Valeria despertó con el sol entrando por las ventanas. Por un momento, no recordó dónde estaba. Luego todo regresó de golpe: el secuestro, el almacén, Volkov, el rescate.
Se incorporó bruscamente, buscando a Alexander.
—Estoy aquí —dijo él desde el sillón junto a la ventana—. No me fui.
Estaba despeinado, con la misma ropa de anoche, claramente sin haber dormido.
—¿Has estado ahí toda la noche?
—No podía dormir. Cada vez que cerraba los ojos, veía... —Se detuvo, pasándose una mano por el rostro—. Te veía en ese almacén.
Valeria se levantó y caminó hacia él, acurrucándose en su regazo.
—Pero estoy aquí. Estoy bien.
Alexander la abrazó con fuerza.
—Cuando recibí ese mensaje de Volkov, cuando me di cuenta de que te había tomado mientras yo perseguía sombras... nunca me había sentido tan impotente en mi vida.
—Pero me encontraste. Viniste por mí.
—Siempre vendré por ti.
Se besaron suavemente, un beso que sabía a alivio y promesas.
Un golpe en la puerta los interrumpió. Era Marta con el desayuno en una bandeja.
—Pensé que necesitarían comer —dijo con su tono práctico habitual, aunque sus ojos mostraban preocupación genuina—. Y hay varias personas esperando en la sala. Dimitri, la señorita Sofía, y los abogados de la empresa.
Alexander gruñó.
—Diles que esperen.
—Ya han estado esperando dos horas.
Valeria puso una mano en su brazo.
—Ve. Yo estaré bien. Comeré, me ducharé, y te veo después.
—No quiero dejarte sola.
—No estaré sola. Marta está aquí. Y sé que aumentaste la seguridad. Estaré bien.
Alexander vaciló, luego asintió.
—Treinta minutos. Después vuelvo a revisarte.
—Eres imposible.
—Y tú eres testaruda.
Se besaron una vez más antes de que él saliera.
Valeria comió mecánicamente, probando apenas la comida. Su cuerpo necesitaba nutrientes, pero su mente estaba en otro lugar. Seguía escuchando la voz de Volkov, sentía las cuerdas en sus muñecas, el miedo paralizante de no saber si volvería a ver a Alexander.
La ducha ayudó. Dejó que el agua caliente lavara el miedo, al menos temporalmente. Cuando salió, se sentía más humana.
Se vistió con ropa cómoda y bajó a la sala. Las voces se detuvieron cuando entró.
Alexander estaba rodeado de papeles, con Dimitri a un lado y tres abogados al otro. Sofía estaba en el sofá, con su laptop abierta.
—Valeria —Alexander se levantó inmediatamente—. ¿Deberías estar descansando?
—Ya descansé suficiente. ¿Qué está pasando?
Dimitri le ofreció una silla.
—Estamos discutiendo las implicaciones legales de lo que pasó anoche. Técnicamente, Volkov cometió secuestro. Podríamos presentar cargos.
—Pero no lo haremos —completó Valeria.
—No —confirmó Alexander—. Porque presentar cargos significa romper la tregua. Y romper la tregua significa que él va tras ti de nuevo.
Uno de los abogados, un hombre mayor con gafas, se aclaró la garganta.
—También está el asunto de las acciones de la empresa. Con la muerte del señor Richard Voss y el escándalo de los documentos filtrados, varios accionistas minoritarios están nerviosos. Quieren garantías de estabilidad.
—¿Qué tipo de garantías?
—Una junta especial. Donde usted presente su visión para la empresa, tranquilice a los inversores, y demuestre que está en control total de la situación.
Alexander se frotó las sienes.
—¿Cuándo?
—Fin de semana. Tres días.
—Imposible. Necesito más tiempo para preparar...
—No hay más tiempo —interrumpió el abogado—. Si no actúa rápido, el consejo podría votar por un liderazgo interino. Y sabemos que hay miembros que apoyarían esa moción.
