Valeria se despertó con el cuello adolorido. Se había quedado dormida sobre la cama sin siquiera quitarse el vestido de la conferencia de prensa.
La luz del atardecer entraba por los ventanales. Había dormido casi todo el día.
Se levantó con cuidado, quitándose el vestido arrugado y metiéndose en la ducha. El agua caliente le cayó sobre los hombros tensos, pero no logró lavar la sensación de estar atrapada.
Cuando salió, envuelta en una bata de seda que encontró colgada en el baño, vio un sobre blanco deslizado bajo la puerta.
Lo recogió con el ceño fruncido.
Dentro había una tarjeta color crema con letras en relieve dorado:
*"Cena familiar mañana a las 8 PM. Casa de mi madre. Viste apropiadamente. No menciones el contrato. Para todos los demás, somos un matrimonio por amor. Memoriza esto: nos conocimos hace seis meses en una gala benéfica. Yo tropecé con tu copa de champán. Fue amor a primera vista. —A.V."*
Valeria arrugó la tarjeta.
—¿Amor a primera vista? Por favor —murmuró con sarcasmo.
Pero sabía que no tenía opción. Esto era parte del trato.
Se puso unos jeans y una camiseta simple, y bajó las escaleras. Necesitaba comer algo. No había probado bocado desde el desayuno forzado de la mañana.
La cocina estaba impecablemente ordenada. Abrió el refrigerador enorme: lleno de comida gourmet que no sabría ni cómo preparar.
—¿Buscas algo en particular?
Valeria pegó un salto. Alexander estaba recargado en el marco de la puerta, ya sin el traje. Llevaba pantalones de chándal grises y una camiseta negra que se pegaba a cada músculo de su torso.
Se veía... humano. Peligrosamente atractivo.
—Tengo hambre —dijo Valeria, cerrando el refrigerador—. ¿O eso también necesita tu aprobación?
Alexander suspiró y entró a la cocina.
—Siéntate.
—¿Qué?
—Que te sientes. Te prepararé algo.
Valeria lo miró como si le hubiera crecido una segunda cabeza.
—¿Tú? ¿Cocinar?
—¿Tan sorprendente te parece?
—Pensé que tenías un chef para eso.
—Los fines de semana me gusta cocinar. Me relaja.
Alexander sacó huevos, tocino, pan. Valeria se sentó en uno de los bancos altos de la isla de la cocina, observándolo con curiosidad a pesar de sí misma.
Se movía con eficiencia en la cocina, como en todo lo demás. En diez minutos tenía listos dos platos con huevos revueltos perfectos, tocino crujiente y pan tostado.
Le pasó uno a Valeria.
—Come.
Ella tomó un bocado y tuvo que admitir, aunque solo fuera para sí misma, que estaba delicioso.
Comieron en silencio incómodo. Valeria podía sentir la mirada de Alexander sobre ella de vez en cuando.
—¿Recibiste mi nota? —preguntó él finalmente.
—Sí. Cena familiar. Mentiras sobre champán. Lo entendí.
—No son mentiras. Son... una versión modificada de la verdad.
—Es lo mismo.
Alexander dejó el tenedor.
—Valeria, necesito que entiendas algo. Mi familia es complicada. Mi madre, Isabelle, es... exigente. Mi hermana menor, Sofía, es entrometida. Y mi tío Marcus lleva años esperando que cometa un error para quitarme la empresa.
—¿Y yo soy tu solución mágica?
—Eres mi escudo temporal. Pero para que funcione, tienen que creerse la historia.
Valeria lo miró a los ojos.
—¿Y qué gano yo además del dinero?
—¿No es suficiente?
—El dinero salva a mi madre. Pero ¿qué hay de mi dignidad? ¿De mi vida?
Alexander se puso de pie y rodeó la isla hasta quedar frente a ella. Tan cerca que Valeria tuvo que echar la cabeza hacia atrás para sostenerle la mirada.
