Una estudiante del penúltimo año de medicina abría cuidadosamente la puerta del auditorio de la universidad, solo lo necesario para ver a través de la ranura los asientos ocupados más próximos a la entrada, buscaba a alguien en particular. Mientras sus ojos hacían un recorrido tan rápido como podían, a sus oídos llegaba la voz grave desde el escenario de un importante médico que impartía un seminario acerca de los últimos avances de la artroscopia. Cuando la chica finalmente reconoció la figura esbelta y con gafas de pasta gruesa que tanto buscaba, ensanchó una radiante sonrisa de triunfo y luego abrió la puerta los centímetros que faltaban para darle acceso al auditorio.
El médico conferencista desvió momentáneamente la atención hacia el hilo de luz que se filtró por la puerta al final de uno de los pasillos flanquedos por butacas ocupadas, vio el sigilo movimiento de la joven en medio de la escasa iluminación, pero rápidamente la ignoró para continuar exponiendo sus conocimientos. Ella se escabulló tan silenciosa como pudo, su sedosa cabellera larga y semi recogida de un particular color rojo cobrizo se movía con gracia, aunque se desplazara cuidadosamente.
—Lo logré, Fabsy… —susurró cuando se sentó en el asiento junto al chico.
Él joven dejó de hacer anotaciones en una libreta y adoptó un gesto risueño al verla.
—Empezaba a entristecer —comentó igual de bajo—. Creí que ya no vendrías —se podía percibir cuánto entusiasmo le traía su presencia.
Él guardó en el bolsillo de su camisa la pluma que sostenía y cerró la libreta para entrelazar la mano de la pelirroja.
—No se puede desperdiciar cada oportunidad.
Sobre la butada de un lado, ella colocó su mochila cargada de libros recién sacados de la biblioteca para ponerse más cómoda, seguidamente, ambos miraron al frente, hacia el escenario en donde se hallaba el médico especialista.
—Personalmente, he aplicado la técnica en 15 pacientes en los últimos meses con resultados exitosos y una recuperación considerablemente más rápida, y sí, puedo darles la certeza de que la artroscopia llegó para quedarse… —el doctor empezó a proyectar imágenes de un antes y un después de las articulaciones de algunos de esos pacientes.
La joven asintió repetidamente, le era interesante lo que veía; sin embargo, su expresión era bastante neutral.
—Sabes que el Dr. Cooper me cae como una patada en el páncreas, pero reconozco y admiro su trabajo —musitó después de detallar un par de imágenes de las que se proyectaron.
—No creo que sea un mal tipo, cerecita —cuchicheó el joven con humor.
—Habla su fan número uno —dijo y se volvió a él con una sonrisa ladeada—. Pero si tengo que escucharlo en cada presentación que de para poder compartir un rato más con mi chico, pues lo haré.
Él dejó salir una risita silenciosa, se llevó a los labios el dorso de la mano que sostenía y lo besó con ternura.
—Te amo, cerecita.
—Yo más… —gesticuló.
Leyla Urriaga continuó escuchando con atención al Dr. Cooper. Fabricio Russo quiso admirarla por unos segundos más, mientras estaba concentrada en el tema que exponían. A él le gustaba contemplar cada detalle en sus gestos cuando se encontraban, como si fuera a olvidarlo en los días que no pudieran verse. Le encantaba cómo entrecerraba los ojos y fruncía los labios al analizar algo que llamara su interés, amaba las pecas salpicadas en su piel exageradamente blanca y ese cabello como el fuego que resaltaba en ella. A veces, a Layla le incomodaban todas esas características por intuir que su apariencia llamaba particularmente la atención, pero él hacía que aquella inseguridad mermara demostrándole cuánto amaba esos aspectos que ella consideraba defectos físicos.
