PRELUDIO: Recuerdos
Recuerdos. El portal que une el presente y el pasado con imágenes y experiencias alojadas en la memoria.
Considerados una condena por aquellos que han experimentado situaciones dolorosas y destructivas, recuerdos que solo existen para perseguir y torturar día y noche.
Considerados un tesoro por aquellos que los ven como las imágenes almacenadas de quién fuiste y quién eres. Un tesoro que lleva a rememorar los rostros de aquellos a quienes amaste y te amaron. Un tesoro que revive los instantes que le dieron gloria y calidez a nuestra existencia.
...
—Necesito saber cómo está ella. ¿Su lesión va a traerle consecuencias?
Los ojos adormecidos de una pequeña luchaban por abrirse, en respuesta a un cotilleo lejano que llegaba a sus oídos. Eran voces masculinas.
—Señor Urriaga, ella sigue inconsciente. Debemos esperar a que despierte para reconocer cuánto daño neuronal hubo.
La niña logró abrir los ojos lo suficiente como para poder ver hacia el lado a donde su cabeza recostada sobre la almohada apuntaba. Su visión no era tan clara, pues, se empezaba a adaptar a la luz de su entorno después de una semana en coma, pero logró distinguir a un par de hombres a algunos metros lejos de ella. Uno estaba de espaldas a ella, su cabello canoso lo que suponía que era un hombre mayor, vestía una resplandeciente bata blanca. El otro sujeto usaba un elegante, pero algo extravagante traje color vino.
—¿Cuánto tiempo es eso? —interrogó el hombre de traje con bastante severidad— Son muchos malditos días los que llevo esperando a que despierte y no dan una respuesta certera —su evidente mirada de enojo pasó por encima del hombro del médico para ver detrás de él por enésima vez, a la niña.
—No se sabe con exactitud, todo depende de… —se detuvo al notar que el hombre frente a él dejó sus ojos fijos en el fondo y algo sorprendido. Luego, él se giró para seguir su mirada.
Los ojos ámbar de la niña estaban puestos en ellos, pero no había rastros de expresiones en su rostro. Parecía solo una muñeca de porcelana puesta en una camilla. Inanimada.
El médico se apresuró en acercarse a ella al mismo tiempo que sacaba su linterna de diagnóstico del bolsillo superior de su bata. Inmediatamente, pasó la luz frente a los ojos de la niña para verificar la reacción de sus pupilas. Estas se contrajeron adecuadamente en respuesta a la luz. La pequeña comenzó a reaccionar lentamente, parpadeando por la molestia que le generó la iluminación, a la vez que movía su rostro levemente para evitarla. Era como si unos engranajes que estuvieron sin funcionar por mucho tiempo apenas se ponían en movimiento para hacer andar su joven cuerpo nuevamente.
—Bienvenida, pequeña… —musitó el médico con una calmada satisfacción al encontranse con resultados positivos— ¿Puedes escucharme?
La niña puso su atención lánguidamente en el doctor, pestañeó pesadamente y luego asintió despacio.
—Bien… —sonrió, volviendo a sentirse complacido, considerando que apenas tenía 9 años y una vida la esperaba por delante—. ¿Crees que puedas decirme cuál es tu nombre?
Por un momento se quedó congelada de nuevo. Estaba procesando la pregunta y buscando en algún rincón de su cabeza esa respuesta, pero se estremeció repentinamente al no encontrarla. Sintió miedo, sin embargo, desconocía a qué.
—N-no lo sé —su voz apenas se escuchó. Sus ojos se volvieron vidriosos, con ese temor creciendo dentro de ella.
—De acuerdo, no te preocupes, vamos despacio. No te esfuerces —agregó en un timbre comprensivo.
De imprevisto, el hombre de traje hizo a un lado al médico, exasperado.
—Eres Layla Urriaga, mi sobrina —aseguró con urgencia.
El doctor agudizó una mirada interrogativa en el hombre, pero este la ignoró. Ante la intervención abrupta, la niña observó inquieta al médico y después al otro sujeto también desconocido para ella.
—Señor, no debería… —quiso objetar.
—¿Me recuerdas? —interrumpió el hombre— Soy yo, tu tío Michael. ¿Recuerdas lo que sucedió? ¿A tu madre? ¿A tu hermano? ¿A todos en el auto?
—¡Pare! —recriminó el doctor. Lo sujetó de los hombros y lo hizo retroceder.
