2. Un romance secreto -2

2996 Words
Empezaba a oscurecer y a Layla le parecía que era una hora perfecta que le añadiría un toque más romántico al ambiente. Después de descender del taxi que la dejó cerca del lugar en el que se encontraría con Fabricio, ella rápidamente colocó su mochila en la acera para quitarse la ancha sudadera y dejar visible su bonito vestido, luego, sacó cuidadosamente la caja del fondo de la mochila que contenía la tarta que había logrado elaborar para esa ocasión. Tenía el cabello semi recogido, así que se lo soltó y lo peino con esmero con sus dedos, parecía resaltar más que nunca sobre su piel pálida y el blanco vestido. Layla volvió a colgarse la mochila al hombro, se guindo la sudadera en el doblez del codo, sostuvo la caja con ambas manos y continuó los pocos metros que le faltaban para llegar. El lugar de encuentro era un mirador en la cima de una montaña desde donde se podía distinguir la ciudad en el fondo de un gran valle. Las lámparas de los alrededores se encendieron repentinamente cuando las sombras empezaban a ganar espacio. Layla llegó al inicio de la vereda de grava que conducía hasta el final del mirador, pudo distinguir a Fabricio usando una impecable camisa azul, tenía uno de sus codos apoyado sobre el borde de concreto y observaba hacia la ciudad lejana. La fresca y brisa del ocaso acariciaba algunas ondas de su oscura cabellera y las movía de un lado a otro suavemente. Se veía sereno, disfrutando del paisaje. Por un momento a Layla le pareció que el escenario era irreal. A ambos les gustaba aquel lugar por la tranquilidad que se respiraba en él, por su espléndida vista y lo poco concurrido que era. Layla suspiró, sonrió aliviada de poder haber llegado sin contratiempos. Retomó los pasos que restaban para llegar a él. —Fabsy… —musitó como si su voz pudiera perturbar la paz. Fabricio no dijo nada, pero giró su rostro con esa sonrisa que le hacía olvidar todo aquello que le pudiera perturbar. Inmediatamente, con la mano que tenía oculta, sacó desde su pecho un ramo de rosas blancas. Layla separó sus labios con sorpresa; rápidamente se despojó de la mochila y colocó la caja con la tarta sobre el muro que separaba el mirador del precipicio, junto con la sudadera ancha. Necesitaba tener las manos libres para recibir su ramo de rosas. —Doce rosas blancas, en representación de mi amor eterno por ti, cerecita —dijo dulcemente. —Aww… —susurró entrecortado—. Están hermosas —las tomó con extremo cuidado y cargó como si se tratasen de un bebé. Layla se puso de puntillas y rodeó el cuello de Fabricio con su brazo, necesitando que él se inclinara unos centímetros para que ella pudiera llegar a sus labios, pues, su estatura de 1.52 metros siempre ameritaba que él hiciera ese gesto cuando estaban de pie y quería besarlo. Cuando ella devolvió las plantas de sus pies al suelo, él dio un paso hacia atrás, quería tener un mejor ángulo de ella luciendo su vestido. Por supuesto, quedó fascinado por cómo lucía, le pareció que era una combinación perfecta entre elegancia, sensualidad y delicadeza. —¡Wow! —musitó— Mi novia es la más preciosa. —Exageras —agregó entre risas y ruborizada. Poco rato más tarde, después de haber apagado una pequeña vela sobre la tarta de cereza en nombre de su segundo aniversario de novios, ambos compartían un trozo del postre, servido en un platillo de ornamentos florales que ella también logró llevar. La tarta de cereza era la favorita de Fabricio, pero específicamente la que ella preparaba, por lo que se tomaba el tiempo para saborear cada porción que se llevaba a la boca. Al mismo tiempo, apreciaban el encanto natural de la proximidad de la noche, con la antesala de los tonos ocres que daban paso a las sombras que intentaban cubrir la ciudad, pero dentro de todo, millones de bombilla se encendían y mostraban otro tipo de belleza, una más artificial. Layla permanecía recostada del muro y Fabricio detrás de ella con uno de los antebrazos apoyado sobre el borde del mismo, resguardándola con su calor corporal ante el descenso de la temperatura. Sobre la misma pared reposaba la porción de tarta que comían con calma. —Es cierto que eres una chica hermosa —reiteró Fabricio cerca de la oreja de Layla. Su aliento cálido y repentino acariciando