Esa mañana Layla había podido llegar y estaba ahí, a su lado como en otras conferencias y seminarios a los que asistía, esta vez dispuesta a escuchar a aquel sujeto, aunque discrepara de sus modos de atender a los pacientes y hacia quien tenía sus reservas. Agradecía que ese gesto fuera recíproco, pues, él también se aparecía en las actividades de Layla cada vez que estaba libre de sus prácticas, e incluso, en ocasiones especiales había fingido estar enfermo para sorprenderla con algún presente. Eso ella no lo sabía.
Se consideraba un "nerd afortunado".
—Bien, estimados colegas, tomaremos un receso de 30 minutos —dijo Cooper unos minutos después, su voz era serena, pero tan grave y segura que infundía respeto.
Layla y Fabricio se quedaron en sus lugares, observando a médicos de diferentes edades y estudiantes levantándose de sus asientos para salir del auditorio en orden. Algunos de los doctores más longevos aprovechaban el momento para aproximarse al Dr. Cooper y estrechar su mano con profesionalismo.
—¿Podemos quedarnos acá durante este rato? —preguntó Fabricio, teniendo en cuenta que el tiempo de Layla para los dos era bastante limitado— Claro, si prefieres que vayamos al café por algo, no tendría inconvenientes.
Layla se removió en el asiendo y giró su torso hacia él, apoyó la cabeza relajadamente del respaldo de la butaca sin apartar de Fabricio su mirada cargada de afecto.
—Prefiero que nos quedemos aquí el poco tiempo que me queda —dijo después de suspirar con cierta melancolía.
—Confío en que pronto podamos vernos con más libertad —él añadió optimista.
Un fuerte carraspeo les interrumpió, por lo que sus rostros se volvieron en sincronía atraídos por el sonido que buscaba ese objetivo. El Dr. Cooper, tenía una mirada afilada puesta en Layla como si estuviera a punto de reprenderla por un grave delito. Era un hombre tan escrupuloso que odiaba que cualquier cosa desencajara. Layla y Fabricio se soltaron de las manos al reconocer la figura alta muy próxima a ellos, y adoptaron una postura más rígida, parecían soldados ante un superior.
—Señorita… —se interrumpió al no tener la menor idea de cómo se llamaba—. Le voy a agradecer que…
—Urriaga, doctor —intervino sin titubeos.
—Ah, sí. Como sea —dijo en un timbre desdeñoso—. Como le iba diciendo… le agradeceré que, para la continuidad de la ponencia, haga más silencio. ¿Acaso se le hace costumbre interrumpir en las clases de sus profesores?
Layla estiró el cuello hacia adelante, claramente indignada.
—Con todo respeto, señor, yo no hice ruido.
—Su cuchicheo llegó hasta donde estaba.
—No es cierto —refutó—. No pudo haberme escuchado, a menos que sea usted una polilla de cera.
Fue evidente cómo el enojo de Cooper se agudizó, sus ojos avellana se abrieron más y parecía que estaba presentando una especie de tic en uno de ellos, al mismo tiempo que su mandíbula se tensaba, sobre todo, a causa de la última respuesta disruptiva de la chica, cosa que consideraba inadmisible viniendo de quien parecía ser una estudiante altanera. Rápidamente, Fabricio extendió el brazo hacia un lado para estrechar la mano de Layla de nuevo y apretarla ligeramente a la vez que fingía toser dramáticamente.
—Discúlpenos, doctor Cooper, no le volveremos a interrumpir.
El hombre respiró hondo, agradecido de no ser un profesor ni un médico adjunto. Se abrochó un botón del impecable saco y posó los ojos en Fabricio con menos severidad.
—Se lo agradecería, señor Russo —culminó con una mirada de soslayo, para continuar con su camino hacia la salida en sus pasos tan seguros que rasgaban en la arrogancia.
Layla lo siguió con la vista y el cejo fruncido hasta que Cooper salió por una de las puertas del auditorio.