El aire se volvió denso para ella, sentía cómo su pecho era oprimido por el pánico elevándose a un nivel exponencial de un segundo a otro. Su respiración se hizo irregular. No reconocía al sujeto vestido de traje color vino, cabello engominado y bigote fino que decía ser su tío. Tampoco recordaba a todos aquellos que mencionó, mucho menos lo que sucedió. Ella apretó los ojos con fuerza y, fue entonces cuando advirtió una presión en la cabeza que iba acompañada de punzadas como si la estuvieran atravesando, por lo que sus manos débiles, temblorosas, pálidas, pero curiosas quisieron tocar. Se impresionó al no sentir cabello en su cabeza, aunque desconocía si alguna vez lo hubo, sus dedos solo se encontraron con una tela envolviéndola.
Las voces del médico y del hombre de traje; el sonido de las máquinas que monitoreaban sus pulsaciones y presión; despertar en un mundo desconocido; el dolor que atravesaba su cráneo y uno que se asomaba en su pecho, todo le resultaba perturbador. Todo el escenario era aterrador a su corta edad. Sus manos apretaron más su cabeza y estalló con un grito agudo y ensordecedor.
...
Al mismo tiempo que aquella niña despertaba en un mundo del que no tenía un solo recuerdo, un joven de 18 años trataba de conciliar el sueño en una pequeña y simple habitación de alquiler en la que apenas pasaba su primera noche. Era el comienzo de una nueva vida lejos del mundo que siempre conoció. Un mundo que deseaba olvidar y dejar atrás para siempre.
El joven había emprendido su huida desde Nueva York y, ahí estaba, después de 3 días de viaje, en la capital de un país tropical de Suramérica. Salió de aquel abrumador hogar llevando consigo una hoja de papel en su bolsillo con instrucciones detalladas de cómo y a dónde debía ir sin ser descubierto, y unos fajos de billetes a la mano para aquellos oficiales corruptos que pudieran desconfiar de la identificación falsa con la que se estaba moviendo para llegar a su destino, después de todo y vergonzosamente, se había hecho un experto en el trato con los que consideraba las "escorias de la sociedad". Se podía decir que sobornos y corrupción estaban incluidas como cátedras elementales en el adiestramiento intenso que tuvo desde que tenía 9 años.
Él tenía un par de horas recostado en el colchón duro dando vueltas, pero los recuerdos del pasado cercano danzaban en su cabeza con una ruidosa fiesta que parecía no tener fin. Él dio una última vuelta y se quedó mirando al techo. Podía identificar todo el pánico de su cuerpo, no por estar solo en un país desconocido con una lengua que no dominaba a la perfección, eso para él era una de las cosas más interesantes. Sentía pánico de que lo encontraran, no porque fueran a asesinarlo o a causarle daño físico, una orden como esa era casi improbable. Sentía pánico de ser devuelto “a casa” y continuar siendo testigo de torturas, asesinatos y de negocios ilícitos con la fachada de una inofensiva fábrica de calzados. Él era Jacob Thomas, el único heredero de la más grande organización criminal de Nueva York y se reusaba a continuar con una dinastía bañada en sangre, una por la que solo sentía repulsión.
Finalmente, Jacob decidió dejar de perseguir el sueño y se sentó en el borde del colchón. Lo primero que hizo fue observar la puerta de la habitación fijamente con el corazón retumbando y la idea de que en cualquier momento alguien iba a tumbar esa puerta para llevárselo a la fuerza. No sucedió nada. La habitación continuó en completo silencio y con escasa iluminación, aunque se veía simple, era acogedora. La percibía hasta más pequeña de lo que era el baño de la gigantesca y lujosa habitación que ocupaba en la mansión de sus padres, pero le gustaba para empezar. No había nada atroz en ella.
Él recordó un sobre que le hizo llegar su contacto tan pronto recibió la habitación, lo había guardado en el angosto armario junto con sus pocas pertenencias. Jacob se levantó, encendió la bombilla que colgaba en el centro de la habitación y fue por él.
El joven sacó todo el contenido del sobre. Se sorprendió al darse cuenta de que se trataba de una gran cantidad de documentos, incluyendo un pasaporte y una identificación. También había una nota y una tarjeta con un número de teléfono. En el reverso una dirección.
“Es todo lo que necesitas para iniciar con tu nueva vida. Ahora puedes tomar el camino que quieras, aunque supongo cuál será. Todos los documentos son tan originales como los de cualquier ciudadano natural de este país. Pierde cuidado.
P.D.: Contacta al número en la tarjeta. Hace todo tipo de trabajos. También ve a la dirección escrita detrás, es una buena terapeuta.
F. U.”
Jacob sintió un calor reconfortante en su pecho y finalmente un alivio de todo el pánico que experimentó desde que inició su viaje. Rápidamente cogió la identificación, deseoso de conocer cuál sería su identidad. Le gustó.
"Jacob Alan Cooper Urdaneta."