su piel le hizo cosquillas. —Quizás... me ves de ese modo porque me aprecias, Fabsy —dijo con timidez. Fabricio suspiró con pesar, dejó la cuchara junto a la tarta y envolvió el cuerpo de Layla con ambos brazos, sabiendo cuán desgastada estaba su autoestima gracias a la convivencia con su tío. Lo sabía aunque ella nunca hubiera dado grandes detalles al respecto. —Pronto trabajaremos en la percepción que tienes de ti misma, cerecita —aseguró besándola cerca del rostro—. No debes permitir que las palabras corrosivas te afecten, porque quienquiera que lo diga está totalmente equivocado. Eres inteligente, noble, tenaz y verdaderamente hermosa en todos los sentidos. Debes aceptarlo. Disfrutaré verte florecer. Layla se giró para quedar frente a él. Le sonrió dulcemente y sus dedos se deslizaron por la piel bronceada de Fabricio, en su rostro ovalado. Esa noche él no usaba sus gafas de montura gruesa, pero suponía que llevaba sus lentillas. De ese modo podía apreciar mejor sus ojos oscuros y la manera en que la miraba. Con un amor notoriamente honesto. —Te prometo que... De pronto, en medio de la tranquilidad de la joven noche, se escucharon unas palmas emitiendo aplausos secos. Se oyó estruendoso en el silencio. Fabricio se volvió automáticamente en busca del origen del sonido, mientras que Layla se pegó más al muro, con el corazón dando un golpe fuerte dentro de su pecho, como a un pequeño roedor que asustaban repentinamente. Una reacción instintiva de su cuerpo aunque su juicio desconociera de qué se trataba. —Vaya, vaya, vaya… ¿Con qué nos encontramos esta noche? —surgió una voz áspera que inmediatamente transformó el aire en uno denso. El hombre emergió de la oscuridad. Vestía un traje oscuro con rayas verticales de alta costura de tres piezas, llevaba impecables zapatos de charol y cabello engominado. Su expresión era apática, pero tenía una mirada gélida, parecía el vampiro temible sacado de algún libro. El sujeto llegó acompañado de algunos individuos corpulentos que también daban la impresión de que emergían de las tinieblas. Fabricio miró al hombre con extrañeza, pues, nunca lo había visto, pero Layla reconoció esa voz antes de que sus ojos llegaran a su rostro. Contuvo la respiración y se le erizó la piel. Le pareció que la voz de su tío se percibía más temible de lo que habitualmente sonaba. Experimentó algo aterrador que no podía explicar. —Tío… —dijo difícilmente y dio unos pasos hacia adelante dejando a Fabricio detrás de ella, aún cuando las piernas le temblaran— P-puedo explicarlo… —se anticipó con voz temblorosa, le dio la impresión de que su lengua estuviera acalambrada—. Él es un buen chico, nos enamoramos… A pesar del semblante temible de Michael, Fabricio no mostró miedo. —Oh, usted es el señor Urriaga —dijo con candidez y educación—. Desde hace un tiempo he querido conocerlo. La respiración de Layla se volvió trepidante y su corazón se estremeció cuando se percató de que más de los hombres de su tío aparecían en otras direcciones, miró hacia todos lados como un cachorro aterrorizado, pero el miedo caló más en cada fibra de su cuerpo cuando vio a Fabricio pasar a su lado hacia su tío, tan sereno e inocente. —Fabsy… —musitó cuando apenas las puntas de sus dedos pudieron sujetarlo por la manga de la camisa. Fabricio asomó una de sus sonrisas optimistas. —Estaré bien —gesticuló y continuó. Los ojos de Layla se cristalizaron al observar que él continuó, quiso detenerlo de nuevo, sin embargo, por un momento, su voz víctima del temor se le estancó en la garganta y sintió como si sus pies se hubieses enterrado en el suelo. Hasta que vio a Michael hacer un ademán con la cabeza, sin quitar los ojos de encima de Fabricio. Ella se dio cuenta de que también tenía una mueca en sus labios, era apenas perceptible, pero fue lo suficiente para que Layla distinguiera una perversión nunca antes vista por ella. Esto le hizo tener una pequeña descarga de adrenalina que le permitió moverse tan rápido como pudo y atravesarse frente a Fabricio para impedir que avanzara. —Vete, Fabricio… —pidió agitada, deteniéndolo con las manos sobre su pecho— vete, por favor —rogó desesperada—. No vale la pena... vete. Él abrió la boca con la intención de sosegar su inquietud, pero de pronto, los fuertes