El internado San Nicolas estaba en una de las montañas que rodeaban un pueblo pequeño franco, español, realmente el pueblo no eras tierra de nadie, aunque los dos paises se pelearan por él, estar rodeado de montañas complicadas y de un puerto muy cerrado por el que solo entraban barcos muy pequeños, lo aislaban del mundo, era un ligar perfecto para que nadie molestara ahí, antes los hijos de los más ricos y de los más poderosos iban a colegios elitistas en grandes ciudades pero la tranquilidad de un pequeño pueblo y de montañas y mar era lo mejor para todos los que no querían destacar. El pueblo se sostenía solo, los barcos pequeños traían pescados y las montañas dejaban que hubiera carne y cultivos, tiendas de todo tipo había en el pueblo y la mayoría eran cosas hechas a mano por los pueblerinos, cosa que adoraba.
Había ido al pueblo con la idea de hablar con el cura de este para poder saber que las cosas que iba ha hacer estaban bien, necesitaba esa confirmación, para mi aunque la iglesia era solo un lugar, era solo un espacio para reunir a la gente que tenía la misma opinión y querían estar juntos. Cada iglesia era diferentes por lo que no estaba segura cual era mi favorita pero en todos me sentía demasiado bien pero cada uno era diferente, en este pequeño pueblo que se llamaba la Sardinera del Rocío y era porque las sardinas eran demasiado importantes en el pueblo.
Me santigüe y respiré hondo, mis amigos se fueron a mirar el pueblo mientras que yo me quedaba en la iglesia, aunque era jueves, con el lio que había causado Matt nos habían dado el día gratis a todos, como si necesitaran más de dos horas para limpiarlo, pero creo que era más por el hecho de que necesitaban que los profesores se organizaran.
Entre a la iglesia y respire hondo para inundarme del olor de incienso que había en el lugar, era la hora de las confesiones por lo que me acerque con cuidado al confesionario y al ver que nadie estaba dentro entre y me senté dentro.
—Buenos días hermana, ¿Cuándo fue tu ultima confesión?—me pregunte y suspiré.
—Hace una semana—deje claro recordando que mi ultima vez en un lugar así fue en el funeral de mi abuelo.
—`Pudo que una niña de tu edad, pueda hacer algo malo pero te escucho, querida—me dijo y suspire con profundidad.
—No es algo malo que haya hecho, sino algo malo que voy ha hacer—deje claro y cerré mis ojos—Tengo un tío, el tiene un gran secreto, uno horrible, uno que haría que muchos lo odiaran pero es buena persona y no se merece ese dolor y la misma persona que le esta amenazando a mi tío, esta haciendo de la persona que estoy enamorada—comente y suspire—Juro que no he cometido pecados, que no he hecho nada indecente y que sigo los mandamientos a más no poder, no hago nada malo, lo prometo pero creo que la justicia de Dios es demasiado lenta—.
El señor se quedo callado y río.
—Cariño, eres joven, nadie hará que ardas en el infierno porque hagas alguna locura, travesura o corras aventuras, dios no es un ser malvado, es paciente y bueno, nos enseña a amar, a dejar que nos amen y que seamos considerados con los demás—me dijo y me quede callada—Si debes evitar que alguien haga algo mal para que las cosas no sean peores, hazlo—dejo claro y lo mire demasiado sorprendida.
—¿Esta callado?—le pregunte sin saber que hace.
—¿Cuántos años tienes?—.
Me quede callada por su pregunta, era bastante sorprendente de que me preguntarán eso, estaba acostumbrada a que el hombre que me confesara me conociera y me llamara por mi nombre y actuara como si fuéramos amigos de toda la vida, bueno es que lo éramos, éramos amigos desde siempre, era quien me bautizo, quien hizo mi primera comunión, quien me confirmo, quien me iba a casar e igual lo hizo con mi padre, enterró a toda mi familia por lo que solo él era quien estaba en esas partes de fe de mi vida y de la de mi familia, era la primera vez que me confesaba con alguien más por lo que no sabía como tomarlo, el padre Sebastián, me hubiera insistió y convencido para que no hiciera nada malo, siempre me sentía presionada cuando estaba con él pero este hombre era amable.
—Dieciséis—deje claro y lo mire.
Las rendijas dejaban ver a un hombre joven y me di cuenta rápidamente quien era, salí de mi parte de confesionario para meterme donde debería estar el cura pero encontrarme a Matt, lo mire mal y demasiado molesta, él tiro de mi, sentándome encima de él y cerrando la puerta cuando otra persona entro a la iglesia.
—¿Qué haces aquí?—le pregunté susurrando.
—Estoy preocupado por ti, parece que te has vuelto loca—me dijo y le mire—Isabella, tú no eres de esas que se vengan—me dejo claro y lo miro.
—¿Ya no te gusto?—le pregunte.
Matt me beso con demasiada intensidad y emoción, me sentía demasiado mal por besarnos dentro de un confesionario pero el deseo era parte de mi y no lo pude evitar, cerré la ventana que comunicaba las dos partes de confesionario, la que comunicaba las dos zonas del confesionario, abrí mis piernas y las coloque a cada lado de las piernas de Matt, pase mis manos por su cuello y me pegue a él todo lo que pude.
Matt agarro mis muslos con fuerza subiendo demasiado mi fuerza pero a diferencia de muchas veces esta vez no me sentía incomoda, de forma normal estas escenas me hacía sentir que estaba haciendo mal, cosas malas, que el fuego que me quemaba cada parte de mi era solo una señal de lo mal que estaba haciendo las cosas, el fuego que sentía era un presagió del infierno que me llamaba pero ahora eso aunque me daba demasiado miedo, no paraba de pensar en ello, dios esto era horrible, soñar como Matt besaba cada parte de mi cuerpo, era demasiado intenso.
—¿Puedo?—me pregunto y asentí, Matt agarro mi cadera para pegarme más a él y paso sus manos por la parte de arriba de mi espalda, aunque no fuese muy ético llevaba un vestido veraniego, tenia tirantes y se ataba al cuello con la espalda completamente descubierto y llegaba por encima de las rodillas , tenía escote en v y por cosas del vestido ni podía llevar sujetador, no era de esas cosas que solía llevar pero quería ser por una vez en mi vida, quería ser una adolescente normal.
—Vamos a ir al infierno—le deje claro mientras Matt pasaba sus besos de mis labios a mi cuello.
—Te aseguro que vamos a disfrutar ahí—susurro haciendo que riera.
Alguien toco la puerta del confesonario haciendo que me quedara quieta y mirara a Matt.
—¿Podemos ir ya a comprar las cosas?—pregunto Aiden.
Suspiré aliviada para después dar un corto beso a Matt y salir del lugar, por suerte no había nadie más que nosotros en el lugar, así que ninguna monja o cura furioso podía matarnos o echarnos la bronca, habíamos quedado para hacer las compras necesarias para las bromas que iba a vivir el señor Erick Miller, tenía muchas ganas de j***r la vida a ese señor e iba hacer todo lo que pudiera en su contra.
—Tienes el vestido subido—me dijo Cristina y me coloque bien la ropa y para asegurarme de que nada más malo pasara, me solté el pelo, Matt me quito la goma y se la puso en su mano.
—Así no te fastidia tu conjunto—me aviso haciendo que riera peor no dije nada y agarre la mano de Cristina para que saliéramos juntas ha hacer las compras seguidas de los chicos.