Contrarreloj

1866 Words
Alexander no había dormido en treinta y seis horas. Sus ojos estaban rojos, su barba sin afeitar, y había café derramado en su camisa arrugada. Pero no le importaba. Nada importaba excepto encontrar a Valeria. La penthouse se había convertido en un centro de operaciones. Pantallas de computadora cubrían cada superficie disponible, mostrando mapas del puerto, alimentaciones de cámaras de seguridad, y archivos sobre Viktor Volkov. Dimitri entraba y salía constantemente, coordinando equipos de búsqueda. Sofía se había instalado en la sala, rechazando irse a pesar de las súplicas de su madre. —Si mi hermano se queda, yo también —había dicho con firmeza. Eran las once de la noche. Quedaban dieciséis horas. —Tenemos algo —anunció Dimitri, irrumpiendo en la oficina—. Las cámaras de tráfico captaron una camioneta negra saliendo del edificio exactamente tres minutos después del secuestro. La rastreamos hasta el puerto, distrito industrial zona cinco. Alexander se puso de pie de un salto. —¿Pudiste identificar el edificio específico? —Hay tres almacenes abandonados en esa área. Estoy enviando equipos de reconocimiento a cada uno. —Voy contigo. —Alexander, no. Si Volkov te ve... —No me importa. Es mi esposa. Voy. Dimitri sabía que era inútil discutir. —Está bien. Pero te quedas en el perímetro hasta que confirmemos su ubicación. ¿Entendido? Alexander asintió, aunque ambos sabían que no iba a cumplir esa promesa. Treinta minutos después estaban en una camioneta sin marcas, estacionada a dos cuadras del primer almacén. Dos de los hombres de Dimitri se acercaron sigilosamente, revisando el perímetro. —Vacío —reportó uno por radio—. Sin señales de actividad reciente. —Al siguiente —ordenó Dimitri. El segundo almacén estaba más cerca del agua. Olía a sal y óxido. Esta vez, cuando los hombres se acercaron, uno de ellos levantó la mano. —Tenemos movimiento. Dos guardias en la entrada trasera. Y... espera. —Pausa—. Hay luz en el segundo piso. Alguien está ahí. Alexander sintió que el corazón se le aceleraba. —¿Es ella? —No puedo confirmar desde aquí. Necesito acercarme más. —Hazlo. Los siguientes diez minutos fueron una agonía. Alexander observaba a través de binoculares mientras el equipo de Dimitri se movía como sombras alrededor del edificio. —Confirmado —dijo finalmente la voz por radio—. Mujer, cabello oscuro, manos atadas. Está en el segundo piso, lado este. Dos guardias con ella, más los dos en la entrada. No veo a Volkov. —Tiene que estar ahí —dijo Alexander—. No dejaría a Valeria sola. —O está en otro lugar, observando —sugirió Dimitri—. Es su estilo. Controla todo a distancia. Alexander apretó los puños. —¿Cuál es el plan? —Esperamos refuerzos. Tengo otros seis hombres en camino. Entramos simultáneamente por tres puntos, neutralizamos a los guardias, y sacamos a Valeria antes de que alguien pueda reaccionar. —¿Y si tienen órdenes de matarla si algo sale mal? Dimitri lo miró seriamente. —Por eso tiene que ser perfecto. Sin errores. Los refuerzos llegaron quince minutos después. Dimitri desplegó el plan en una tablet: equipo alfa por la entrada principal, equipo beta por la trasera, equipo gamma por el techo. —Alexander, tú te quedas aquí con... —No. —Alexander... —Dije que no. Voy con el equipo beta. No discutas. Dimitri suspiró. —Está bien. Pero llevas chaleco y te quedas atrás hasta que aseguremos el área. Le pusieron un chaleco antibalas, un auricular, y revisaron que estuviera listo. Alexander sentía la adrenalina correr por sus venas. —En posición —dijo una voz por el auricular. —En posición —confirmó otra. —Todos listos —dijo Dimitri—. En tres, dos, uno... go. Se movieron como una unidad sincronizada. El equipo alfa entró por la puerta principal, neutralizando a los dos guardias antes de que pudieran gritar. El equipo gamma descendió por el techo, asegurando el tercer piso. Alexander iba con Dimitri y otros dos hombres, subiendo las escaleras hacia el segundo piso. Escucharon voces. Ruso. Discutiendo sobre algo. Dimitri hizo señas: dos adentro, posiblemente armados. Contaron hasta tres con los dedos. Entonces patearon la puerta. Todo sucedió en segundos. Los dos guardias intentaron sacar sus armas. El equipo de Dimitri fue más rápido. Disparos silenciados. Los guardias cayeron. Y ahí estaba ella. Valeria, atada a una silla en el centro de la habitación. Tenía un moretón en la mejilla y los labios agrietados, pero estaba viva. —¿Alexander? —Su voz era un susurro incrédulo. Alexander cruzó la habitación en dos pasos, arrodillándose frente a ella. —Estoy aquí. Dios, estoy aquí. Dimitri cortó las cuerdas con un cuchillo mientras Alexander la revisaba buscando heridas. —¿Te lastimaron? ¿Algo roto? —Estoy bien. Solo... asustada. La abrazó con fuerza, sintiendo que podía respirar por primera vez en horas. —Te tengo. Ya estás segura. —Esto es muy conmovedor. La voz vino de las sombras. Viktor Volkov salió de un cuarto lateral, una pistola en la mano apuntando directamente a Alexander. —Pero me temo que la fiesta termina aquí. Dimitri giró su arma hacia Volkov, pero el ruso chasqueó la lengua. —Ah, ah. Bajen las armas o disparo. Y a esta distancia, no fallaré. —Si disparas, morirás —dijo Dimitri con calma. —Quizás. Pero Alexander morirá primero. ¿Eso es aceptable para ti, señora Voss? Valeria se aferró a Alexander. —No le dispares. Por favor. Volkov sonrió. —Qué tierno. Amor verdadero. Tan raro en nuestro mundo. —¿Qué quieres, Volkov? —preguntó Alexander, poniéndose de pie lentamente—. Vinimos por ella. Tómame a mí en su lugar. —¿Y perder mi ventaja? No seas ridículo. —¿Cuál es tu plan entonces? ¿Matarnos a todos aquí? —No. Mi plan es que ustedes bajen las armas, salgan de mi almacén, y me dejen a mí y a la señora Voss continuar nuestra conversación. —Eso no va a pasar. —Entonces disparo. —Volkov amartilló la pistola—. Tú eliges. Alexander miró a Dimitri, quien negó con la cabeza casi imperceptiblemente. Demasiado arriesgado. —Espera —dijo Alexander—. Tengo algo que quieres más que matarme. Volkov arqueó una ceja. —¿Ah sí? ¿Y qué sería eso? —Tu hijo. El silencio fue absoluto. La expresión de Volkov cambió, la máscara de control deslizándose por un segundo. —No sé de qué hablas. —Mikhail Volkov. Veinticinco años. Vive en Berlín bajo el nombre de Michael Kruger. Trabaja como ingeniero de software. No tiene idea de quién es realmente su padre. La pistola de Volkov tembló ligeramente. —¿Cómo...? —Mi abuelo era muy meticuloso. Guardó toda la información sobre ti. Incluyendo tu único punto débil. —Si le haces daño a mi hijo... —No voy a hacerle daño. Pero puedo arruinar su vida. Puedo exponer quién es su padre, qué hiciste. Puedo destruir la vida normal y segura que tanto trabajaste para darle. —Alexander dio un paso adelante—. O puedes bajar el arma, dejar que nos vayamos, y nunca volveremos a molestar a tu hijo. Volkov lo miró con odio puro. —Estás mintiendo. No harías eso. —Pruébame. Ya perdí a mi padre por tu culpa. ¿Crees que tengo escrúpulos? Los dos hombres se miraron fijamente, una batalla de voluntades