Valeria vio la tensión en los hombros de Alexander. Demasiado. Todo era demasiado a la vez.
—Yo puedo ayudar —dijo.
Todos la miraron.
—¿Tú? —preguntó el abogado con tono condescendiente—. No offense, señora Voss, pero esto requiere experiencia en...
—En conocer a Alexander mejor que nadie —lo interrumpió ella con firmeza—. En entender qué lo hace brillante. En poder comunicar esa visión de una forma que la gente entienda.
Alexander la miró con sorpresa.
—Valeria, no tienes que...
—Quiero hacerlo. Déjame ayudarte.
Se miraron largamente. Finalmente, Alexander asintió.
—Está bien. Juntos.
Sofía sonrió.
—Yo también ayudo. Conozco a la mitad de esos accionistas. Sé qué les preocupa y cómo hablarles.
El abogado parecía escéptico, pero se encogió de hombros.
—Si el señor Voss está de acuerdo...
—Lo estoy —dijo Alexander con firmeza—. Mi esposa y mi hermana me ayudarán. Fin de la discusión.
Los siguientes días fueron un torbellino. Valeria se sumergió en informes financieros, documentos estratégicos, y perfiles de cada accionista importante. Alexander trabajaba hasta la madrugada, preparando presentaciones y proyecciones.
Sofía coordinaba reuniones privadas con accionistas clave, usando sus conexiones sociales para ablandar el terreno antes de la junta oficial.
Una noche, dos días antes de la junta, Valeria encontró a Alexander dormido sobre su escritorio, rodeado de papeles. Lo despertó suavemente.
—Ven a la cama.
—No puedo. Todavía tengo que revisar...
—Alexander. Ven a la cama.
El tono en su voz no admitía discusión. Él se levantó, tambaleándose de cansancio.
En la habitación, Valeria lo ayudó a desvestirse y lo metió en la cama.
—No puedes salvarlo todo en tres días —dijo suavemente—. Pero puedes mostrarte humano, vulnerable, real. Eso es lo que la gente quiere ver.
—¿Y si no es suficiente?
—Entonces reconstruimos. Juntos.
Alexander la atrajo hacia él.
—¿Cómo es que siempre sabes qué decir?
—Porque te conozco. Y porque te amo.
Se quedaron dormidos entrelazados, por primera vez en días sin pesadillas.
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El día de la junta llegó demasiado rápido. El salón de conferencias principal del Edificio Voss estaba lleno: veinticinco accionistas, el consejo directivo completo, y varios asesores legales y financieros.
Valeria estaba sentada en primera fila junto a Sofía, ambas vestidas profesionalmente. Habían decidido que su presencia enviaba un mensaje: Alexander no estaba solo.
Alexander subió al podio. Valeria podía ver la tensión en su mandíbula, pero su voz salió firme y clara.
—Buenos días. Sé que muchos de ustedes tienen preocupaciones sobre el futuro de Voss Enterprises. Preocupaciones válidas, dadas las circunstancias recientes. Así que no voy a perder tiempo con palabras bonitas. Voy a darles hechos.
Proyectó una serie de gráficas en la pantalla.
—En los tres años desde que asumí el control operativo, la empresa ha crecido un cuarenta y dos por ciento. Nuestro valor en acciones se ha duplicado. Hemos expandido a cinco nuevos mercados y adquirido tres competidores clave.
Un accionista levantó la mano.
—Todo eso es cierto. Pero los documentos filtrados sugieren irregularidades financieras.
—Los documentos eran falsificaciones —respondió Alexander con calma—. Nuestro equipo legal lo ha verificado. Fueron parte de un intento de sabotaje por parte de mi tío Marcus, quien como saben, ahora enfrenta cargos criminales.
—¿Y el escándalo reciente? ¿El secuestro de su esposa?
La sala se tensó. Valeria sintió todos los ojos sobre ella.
Alexander no vaciló.