brazos de un par de hombres se enredaron bruscamente en los más delgados de Fabricio. Al mismo tiempo, el fornido Paulo tomó a Layla por los suyos, ella sintió cómo las grandes manos la aseguraban sin mucho esfuerzo. Cada segundo su pánico escalaba un peldaño más. —¿Qué hacen? —preguntó intranquila— ¡Déjenlo ir! ¿Qué le harán? —elevó su voz mientras sus ojos se volvían acuosos y forcejeaba con Paulo desesperadamente. Se distinguió un destello de preocupación en el rostro de Fabricio, no por él, sino por ella. —Señor, Urriaga… —inició Fabricio con la misma educación. Su propósito se vio interrumpido cuando los hombres que lo sujetaban le hicieron presión sobre los hombros hasta que sus rodillas se doblaron y llegaron al suelo. Aunque la tensión en sus brazos dolió, no se quejó, ni arrugó la cara. Paulo hizo exactamente lo mismo con Layla. La piel desnuda de sus rodillas sufrieron el maltrato de la grava tan pronto la tocaron con violencia, pero tampoco se preocupó por ellas, sus sentidos sólo estaban atentos a Fabricio, a unos pasos frente a ella y en la misma posición. —¡No la castigue, por favor! —pidió Fabricio haciendo contacto visual con Michael— Ella no ha hecho nada malo. Michael no habló, en cambio se desplazó despacio entre los dos como un felino al acecho, se escuchaba el crujido de sus pasos sobre la grava, con una calma que resultaba perturbadora. Por unos segundos más se movió del mismo modo, paseando su mirada de Layla a Fabricio y viceversa, parecía maquinar algo. —Eran dos las reglas que no debías romper cuando te permití ir a la universidad —comentó finalmente deteniéndose en medio de los dos, pero más próximo a Fabricio— Dime, Layla... ¿Cuál fue la regla que rompiste? —No lo golpeen, por favor —suplicó en un hilo de voz. Layla sollozó, no tenía control de las lágrimas excesivas que le brotaban, presentía que su tío iba arremeter en contra de su novio y eso empezaba a carcomerle. Él era inocente. Layla era consciente de que un solo golpe de uno de esos grandulones afectaría bastante a un chico que apenas se ejercitaba trotando regularmente por las mañanas. —Señor, con todo respeto… —intervino Fabricio manteniendo la serenidad como si no estuviera en aprietos—. Yo entiendo que usted intenta proteger a su sobrina, pero prometo cuidarla y respetarla hasta el día en que deje de respirar. La amo, no sería capaz de hacerle daño. Michael dejo salir una risa gutural con rasgos de burla. Volteó a verlo de una forma dramática y chascó su lengua repetidamente mientras negaba con la cabeza. Layla abrió los ojos desmesuradamente teniendo un terrible presentimiento, pero cuando quiso advertir, objetar o lo que fuera que sus labios pudieran formular con la penosa idea de que podría marcar una diferencia, presenció un movimiento rápido de Michael. Él extrajo un arma de la funda de corte oculto que llevaba bajo su fino saco y con la misma rapidez le siguió un estruendoso disparo que hizo a Layla estremecer. Ella se quedó estática mirando al frente, su respiración se pausó, sus ojos no parpadeaban, aunque sus lagrimas siguieran manando y corriendo por sus mejillas. La figura de su tío devolviendo el arma a su funda con una calma que desencajaba, le impedía tener una imagen completa de Fabricio. Por unos pocos segundos, hubo un silencio total. —¿Dejar de respirar? —preguntó Michael y miró por encima de su hombro— Fue tan oportuno que lo mencionaras. Volvió su mirada al frente, clavándola en Layla con la misma frialdad de siempre. —A casa… Michael se hizo a un lado con una despreocupación inquietante y Fabricio fue liberado por los hombres que lo sostenían para seguir la sombra de su jefe como perros falderos. Fue entonces que Layla observó claramente a su novio sujetarse el pecho al mismo tiempo que su cuerpo se iba despacio hacia un lado, con sangre saliendo a borbotones de entre sus dedos y tiñendo su camisa azul rápidamente. Cayó al suelo por completo. Ella dejó salir un grito cargado de horror y dolor a la vez, pero no sintió que se hubiera escuchado, como sucede en una pesadilla de la que se quisiera despertar. Layla se sacudió ferozmente para liberarse de Paulo, con una fuerza inexplicable para una chica de su complexión, hasta que se pudo zafar. Fue tan rápido como pudo hacia Fabricio