Le sonrío como puedo, aunque siento que la cara se me desarma. —Nada, mi amor. Vamos a comer. Él insiste, porque siempre insiste. —Los amigos de Emiliano se quedarán a comer. Ahí cierro los ojos. Trago saliva, respiro, aprieto los labios hasta casi sangrarme. —Perfecto, mi amor —respondo al fin, con una voz que no parece mía. Perfecto. Claro. Perfecto como una patada en las costillas. +++ De un momento a otro estoy en la mesa, me clavo a la silla como si fuera un ancla. Por dentro, lo único que quiero es irme al diablo. Desaparecer. Fugarme a una isla donde nadie me llame “señora” y nadie me mire con esos ojos de “pobrecita, ya se le pasó el tren”. Pero no, acá estoy. Me toca ser fuerte. Levanto la mirada, y ahí lo veo. Emiliano, entrando con su amigo, y esa chica rubia caminando

