Grietas en el Hielo

2030 Words
Valeria llevaba una semana viviendo en la penthouse y todavía no se acostumbraba. Se despertaba cada mañana en esa cama enorme, en esa habitación perfecta, y por un segundo olvidaba dónde estaba. Luego veía el anillo en su dedo y la realidad la golpeaba como agua fría. Era lunes por la mañana. Alexander ya se había ido cuando ella bajó a desayunar. Solo encontró una nota sobre la mesa: *"Reunión de directorio hasta las 3 PM. Esta noche tenemos la gala benéfica del Hospital Infantil. Vestido azul en tu armario. Estate lista a las 7. —A.V."* Valeria arrugó la nota. Siempre órdenes. Nunca preguntas. Pasó el día sola en la penthouse, sintiéndose como un pájaro en una jaula de oro. Intentó leer, ver televisión, pero nada la distraía de la sensación de estar atrapada. A las cinco de la tarde, Marta llegó con un equipo completo: estilista, maquilladora, manicurista. —No es necesario —protestó Valeria—. Puedo arreglarme sola. —El señor Voss fue muy específico —respondió Marta con esa expresión que no admitía réplica—. Esta noche es importante. Dos horas después, Valeria apenas se reconocía en el espejo. El vestido azul medianoche se ajustaba a su cuerpo como una segunda piel, con un escote que mostraba lo justo y una abertura en el muslo que la hacía sentir expuesta y poderosa al mismo tiempo. Su cabello caía en ondas suaves sobre los hombros, el maquillaje resaltaba sus ojos verdes, y los tacones plateados le daban diez centímetros extra de altura. —Está perfecta, señora Voss —dijo la estilista con satisfacción. Valeria no se sentía perfecta. Se sentía como una muñeca vestida para una función. A las siete en punto, Alexander entró a la penthouse. Se detuvo en seco cuando la vio bajando las escaleras. Por un segundo, solo un segundo, Valeria vio algo cruzar por sus ojos grises. Algo caliente y peligroso que hizo que se le acelerara el pulso. —Estás... —Alexander se aclaró la garganta—. Lista. —Tú también —respondió ella, y no era mentira. Alexander estaba devastador en un esmoquin n***o que parecía hecho para él. Cabello oscuro peinado hacia atrás, mandíbula recién afeitada, ese aire de poder contenido que lo rodeaba siempre. —Vamos —dijo él, ofreciéndole el brazo. Valeria lo tomó, ignorando la corriente eléctrica que sintió al contacto. El evento era en el hotel más exclusivo de la ciudad. Alfombra roja, fotógrafos, celebridades y empresarios por todas partes. En cuanto salieron del coche, los flashes los cegaron. —¡Señor Voss! ¡Aquí! —¡Una foto de los recién casados! Alexander la atrajo hacia él, su mano firme en su cintura. Valeria sonrió para las cámaras, recordando el papel que debía interpretar. —Relájate —murmuró él en su oído—. Pareces a punto de huir. —Porque quiero hacerlo. —Lo sé. Pero aguanta un poco más. Entraron al salón principal. Era espectacular: lámparas de cristal, mesas decoradas con orquídeas blancas, una orquesta en vivo tocando música clásica. —Alexander, viejo amigo. Un hombre de unos cuarenta años, bronceado y con sonrisa de político, se acercó con una mujer rubia del brazo. —Damián —saludó Alexander con cordialidad fría—. Valeria, te presento a Damián Cortés, CEO de Cortés Holdings. Y su esposa, Mónica. —Encantada —dijo Mónica, aunque sus ojos evaluaban a Valeria de pies a cabeza—. Así que tú eres la que capturó al soltero más codiciado de la ciudad. —Tuve suerte —respondió Valeria, manteniendo la sonrisa. —Oh, yo diría que la suerte fue toda de Alexander —intervino Damián con una sonrisa que a Valeria le pareció demasiado amistosa—. Es usted hermosa, señora Voss. Alexander tensó la mandíbula, pero antes de que pudiera responder, otra voz interrumpió. —Vaya, vaya. Así que es cierto. Valeria se giró y sintió que el estómago se