha, que guía sin imponer, que está presente. Pero no. Mi padre está demasiado ocupado con su papel de patriarca, manejando negocios y asegurándose de que la imagen de los Thyne permanezca intacta. Eso no significa que no me haya prestado atención. Todo lo contrario. Mi padre me ha entrenado para muchas cosas, y la principal de todas es proteger a las mujeres de esta casa. Mia, mi madre, incluso la tía Michaela. Todas están bajo mi cuidado, aunque ellas no lo sepan. Aunque yo no lo desee. Tomé un largo respiro y miré hacia el ventanal que daba al jardín. Desde aquí, podía ver la extensión del terreno, perfecta y meticulosamente cuidada. Podía imaginar a esa chica tirada ahí, con su actitud despreocupada, como si no estuviera invadiendo el lugar más peligroso del mundo. —¿Quién demonios eres? —murmuré para mí mismo. Un golpeteo en la puerta interrumpió mis pensamientos, y la figura de Toni apareció. —¿Todo bien, jefe? —preguntó, con su tono siempre calmado. —Perfecto —mentí, poniéndome de pie—. Tenemos trabajo que hacer. Toni asintió, sabiendo que no valía la pena discutir. Mientras salía de la oficina, no podía sacarme de la cabeza la imagen de esa chica en el jardín. Había algo en ella, algo que me molestaba y me intrigaba a partes iguales. Y sabía que esto no iba a terminar aquí. Al salir de la oficina, Toni caminaba a mi lado, ajustándose la chaqueta con su habitual calma. Era imposible no notar lo sereno que parecía todo el tiempo, como si nada en el mundo pudiera perturbarlo. Yo, en cambio, no tenía esa suerte. Entre la chica extraña del jardín y los sermones indirectos de mi familia, mi paciencia estaba colgando de un hilo. Justo cuando estábamos por cruzar la enorme puerta principal de la casa, algo captó mi atención a lo lejos. —Ve al auto —le dije a Toni en un tono bajo, sin apartar la mirada—. Te alcanzo en un minuto. Toni arqueó una ceja, pero no hizo preguntas. Sabía cuándo mantenerse al margen. —Entendido, jefe. Mientras Toni desaparecía en dirección al auto, mis ojos se centraron en una escena curiosa que se desarrollaba cerca del comedor. Una figura femenina se movía con desesperación, arrodillada en el suelo, frotando frenéticamente un trapo contra la alfombra. Algo en su postura, en su urgencia, me hizo detenerme. Me acerqué con pasos calculados, quedándome cerca de la puerta del salón para observar. Y ahí estaba ella: la misma chica que había visto en el jardín más temprano. Interesante. Ahora estaba inclinada sobre un desastre evidente: fragmentos de vidrio esparcidos por el suelo y una botella de vino destrozada que había dejado un charco oscuro sobre la alfombra cara. Me crucé de brazos, apoyándome en el marco de la puerta, sin hacer ruido, disfrutando de la escena como si fuera un espectáculo exclusivo. —¡Maldita sea! —masculló ella, su voz llena de frustración. La chica, visiblemente agitada, intentaba limpiar el vino, pero solo conseguía que la mancha se expandiera aún más. A medida que frotaba con más fuerza, las maldiciones empezaron a salir de su boca como una cascada. —¡Cómo pude ser tan torpe! —gruñó, lanzando el trapo dentro de una cubeta de agua que tenía junto a ella—. Ahora sí me despedirán. Claro que lo harán. Volveré al pueblo del que nunca debí salir. ¡Estúpida! ¿Por qué mis dedos son de mantequilla? Tuve que contener una carcajada. Sus lamentos eran tan melodramáticos que resultaban cómicos. ¿De qué pueblo vendrá esta chica? Porque definitivamente no pertenece a este mundo.
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