—¡Lo ves! —manoteó el brazo de Fabricio tan pronto el hombre desapareció— ¡El tipo es de un antipático…! Oh, Dios, pobrecitos sus pacientes en recuperación.
—Vamos, cerecita. Se casará mañana con una paciente, no puede ser tan terrible.
Layla adoptó un exagerado gesto de ofensa.
—¿¡Y lo defiendes!? Si no fuera porque eres mi novio, juraría que te aparecerás en la iglesia diciendo: ¡Yo me opongo! Soy tu fan —dijo en un fingido tono más grave.
Fabricio estalló con una carcajada.
—¿De dónde rayos sacas eso? No tiene sentido. Admiro tu imaginación —levantó sus manos, todavía risueño—. Pero está bien, si tu dices que Cooper es el sujeto más antipático del universo, está bien, lo es.
Layla relajó sus facciones, no por lo que dijo, sino por su risa. Siempre le pareció atractiva desde que lo conoció unos tres años atrás cuando un grupo de amigos en común los presentó. Sus dientes no eran los más perfectos detrás de sus labios finos, pero amaba ella esa risa radiante, encantadora y contagiosa que le hacía olvidar cualquier cosa.
—Bien… —ensanchó finalmente una sonrisa.
Ella recostó su cabeza sobre el hombro de Fabricio y con su mano libre apretó las de ambos que permanecían unidas. Él inclinó su cabeza y ésta terminó apoyándose en la de Layla suavemente. Hubo silencio por un momento, solo estaban ellos dos en el par de butacas al fondo del gran auditorio. Layla sintió un fuerte pesar que le apretó el corazón, lamentaba que tuvieran que verse solo en la universidad, a escondidas cuando salía de casa con la excusa de que iba a la biblioteca, o algún fin de semana cuando decía que estudiaría en casa de una amiga. Así habían transcurrido dos años. Él había sabido ser paciente, aunque Layla le hubiera dicho una decena de veces que "merecía a alguien mejor".
—Déjame hablar con tu tío… —Fabricio cortó con ese silencio abruptamente con esa petición que la hacía por enésima vez.
—Él es estricto… tanto, que a veces siento que me odia.
—Quizás sea porque eres su único familiar y te quiere proteger de alguien que se quiera aprovechar… tal vez, si hablo con él, le demuestro mis intenciones honestas contigo y le pido debidamente que me permita cortejarte como en los siglos pasados, deje que nos veamos libremente.
Los ojos vidriosos de Layla se posaron en los de él con dulzura. Como siempre, la postura de Fabricio anunciaba tanto optimismo como sus palabras.
—"Nadie puede ser tan malo”... —recitó una de las frases más mencionadas de Fabricio—. ¿Me dirás?
—¡Exacto! —exclamó divertido.
Ella lo meditó por unos segundos, recordando lo severo que era su tío y a la vez buscando en su memoria algún gesto de afecto que hubiera tenido hacia ella, uno solo que le hiciera pensar que él sería comprensivo con esa relación. No encontró ninguno.
—Lo pensaré por algunos días —contestó con nerviosismo y una sonrisa que apenas se notó.
Fabricio la conocía lo suficiente como para saber que temía que su tío los separara, como ya se lo había confesado anteriormente.
—Okey… pero recuerda que, sin importar lo que decidas, te estaré esperando el tiempo que sea necesario —dijo apacible, pero con una seguridad que la reconfortaba—. Podemos continuar con tu plan de independización tan pronto inicien tus prácticas.
Aquello le devolvió el ánimo a su espíritu. Eran escasas semanas las que faltaban para iniciar con sus prácticas médicas y todo iba a la perfección, hasta había logrado conseguir una plaza en el mismo hospital en donde Fabricio hacía sus prácticas.
—Ya casi… —musitó con el destello de optimismo que él le acababa de contagiar.
Todavía con su rostro reposando sobre el hombro de Fabricio, Layla acercó su delicada mano hasta la mejilla de él y lo acarició mientras lo miraba con devoción. Luego, lo atrajo delicadamente a sus labios.