le caía a los pies. Una mujer alta, de cabello n***o y labios rojos, vestida con un traje de noche rojo sangre que dejaba poco a la imaginación, se acercaba con pasos felinos. Era despampanante, con curvas perfectas y la seguridad de alguien que sabe exactamente lo hermosa que es. —Victoria —dijo Alexander con voz tensa. Victoria. Valeria reconoció el nombre. Victoria Sandoval, heredera de una fortuna hotelera y, según había leído en las revistas de chismes, ex prometida de Alexander. —Alexander —ronroneó Victoria, besándolo en la mejilla demasiado cerca de los labios—. Qué sorpresa tu matrimonio repentino. Hace apenas dos meses cenábamos juntos y no mencionaste nada. Valeria sintió una punzada en el pecho que se negó a identificar como celos. —Las cosas cambian —respondió Alexander, acercando a Valeria más a él—. Victoria, mi esposa, Valeria. —Encantada —dijo Victoria, pero su sonrisa era de tiburón—. Debo decir que es toda una sorpresa. Alexander nunca mencionó que estuviera saliendo con alguien. —Nos gusta mantener nuestra vida privada, privada —intervino Valeria, manteniendo la compostura. —Qué interesante. Especialmente considerando que Alexander y yo teníamos planes de... —Teníamos —la cortó Alexander con voz de acero—. Pasado. Ahora si nos disculpas, Victoria, mi esposa y yo tenemos que saludar a otras personas. La guio lejos antes de que Victoria pudiera responder. —¿Quién era esa? —preguntó Valeria cuando estuvieron fuera del alcance del oído. —Nadie importante. —No parecía "nadie importante". Parecía alguien que quiere arrancarte la ropa con la mirada. Alexander la miró con sorpresa. —¿Estás celosa? —¿Celosa? Por favor. Solo necesito saber con quién tengo que lidiar. —Victoria es del pasado. Hace tres años terminamos. Ella no lo acepta, pero eso es su problema, no el nuestro. *Nuestro*. La palabra sonó extraña. Como si fueran un equipo de verdad. La cena fue interminable. Valeria tuvo que sonreír, hacer conversación educada, y soportar las miradas curiosas de la alta sociedad que claramente se preguntaban qué hacía una "don nadie" como ella casada con Alexander Voss. A mitad de la cena, Alexander se inclinó hacia ella. —Necesito hablar con el presidente del hospital. ¿Estarás bien sola unos minutos? —Soy una adulta, Alexander. Puedo cuidarme sola. Él vaciló, como si fuera a decir algo más, pero finalmente se levantó y se alejó. Valeria aprovechó para ir al baño. Necesitaba un respiro de todas esas miradas y sonrisas falsas. Estaba retocándose el labial cuando la puerta se abrió. Victoria entró como una reina a su palacio. —Vaya, justo la persona que quería ver —dijo, recargándose contra el lavabo junto a Valeria. —No tengo nada que hablar contigo. —Oh, pero yo sí tengo mucho que decir. Valeria cerró el labial con más fuerza de la necesaria. —Adelante. Estoy escuchando. Victoria la miró de arriba abajo con desdén apenas disimulado. —No sé qué juego estás jugando, querida, pero no te va a funcionar. Alexander es mío. Siempre lo ha sido. —Pues el anillo en mi dedo dice lo contrario. —Un anillo no significa nada. Alexander y yo tenemos historia. Años juntos. ¿Cuánto tiempo llevas tú con él? ¿Seis meses? ¿Menos? Valeria mantuvo la calma, aunque por dentro sentía rabia hirviendo. —El tiempo no es lo importante. Lo que importa es el presente. Y en el presente, yo soy su esposa y tú eres su ex. Victoria sonrió, pero fue una sonrisa venenosa. —Tan ingenua. ¿De verdad crees que te ama? Por favor. Alexander no sabe amar. Solo sabe poseer. Y cuando se canse de ti, y créeme que lo hará, volverá a mí. Siempre lo hace. —Pues esta vez va a tener que romper esa tradición. Valeria salió del baño antes de que Victoria pudiera responder, el corazón latiéndole con fuerza. Regresó al salón