y se arrojó al suelo junto a él, sin importar que sus rodillas se lastimaran todavía más con la grava, solo quería auxiliarlo, solo deseaba evitar que su vida se escabullera. —Fabsy… quédate conmigo —pidió con voz quebrada y labios temblorosos mientras veía que cada vez se le dificultaba más tomar alguna bocanada de aire. Ella hizo presión en la herida de Fabricio con una esperanza ingenua de que podría detener la hemorragia, aún sabiendo que se trataba de una herida mortal. —¡Ayuda! ¡Ayuda! —gritó con la creencia de que alguien lo iba a hacer. Sollozó al caer en la realidad nuevamente—. Perdóname, perdóname, es mi culpa… Los labios de Fabricio intentaban gesticular algo desesperadamente, pero ese esfuerzo se cortó abruptamente. Fabricio Russo se apagó definitivamente ante a los ojos de Layla. Ella soltó otro alarido desgarrador, su ser tembló con un dolor que ocupaba todo su pecho como si se lo estuvieran aplastando y el aire de sus pulmones se iba junto al espíritu de Fabricio. Apretó los ojos con mucha fuerza al igual que sus labios, conteniendo ese dolor mientras sus lágrimas seguían brotando. Se tiró sobre el cuerpo de él, impregnándose así de su sangre. Se aferró a él, pidiendo en silencio que la llevara consigo como fuera. A todo ese suplicio indescriptible, se le sumaba la culpa. —Cuánto drama —masculló Michael—. ¡Tráiganla! —rugió. Layla escuchó la voz de su tío como un siseo bastante lejano y, en cuestión de segundos, dos de los grandulones de Michael estaban tomándola de cada brazo para arrancarla de encima de Fabricio. Ella chilló y pataleó como si estuviera poseída, solo deseaba quedarse junto a él. De igual modo fue alejada con facilidad. Layla daba alaridos histéricos a la vez que era arrastradas por los hombres, luchaba para tratar de zafarse de nuevo. Su vestido blanco se había convertido en una prenda de dos colores, carmesí en toda su parte frontal. Igualmente sus brazos, cuello y mentón estaban cubiertos por la sangre de Fabricio. Su larga cabellera era un completo desastre. —¡Lo mataste! —exclamó cargada de ira e impotencia cuando estuvo cerca de Michael— ¡Lo mataste! —Eres la culpable de todo esto, niña estúpida y desobediente —aseveró apuntándola con el dedo— ¡Tu lo mataste cuando decidiste involucrarte con él! Layla sintió una ira cegada que solo le decía que se abalanzara sobre él y lo tomara por el cuello, pero sus brazos eran incapaces de tan siquiera moverse, por lo que, impulsivamente, terminó lanzando un escupitajo que penosamente cayó en el lustroso zapato de Michael. —Mátame, dispárame como a él —pidió con los dientes apretados—. ¡Deshazte de mí! —elevó su voz de nuevo. Michael miró con desagrado la saliva de Layla en su zapato, luego la posó en ella con dureza. Inesperadamente, Layla sintió cómo el puño de su tío se estrelló contra su rostro, nunca la había tocado, pero esa primera vez fue brutal. En sus oídos se percibía un pitido agudo y prolongado como si hubiese estallado una granada cerca de ella y la detonación hubiera afectado sus tímpanos. Sintió un líquido caliente corriendo desde su nariz y humedeciendo sus labios. Su mundo empezó a girar y su cuerpo perdió estabilidad, pero los brazos que la sujetaban con fuerza no la dejaban caer. Seguidamente, Michael apretó el rostro tambaleante de Layla, pero estaba tan aturdida que le era imposible fijar su mirada. —Tú... —apretó más el rostro de Layla, con sus ojos irradiando desprecio— quieras o no, me perteneces... Aunque los oídos de Layla tuvieran ese silbido, pudo entender lo que él le dijo, luego, soltó su cara bruscamente. —Espero que nunca lo olvides —dijo asperamente. Ella advirtió cómo su cuerpo débil e indispuesto fue cargado fácilmente por los brazos de uno de los sujetos, mientras ella iba entrando en un extraño letargo del que no tenía dominio. —¿Qué hacemos con él? —escuchó ella todavía más lejano. —Que parezca un accidente. La cabeza de Layla colgaban del brazo del hombre como si fuera de goma, esto le permitió tener una visión difusa de lo que dejaban atrás, pero fue suficiente para ver escasamente a Fabricio por última vez. «Fabricio tenía razón. Michael Urriaga no era tan malo... él era el mismísimo demonio. Y ese día lo supe.»
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