«¿Cómo no amar a este chico?» Se dijo, teniendo en cuenta todo lo que representaba para ella, era su rayo de esperanza con ese optimismo inagotable. Veía más cerca la posibilidad de construir una relación juntos tan normal como cualquier otra pareja, libre, alejada de la severidad de su tío. Estaba segura de que quería una vida con Fabricio.
Unos minutos más tarde, que parecieron transcurrir en un parpadeo, comenzaron a ingresar al auditorio todos aquellos médicos y estudiantes de medicina que se habían tomado el receso. Habían transcurrido los 30 minutos. Layla observó su reloj de pulso y suspiró bastante decepcionada.
—Fabsy, debo irme ya —anunció amargamente, poniéndose de pie desanimada—. Lo siento...
—Dime que podremos vernos mañana —pidió suplicante.
—Jamás faltaría a nuestra cita de aniversario, así el mundo se esté abriendo en dos —dijo con entera seguridad y se inclinó hacia adelante para darle un efímero beso de despedida—. Le pedí a Vivian que me cubra en caso de que mi tío la llame preguntando por mí. Te prometo que ahí estaré, en el lugar de siempre.
—En el lugar de siempre —asintió satisfecho por ello.
Layla recogió su mochila y se apresuró en salir al pasillo. Deslizó delicadamente sus dedos por el pecho de Fabricio hacia los hombros hasta que estos ya no pudieron tocarlo por la distancia, como la despedida lenta y afligida de unos eternos enamorados de alguna obra dramática.
Layla fue en dirección contraria a la multitud que entraba puntual para la continuidad del seminario impartido por Cooper. Continuó apresurada y sin detenerse, aunque tropezara y pisara el lustroso zapatos del mismo médico conferencista y éste le gruñera como perro con rabia. Debía llegar a casa a la hora establecida, era el acuerdo.
Michael Urriaga le permitió ir a la universidad bajo dos condiciones: La primera, debía estar en casa para cuando él volviera. Layla era quien le atendía, solo ella sabía cómo preparar lo que le apetecía, solo ella sabía cómo le gustaba tener la ropa planchada, doblada y organizada, solo ella estaba autorizada a entrar a sus espacios personales, aunque hubiera una docena de personas encargadas del servicio de la inmensa casa. Él solía repetirle que dejarla estudiar una carrera universitaria era el pago por sus servicios, un techo y comida.
Segundo, tenía prohibido tener una relación amorosa, pero nunca especificó el motivo.
Él nunca la había tocado, pero sabía cómo herirla de gravedad con sus palabras cada vez que se equivocaba. O también existía la posibilidad de encerrarla en su habitación por semanas, como había hecho un par de veces antes, si consideraba que desobedecía.
Durante los primeros años bajo la custodia de Michael, Layla demandó su afecto de manera insistente. Estaba aterrada por no poder recordar su vida ni a nadie antes de los 9 años, por no saber quién era. Sentía que la nada buscaba tragársela. Suponía que su tío, su único familiar, debía estar ahí para ella; sin embargo, Michael no fue capaz de regalarle tan siquiera un abrazo. Ella quiso ganarse ese afecto siendo la mejor en su clase, haciendo postres y comidas que a él le gustaran, elaborados obsequios hechos con sus propias manos, pero no consiguió ni una sola sonrisa de su parte. Se rindió.
Después de tantos años viviendo bajo la severidad y frialdad de Michael Urriaga, a sus 22 años, Layla empezaba a sufrir el peso de ello, era abrumador. Nunca había deseado tanto la normalidad y libertad como sucedía desde que Fabricio llegó a su vida, pero temía ser separada de él si su tío se enteraba de que tenía una relación sentimental con alguien. Por ello, planeaba salir de esa casa tan pronto tuviera sus propios ingresos cuando empezara con sus prácticas, aunque no fuera mucho dinero, al menos en ese hospital había un incentivo para los internos. Su poco optimismo le aseguraba que Michael la dejaría ir si demostraba su independencia económica.