y buscó a Alexander con la mirada. Lo encontró hablando con un grupo de empresarios, pero en cuanto la vio, se disculpó y caminó hacia ella. —¿Estás bien? —preguntó, estudiando su rostro—. Estás pálida. —Estoy bien. —¿Victoria te dijo algo? Valeria lo miró sorprendida. —¿Cómo...? —Porque la conozco. Y porque te vi salir del baño justo después que ella. —No fue nada que no pueda manejar. Alexander le tomó la barbilla, obligándola a mirarlo. —Si te vuelve a molestar, me lo dices. ¿Entendido? —Puedo defenderme sola. —Lo sé. Pero no tienes que hacerlo. No mientras seas mi esposa. Había algo en su voz, en la forma en que la miraba, que hizo que a Valeria se le cortara la respiración. La música cambió a algo más lento, más íntimo. —Baila conmigo —dijo Alexander, ofreciéndole la mano. —No sé bailar este tipo de música. —Yo te guío. Valeria puso su mano en la de él y dejó que la condujera a la pista de baile. Alexander la atrajo hacia sí, una mano en su cintura, la otra sosteniendo la suya. Comenzaron a moverse al ritmo de la música. —Solo sígueme —murmuró él en su oído—. Confía en mí. Y Valeria, para su propia sorpresa, lo hizo. Se dejó llevar, sus cuerpos moviéndose en perfecta sincronía. El mundo a su alrededor desapareció. Solo existían ellos dos, la música, y el calor entre sus cuerpos. —No eres tan malo en esto —dijo ella suavemente. —¿En bailar o en fingir que te amo? Valeria lo miró a los ojos. Estaban tan cerca que podía ver las motas doradas en su iris gris. —Ambos. —¿Y si no estuviera fingiendo? El corazón de Valeria se detuvo. —¿Qué? Pero antes de que Alexander pudiera responder, un golpe seco interrumpió el momento. Las luces se apagaron de repente. Hubo gritos, confusión. Cuando se encendieron las luces de emergencia, Alexander ya tenía a Valeria protegida contra su pecho. —¿Qué pasó? —preguntó ella. —No lo sé. Pero no me gusta. Un hombre con traje de seguridad se acercó corriendo a Alexander. —Señor Voss, necesita salir. Ahora. —¿Qué sucede? —Recibimos una amenaza. Contra usted y su esposa. Valeria sintió que la sangre se le helaba. Alexander la tomó de la mano con fuerza. —Vámonos. Ya. Salieron por una puerta lateral, rodeados de guardias de seguridad. El coche ya los esperaba afuera. No fue hasta que estuvieron dentro, alejándose del hotel, que Valeria pudo respirar. —¿Qué fue eso? —preguntó con voz temblorosa. —No lo sé. Pero lo voy a averiguar. Alexander tenía la mandíbula tensa, los ojos fríos y calculadores. —¿Crees que fue Victoria? —Victoria es muchas cosas, pero no es estúpida. Esto es algo más grande. —¿Tu tío Marcus? Alexander la miró, sorprendido de que ella conectara los puntos tan rápido. —Es posible. Llegaron a la torre. Alexander la escoltó hasta la penthouse, revisando cada esquina como si esperara que alguien saltara de las sombras. —Vete a dormir —dijo finalmente—. Mañana hablaremos. Pero Valeria no se movió. —Alexander... ¿esto va a pasar seguido? ¿Las amenazas, el peligro? Él la miró con algo que podría haber sido culpa. —No lo sé. Pero te prometo que te voy a proteger. —¿Por qué? Solo soy parte de un contrato. Alexander dio un paso hacia ella, tan cerca que Valeria tuvo que inclinar la cabeza hacia atrás para mirarlo. —Ya no estoy tan seguro de eso. Y antes de que ella pudiera procesar sus palabras, Alexander se giró y se fue a su habitación, dejándola sola con un corazón que latía demasiado rápido y preguntas que no tenía respuestas. Valeria subió a su habitación, se quitó el vestido, y se dejó caer en la cama. Las palabras de Alexander resonaban en su mente: *"¿Y si no estuviera fingiendo?"* Y lo peor de todo era que una parte de ella, una parte cada vez más grande, deseaba que fuera verdad.
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