—Mi esposa fue secuestrada por Viktor Volkov, un criminal que guarda una vendetta contra mi familia desde hace treinta años. Fue rescatada sana y salva. Volkov y yo hemos llegado a un... entendimiento. No habrá más incidentes.
—¿Cómo puede garantizar eso?
—Porque ambos tenemos demasiado que perder.
Otro accionista se puso de pie, una mujer de unos sesenta años.
—Señor Voss, con todo respeto, usted es brillante en los negocios. Pero su vida personal es caótica. Matrimonio repentino, amenazas de muerte, escándalos. ¿Cómo podemos confiar en que no afectará la empresa?
Antes de que Alexander pudiera responder, Valeria se puso de pie.
—¿Puedo hablar?
La mujer la miró con sorpresa.
—¿Usted es...?
—Valeria Voss. Su esposa. Y tiene razón, nuestra vida personal ha sido caótica. Pero eso no define quién es Alexander como líder.
Caminó hacia el frente, parándose junto a Alexander.
—Yo no vengo del mundo de ustedes. Hace meses, trabajaba como asistente administrativa, luchando por pagar las cuentas médicas de mi madre. Cuando conocí a Alexander, vi lo que todos ven: poder, dinero, control. Pero en estos meses, he visto algo más.
La sala estaba en completo silencio.
—He visto a un hombre que trabaja dieciséis horas al día porque se preocupa genuinamente por esta empresa y la gente que depende de ella. Un hombre que enfrenta amenazas de muerte y aun así se presenta a trabajar al día siguiente. Un hombre que podría haber huido cuando las cosas se pusieron difíciles, pero en lugar de eso, luchó.
Miró directamente a la mujer que había hecho la pregunta.
—Ustedes quieren estabilidad. Lo entiendo. Pero la verdadera estabilidad no viene de tener una vida personal perfecta. Viene de tener el carácter para enfrentar el caos y seguir adelante. Y Alexander Voss tiene ese carácter.
Se sentó. El silencio continuó por un momento. Luego, sorprendentemente, alguien comenzó a aplaudir. Otros se unieron.
La mujer que había hecho la pregunta sonrió ligeramente y asintió.
Cuando la reunión terminó dos horas después, el voto fue casi unánime: Alexander mantenía el control total de la empresa, sin comités interinos ni supervisión adicional.
En el ascensor bajando, Sofía no podía dejar de sonreír.
—¿Dónde diablos aprendiste a hablar así?
Valeria se encogió de hombros.
—No aprendí. Solo dije la verdad.
Alexander la atrajo hacia él y la besó profundamente, sin importarle que Sofía estuviera ahí.
—Te amo. Eres increíble.
—Lo sé —respondió Valeria con una sonrisa.
Cuando llegaron a la penthouse esa noche, por primera vez en semanas, pudieron respirar. La amenaza de Volkov seguía ahí, pero contenida. La empresa estaba segura. Y ellos estaban juntos.
—¿Sabes qué? —dijo Alexander, sirviéndose un whisky—. Creo que mi abuelo planeó esto desde el principio.
—¿Planear qué?
—El contrato matrimonial. La urgencia. Todo. Sabía que Volkov vendría. Y sabía que necesitaría a alguien como tú a mi lado para sobrevivirlo.
Valeria se acercó, tomando su rostro entre sus manos.
—¿Crees que sabía que nos enamoraríamos de verdad?
—Creo que esperaba que lo hiciéramos.
Se besaron suavemente, un beso que ya no tenía la desesperación de las últimas semanas, sino algo más profundo. Certeza.
—Entonces creo que le debemos las gracias —murmuró Valeria contra sus labios.
—Definitivamente.
Esa noche, hicieron el amor lentamente, celebrando estar vivos, estar juntos, estar finalmente en un lugar donde podían respirar sin miedo constante.
Y por primera vez desde que todo comenzó, ambos sintieron que tal vez, solo tal vez, lo peor había pasado.
Pero la vida tenía una forma de probar incluso las esperanzas más fuertes.
Y su prueba más grande aún estaba por venir.