Fabricio no era un chico millonario, pero ambos estaban dispuestos a crecer juntos, como profesiones, como pareja. Estaba todo calculado. Solo faltaban pocas semanas.
...
En su habitación, Layla terminaba de organizar su mochila para salir a su encuentro con Fabricio. En el fondo guardó una caja con una pequeña tarta que horneó mientras su tío estaba fuera, sobre ésta, colocó los libros con los que se suponía iba a estudiar con su compañera Vivian. Una vez tuvo todo listo, se tomó un momento para mirarse en el espejo de la peinadora, sonrió complacida por cómo le lucía lo que llevaba puesto. Usaba un delicado Slim dress blanco que le llegaba poco más arriba de las rodillas, le hacía destacar sus caderas anchas y la cintura delgada, era la primera vez que lo usaba, lo había tenido guardado para una ocasión especial. Rápidamente tomó una sudadera de unas cuantas tallas más grande que la suya y se la colocó encima, le quedaba tan grande que la cubrían hasta los muslos y dejaba completamente oculto su hermoso vestido para no levantar sospechas. Seguidamente, se colgó la mochila del hombro y salió de la habitación con cierta inquietud.
A su salida, como cada vez que lo hacía, Layla debía anunciarle a su tío su partida y a dónde se dirigía, antes de poner un pie fuera de casa. Michael se hallaba en el estudio, lo revelaba la presencia de su par de hombres corpulentos de mayor confianza, parados a cada costado de la puerta como fieras guardianas. A donde iba Michael iban ellos. Uno de los hombres se inclinó y le abrió la puerta del estudio cortésmente, aunque su rostro careciera de expresión. Layla tenía todos esos años viéndolos, pero cada uno de ellos le intimidaba, por lo que secretamente les había puesto apodos, en un intento fallido por minimizar el impacto que le causaban sus apariencias imponentes.
«Fifí y Chiqui»
—Gracias, Paulo —dijo tímidamente.
Pasó sus ojos de Fifí a Chiqui, ambos le causaban calosfríos.
Layla ingresó en silencio, su tío estaba de espaldas a la puerta mirando por la ventana mientras sostenía una charla por teléfono. Su corazón empezó a acelerarse, siempre sucedía cada vez que iba a salir a ver a Fabricio, esto se debía al temor de ser descubierta y ser alejada de él. Había algo más en su tío que le atemorizaba, además de la severidad que ya conocía, pero no sabía de qué se trataba. No lo identificaba. Era como si una vocesita en su cabeza constantemente le advirtiera que debía tener mucho cuidado.
Layla se aclaró la garganta para llamar la atención de Michael. No hubo respuesta hacia ella.
—Quiero para ya mismo los ingresos netos...
—T-tío… —empezó después de aclararse la garganta una segunda vez— Voy de salida a casa de Vivian, como te comenté varias veces en la semana…
Sin cambiar de posición o tan siquiera girar su rostro para verla, el alzó su palma bruscamente como indicativo de que dejara de hablar. Ella se detuvo. Michael sacudió la mano como si espantada algún insecto en el aire, lo cual sugería la orden de que saliera. Cada ademán, ella lo conocía. Era más común que su comunicación se basaba más en ademanes y monosílabos.
Layla obedeció y retrocedió con un sentimiento de alivio muy disimulado en sus expresiones. Fue reconfortante no haber recibido objeciones y agradecía a quien quiera que fuera el que estuviera al otro lado de la línea por mantenerlo ocupado.
Poco tiempo después, Michael colgó, pero permaneció en la misma posición observando a través de la gran ventana de su despacho que le permitía ver la salida principal de la mansión. Observaba fríamente cómo Layla pasaba a través de la verja de metal que le daba acceso a la calle transitada.