Ante el sonido de un disparo, el encargado de la misión hizo una señal para que la policía entrara. James, que iba con ellos, sintió que su corazón se le escaparía del pecho. Cada latido resonaba en su mente, y solo podía pensar en una cosa: que Dafne estuviera bien. La angustia lo consumía, pero sabía que debía mantener la calma. No podía dejar que sus impulsos lo llevaran a actuar de manera imprudente y por su imprudencia poner en riesgo la misión.
Los agentes se movieron con precisión, de manera silenciosa y experimentada. James los siguió, atento a cada movimiento, dejando de lado sus deseos de entrar en acción. Sabía que cualquier error podría poner en peligro a Dafne y a Pamela, y eso era lo último que quería. La adrenalina corría por sus venas, y aunque estaba listo para actuar, su