silenciosa. Finalmente, Volkov bajó la pistola. —Vete. Llévate a tu esposa y vete. —¿Y después? —Después... hablaremos. Como hombres de negocios. Sin violencia. Sin amenazas a nuestras familias. —¿Cómo sé que cumplirás tu palabra? —Porque ahora ambos tenemos algo que perder. —Volkov miró a Valeria—. Tú tienes a ella. Yo tengo a mi hijo. Empate. Alexander ayudó a Valeria a levantarse. Caminaron lentamente hacia la puerta, el equipo de Dimitri cubriéndolos. —Alexander —llamó Volkov cuando llegaron a la salida. Se giró. —Tu abuelo me quitó todo hace treinta años. Pero tenías razón. Mi hijo es lo único que importa. No voy a perderlo como tú perdiste a tu padre. —Bajó completamente la pistola—. Tregua. Al menos por ahora. Alexander asintió una vez. —Tregua. Salieron del almacén y no se detuvieron hasta estar en las camionetas, alejándose a toda velocidad. Solo entonces Valeria se derrumbó, sollozando contra el pecho de Alexander. —Pensé que no te volvería a ver. —Siempre voy a encontrarte. Siempre. La sostuvo mientras lloraba, sus propias lágrimas cayendo silenciosamente sobre su cabello. --- De vuelta en la penthouse, Sofía gritó de alivio cuando los vio entrar. Isabelle, quien había estado haciendo café compulsivamente durante horas, se dejó caer en una silla. —Gracias a Dios —murmuró. Llamaron a un médico que revisó a Valeria. Deshidratación leve, moretones, pero nada grave. —Necesita descansar. Mucha agua, comida ligera, y observación durante las próximas veinticuatro horas por si hay conmoción cerebral. Cuando todos se fueron, Alexander llevó a Valeria a su habitación. La ayudó a ducharse, le puso su pijama favorita, y la metió en la cama. —No me dejes —susurró ella. —No voy a ningún lado. Se acostó junto a ella, atrayéndola contra su pecho. —¿De verdad harías eso? —preguntó ella después de un momento—. ¿Destruir la vida del hijo de Volkov? Alexander se quedó en silencio. —No lo sé. Pero él no podía saberlo. El farol funcionó. —¿Y si vuelve? ¿Y si decide que vale la pena el riesgo? —Entonces estaré listo. Pero creo que habló en serio sobre la tregua. Vio que estoy dispuesto a ir tan lejos como él. Eso cambió las reglas. Valeria se acurrucó más cerca. —Tenía tanto miedo. —Lo sé. Yo también. —Pero sabía que vendrías. Incluso cuando parecía imposible, sabía que lo intentarías. Alexander besó su frente. —Siempre. Mil veces. No hay nada que no haría por ti. Se quedaron en silencio, escuchando la respiración del otro. Afuera, la ciudad seguía su ritmo nocturno, indiferente al drama que se había desarrollado en sus sombras. —Alexander —murmuró Valeria, medio dormida. —¿Mmm? —Te amo. Más que a mi propia vida. —Yo también te amo. Más que al imperio, más que a todo. Ella sonrió contra su pecho. —Entonces supongo que el contrato funcionó después de todo. Nos trajo el uno al otro. —El mejor negocio que he hecho en mi vida. Valeria se quedó dormida en sus brazos, finalmente segura. Alexander permaneció despierto un poco más, observándola dormir. Había ganado esta batalla, pero sabía que la guerra estaba lejos de terminar. Volkov había aceptado una tregua, pero los hombres como él nunca perdonaban. La venganza seguía ardiendo en su interior, solo que ahora más contenida, más calculada. Pero por esta noche, tenía a Valeria de vuelta. Y eso era suficiente. Mañana lidiaría con el resto. Mañana planearía el siguiente movimiento. Por ahora, solo la sostendría y agradecería a cualquier dios que existiera por haberla traído de vuelta a él.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD