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El candidato perfecto

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Blurb

Para salvar a su familia de la inminente quiebra después de la muerte de su padre, Esther sigue los consejos de su madre para ser cortejada por varios candidatos que pudieran resolver su problema financiero. A medida que Esther los conoce tras varias citas le cuesta más decidirse, hasta que se cree atrapada por Armando, quien esconde un secreto que debilita aún más la reputación de la familia. Es entonces cuando Basco se anota como posible salvación y le propone ayudarla con su problema a pesar de este haber fracasado también en una relación anterior. ¿Será Basco el candidato perfecto? ¿Podrá Esther además de salvar a su familia, encontrar el verdadero amor?

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Adiós al luto
–Buenos días. –Saludé a mamá entrando en la cocina.         –Qué bueno que ya te levantaste, pensé que tendría que servirte el almuerzo. –Me dijo mirándome cuando pise el piso de madera de la cocina.         –No podía dormir y después no podía levantarme.         –Yo igual, pero tempranito se me abren los ojos y ya no puedo seguir en la cama.         Tomé un tazón de la despensa para servir leche.         –Buenos días, niña.         –Buenos días, Rosi.         –Te hice unos bollitos calientes de jojoto, ¿los quieres? Dime que si porque todavía están tibios.         Lo pensé un poco y devolví el tazón.         –Está bien, sí.         –Si comes eso tan pesado ya no almorzarás.         –No importa, igual tengo que ir al banco para que me expliquen lo de las cuentas u los préstamos.         –Ya te dije lo que explicó el asesor, Esther. Tenemos tres meses para cancelar el préstamo, yo pensé…         –Buenos días, Esther,         –Buenos días, tía.         –Hay jugo de lima en la nevera, sírvete.         –Gracias, tía.         –Yo pensé Esther, y esto no lo digo para disculparme, que si vendíamos esas reces salvaríamos gran parte de la deuda, no contaba con que también se quemaría el silo y el depósito. –Nadie podía saberlo mamá. –Le dije sin mirarla, una de las razones por las que no pude dormir era ella. –Pero quedamos con 85 reces…¡85, mamá!         –¡Esther, Daniela destapó tu frasco de colonia y lo echó en la bañera!         Llegó gritando Sebastián a la cocina.         –Solo un poco, no más., mamá me dijo que tomara un baño y me dio permiso para usar un poco de colonia.         –Daniela, mi Agua de Rosas no es para que juegues.         –Fue un poco nada más, te lo juro Esther. –Casi lloró y al final empujó a Sebastián, mi hermano de doce años, mayor que ella.         –¿Cómo querías que le pagara a los peones y al mismo tiempo comprara veneno y semillas? –Siguió mamá excusándose, aunque dijera que no se excusara.         –Cuando me dijiste que ibas a la hacienda me dijiste o me diste a entender que ibas a poner todo al día, mamá.         Pestañeó muchas veces seguido y sus ojos verdes me enfocaron.         –Y lo hice, lo hice.         –Si vas al banco puedo acompañarte, Esther. –Interrumpió la tía Emma.         –Mamá estamos a punto de perder la hacienda, ¿sabes cómo debe estar papá?         –Revolcándose en la tumba. –Respondió Rosi.         –¡Esther, Daniela me pegó en el ojo!         –¡Chismoso! –Daniela salió corriendo y él detrás d ella.         –Mi pobre cuñado no se imaginó que iba a morir y por eso invirtió en esas máquinas.         –Teníamos que haberlas devuelto y sacar algo de ellas, pero tu mamá. –Yo hice lo que tu padre quería. –Pero nosotras no sabíamos nada de ese riego, ni de las semillas, mamá. –Es que tu padre no sabía que nacerías niña, mi amor. –Dijo la tía. –Pero el señor Genaro estaba feliz con su niña. –Pero la niña quería ser maestra. –¿objetas eso, mamá? –No, claro que no Esther. –Intervino otra vez la tía–Tú eras una niña perfecta, tu padre estaba orgulloso y esperaba que Sebastián se hiciera cargo. –Deja que mamá responda, tía. –¡Ángela, responde a tu hija! –Yo solo sé que no soy culpable de todo lo que pasa en la hacienda, hice lo que pude pero Genaro dejó muchos temas sin terminar y yo no tenía conocimiento de nada. –Porque despidió a Julio, señora. Él era el hombre de confianza del señor. –Julio me faltó el respeto frente a los demás. –Julio solo te dijo que estabas equivocada, Ángela. Los últimos pedazos del bollito de maíz no los pude tragar. Me costaba hacer saliva, me costaba respirar. –No tenía porque hablarme así en público, nunca escuché que le hablara así a Genaro. –No puedes comparar, mamá. –Bebe tu jugo, niña que estas atragantadita. –Ahora soy yo la culpable de todo. –No, no mamá. Pero te fije que iría a la hacienda hace meses y me dijiste que tú lo resolverías. –Pensé que podía hacerlo. Le pedí ayuda a los Ortuño pero esa mujer es insufrible. –Isabel ha manejado la hacienda de su marido desde hace diez años que él murió, Ángela. –¿Por qué te metes en todo, Emma? –Porque cuando toque hacer maletas las mías también irán a la calle. –Yo no me imagino dejando esta casa o sin ir a la hacienda. –Rosi miró todo alrededor. –No tendrás que hacerlo Rosi. –Empujé el plato, la verdad todo me cayó muy mal. –Ah, claro, a ella la reconfortas. –Mamá buscó una silla y se sentó. –A mí que me lleve el diablo, siento que se me baja la tensión. –Vives con desmayos Ángela, ya reponte que nadie te va a soplar. –¡Cállate, Emma! –¡Mamá, Sebastián no me deja bañar4! Daniela irrumpió en la cocina en solo ropa interior y más atrás Sebastián con una pistola de agua. –Deja que yo me encargo. –Los detuvo Rosi inmediatamente y los llevó arrastrados fuera de la cocina. –Me parece muy injusto queme culpes solo a mí de lo que pasa, Esther. –Iba a salir de la cocina pero me detuve para verla. Hasta para estar en la casa vestía ropa negra. –Sabes lo mal que quedé después de la muerte de tu padre, apenas hace un año que no está, todavía me hace mucha falta. –Lo sé mamá, –Sentí lástima por ella. Papá casi siempre viajaba solo a la hacienda, esa no era vida para ella, sin embargo, a veces lo complacía y regresaba bien aunque no feliz. –A mí también me hace mucha falta. –A todos nos hace falta. –Dijo la tía quien también vestía de n***o y llevaba maquillaje de salir dentro de la casa. –Voy a ir al banco y veré que puedo hacer. –Insistí. –Pero si ya te dije que fui y tenemos que pagar en tres meses. Mira Esther…–mamá se acomodó en la silla y secó unas lágrimas que nunca llegué a ver bajar. –te juro que fui hablar con Isabel Ortuño, pero ella no quiso escucharme. Su hacienda queda justo al lado de la nuestra, inclusive compartimos el agua. –Ya me lo dijiste y es comprensible que no pueda ayudarte si es su sobrino el que se hará cargo de ahora en adelante, mamá. –¿Quién? ¿Basco? ¿Volvió? –Pero ¿qué le costaba, Esther? Era una recogida, una sola, un poco de veneno luego. –Mamá, cada quien ve por lo suyo. –¡Si! Así como tú veías por ti mientras yo tenía que enfrentar a esos campesinos en Altagracia. –Me dijiste que los manejarías, yo cuidaba a mis hermanos, estudiaba, finiquité la tienda para que no se atrasaran los pagos. –¿Por qué Basco se va a ocupar de la hacienda Ortuño? –No lo sé. ¡Y no me importa, Emma! –Ah, pero estas dé a toque mujer, yo solo pregunto porque Isabel y Luiyo tuvieron un hijo. –Tía, eso no me importa. Nuestros problemas tenemos que resolverlos solas. Las miré a las dos y salí de la cocina rumbo a mi habitación, debía arreglarme para dar una buena impresión en el banco. La tía Emma se empeñó en acompañarme y la acepté como compañía. La verdad no quería hablar con nadie desde hace mucho tiempo. Perder papá había sido muy duro, inesperado. Todavía podía verlo leyendo su periódico de los domingos entado en el sillón grande la sala y llenando toda la habitación del humo de su cigarrillo. Levantaba la cabeza y nos sonreía a veces, cuando pasaba alguno de nosotros y a veces nos pedía algo. Era flojo para levantarse pero nos complacía servirle. Cayó al piso después de un fuerte infarto. Estaba en el baño, acababa de asearse, afeitarse la barba incipiente que le salía cuando tardaba una semana sin usar la hojilla, cuando escuchamos el golpe. Murió en el acto, fue fulminante. 58 años, muy joven aun. Afuera hacía tiempo de lluvia así que la tía y yo llevamos cada una un paraguas. El calor se alborotaba en la ciudad y como teníamos que caminar sudábamos, la humedad era insoportable. Yo había recogido mi cabello n***o largo en un moño y solo le puse brillo a mis labios. Antes de salir de la casa me miré en el espejo y tomé aire. Claro que era difícil enfrentar esta situación sin papá. Era tan fuerte, siempre organizando nuestras vidas. De mí esperaba que me convirtiera en la maestra que quería y que fundara una escuela en Altagracia. Nunca me reprochó que no atendiera la hacienda más que para jugar con los animales, y justo este año comenzaba a llevarse a Sebastián con él para enseñarle a querer lo que él quería y de lo que sería responsable como varón en el futuro, proveer el sustento a todas las mujeres de la casa. Claro que yo trabajaría, pero la hacienda era el soporte de la familia, era lo que nos permitía vivir sin preocupaciones y rodeados de comodidades hasta ahora. Ahora mismo, si papá nos viera, estaría escandalizado pensando en las 400 reses que dejó y de las cuales solamente 85 quedaban. Una parte las robaron, otras murieron, otras las vendieron por mamá. –Señorita Esther, es un placer verla. –Buenas tardes, Marcos, gracias por no hacernos esperar. El asistente de negocios en la agencia bancaria de Parque Aragua era el favorito de papá. Inclusive bromeaba diciendo que yo le gustaba y reímos cada vez que salíamos de ese lugar. –Señora, ¿cómo está? –Saludó a la tía mientras sacaba una silla para ella. –¿Recuerdas a mi tía Emma? –Tomé asiento pretendiendo no notar que él me miraba el cuerpo. Era alto, cabello Cataño, simpático, olía bien. –Claro. –Le sonrió. –¿Cómo está joven? –Saludó la tía. –Le trajimos el dulce de lechosa que como siempre Genaro les hacía llegar–Le entregó el par de botellas. La tía vestía un conjunto de algodón, cuello de tortuga, color n***o que resaltaba el oro de sus prendas. –Gracias, muchas gracias. –Se sentó frente a nosotras y nos sonrió. Brevemente miró mis pechos ocultos bajo la tela del vestido ligero de mi luto. –¿En qué puedo ayudarlas? –Estamos aquí porque me preocupa mucho la situación de la hacienda, Marcos. Sé que papá había adquirido un préstamo y justo dos meses después muere sin que por consiguiente hayamos podido honrar los pagos al día. Las máquinas se usaron, sufrieron accidentes, hubo un incendio, y bueno sabrá cuanto queda en las cuentas. –Exactamente Esther. Lamentablemente el plazo para cancelar el total del préstamo que su padre adquirió vence en 45 días y por lo que su madre planteó… –¿45 días? –Lo interrumpí. –Tenía entendido que faltaban tres meses, –De haber cancelado las cuotas cabalmente sí, pero eso no sucedió, de hecho desde hace cinco meses existe una mora que se ha sumado al capital y como le dije a su madre, el señor Genaro siempre colocaba como aval su casa de aquí. –¿Cómo? –La tía se horrorizó. –¿la casa, la casa, o la casa de la hacienda? –La casa de esta ciudad. En ese momento sentí que la silla de forro azul me tragaba, Mamá ni siquiera lo mencionó esta mañana. –Sé lo difícil que ha sido continuar manteniendo la hacienda son el señor Genaro. Se quemaron las semillas, el veneno. Se gastó dinero en arreglar a trabajadores. –Cada una de sus palabras eran puñaladas o para mí. –¿Tu sabías todo esto, tía? –Le pregunté sin moverme y sin querer llorar. –No, Esther, bueno, una parte. –Respondió nerviosa. –Y…Marcos…¿cómo sugieres que podamos solventar este problema? –Hablé con su madre al respecto y ella sugirió vender la hacienda, inclusive mencionó que hablaría con los Ortuño para ofrecérsela. –¿Y de no ser así? –ya yo no veía, todo era borroso esperando la respuesta del banquero. –Pues…–Tardó un poco por piedad, mirándonos  a la tía con cara de miedo y a mí, debimos inspirarle lástima. –perderán l casa y posiblemente parte de la hacienda. –¡Lo sabias, sabias el riesgo que corríamos de perderlo todo y te callaste! –Le grité a mamá tan indignada como asustada. –te dije que estábamos en problemas, llevo meses diciéndotelo. –No mamá, lo que decías era que era complicado llevar la hacienda pero cuando te ofrecí ayuda… –Estabas encerrada en ti misma Esther, en tu luto, en tus clases, no quería abrumarte. –No, no puede ser que digas eso, mamá. –Di vueltas en nuestra sala, el calor se acrecentaba, venía la lluvia. –Yo estaba asimilando lo que había pasado, perdimos a papá, me tocó recogerlo del baño, verlo y no poder ayudarlo, claro que estaba sumida en una tristeza pero aun así trate de apoyarte, cuidar a mis hermanos, no quería que el legado de papá se perdiera. Es el futuro de Sebas y Dani. –Esta vez si te luciste, Ángela. ¿Cómo perdiste todo el trabajo de mi cuñado? –Tú no te metas Emma, que estas arrimada en eta familia como vampiro desde hace siglos. Mamá movía rápido la boca pintada de rojo. Ella era muy elegante y bonita. Cabellos que fueron rubios en el pasado y ahora brillaban castaños, Daniela se parecí a ella, Sebastián y yo nos parecíamos más a papá. –Mamá ¿no te das cuenta que sin no podemos resolver nada en 45 días tendremos que entregar las llaves de esta casa? –¿?Qué dices, niña? –Rosi apareció con la sala con un vaso de algo frió para mí. –No, no, señora Ángela dígame que no, ¿Qué hizo? –¡Ya! –Mamá se levantó de su sillón. –¡Ya, todas! En vez de estar quejándose, culpándome de lo que no soy más culpable que de no querer preocuparlos, piensen en qué hacer para no quedarnos en la calle. Quedé boquiabierta ya con el vaso de jugo de lima helado. 45 días, ¿Qué podía hacer si no era empacar? –Bueno ¿y tú que propones? –La tía se sentó secándose el sudo con su pañuelo de hilo blanco. –Bueno …–Comenzó mamá. –a ti te quedan ahorros de tu viudez, yo lo sé pero nunca los sacaste, nunca porque Genaro, que era un caballero, te acogió aquí y te dijo que no hacía falta. –¡Mamá! –Eso no llega ni a la quinta parte de la deuda del banco, Ángela. –La tía me miró. –Yo puedo dártelos Esther, pero… –¿Es cierto, tía? –Le pregunté, desconocía esa parte. –S-sí. De ahí he estado comprando todos sus obsequios durante estos diez años. –¡Ah sí, la entregada! –Claro que sí, Ángela, ¿Acaso ye pedí para algún regalo? –No, no tía, como dices, no cubriría nada de la deuda y lo mejor es guardarlos por si lo necesitamos para irnos a Altagracia, o a donde tengamos que irnos. –Está bien. –La tía bajó la mirada. Ella también tenía los ojos verdes, pero su cabello era más oscuro que el de mamá. –Tal parece que es inminente nuestra salida de esta casa. –les dije mirando todo lo que llenaba nuestra sala de un estilo moderno adaptado al paso de los años. –Aun así haré una lista con los activos de la hacienda, junto con las cosas que podamos vender para así poder no sé…¿abonar algo? –El joven te dijo que ya no había esa oportunidad, mi amor. –Dijo la tía y me senté a llorar sin hacer escándalos. –Yo…–Mamá volvió a su asiento tranquila. Cierto que después de la muerte de papá ella tuvo que enfrentarse a un mundo sola. Lo lloró mucho y quizás de extrañarlo surgía e terrible problema. –Yo creo que pudiera haber una forma. –Las tres la miramos. Cualquiera que fuese la solución a no quedarnos en la calle, a que Sebastián y Daniela pudieran crecer tranquilos en la misma casa, había que tomarla. –Tu Esther. –Dijo. –¿Yo? ¿yo, mamá? –¿De qué hablas, Ángela? –De que tarde o temprano tendrás que casarte y estamos conscientes que nuestro círculo de amistades en su mayoría, son dueños de haciendas, de comercios, de empresas multimillonarias y muchos de los dueños y los hijos de los dueños siempre han estado al pendiente de ti. –Ma…mamá, ¿estas proponiendo que me venda para evitar la quiebra de…? No, no. –Ahora si Ángela, pensé que lo peor ya lo habías hecho, pero esto, ¿?en qué siglo crees que estas? Es el XX por si no lo sabías. No es 1700 estamos en 1982. –¡Yo no te estoy vendiendo Esther, por favor, eres mi hija! –Mamá se miró las uñas en un gesto muy de ella, algo así como ajena a mis temores. –Yo solamente acelero lo que deberá pasar, lo que tarde o temprano harás, enamorarte y casarte. –Pero si yo ni siquiera veo a alguien, mamá, y si lo hiciera, ¿cómo crees que se sentiría por acercarme a él solamente por interés? Nada más para que pagara nuestra deuda. Escuchaba esto, vivía este momento y no lo creía. Mamá hablaba en serio. Yo la conocía, sus expresiones lo decían todo. –Si un amigo de tu padre se encontrara en un problema tal, tu padre lo ayudaría, haría cualquier cosa para que no lo perdiera todo. –Papá jamás me ofrecería como una… –¡Yo no dije eso! –Mamá se volvió a levantar. –Solo dije que cualquiera que se llame amigo de tu padre estaría feliz de ayudar y mucho más si existe un interés romántico hacia ti. –¡Mamá! –No lo podía creer. Era mi madre. –Si Ángela, ya. –La tía vino hasta mí y tomó de mis manos el vaso con jugo que apenas había probado. –Esther viene demasiado alterada del banco para escuchar esta barbaridad tuya. –Esta es la solución, ya tienes 22 años, una profesión, es una ley de vida que te enamores y eso pasará pronto, ¿por qué no ahora? Con tus características te harás muy buen partido para cualquier hombre que esté dispuesto a formar un hogar respetable. Si yo me equivoco, bien, tampoco es que te tienes que casar con alguien que no te agrade. –¿Casar? –La miré otra vez sin creerlo. –Sí, casar, tener familia, iba a ocurrir en cualquier momento, no creo que pensaras hacerlo de vieja con la cantidad de pretendientes que siempre te han llovido. –Sabes que Esther nunca se ha detenido a pesar en eso, solo ha querido estudiar. –Las cosas cambian. –Siguió tranquila, ella parecía estar muy convencida de que su idea era perfecta. –Ya es hora de decir adiós al luto, a esta ropa que llevamos desde hace un año, y que de una vez aceptes todas las propuestas que desde hace tanto tiempo te hacen.         

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