—Tu dignidad la mantienes tú, no yo. Y después de un año, recuperas tu vida. Completa. Con suficiente dinero para hacer lo que quieras. ¿No es eso mejor que lavar platos y ver a tu madre morir?
Las palabras fueron como una bofetada.
—Eres un bastardo.
—Lo sé. Pero soy un bastardo honesto.
Valeria apartó el plato, habiendo perdido el apetito.
—¿Algo más que deba saber para la cena de mañana?
Alexander regresó a su lado de la isla.
—Sí. Mi madre va a intentar encontrar grietas en nuestra historia. Es experta en leer a las personas. Tienes que ser convincente.
—¿Y cómo se supone que haga eso?
—Actuando como si me amaras.
Valeria soltó una risa amarga.
—Imposible.
—No tiene que ser real. Solo creíble.
—¿Y tú? ¿Vas a actuar como si me amaras?
Alexander la miró con una intensidad que hizo que se le erizara la piel.
—Haré lo que sea necesario.
El silencio se extendió entre ellos, denso y cargado de algo que ninguno de los dos quería nombrar.
Valeria fue la primera en romper el contacto visual.
—Me voy a dormir.
—Valeria.
Ella se detuvo en las escaleras sin girarse.
—¿Qué?
—Mañana... necesito que confíes en mí. Al menos frente a ellos.
—No te conozco lo suficiente para confiar en ti.
—Lo sé. Pero inténtalo de todos modos.
Valeria subió sin responder.
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Al día siguiente, Valeria se preparó como si fuera a la guerra.
Marta había dejado un vestido color verde esmeralda con escote discreto y falda hasta la rodilla. Elegante pero no llamativo. Zapatos de tacón negros y un clutch a juego.
Se maquilló con cuidado, intentando ocultar las ojeras de las noches sin dormir. Se recogió el pelo en un moño bajo que la hacía ver mayor, más sofisticada.
Cuando bajó, Alexander ya la esperaba en la sala, impecable con un traje gris oscuro.
La miró de arriba abajo, y por primera vez, Valeria vio algo parecido a la aprobación en sus ojos.
—Estás... bien.
—Vaya, qué halago tan efusivo —respondió ella con sarcasmo.
—Estás hermosa —corrigió él, su voz más baja—. Así mejor?
Valeria sintió que el calor le subía a las mejillas y lo odió por eso.
—Vámonos de una vez.
El chofer los llevó a una mansión en las afueras de la ciudad. Era incluso más grande que la penthouse: tres pisos de arquitectura clásica, jardines perfectos, fuente en la entrada.
—¿Aquí creciste? —preguntó Valeria, impresionada a pesar de sí misma.
—Desafortunadamente.
Antes de que pudiera preguntar qué quería decir, la puerta principal se abrió.
Una mujer de unos cincuenta y tantos años, con cabello rubio perfectamente peinado y un vestido de cóctel azul, los recibió. Era hermosa, elegante, pero había frialdad en sus ojos azules.
—Alexander, cariño.
—Madre.
Se besaron en las mejillas, un gesto mecánico, sin afecto real.
Isabelle Voss se giró hacia Valeria con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
—Así que tú eres la misteriosa novia que se casó con mi hijo en Las Vegas.
—Esposa —corrigió Alexander, rodeando la cintura de Valeria con un brazo—. Te presento a Valeria. Valeria, mi madre, Isabelle.
Valeria extendió la mano, pero Isabelle la ignoró, estudiándola como si fuera un cuadro en una subasta.
—Interesante elección —dijo finalmente—. Pasen. Los demás ya están aquí.
El comedor era obscenamente lujoso. Una mesa para veinte personas, candelabros de cristal, vajilla que probablemente valía más que la vida de Valeria.
Una chica joven de unos veintidós años, con el mismo cabello oscuro de Alexander pero ojos verdes, se levantó de un salto.
—¡Por fin! —gritó, corriendo a abrazar a Alexander—. No puedo creer que te casaras sin invitarme, idiota.
—Sofía, tranquilízate —dijo Alexander, pero había afecto en su voz.
Sofía se giró hacia Valeria y la abrazó también.
—Bienvenida a la familia de locos. Soy Sofía, la hermana menor y la única cuerda aquí.
Valeria no pudo evitar sonreír ante su entusiasmo.
—Encantada.
—Ya basta, Sofía —intervino un hombre de unos cuarenta años, con traje y expresión arrogante—. Dejemos que la... novia... se siente.
—Esposa —repitió Alexander con tono cortante—. Valeria, mi tío Marcus.
Marcus le dio la mano con un apretón demasiado fuerte.
—Un placer. Aunque debo decir que es toda una sorpresa. Alexander nunca mencionó que estuviera saliendo con alguien.
—Nos gusta mantener nuestra privacidad —respondió Valeria, recordando las instrucciones.
—Qué conveniente —murmuró Marcus, regresando a su asiento.
La cena fue una tortura de seis platos.
Isabelle hacía preguntas aparentemente inocentes que eran claramente interrogatorios:
—¿A qué te dedicabas antes de conocer a Alexander?
—Era asistente administrativa —respondió Valeria, manteniendo la calma.
—Qué... pintoresco.
—¿Y tu familia? —continuó Isabelle—. ¿Están emocionados por la boda?
Valeria sintió que se le cerraba la garganta. Alexander le apretó la mano bajo la mesa.
—Mi madre está enferma —dijo Valeria con voz firme—. Pero está feliz de que haya encontrado a alguien que me ama.
—¿Y tu padre?
—Murió cuando yo tenía cinco años.
Un silencio incómodo cayó sobre la mesa. Incluso Isabelle pareció momentáneamente desconcertada.
—Lo siento —dijo, aunque sonaba más automático que sincero.
—Yo no —intervino Alexander con voz dura—. Porque gracias a todo lo que ha pasado, Valeria es la mujer más fuerte que conozco. Y tengo suerte de que haya aceptado casarse conmigo.
Valeria lo miró sorprendida. Había convicción en su voz. Casi podría creer que lo decía en serio.
Sofía soltó un "aww" audible.
Marcus solo entrecerró los ojos.
El resto de la cena pasó sin más incidentes. Cuando finalmente pudieron irse, Valeria sentía como si hubiera corrido un maratón.
En el coche de vuelta, ninguno habló durante los primeros minutos.
—No estuvo tan mal —dijo finalmente Sofía había insistido en acompañarlos hasta la puerta.
—Tu madre me odia —respondió Valeria.
—Mi madre odia a todos. No te lo tomes personal.
—¿Y tu tío?
—Él sí es un problema. Pero de eso me encargo yo.
Valeria se giró para mirarlo.
—¿Por qué dijiste eso? En la cena. Sobre que soy fuerte.
Alexander la miró a los ojos.
—Porque es verdad. Odias esta situación, me odias a mí, pero aun así viniste, sonreíste, y no dejaste que mi madre te intimidara. Eso requiere fuerza.
Valeria sintió algo extraño en el pecho. Algo cálido y peligroso.
—No me ablandes con cumplidos, Alexander.
—No es un cumplido. Es un hecho.
Llegaron a la torre. El ascensor subió en silencio.
Cuando entraron a la penthouse, Valeria se quitó los zapatos con un suspiro de alivio.
—Gracias —dijo Alexander de repente.
—¿Por qué?
—Por esta noche. Sé que no fue fácil.
Valeria asintió, demasiado cansada para discutir.
—Buenas noches, Alexander.
—Buenas noches... esposa.
Valeria subió las escaleras, consciente de su mirada siguiéndola.
Y por primera vez desde que todo esto comenzó, se preguntó si un año sería suficientemente largo... o peligrosamente corto.